por Clyde M. Narramore
Cuando niño escuché decir a un vecino que:
“el hombre que no ha triunfado a los treinta y cinco años, nunca triunfará”.
Inmediatamente “paré las orejas”. No sólo asimilé su declaración, sino que inferí que el triunfo se medía por la riqueza. Años después descubrí que no era cierto. No era que este bien intencionado vecino deliberadamente hubiese dicho una falsedad. Fue sincero pero no conocía la realidad.
No hay edad de la cual pueda decirse: “Ya no triunfará”. Además, contrario de lo que piensan muchas personas, el verdadero triunfo tiene que ver poco con el volumen de la cuenta bancaria de un hombre. Pero el triunfo y los logros son importantes, sumamente importantes. Ambos son vitales en nuestra salud mental y física. El triunfo exige lo mejor de un hombre y a cambio tiende a proporcionarle actitudes normales y saludables de donde resulta una persona bien equilibrada.
El tónico de la personalidad
El triunfo es el tónico que da sabor a nuestro modo de vivir, el pago de nuestros esfuerzos. Es por eso que la gente que nunca ha progresado, raramente es feliz. Sufren de pobreza, de incentivos, dolencia que cobra tributo en la personalidad. Más cuando logran progresar se transforman en individuos útiles. Si no progresan las consecuencias son perjudiciales.
En María hallamos el caso de la persona que sufre de “estancamiento”. Debido a infortunadas circunstancias en su familia tuvo que dejar la escuela y buscar un trabajo. En la comunidad los empleos eran escasos y tuvo que aceptar el único disponible: archivar documentos en una pequeña oficina. Le gustaba la música y en ese campo ella poesía un notable potencial. Pero sin preparación ni experiencia su talento permanecía estancado.
¡Archivar, archivar y archivar! ¡Cuánto lo detestaba! Eso no era triunfar y ella lo sabía. Naturalmente, esto se reflejó en su personalidad. No tenía entusiasmo, no se sentía feliz y estaba en constante conflicto.
Nada es más triste que la persona que esta “estancada” o retrocediendo. Su vida es semejante al agua estancada: es inservible y poco saludable. El agua estancada es inmóvil —no tiene desagüe ni fuente provisora. Y cuando la persona se vuelve inactiva y carece de modo de manifestarse, también queda “estancada”.
En contraste, nadie es más interesante y más vital que la persona que progresa. El hombre fue creado para progresar y no para retroceder. Crecemos, nos desarrollamos y maduramos; a medida que progresamos nuestras personalidades adquieren vibrante esplendor. El progreso es básico en la vida: es esencial para la existencia humana.
¿Qué le sucede a la persona que fracasa continuamente? Pierde el ánimo y adopta la aptitud de “¿para qué intentarlo?” No hay nada más desalentador y falto de interés que este tipo de “agua fiesta”. El individuo se vuelve suspicaz y culpa a las demás personas y a las circunstancias por su falta de fortuna. En resumen, les es muy difícil vivir junto a una persona, porque nunca ha encontrado su lugar en la vida. Y no es extraño que la persona que se halle en esta situación se queje de dolores de cabeza, sufra de los nervios o que tenga problemas de perturbación emocional. No en balde, entonces, los psiquiatras y psicólogos concuerdan en que esta básica necesidad psicológica —la de triunfar en la vida— debe satisfacerse para que la persona pueda vivir a plenitud.
En contraste con las que no han triunfado mucho, hallamos personas que por lo menos cuentan con un éxito relativo en la vida y son algo más interesantes. Por lo general, son optimistas e inspiradas. Los triunfadores miran hacia el futuro, debido a que el pasado ha sido provechoso y el presente es alentador. Por eso se enfrentan al mañana con confianza. Cuando una persona está triunfando, las circunstancias no le son una amenaza. Ha sido capaz de vencer los obstáculos en el pasado y naturalmente no teme al futuro. ¡Por algo es más fácil asociarse con triunfadores que con fracasados!
Piensa en las personas que conoces. En la oficina tienes al que siempre se esta quejando de una cosa u otra. Difícilmente sea el vicepresidente de la entidad. Lo más probable es que sea un empleado desalentado que ha estado sentado ante el mismo escritorio haciendo el mismo trabajo rutinario durante más de veinte años. En la escuela generalmente no es el alumno con notas altas el que se queja de las muchas tareas y la estricta disciplina. Y en la iglesia hallamos la misma historia. La persona que Dios está utilizando no desperdicia tiempo señalando los errores del predicador o criticando a los diáconos o ancianos. Está demasiado ocupada haciendo algo digno de elogio. Así es que cuando experimentamos por lo menos algo de buen éxito, nuestra personalidad mejora y vamos haciéndonos individuos interesantes y mejor capacitados para entendernos con los demás.
©2009 Logoi, Inc.
Tomado del libro Psicología de la Felicidad
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