por August J. Kling
CRISTÓBAL COLÓN fue uno de los laicos cristianos más interesantes de todos los tiempos. Al recordar el Descubrimiento de América —más de quinientos años de su desembarco en la Islita de San Salvador, vale la pena considerar el hecho de que el Descubridor era un lector devoto de la Biblia. Su viaje al Nuevo Mundo fue el resultado de una visión inspirada enteramente por las Sagradas Escrituras.
El hábito de Colón de leer y estudiar la Biblia es uno de los detalles mejor documentados de su admirable biografía.
Fue un asiduo estudiante de la Biblia y además de grandes comentaristas bíblicos, entre ellos Nicolás de Lyra, San Agustín y Pierre D’Ailly. Colón hablaba el latín con facilidad y conocía suficiente griego y hebreo para hacer la exégesis de ciertos términos bíblicos que despertaban su especial curiosidad. Su grado de cultura sobrepasa por mucho al que se esperaría de un hombre de aquella época que se había instruido a sí mismo.
Todos los diarios de navegación de Colón así como su correspondencia personal dan evidencia de sus conocimientos bíblicos y de su devoción por Jesucristo. Pero les referencias que citamos en este artículo tienen que ver principalmente con una de las obras menos conocidas de Colón, el único libro que llegó a escribir, llamado Libro de las profecías. La obra es una meticulosa compilación de las enseñanzas de la Biblia respecto a los temas del planeta, las tierras distantes, los mares, las migraciones humanas, las tribus desconocidas, así como de profecías acerca de la futura difusión del evangelio en todo el mundo, del fin del mundo, y del establecimiento del reino terrenal de Cristo como Rey de reyes y Señor de señores.
La visión total que Colón tenía del mundo aparece en sus enseñanzas bíblicas de geografía y de escatología. Creía él especialmente en las profecías que tratan del clímax de la historia mundial y del regreso personal del Señor Jesucristo. Creía que este regreso de Cristo y el establecimiento de su reino universal no podrían tener lugar hasta que todas las naciones de la tierra, incluyendo las tribus de islas distantes, fueran evangelizadas. Sólo entonces podrían las promesas de una nueva edad empezar a tomar forma.
Colón creía que su propio nombre, el cual se le había dado en el bautismo, era una señal especial de que Dios lo había predestinado para ser el evangelista (Cristóbal significa el portador de Cristo) que llevaría a las tribus no alcanzadas de “las islas distantes” el conocimiento salvador del evangelio de Jesucristo. Creía que el Espíritu Santo lo había ayudado especialmente a entender tanto el mensaje de las Escrituras como las ciencias de navegación y geografía que se requerían para aquella misión de su vida.
Este notable Libro de las profecías fue escrito por Colón en varias versiones. La primera es la que tenía a mano cuando fue a visitar la corte de la reina Isabel, solicitando ayuda y barcos para realizar su propuesto viaje. El rey y la reina eran profundamente religiosos y quedaron muy impresionados con el devoto espíritu y los conocimientos bíblicos de Colón.
Una reciente obra de Samuel Eliot Morison habla de la verdadera relación de la devoción religiosa de Colón. Pero no da suficientes detalles de sus estudios bíblicos.
Cuando Colón urgía a sus amotinados marinos a seguir adelante a través de mares desconocidos aquel otoño de 1492, su celo y su confianza provenían no de su espíritu aventurero o de un afán de gloria y riquezas, sino únicamente de la Palabra de Dios tal como es declarada en las Escrituras. El éxito que al cabo tuvieron sus viajes era para él confirmación de la verdad de las Escrituras y de la fidelidad y soberanía de Dios, quien por gracia había decretado el abrir las nuevas tierras y sus tribus al evangelio del Salvador Jesucristo.
A la primera tierra que avistó y en la cual desembarcó en su primer viaje la llamó “San Salvador”. Más tarde, en febrero de 1502, estando en los preparativos para su cuarto viaje, escribió al papa Alejandro VI solicitando que le facilitara curas y frailes que lo ayudaran para, “en el nombre del Señor Jesucristo llevar su nombre y su evangelio a todas partes”. Colón especificaba que él mismo quería tener la facultad de seleccionar a esos evangelistas.
En los años subsiguientes de su vida, la desilusión y los conflictos se unieron para amargar sus días; pero esos sufrimientos fueron el resultado de la ceguedad de otros para compartir su visión bíblica y profética y su llamado a convertirla en realidad. Los soldados y aventureros que le acompañaron en sus viajes al Nuevo Mundo tenían poco o ningún interés en la obra misionera, en estudios bíblicos o en predicar el evangelio a las familias de aislados descendientes de Adán y de Noé. Pero en tanto que la mayoría de la humanidad gasta todavía la vida y explota al prójimo en la búsqueda de riquezas y placeres, la visión de Cristóbal Colón sigue dando su brillo dondequiera que los hombres “escudriñan las Escrituras” y oren porque el evangelio del Señor Jesucristo sea predicado en tierras lejanas y en “las islas de los mares” hasta el día en que el Salvador mismo vuelva para regir al mundo en paz y en justicia.
