¿Qué es ser pastor de la Iglesia de Jesucristo?

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¿Qué es ser pastor de la Iglesia de Jesucristo?

Selecciones de un sermón inolvidable de Jonathan Edwards
condensado y adaptado al español por Les Thompson

En un domingo, septiembre 19 de 1746, el renombrado teólogo Jonathan Edwards[1] predicó el sermón de instalación del reverendo Samuel Buel, nombrado pastor de la congregación de East Hampton en Long Island (lo que hoy es la ciudad de Nueva York).  ¿Cómo le fue a Samuel Buel como pastor? La historia no nos dice.  Lo que sí ha quedado como ilustrísimo monumento es el sermón que Edwards predicó ese día.

¿Qué es y qué hace un pastor? Este es el tema que nos interesa. ¿Tendrá vigencia lo que fue dicho en tiempos coloniales para nosotros hoy en el siglo electrónico?  Si interpretó correctamente el sentir bíblico, no sólo tendrá vigencia, pero mucho que enseñarnos en nuestros días confusos y turbulentos.

Edwards basó su sermón en Isaías 62.4-5, un pasaje que a primera vista no parece tener nada que ver con el pastorado: “Y tu tierra tendrá esposo. Porque como el joven se desposa con una virgen, se desposarán contigo tus hijos; y como se regocija el esposo por la esposa, tu Dios se regocijará por ti.”  En su exposición Edwards muestra que el texto se refiere a los pastores.  Divide su plática de la siguiente forma:

Cuando un pastor propiamente se casa con una iglesia, la relación es igual a la de un hombre que se casa con una virgen.

La primera parte de la exposición de Edwards tiene que ver con el rol, o el quehacer, o el cargo de un pastor.  Lo podremos entender bajo las siguientes propuestas:

1.  EL PASTOR QUE ES LLAMADO POR DIOS LE SERVIRÁ COMO EMBAJADOR

Edwards dice que el ministro debe estar “propiamente llamado”, en sentido de las credenciales divinas esenciales para el cargo de embajador de Cristo.  Al decir “propiamente llamado” quiere diferenciar entre aquel que en verdad es llamado por Dios y apartado por El para hacerse cargo de la “novia” del Cordero, y otro que no tiene tal llamado ni tal comprensión de lo que es la Iglesia ni qué significa servir al Señor. Desea ser pastor por interés propio, por el prestigio de tener tal cargo, o por beneficios personales que opina tal cargo le dará. Se auto nombra pastor, pero no tiene las credenciales especiales de Embajador de Dios, pues Él no los ha llamado ni nombrado.

Para servir a la iglesia de Jesucristo, ha de tener el respaldo divino, pues, como indica el pasaje de Isaías, Dios desea darle a Su Iglesia ministros consagrados y capaces como fruto del gran amor que Él tiene para ella. Su propósito es derramar gran bendición y gloria espiritual sobre esa agrupación particular de su Iglesia universal. Ya que Su deseo es que la “gente” del mundo y los “reyes” de la tierra vean la “justicia” y “gloria” de Dios a través de Su iglesia, y que ésta sea “corona de gloria en la mano de Jehová, y diadema de reino en la mano del Dios tuyo” (vss.2-3), el embajador ha de ser escogido y empoderado por el mismo Señor de la Iglesia. Al no ser así, no habrá ni la bendición ni la gloria espiritual que Dios desea darle a la iglesia.

2.  EL PASTOR QUE ES LLAMADO POR DIOS RECIBIRÁ SUS CREDENCIALES DE LO ALTO

En segundo lugar, al decir “propiamente llamado” se trata de las credenciales espirituales que Dios da al pastor. Estas no le vienen porque hombres han impuesto sus manos sobre él, como se suele hacer al seguir ciertas tradiciones u observando ciertas costumbres eclesiásticas. Hay que cuidar que en tales actos de consagración se sigan normas que sean aceptables a Dios, ya que el ministro es representante de Él y no de los hombres.  Su nombramiento a una iglesia debe hacerse en conformidad al criterio divino, de forma santa, pura y de corazón abierto ante Dios.

