Regresemos a la Biblia: Aplicación

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Regresemos a la Biblia: Aplicación

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(Tercera parte)
por Al Valdés, Profesor de Biblia

El profesor Howard Hendricks, quien enseñó el curso Métodos de Estudio Bíblico en el Seminario Teológico de Dallas por muchos años, nos advirtió sobre el estudiar las Escrituras sólo por el hecho de adquirir más conocimiento bíblico —sin miras a aplicar lo que habíamos aprendido. Él nos hizo recordar que la meta de la escuela no era producir “pecadores más inteligentes” sino personas que pusieran en práctica lo que habían aprendido. El proceso inductivo del estudio de las Escrituras, por lo tanto, se dirige hacia el fin de responder a lo que Dios nos dice en ellas. Pero debemos saber con precisión qué dicen antes de responder. Así pasamos primero por los pasos de observación e interpretación. Este tercer artículo de la serie Regresemos a la Biblia enfoca la tercera faceta del proceso inductivo de estudio —la aplicación. Pero debemos tener cuidado con la aplicación ya que no siempre requiere que hagamos algo.

Algunos textos piden que sólo creamos

Por definición los pasajes que tratan con nuestra salvación eterna, la justificación por fe, o la vida eterna sólo piden fe como condición. Esto se atribuye al hecho de que sólo una obra nos puede salvar —la de Jesús en la Cruz. No podemos salvarnos a nosotros mismos o contribuir a nuestra salvación eterna por la cual Dios merece toda la alabanza. Ya que nadie puede merecer, pagar por o ganar su salvación eterna sólo puede recibirla como un regalo por fe —cuando uno llega a estar plenamente convencido de, o descansa por completo en, la promesa de Dios (Juan 3:16-18; 6:47; 11:25-27). Pasajes como Romanos 4:1-8 hacen un claro contraste entre creer y hacer.

“Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; mas al que no obra, sino cree en Aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia. Como también David habla de la bienaventuranza del hombre a quien Dios atribuye justicia sin obras, diciendo:

Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, Y cuyos pecados son cubiertos. Bienaventurado el varón a quien el Señor no inculpa de pecado”.

En otro pasaje, Jesús dijo a un hombre llamado Jairo, cuya hija había muerto, “No temas; cree solamente, y serásalva.” (Lucas 8:50b). ¿Qué podría posiblemente Jairo haber hecho para hacer regresar a su hija de entre los muertos? Nada, excepto sólo creer lo que Jesús le dijo. Lo mismo es cierto para nuestra salvación eterna. Jesús prometió: “De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna” (Juan 6:47). ¡Creámoslo!

Algunos pasajes nos instruyen a ¡no creer!

A veces la Biblia nos insta a no creer algo. Varios libros contienen advertencias en contra de las falsas enseñanzas y los falsos maestros —a los cuales nunca debemos creer. 1 Juan 4:1 nos advierte: “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo”. Los falsos maestros quieren distorsionar la verdad de Dios o interpretarla de manera que suena bien pero que prueba ser errónea con reflexión y estudio detenido. Los creyentes entonces deben saber y creer la verdad, y no creer mentiras doctrinales. Jesús mismo nos advirtió acerca de falsos profetas (Mateo 7). Pablo (1 Timoteo 4), y otros autores del Nuevo Testamento tales como Lucas (Hechos 20:28-31), Pedro (2 Pedro 2), Judas (vv. 3-4) también nos advierten sobre los falsos maestros y sus enseñanzas.

Al igual que la Biblia nos habla de creer o no creer también nos exhorta acerca de nuestro comportamiento.

Algunos textos nos amonestan a hacer y otros a ¡no hacer!

A veces Dios nos instruye a cesar y desistir. Por ejemplo, Efesios 4:25-31 proporciona diversos mandamientos para cristianos:

“Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros. Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo. El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad. Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes. Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia” (LBLA).

