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Rogelio Aracena Lasserre
En 1973 los doctores C.E. Everett Koop y Francis Schaeffer escribieron un libro sobre este tema. Se editó en español en 1983 por Editorial Vida y su temática es valiosa para tocarla en el siglo XXI. En su tiempo fue considerado un libro pesimista, pues el hombre acababa de llegar a la Luna y las expectativas de progreso eran grandes todavía.
Sin embargo, un sombrío panorama sobre la ética y los valores humanos se cernía sobre la raza humana. Consideraremos algunas ideas y reflexiones teniendo como base este escrito.
Cada nación y cada edad será juzgada humanamente por este criterio: ¿Cómo trato a la gente? De alguna manera son las palabras de Dios a Caín en Génesis 4:9: ¿Dónde está tu hermano… qué has hecho con él? La respuesta cínica de Caín podría encuadrar en la filosofía de nuestros días: ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?
Hay una forma de medir la humanidad del género humano y esta es, ¿cuán humanamente se tratan los humanos entre sí? Toda edad o generación ha enfrentado problemas y angustias. La historia es un registro de mayor sufrimiento y frustración en comparación con los éxitos. Los momentos de generosidad, bondad y altruismo son pequeños momentos estelares de la historia. Aún la irrupción de Dios en la historia en la persona de Jesucristo; fueron sólo tres años que sacudieron la falta de humanidad del siglo primero, y la siguen sacudiendo hoy.
Yad Vashem es un monumento que se ha levantado en Jerusalén a los seis millones de judíos que murieron en el holocausto nazi. ¡Cuántos otros monumentos hay levantados alrededor del mundo en tributo a quienes perecieron en escaladas de maldad! Los asesinos fueron seres humanos, como usted y yo, lo cual nos recuerda nuestra ilimitada capacidad para el mal. La descripción de Romanos 3:9-18 es radical:
¿Qué, pues? ¿Somos nosotros mejores que ellos? En ninguna manera; pues ya hemos acusado a judíos y a gentiles, que todos están bajo pecado.
10 Como está escrito:
No hay justo, ni aun uno;
11 No hay quien entienda,
No hay quien busque a Dios.
12 Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles;
No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno.
13 Sepulcro abierto es su garganta;
Con su lengua engañan.
Veneno de áspides hay debajo de sus labios;
14 Su boca está llena de maldición y de amargura.
15 Sus pies se apresuran para derramar sangre;
16 Quebranto y desventura hay en sus caminos;
17 Y no conocieron camino de paz.
18 No hay temor de Dios delante de sus ojos.
Cada edad obliga a tomar decisiones y estas obligan a que tengamos una escala de valores. Las decisiones que tomemos indicarán cual es el límite entre lo bueno o lo malo ante nuestros ojos. Sin lugar a dudas, al volverse el hombre la medida de todas las cosas, la consecuencia natural ha sido una tremenda confusión en cuanto a la ética y la moral.
Lo aceptable y lo inconcebible
Los cambios en la sociedad han sido de una velocidad increíble, especialmente a partir de la segunda mitad del siglo XX. En tiempos pasados el conflicto generacional tomaba 20 ó 30 años. Hoy en día hermanos en una misma familia, separados por 5 ó 10 años, no se entienden. La tecnología que manejan es diferente y el acceso a la información coloca al menor más al día. En cinco años es necesario cambiar de computador por lo menos dos veces.
La globalización ha hecho del mundo una aldea. Una protesta en Paris, encuentra apoyo en Buenos Aires en un espacio de 24 horas. Lo que no se podía aceptar hace 20 años hoy es moralmente aceptable. La homosexualidad ya no aparece en el Diccionario de Patologías Psiquiátricas —el problema no es la homosexualidad sino el permanecer dentro del closet. Iglesias tradicionales que fueron responsables de traer el evangelio a América Latina hoy aceptan liderazgo gay y están dispuestos a ordenar pastores homosexuales. Hay una apertura y tendencia a no condenar el aborto y permitir la eutanasia o suicidio asistido. Los cristianos se preguntan: ¿Qué está pasando con la sociedad?, pero también: ¿Qué está pasando con la Iglesia? De otra parte, la cultura occidental por muchos siglos habló de la “santidad de la vida humana”. El hombre era un individuo y una persona especial. La medicina, una de las nobles profesiones en su juramento Hipocrático decía:
“MANTENDRÉ EL MÁS ALTO RESPETO POR LA VIDA HUMANA DESDE EL MOMENTO MISMO DE LA CONCEPCIÓN”.
Sin embargo, en la Declaración de Ginebra de 1971 se eliminó parte de la declaración, y queda: “MANTENDRE EL MAS ALTO RESPETO POR LA VIDA HUMANA”
Esto poco a poco está siendo aceptado por las Facultades de Medicina para estar a tono con la legalización del aborto, infanticidio (se eliminan bebes luego de nacer) y eutanasia. La madre Teresa de Calcuta, al ser invitada a Naciones Unidas dijo:
“SI LAS MADRES ESTÁN DISPUESTA A MATAR A SUS HIJOS, ¿QUÉ PODEMOS ESPERAR DE LA SOCIEDAD?
Fue el judeo-cristianismo quien colocó un fundamento para un concepto elevado de la vida humana. La vida humana es única y debe ser protegida y amada. Por cuanto cada individuo ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Sin embargo, hoy nos hemos puesto en un nivel muy bajo en cuanto a la vida humana y su valor, y la razón es haber cambiado el orden correcto de las cosas:
“DIOS ES LA MEDIDA DE TODAS LAS COSAS”, HOY SE ENTIENDE COMO: “EL HOMBRE ES LA MEDIDA DE TODAS LAS COSAS”.