Si en verdad el ministro es hombre de Dios, nombrado por Él para servir a una congregación, ha de esperarse un acompañamiento correspondiente de bendición que viene de parte de Dios. En tal caso han de haber grandes expectativas espirituales tanto por parte del pastor como por parte de la congregación. Por esto el pastor tomará su cargo responsablemente.  Por su parte, la congregación le recibirá como el enviado de Dios. Sólo así habrá ese tipo de unión que se asemeja a la de un desposado con su novia.

3.  EL PASTOR QUE ES LLAMADO POR DIOS AMARÁ A LA IGLESIA

El que propiamente es llamado por Dios (en el sentido espiritual de que hablamos) evidenciará un amor genuino por toda la iglesia de Cristo, no importa a dónde esta esté, ni de qué denominación sea.  Reconoce a toda la Iglesia como objeto especial del amor de Jesucristo.  Por tanto él también la amará y sentirá responsabilidad especial de ayudar a su membresía y a servirla.  Ya que es embajador y representante especial del Esposo, ha de ser recibido y escuchado con toda la dignidad correspondiente.

Sin embargo, aunque debe amar a toda la iglesia, su preocupación especial será para con la congregación particular a la cual él ha sido llamado. Como encargado en nombre de Cristo Jesús, ha de entregarse a esa iglesia, trabajar por ella, amarla, honrarla, confortarla en tiempos malos como en buenos, y velar por su bien —tanto espiritual como material— sin egoísmo, igual que cualquier esposo haría con la novia con que se ha casado.

Para usar otro simbolismo, el pastor no sólo es “esposo” de la iglesia, pero también es el “ángel” de la iglesia (Ap. 2.1,8,12, 18; 3.1,7,14), en el sentido de que los ángeles son ministros especiales de Dios para hacer todo lo que Él les ordena. Igualmente podríamos dar la interpretación a Apocalipsis 14.6 de que el “ángel” allí nombrado representa a todos los pastores (desde la ascensión de Cristo hasta Su retorno) a los cuales El entregó el mensaje del “evangelio para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo”.

5.  EL PASTOR QUE ES LLAMADO POR DIOS LLENARÁ DE GOZO A LA IGLESIA

Cuando propiamente ha habido la unión de un pastor con la iglesia el resultado es parecido a la unión de un hombre con una mujer. Hay afecto mutuo y evidencia de amor.  Los dos se llevan con cariño especial, se aman de corazón. El esposo se entrega a la novia con toda limpieza y pureza, igual que ella se presenta a él en la pureza de su virginidad.

Es así que un ministro llamado por Dios, que entiende su rol, se entrega a la iglesia. No es motivado por ganancia ni por beneficios personales, fueran cuales fueran, sino por amor sincero y afecto puro. La congregación igualmente le presta su estima y afecto santo, no porque lo admiran como hombre o por su sabiduría o su capacidad o elocuencia, sino como aquel que viene como mensajero del Dios Altísimo, llegando a ellos con una encomienda especial del cielo y con las calificaciones santas que reflejan las virtudes del mismo Cordero de Dios.

Así como en el pacto matrimonial el desposado y la novia se entregan el uno al otro, igualmente en nombre de Cristo el pastor se entrega a la congregación, con votos sinceros, prometiendo ser fiel pastor para ellos ante Dios mientras tanto el Señor en su providencia le permita servirlos. Ellos, a su vez, en votos santos le entregan el cuidado de sus almas y se someten a su sagrada dirección, atentos a sus enseñanzas, las cuales han de ser bíblicas y correctas, si es que en verdad representa a Dios.