Sin dudas, algunos creyentes en Éfeso mentían, robaban, hablaban cosas no saludables, y entristecían al Espíritu Santo. Entre sus pecados Pablo menciona “amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia”. Ellos realmente ¡necesitaban detenerse! Pero en la misma epístola vemos también lo bueno que Dios quiere que ellos hicieran. Efesios 2:8-10 habla de las buenas obras como uno de los propósitos de nuestra salvación.

“Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la fe, y esto no de vosotros, sino que es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas” (Efesios 2:8-10, LBLA).

Pero ¡ojo!, porque hemos sido creados en Cristo Jesús para buenas obras. En otras palabras, el hacer buenas obras pertenece a lo que debe suceder después de que Dios nos regenera. Dios quiere que hagamos todo tipo de obras buenas —pero nunca como un pago por, o causa de, la salvación gratuita por la cual Jesús pagó en su totalidad en la Cruz —y que se recibe por fe sola en Él.

Antes de dejar el tema de la aplicación de la Biblia (o responder a sus verdades, principios, y lecciones) tenemos que recordar una verdad muy importante.

Siempre necesitamos la ayuda de Dios

Dios le da a los creyentes en Cristo múltiples recursos para ayudarles a obedecer. Por ejemplo, Dios nos libera de nuestro viejo amo “el Pecado” y nos pone bajo un nuevo Amo, Él mismo. Pablo nos instruye, “Pero ahora, habiendo sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como resultado la vida eterna” (Romanos 6:22,LBLA). Cuando cambiamos de trabajo ya no debemos lealtad a nuestro antiguo jefe o supervisor. Del mismo modo, como creyentes, no debemos obediencia al “Pecado”, nuestro ex “jefe”. Somos oficialmente libres para obedecer a Dios. Pero, aun así, necesitamos ayuda divina para obedecer a nuestro nuevo Amo.

Dios prometió enviar al Espíritu Santo para ayudarnos, y así lo hizo (véanse Juan 14; Hechos 1:2; 10:34-48; y Romanos 8). Él nos capacita y nos proporciona ayuda para la obediencia. En Romanos, capítulo 6, Pablo nos dice que el viejo “yo” murió con Cristo a fin de que vivamos en nueva vida en el poder de Su resurrección. En Romanos 7 descubrimos que, no obstante, llevaremos con nosotros la capacidad para pecar (y en algún nivel, incluso el deseo de pecar) toda nuestra vida terrenal. Sin embargo, Romanos 8 nos asegura que como creyentes tenemos Su poder siempre disponible en la Persona del Espíritu Santo para ayudarnos a obedecer en esta vida.

Además del Espíritu Santo, tenemos la Iglesia, el Cuerpo de creyentes habitado por el Espíritu Santo, que nos ayuda a ser más como Cristo (cf. 1 Corintios 12, Efesios 4:1-16). Por lo tanto, tenemos Su Palabra; la libertad de nuestro viejo amo, el Pecado; el Espíritu Santo que mora en nosotros; y la ayuda de la iglesia —nuestros hermanos en la fe que nos ayudan a crecer y madurar en Él. Aunque Dios nos hace personalmente responsables de nuestras propias vidas y obediencia, Él no nos deja sin ayuda.

Conclusión

Saber lo que la Biblia dice y no hacerlo representa otra forma peligrosa de desconectarnos de las Escrituras. Esta realidad puede afectar aun a los pastores y a los maestros de la Biblia, especialmente si se creen exentos de lo que les dicen a sus rebaños o a sus estudiantes. Saber lo que la Biblia dice nos debe llevar a responder a su mensaje. A veces esto consta de sólo creer. Otras veces significa no creer a personas y/o enseñanzas falsas y erróneas. Las Escrituras también nos instruyen ya sea a dejar de hacer, o no comenzar a hacer, lo que desobedece y desagrada a Dios. Por otro lado, hacer lo que sí le agrada al Señor nos traerá gran bendición en nuestra vida cristiana. Todo vendrá como fruto de leer la Biblia, interpretarla correctamente, y responder a sus verdades con Su ayuda.