Y, el hombre ha demostrado su incapacidad para medir las cosas, ni aún para respetar las medidas que el mismo ha establecido. Este es el humanismo que pone al hombre antes que a Dios. La concepción teológica del hombre ha sido reemplazada por una antropología secularizada que enseña que no hay respuesta sobrenatural al origen y destino del hombre. Somos sólo una pieza mecánica en un mundo impersonal, por lo tanto, utilizable y desechable. Las palabras de la Biblia que reconocen el valor del ser humano son obsoletas.
Algunos cambios
El fundamento bíblico fue el que dio base a la Ley. Es conocido el hecho que los Diez Mandamientos están en las bases mismas de los Estatutos Jurídicos Fundamentales en la sociedad. Sin embargo, ha surgido una nueva ley arbitraria o sociológica. En los 70’s el Juez Oliver Wendell Holmes, miembro de la Corte Suprema en los EEUU, dijo: “La verdad es el voto de la mayoría de la nación, este voto puede conquistar a todas las demás”.
La ley, la verdad, representa la pauta para la sociedad, y éstas son lo que la mayoría de la gente piensa en determinado momento de la historia. Esta mayoría presiona a quienes nos representan en el Congreso o gobierno. Estas voces son las que ‘interpretan el sentir de la mayoría’. Esto es lo que ha venido sucediendo incluso en América Latina. El concepto cristiano de absolutos que no dependen de mayorías o minorías —y que era obligatorio— está siendo abandonado, aún en círculos cristianos. Como resultado se abre paso a la crueldad personal, la falta de humanidad y las contradicciones morales. Se grita y lucha por la abolición de la pena de muerte, pero se legaliza la muerte de un ser indefenso en el vientre de su madre.
Resuenan las palabras de la Biblia: “Hay de aquellos que a lo malo dicen bueno y a lo bueno dicen malo”.
Este cambio de criterio en la raza humana lo explica el Apóstol Pablo en Romanos 1:21 al 32:
- El diálogo con Dios se transformó en un monólogo del hombre consigo mismo.
- La mente del hombre se entenebreció.
- La búsqueda de sabiduría terminó en el encuentro con la necedad.
- La verdad fue reemplazada por la apariencia de verdad, falsos ídolos.
- Dios permite que el hombre asuma las terribles consecuencias de su decisión.
- La naturaleza pecaminosa se manifiesta en todo tipo de injusticia.
El hombre, al sentirse dueño de sí mismo y su entorno, siente una ansiedad irrefrenable de manipular y jugar con los procesos naturales, incluyendo la naturaleza humana. Esto tiene que ver con la ingeniería genética, la cual sin el concepto bíblico del hombre se vuelve cruel y amenazante. Es el nacimiento de la socio-biología. El criterio determinante son las mayorías y el valor supremo es la supervivencia. De ahí que la ética es reemplazada por la Bioética, definida por su creador R. Potter, como la ética de la vida: “Hay que hacer todo aquello que ayude a una mejor calidad de vida”. Sin embargo, los criterios éticos que se aplican son cada vez más utilitaristas. Se propugna por una ciencia cada vez más libre éticamente para actuar. El nacer y el morir se ubican en la misma escala del animal con la diferencia que nosotros cargamos MIEDO, ANSIEDAD Y CULPA.
Algo que decir
En esta avalancha de deshumanización, los cristianos tenemos y debemos decir algo. El ser humano es creación de Dios y, por lo tanto, tiene valor y dignidad. Sin embargo, el cristianismo no sólo debe ser creído, sino conocido como VERDAD. En Juan 3:16 Jesús dijo claramente: yo soy la verdad, no la “sophia” de los filósofos griegos, sino que la “aletheia”, o verdad última de las cosas. Él es la verdad absoluta que establece la diferencia entre lo verdadero y lo falso. Él es la medida de todas las cosas. Esta es la razón porque la que en Juan 1 el apóstol escoge para Jesús el título de “el Verbo” (el logos). Sus lectores griegos entendieron muy bien la supremacía de Jesucristo. Si Él es la verdad y todo lo contrario a Él, es falso.
Yo soy el camino, el “(h) odos”, no una opción más, o una ruta modificable. La palabra en el griego alude a un camino de piedras ubicadas para pasar un río. Sólo atraviesas si pisas en ellas. Debemos caminar sobre las bases espirituales y morales que están establecidas: yo soy la vida, en el sentido de Juan 10:10. Vida significativa, realización.
El cristianismo está íntimamente ligado con la historia y su impacto siempre ha sido positivo. Los hechos del cristianismo y las escrituras antiguo testamentarias que le precedieron son verificables. Donde quiera que el verdadero cristianismo ha llegado, la vida de hombres y comunidades han sido transformadas. Pareciera que hoy nos conformamos con una fe irreflexiva, no escritural. Hemos dado un salto al vacío sentimental que se vuelve creíble con las experiencias vividas o los aparentes resultados. Las bases de la Reforma Protestante deben ser redescubiertas: SOLA FE, SOLA ESCRITURA. Ellas fueron el fundamento de la democracia y las que dieron valor al individuo.
El señorío de Jesucristo y Su palabra deben ser proclamados en la Iglesia y en la sociedad. El obrero, el empleado, el profesional, el estudiante, el político cristiano deben levantar sus voces y proclamar los valores éticos y espirituales cristianos.
Las palabras que Isaías escuchó resuenan también hoy: ¿Quién irá por nosotros? ¿Quién escogerá ponerse al lado de la Santa Trinidad?
Ojalá tú y yo podamos decir: HEME AQUÍ, ENVÍAME A MI.