Tal unión produce gran gozo. El pastor se entrega a su trabajo, dispuesto a dar todo lo que es y tiene para el bien de la congregación y ellos se dedican a escucharlo y a recibir con gozo las instrucciones y enseñanzas que Dios da a través de él. Así ambos llegan a ser de gozo mutuo, como decía el apóstol Pablo: “Y para que con gozo llegue a ustedes por la voluntad de Dios, y encuentre confortante reposo con ustedes” (Ro. 15.32) y “como también ustedes nos han entendido en parte que nosotros somos el motivo de su gloria, así como también ustedes la nuestra en el día de nuestro Señor Jesús”. (2 Co. 1.14).

6.  EL PASTOR QUE ES LLAMADO POR DIOS VELARÁ POR EL BIEN ESPIRITUAL DE LA IGLESIA

Otro beneficio de esta unión es que el pastor —con la bendición de Dios– busca la manera de fortalecer, nutrir, ministrar y promover el bien espiritual de cada miembro. Les advierte de los peligros, les muestra los delicados pastos, los protege del engaño, los llena de la Palabra, buscando la paz y prosperidad espiritual de ellos.

A su vez la congregación, sintiéndose satisfecha, busca la manera de que el pastor esté contento con ellos, supliéndole cuantas cosas sean esenciales para su comodidad, aliviándole las cargas materiales para que pueda seguir ministrándoles con gozo y bien. Cuando el pastor cruza por valles difíciles ministrándoles a ellos, la congregación lo respaldan y se unen a él para animarle, como hicieron los creyentes de la antigüedad,: “Levántate, porque esta es tu obligación, y nosotros estaremos contigo; esfuérzate y pon mano a la obra” (Esd. 10.4).

Es así que se establece entre pastor y congregación una feliz unión. Cuando el pueblo sufre, el pastor sufre con ellos. Cuando ve sus almas afligidas, él se siente afligido. Como dijera el apóstol: ¿Quién es débil sin que yo sea débil? ¿A quién se le hace pecar sin que yo no me preocupe intensamente? (2 Co. 11. 29); “Hemos sido consolados con vuestra consolación” (2 Co. 7.13).  Por su parte, la congregación también entra en las pruebas de él: “Bien hicisteis en participar conmigo en mi tribulación” (Fi. 4.14), “para que cuando llegue no tenga tristeza de parte de aquellos de quienes me debiera gozar” (2 Co. 2.3).

7.  EL PASTOR QUE ES LLAMADO POR DIOS ESTIMULARÁ A LA IGLESIA A TENER MUCHOS HIJOS

Finalmente, cuando propiamente ha habido una unión de pastor con la congregación, se verán los frutos, igual que cuando un matrimonio se casa. Hay fruto particular. No sólo se siente el pastor animado y gozoso con su relación con la congregación pero, al verles crecer en gracia, conocimiento y en obediencia a Dios, comienza a ver entre ellos avance espiritual y vidas cambiadas, las primicias del fruto palpable de su ministerio. En torno a la congregación, al verse satisfecha con lo que recibe en bienes espirituales, se siente con ánimo hacia el pastor y desea bendecirle palpablemente. Así hay gozo y gran provecho de ambas partes.

Pero el fruto no termina ahí. Bajo esta hermosa unión de pastor con su congregación, y la obediencia de ambos a Dios, se comienza a ver almas en el vecindario tocadas por el Espíritu de Dios. La iglesia comienza a evidenciar los beneficios de programas de evangelismo. Los vecinos se convierten. Se ve la riqueza del discipulado entre los nuevos creyentes. El sentir en la iglesia lo expresa Isaías: “Grita de júbilo, oh estéril, la que no ha dado a luz; prorrumpe en gritos de júbilo y clama en alta voz, la que no ha estado de parto; porque son más los hijos de la desolada Que los hijos de la casada, dice el Señor” (Is. 54.1). También 1 Pedro 2.2: “Deseen como niños recién nacidos, la leche pura de la palabra, para que por ella crezcan para salvación”.