Las siguientes citas del Libro de las profecías de Cristóbal Colón cuentan la historia en sus propias palabras:
»Empecé a navegar los mares a una edad muy temprana. Y por más de cuarenta años he estado navegando por todas las rutas donde va la gente.
»He orado al Señor de toda misericordia acerca del gran anhelo de mi corazón, y él me ha dado el espíritu y la inteligencia para la empresa: navegación, astronomía, geometría, aritmética, destreza en el dibuja de mapas esféricos y en colocar correctamente las ciudades, ríos, montañas y puertos. También he estudiado cosmología, historia, cronología, y filosofía.
»Fue el Señor el que puso en mi mente (podía sentir su mano sobre mí) la idea de navegar de aquí a las Indias. Todos cuantos oían de mi proyecto lo rechazaban a carcajadas, ridiculizándome. No hay duda de que la inspiración venía del Espíritu Santo, porque él me alentó con rayos de maravillosa iluminación que venían de las Escrituras, un testimonio claro y enfático de los libros del Antiguo Testamento, de los cuatro evangelios, de las veintitrés epístolas de los benditos apóstoles, todos alentándome a seguir adelante con mi empresa, y ahora mismo sin cesar me animan a apresurarme a ella.
»Nuestro Señor Jesucristo quiso realizar un milagro muy evidente con mi viaje a las Indias, para darme ánimo y también a todo el pueblo de Dios. Pasé siete años en la corte, hablando del asunto con muchas personas de gran reputación y sabiduría en todas las artes; y al final todas concluían que todo era una locura, y se echaban atrás. Pero como generalmente hay cosas que llegaron a pasar, predichas por nuestro Salvador Jesucristo, debemos también creer que esta profecía también tendrá su cumplimiento.
En apoyo de esto, ofrezco la cita del texto en el evangelio de San Mateo 24:25, donde Jesús dice que todas las cosas pasarán pero que su maravillosa Palabra permanecerá. El también afirmó que era necesario que se cumplieran todas las cosas dichas por él y por los profetas.
»Yo dije que expondría mis razones: me atengo sólo a las Sagradas Escrituras y a la interpretación de las profecías como la dan ciertas personas devotas.
»Es posible que quienes vean este libro me acusen de carecer de preparación en letras y de no ser más que un marino profano. Mi respuesta a eso la ofrezco en las palabras de Mateo 11:25 — “Te alabo Padre… porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos y las revelaste a los niños.”
»Las Sagradas Escrituras dan testimonio por boca de los profetas en el Antigua Testamento y en el Nuevo por nuestro Redentor Jesucristo de que este mundo tiene que acabarse. Las señales de cuando esto sucederá las dan Mateo, Marcos, y Lucas. También los profetas predijeron muchas cosas sobre esto.
»Nuestro Redentor Jesucristo dijo que antes del fin del mundo han de ocurrir todas las cosas que han sido predichas por los profetas.
»Los profetas escribieron de varias maneras. Isaías es el que recibe más reconocimiento de parte de Jerónimo, Agustín, y los demás teólogos. Todos dicen que Isaías fue no sólo un profeta sino también un evangelista. Isaías ofrece con riqueza de detalles la descripción de los eventos futuros a la vez que hace un llamado a la fe universal.
»La mayoría de las profecías de las Sagradas Escrituras se han cumplido ya.
»Yo no soy más que un miserable pecador pero he clamado al Señor por gracia y misericordia, y las he recibido abundantemente. He experimentado la más dulce consolación desde el momento en que hice propósito de mi vida el gozar de su maravillosa presencia.
»Para la realización del viaje a las Indias no apelé a los recursos de la inteligencia, las matemáticas, o los mapas. Es simplemente el cumplimiento de lo que Isaías había enfatizado. Es todo esto lo que deseo poner para ustedes en este libro.
»Nadie debe sentir temor de emprender cualquier empresa en el nombre de nuestro Salvador, si esa empresa es recta y si su propósito es puramente para el santo servicio de Dios. Nuestro Señor ha dispuesto que todas las cosas obren por medio de cada persona, pero todo sucede de acuerdo con su soberana voluntad, aun cuando él ofrece su consejo. A él no le hace falta nada que este en la facultad de los hombres el concederle. ¡Cuán grande es el Señor, que quiere que los hombres hagan aquellas cosas de las cuales él mismo se hace responsable! Día y noche, a cada momento, cada uno de nosotros debe expresarle a él la más devota gratitud.
»Dije que hay algunas profecías que aún no se han cumplido. Se trata de grandes y maravillosas cosas para el mundo y las señales son que el Señor está apresurando el fin. El hecho de que el evangelio haya de ser predicado en tan poco tiempo a tantas tierras es lo que más afirma mi convencimiento.»