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por Rogelio Aracena
Los seres humanos, a lo largo de nuestra vida, desarrollamos esquemas mentales como resultado de la cultura, educación y experiencias a las que hemos estado expuestos. Difícil nos es romper nuestras costumbres. Jesús en su ministerio llevó a muchas personas a enfrentar tales situaciones.
Particularmente importante es lo sucedido en Lucas 8:40-56:
Vino un varón llamado Jairo, que era principal de la sinagoga, y postrándose a los pies de Jesús, le rogaba que entrase en su casa; porque tenía una hija única, como de doce años, que se estaba muriendo.
Jairo era un hombre importante, “principal de la Sinagoga”. La sinagoga era el centro de la adoración y el debía administrar, mantener el edificio, y supervisar la adoración. Como tal, no era apto para mezclarse con las multitudes que seguían a Jesús. Qué extraño, entonces, que en plena calle empolvada se arrodille a los pies de alguien considerado poco respetable por muchos, un predicador llamado Jesús.
Se dice que cuando estamos con el agua al cuello, estamos dispuestos a “vender nuestra alma al diablo” con tal de encontrar una solución. La hija de Jairo se estaba muriendo y era “hija única”. ¿Cómo te sentirías si estuvieras perdiendo algo importante e irremplazable?
Jesús accede a ir a su casa y camina con él en medio de la multitud. Orgullo, celo religioso, dignidad… ¡cuántos esquemas mentales se están rompiendo, no por convicción, sino por necesidad!
Algo detiene a Jesús. Una mujer le ha tocado y una sanidad se ha producido. Dice el texto:
Una mujer que padecía de flujo de sangre desde hacía doce años, que había gastado en médicos todo cuanto tenía y por ninguno había podido ser curada, se le acercó por detrás y tocó el borde de su manto; y al instante se detuvo el flujo de su sangre. Entonces Jesús dijo: ¿Quién es el que me ha tocado? Y negando todos, dijo Pedro y los que con él estaban: Maestro, la multitud te aprieta y oprime, y dices: ¿Quién es el que me ha tocado? Pero Jesús dijo: Alguien me ha tocado; porque yo he conocido que ha salido poder de mí. Entonces, cuando la mujer vio que no había quedado oculta, vino temblando, y postrándose a sus pies, le declaró delante de todo el pueblo por qué causa le había tocado, y cómo al instante había sido sanada. Y él le dijo: Hija, tu fe te ha salvado; ve en paz.
Coincidentemente, la hija de Jairo tenía 12 años, y esta mujer que ha sido sanada, estaba enferma por 12 años. Sufría de flujo de sangre, menstruación irregular, 4 días, 6 días, 8 días, cada 10 días. Con razón el escritor bíblico dice “padecía”. ¿Cómo era la situación de una mujer que padecía de flujo de sangre? En las leyes mosaicas, era causal de ser “inmunda”, intocable. Seguramente su marido la repudió por esa causa. Su dinero no pudo curarla, aún cuando los médicos eran griegos y sin los prejuicios de los judíos.
Su necesidad la empujaba a romper su aislamiento obligado, a romper el temor cultural y a hablar y mezclarse con desconocidos. Se mete en la multitud y toca a todo el mundo. Su meta es tocar a Jesús, y lo logra. ¿Qué pasaría si todos se enteraban que era “inmunda”? No había tiempo para pensar en eso. Su necesidad era más apremiante que las opiniones.
Jesús se detiene y pregunta: “¿Quién me ha tocado?” Detiene su paso y espera. Sus discípulos reprochan: “Maestro, no tiene sentido detenerse”. Por otro lado, Jairo insiste: “Por favor, debes apurarte, la situación apremia”. El Maestro no se inmuta. “Debo saber quien me ha tocado, pues poder ha salido de mi”.
La mujer sale de la multitud y temblando dice: “Yo he sido”. Cuenta en alta voz cuál era su problema y la sanidad que ha experimentado.
