¿Qué entendemos con las tres categorías que señala el Apóstol Pablo: Salmos, himnos y cánticos espirituales?

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¿Qué entendemos con las tres categorías que señala el Apóstol Pablo: Salmos, himnos y cánticos espirituales?

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por: Tim y Lynn Anderson

Este esfuerzo es dedicado en memoria de Chuck Kuhnhausen de Milwaukie, Oregon,
un hombre que dedicó su vida a la música.

Cuenta una antigua tradición judía que después de haber creado al mundo, Dios convidó a los ángeles a una asamblea para que dieran sus comentarios. Uno de ellos opinó, “No falta sino una cosa, ¡el sonido de alabanza al Creador!”. Y, según el cuento, fue así que Dios le regaló a la humanidad el don de la música.  Claro está, que esta leyenda no reconoce que la música ha existido eternamente, como deducimos de tres citas bíblicas que afirman que Dios es musical[1]Éxodo 15:2; Salmo 118:14; Isaías 12:2, y otras que dicen que toda la naturaleza creada alaba al Señor, inclusive las estrellas, los árboles y los animales.[2]Job 38:7; 1 Crónicas 16:31-33,36; Salmo 96:11,12

Razón tenía aquel gran músico, Johann Sebastián Bach al afirmar, “La única meta y propósito de toda música debe ser la Gloria de Dios y por ese medio la mente se va recreando. Donde estos fines no se entienden claramente no existe música sino bulla diabólica”.

En las epístolas de Efesios y Colosenses, escritas a los creyentes en Asia (vigentes todavía para nuestra enseñanza y edificación), el apóstol Pablo, por inspiración del Espíritu Santo, nos señala tres categorías para tomar en cuenta al cantar a Dios. Además, el canto es mencionado a través de las Escrituras, dándonos pautas para agradar al Señor con nuestras voces.

Con el fin de comprender adecuadamente las instrucciones acerca de las tres categorías, es conveniente examinar el contexto en que fueron dadas, su significado en el idioma original, y su propósito, para aplicarlas en nuestra práctica.

El contexto de Efesios 5:18-20 y Colosenses 3:16 (las citas bíblicas que mencionan las categorías) incluye todo el contenido de las cartas de Efesios y Colosenses y más específicamente los versículos cercanos: Efesios 5:1-21 y Colosenses 3:1-17.

En el quinto capítulo de Efesios, el enfoque se revela como una comparación entre la luz y las tinieblas, tal como leemos en los versículos 8 al 11:

Efesios 5:8-11 8 porque en otro tiempo erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz 9 (porque el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad), 10 comprobando lo que es agradable al Señor. 11 Y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprendedlas,…(R95)

El hijo de Dios es un ser transformado, que busca agradar al Señor: (se supone que la inmoralidad, la inmundicia y la avaricia no rigen en su vida, según versículos 3 al 5). El pecado es normal para una persona idólatra con las costumbres mencionadas, porque vive en tinieblas y no tiene “herencia en el reino de Cristo y de Dios”.  Somos “luz en el Señor” y debemos andar “como hijos de luz”.

Los peligros de un ambiente saturado por lo sensual, lo impuro y lo material, con su codicia, no solamente existieron en esa ciudad importante de Asia en tiempos del Imperio Romano. Describen también las profundas tinieblas del mundo actual. “Los días son malos”, dice el versículo 16 y así continúan.

El hijo de Dios debe, y desea, imitar a Cristo, con un estilo de vida caracterizado por amor y entrega, en ofrenda y sacrificio al Señor en olor fragante (ver versículos 1 y 2). También el hijo de luz da fruto de honestidad y gratitud (vs. 4, 20), diligencia (v.15), buen uso del tiempo (v.16), comprensión de la voluntad de Dios (v.17), rechazo al vicio (v.18), y humildad en el temor de Dios (v.21).

De manera parecida, el enfoque de Colosenses 3:1-17 es la perspectiva Cristocéntrica expresada en la vida transformada del hijo de Dios, esto en conflicto con lo terrenal y pecaminoso del “viejo hombre”. Los versículos 1 al 3, y 10 al 17 hablan de una entrega completa al Señor, con la mirada en “las cosas de arriba”.