CONCLUSIÓN

  1. Es al darse cuenta de la gloriosa intención que Dios tiene para Su Iglesia que el pastor reconoce su importantísimo rol.
    Como y se ha dicho, el pastor es:

    1. El embajador de Cristo, no es el esposo verdadero de la iglesia.
    2. El intermediario, que representa y habla en nombre del esposo.
    3. El encargado de preparar a la novia para su día de boda.
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  2. El pastor nunca olvida que su tarea es preparar a la novia para Cristo.
    Se parece a Mardoqueo quién preparó a Éster para que fuera la esposa del Rey Asuero. Él hizo que ella fuera ataviada con lo mejor de la casa del rey, purificándola seis meses con óleo de mirra y seis meses con perfumes aromáticos en preparación para su casamiento.
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    De forma parecida el ministro prepara a la iglesia, con su fiel predicación ataviándola en vestidos blancos de pureza, con su amor y exhortaciones, perfumándola para que sea radiante y deseable. Con oraciones y ejemplo adornándola de belleza: todo esto para entregarla como hermoso objeto de regocijo para el Señor Jesucristo. Su rol es de embajador, procura ganar almas para Cristo:x

Jesús y su parábola de la boda:
En Mateo 22 leemos del Rey que hizo preparativos para la boda de su hijo. Envió a sus siervos para hacer las invitaciones y traer a los invitados a la boda. Estos “siervos” son los ministros del evangelio. Es por la proclamación e invitación de ellos que el mundo oye y llega a Cristo. Por intermedio de su conducta, su celo, su amor y su predicación Dios hace Su obra en la tierra.

Además, es por el ministerio de enseñanza que los santos en las iglesias gozan de la verdad divina. Como dice Pablo a los corintios, “No es que queramos tener control de su fe, sino que somos colaboradores con ustedes para su gozo, porque es en la fe que permanecen firmes”. 2 Co. 1.24.

Seamos, pues, como embajadores y ministros de Jesucristo:

    1. Fieles e industriosos al cumplir la tarea que se nos ha cometido.
    2. Gozosamente gastándonos y luchando para el bien de la iglesia.
    3. Conscientes siempre de nuestra responsabilidad.
    4. Buscando la salvación de los perdidos y el bien de los salvados.
    5. Protegiendo y guiando a los que entran por nuestros portales.
    6. Enseñando con fidelidad sólo lo que Dios nos ha encomendado de quien es nuestro amo y Señor.
    7. Reconociendo que es ante Cristo que rendiremos cuentas por la manera en que cuidamos de Su esposa.

[1] Jonathan Edwards (1703 – 1758) es reconocido como uno de los cinco más importantes teólogos de la historia cristiana. Su ministerio lo ejerció en la región de Nueva Inglaterra durante los tiempos coloniales. Fue erudito bíblico, famoso evangelista, gran pastor, sobresaliente educador, e importante impulsor de la obra misionera. Durante su pastorado de 23 años, hubieron dos grandes movimientos del Espíritu Santo (uno en 1735 y el otro en 1740) donde almas que llegaban a sus servicios caían bajo increíble convicción de pecado (a veces gritando en medio de sus sermones, pidiendo perdón a Cristo Jesús) y otras señales extraordinarias del mover del Espíritu Santo. Uno de los pastores contemporáneos dijo de estos avivamientos, “los tiempos apostólicos parecen haber regresado por el despliegue del gran poder y la gracia del Espíritu divino”. Edwards, que hoy no sería considerado dinámico en el púlpito, leía sus sermones palabra por palabra. Pero tal formalidad no impidió el mover extraordinario del Espíritu de Dios. Como precaución a los excesos que siguieron a estas demostraciones genuinas, Edwards escribió un tratado importante sobre el tema: LAS MARCAS DISTINTIVAS DE LA OBRA DEL ESPÍRITU SANTO, un estudio que enseña como evaluar si algo es o no es del Espíritu Santo. Fue nombrado presidente de Princeton College en Enero de 1758. Dos meses más tarde, a causa de una epidemia de viruela, fue inoculado contra el virus, sólo para contraer la enfermedad y morir de una alta fiebre el 22 de marzo de 1758, a la edad de 55.