Los hombres se miran unos a otros: “¡Hemos sido tocados por una mujer que estaba INMUNDA!” Jairo se aterra. Una lucha interna agita su mente: “¿Cómo llevar a Jesús a mi casa, luego de haber sido tocado por una mujer inmunda? Debería purificarse primero”, y las demandas de Levítico 15:19-28 cruzan su mente, “pero ahora no hay tiempo para eso.”
Jesús resuelve la situación y dice a la mujer: “Hija…”.
¿Cuánto tiempo hacía que esa pobre mujer no escuchaba esa palabra cariñosa? Seguro que ya se había habituado a que la llamen “inmunda”.
La voz de Cristo llena su corazón: “Hija, tu fe [no mi túnica, o mi cuerpo que has tocado, sino yo que soy Dios] te ha hecho salva. Ve en paz”. En otras palabras, todo ahora está en orden.
Este bello cuadro es interrumpido por una noticia trágica: Corriendo llega un mensajero susurrando: “Jairo, no molestes más al Maestro. Tu hija ha muerto”.
Jairo piensa: “Perdió tiempo con esta mujer. ¿Acaso él no sabe que soy más importante que ella? Pero por otra parte, a lo mejor era preferible que no fuera, ya que estaba contaminado”.
Jesús lo saca de sus pensamientos y le dice: “Tranquilo, cree solamente y será sana”.
En el cuarto sólo están los padres, Pedro, Jacobo y Juan. La niña ha muerto. Todos lloran, incluso los discípulos en un duelo respetuoso. Jesús dice: “Sólo duerme, no está muerta”. La burla es la respuesta lógica a una realidad terminal.
Ante el asombro de todos, Jesús levanta a la muchachita y esta retorna a la vida.
Nos preguntamos: ¿Qué habría sucedido al interior de la familia de Jairo? Notemos que ella era la hija única, pero mujer. En una sociedad que no estimaba a la mujer, qué frustración y descrédito debe haber sido este hecho para Jairo. Sus colegas en la sinagoga orgullosos de sus hijos varones, dando el examen de las Escrituras a los 12 años y graduándolos de adultos religiosos. En cambio, Jairo está con su hija a los 12 años; graduándose posiblemente, pero de mujer con su primera menstruación. Cuanto rechazo habrán sufrido tanto la esposa (por no darle un varón), como la hija (por ser mujer). ¿Es posible desear seguir viviendo al ser rechazado?
Sin embargo, al acercarse Jesús, la agonía de la hija tocó las fibras íntimas de Jairo y le llevó a romper esquemas. ¿Sería su nueva humildad? ¿Sería la desesperada necesidad de esa hija que en realidad era suya? ¿Sería la importancia que Jesús le dio a esa joven mujer? El caso es que Jairo cambió y su hogar cambió. Una cosa es cierta, no importa cómo vengamos el Señor nos recibe y cambia nuestros esquemas.
Termina el relato con un consejo final del Maestro: “No cuenten esto a nadie”. Creo que lo que Jesús hizo fue ayudarles a superar sus fricciones, a relacionar a Jairo con su esposa e hija. Les llevó a una sanidad integral.
¿Cuántos hoy necesitan salir del aislamiento, romper sus paradigmas, vencer las agonías para acercarse a Jesús? ¿Cuántos siervos de Dios necesitamos vencer nuestros propios paradigmas para servir mejor al Señor?
A veces tenemos el paradigma de la respuesta rápida: “Ven y recibe tu milagro”. Jairo tuvo que esperar frente a una aparente tragedia. ¿Creemos verdaderamente que todas las cosas ayudan a bien? ¿Estamos dispuestos a dar “gracias en todo”? La voluntad de Dios es perfecta en todas las circunstancias y Él actúa siempre en lo que es mejor para nosotros.
Como dice la canción:
Sendas Dios hará, donde piensas que no hay.
El obra en maneras que no podemos entender.
El me guiará, a su lado estaré, valor y fuerza me dará,
Un camino me hará donde no lo hay.