Por cierto, los versículos 8 y 9 muestran el contraste. La comunicación del “viejo hombre” se caracteriza por emociones descontroladas, actitudes maliciosas, blasfemia y mentiras. La idolatría figura nuevamente en las advertencias del libro de Colosenses como sensualidad, impureza y avaricia (ver v. 5), y el siguiente versículo, igual a Efesios 5:6, indica el triste resultado: “cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia”.

En cambio el creyente “revestido del nuevo” (ver v. 10) se va renovando en virtudes y paz, y la Palabra de Cristo guía su comunicación de amor, adornada con gratitud.

Colosenses 3:12-15  12Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de bondad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia.  13 Soportaos unos a otros y perdonaos unos a otros, si alguno tiene queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. 14 Sobre todo, vestíos de amor, que es el vínculo perfecto. 15 Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo. Y sed agradecidos. (R95)

Tanto en Efesios como en Colosenses, el contexto que antecede y sigue a los versículos que contienen las tres categorías de la música habla de la santidad en nuestro comportamiento personal y al relacionarnos en familia y en el campo laboral.  De manera que el canto de adoración y alabanza a Dios es fruto de una vida de diaria consagración y buen testimonio.  Así, damos “ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante” en el conocimiento de Cristo, como confirma 2 Corintios 2:14 y 15.  Luego el apóstol Pablo pregunta “para estas cosas, ¿quién es suficiente?”  Su respuesta es que “nuestra competencia proviene de Dios”.

Efesios 5:18-20 18 No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu, 19 hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones; 20 dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo. (R95)

Cantar salmos, himnos y cánticos espirituales de corazón, agradando a Dios, es resultado de la llenura del Espíritu Santo. Y toma lugar en la comunidad de creyentes, quienes cantan al Dios y Padre con gratitud, en el nombre de Jesús.

La segunda porción acerca de las categorías se encuentra en Colosenses 3:16-17, y dice así:

Colosenses 3:16-17 16 La palabra de Cristo habite en abundancia en vosotros. Enseñaos y exhortaos unos a otros con toda sabiduría. Cantad con gracia en vuestros corazones al Señor, con salmos, himnos y cánticos espirituales. 17 Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él. (R95)

Vemos la gran importancia que tiene la Palabra de Cristo para ser sabios y poder exhortarnos y recibir enseñanza, aquí todo esto relacionado con nuestro canto.

Para entender el significado de las tres categorías mencionadas, es importante tratar de comprender la idea original. Un salmo es el canto acompañado con instrumentos. En el Antiguo Testamento, el libro de los Salmos es una colección de cantos, oraciones y poesía hebrea con algunas inscripciones para indicar tonadas, y el modo de tocar instrumentos y cantar, tales como: “Mizmor”, que ocurre en 57 anotaciones y es la base del griego “psalmoi” que son cantos para instrumentos de cuerda; “Selah”, haga una pausa, tal vez para interludio musical; “Neginot”, usar instrumentos de cuerda, probablemente arpas; “Nehilot” tal vez se refiere a flautas; “Seminit”, octavo como indicación para el músico, posiblemente de usar un instrumento de 8 cuerdas; “Masquil”, contemplativo o didáctico.

Algunos salmos formaban parte de la liturgia en las fiestas, especialmente en la celebración de la Pascua.  El nombre en hebreo del libro de Salmos es “tejilim”, que significa “cánticos de alabanza”. A veces se llama “Salterio”, derivado del griego, psalterion, que significa el instrumento de cuerdas usado en la antigua Grecia con el canto.

Hay muchos tipos de salmos. La Biblia de estudio Reina-Valera 1995 identifica 12, y uno de ellos se trata de himnos de adoración y enseñanza doctrinal: los que exaltan a Dios como Rey y los himnos de Sión.  En la organización de los salmos se reconocen 5 himnarios, divididos por la época de su compilación.  Cada “himnario” termina con una bendición, o doxología.

Todo esto nos ayuda a entender que la palabra griega “psalmos” usada en las epístolas de Efesios y Colosenses, indica la Palabra de Dios cantada con el acompañamiento de instrumentos.  En algunos himnarios como “Celebremos Su Gloria” este tipo de canto se ha identificado con un pequeño ícono de una Biblia abierta. (Como una ayuda donde no hay instrumentos, existen himnarios electrónicos, como por ejemplo la orquesta digital, “Gloria”).

La segunda de las tres categorías, el término “himno” viene del griego “humnos” con la idea de celebrar.  Los himnos dan homenaje a Dios, reconociendo sus atributos y lo que hace.  Son de contenido doctrinal.  Ya vimos que hay himnos en el libro de los Salmos, y en el resto del Antiguo Testamento se encuentran más.

Varias porciones del Nuevo Testamento han sido identificadas como “himnos” además de ser llamadas “cánticos”, por ejemplo: los de María y Zacarías en Lucas y otros versículos aparentemente cantados por las congregaciones.

Han sido señalados los siguientes textos como “himnos”: Juan 1:1-18; Efesios 5:14 (fragmento tal vez asociado con Isaías 52 y 60); Filipenses 2:6-11; Colosenses 1:15-20; 1 Timoteo 3:16; Hebreos 1:1-4; Apocalipsis 5:9, 10, 12, 13 y 15:3,4.

Ahora, algunas de estas citas dicen que son cánticos, y no mencionan que sean himnos. No siempre es fácil limitar un canto a una categoría, excepto por la de cantar Palabra de Dios (salmos).

El término “cánticos espirituales” que hemos visto en las tres categorías de Efesios y Colosenses viene del griego, “odees pneumaticos”, que significa odas sobrenaturales, o sea con aliento de Dios.  Según el diccionario Larousse, una oda es “un poema lírico, dividido en estrofas, destinado a celebrar grandes acontecimientos o a importantes personajes…o bien a expresar sentimientos más familiares”. “Cánticos espirituales”, como definido en este artículo, son cantos de testimonio que hablan de la presencia y obra de Dios. Cuentan una historia.

Como los atributos del Señor se ven en lo que Él hace, muchas veces nuestro canto acerca de una experiencia espiritual particular contiene los elementos doctrinales y de adoración de un himno. Y los himnos también pueden incluir estrofas que parecen ser cánticos de testimonio. (Vimos un caso así en el anterior artículo acerca de Carlos Wesley).

Aunque el Antiguo Testamento nos habla de varias épocas cuando la música sacra proliferaba, describiendo su organización en el templo con detalles específicos, el Nuevo Testamento se limita a las breves instrucciones en las cartas del apóstol Pablo a los Efesios y a los Colosenses, instándonos a cantar salmos, himnos y cánticos espirituales, junto con el consejo de Santiago: “¿Está alguno alegre? Cante alabanzas”.  En parte se puede explicar la ausencia de mayor información sobre el canto en la iglesia primitiva porque seguramente los primeros cristianos utilizaban el canto judío de la época. No encontramos entre los grandes escritores del Nuevo Testamento inspirados poetas como David, Salomón, Miriam, Débora, y los miembros de las familias Asaf y Coré.

Lo que sí sabemos es que los primeros cristianos cantaban (aunque a veces en voz baja, escondidos en catacumbas). Plinio el Joven (62-114), el autor de muchas cartas de gran valor documental del primer siglo, siendo gobernador de Bitinia, escribió en cuanto a los cristianos que vivían en su provincia:

“Cierto día de la semana acostumbran reunirse antes del amanecer. Comienzan cantando himnos a un tal Jesucristo como si fuera el mismo Dios.  Luego hacen voto solemne, no para cometer algún crimen sino para evitar cometer robo, adulterio o ser incumplidos, no sólo con los miembros de su comunidad religiosa sino con los demás”. Es interesante que el historiador Plinio reconoce que el canto cristiano refleja tanto doctrina como comportamiento.

En el cuarto siglo de nuestra era se comienza a observar todo un género o estilo de música que se identifica con la iglesia cristiana. Con el fin de entender los conflictos que vivimos actualmente en cuanto a la música usada en la adoración y alabanza, conviene mirar hacia atrás en la historia, especialmente la época de la herejía arriana y los efectos que esta tuvo durante los siglos cuarto, quinto y sexto.

Arriano razonaba que siendo Jesús el Hijo de Dios, debe haber sido un ser creado (o sea que no era realmente Dios).  Al crecer el movimiento de Arriano, los teólogos de la iglesia se reunieron en Nicea, y en el año 325 lo declararon hereje. Quemaron sus escritos y lo desterraron a lo que hoy se conoce como Yugoslavia, creyendo que habían logrado defender la paz y la pureza de la Iglesia. Tal confianza estaba mal fundada. Arriano y sus seguidores atacaron inventando cánticos fáciles y pegajosos (llámense  “coritos” de alabanza) que sutilmente comunicaban y esparcían sus falsas creencias. Por medio de estos “coritos” el arrianismo se propagó como borrasca.

La situación fue tan alarmante que los teólogos se reunieron en Laodicea en el año 367, donde decidieron prohibir todo canto durante el culto con el fin de que la gente no cantara herejía.

La verdad es que los arrianos seguían cantando, y las cosas no empezaron a cambiar hasta que los teólogos se dieron cuenta de que ellos debían intervenir y administrar la música que se cantaba en las iglesias. Ese fue el comienzo de una de las grandes edades de oro que ha disfrutado la iglesia en cuanto a la buena himnología. Los teólogos del siglo quinto formularon la famosa frase latina: “les orandi, lex credendi”, o sea “se cree lo que se canta”, “así como adoramos/oramos/cantamos, es cómo entendemos y profesamos”.

Los teólogos que formularon el credo en Nicea en el siglo cuarto pensaron que el contenido controlaría la forma, pero al comenzar el siglo quinto era claro que son las formas que controlan igual o mayormente el contenido. En otras palabras, una buena teología sistemática ES necesaria, pero tendrá poco efecto si los himnos y cánticos no refuerzan esa teología. La forma (liturgia y canto) es lo primero que encontramos por el camino. Una de las razones por las cuales la herejía arriana hizo tantos estragos fue porque la Iglesia no tenía una himnología bíblica sistemática y comprensiva en aquel entonces, y la gente creyó los estribillos erróneos que cantaba.

El primer gran poeta de la época cristiana fue de origen español: Aurelio Clemente Prudencio. Nacido en Zaragoza en la ribera del Río Ebro en el año 348, al terminar sus estudios en derecho, el Ministerio de Justicia del Imperio Romano nombró magistrado al joven abogado. (Mientras que Aurelio servía durante varios períodos en la Madre Patria de España, el Emperador Julián el apóstata luchaba sin éxito para acabar con el cristianismo que cada vez cobraba mayor fuerza.)

Al llegar al poder el Emperador Teodosio, llamó a Roma a Aurelio Clemente con el fin de que éste se encargara del Ministerio de Seguridad del Imperio. Fue en Roma donde Prudencio se concretó mejor en cuanto a su fe cristiana y se preocupó por los estragos que hacían varias herejías, así como el materialismo que amenazaba dentro de la Iglesia (y él ayudó a abolir los juegos sanguinarios de gladiadores).

Consiguió su jubilación a los 57 años para dedicarse al servicio del Señor. Su deleite principal era escribir poesía para glorificar a Dios, y con la cual buscó refutar herejías, proveer alternativas para el canto que no fueran de origen pagano y ayudar a la iglesia a recordar lo que Dios ha hecho a través de sus apóstoles y otros grandes hombres y mujeres, incluyendo los mártires.

Escribió himnos para cada hora del día y su poesía es de gran valor para meditación devocional. De las 10,000 estrofas de los varios himnos de Aurelio Clemente, nos ha quedado el himno muy conocido: “Fruto del amor divino”[3]“Fruto del amor divino” CSG #159, Sólo a Dios la Gloria #219, Himnario Evangélico Luterano #208, Mil Voces #52 que usó para combatir el arrianismo, ya que afirma la divinidad de Jesucristo.

Otro de los primeros himnólogos de la era cristiana fue Ambrosio (333-397), pastor que ministraba en Milán, al Norte de Italia, y consejero espiritual del teólogo Aurelio Agustín (354-430).  Reconocía en el canto, un hermoso regalo de Dios para la Iglesia. Es autor del himno, “Eterno Padre celestial”[4]“Eterno Padre celestial” CSG #79, Himnos Majestuosos #83 que aún se canta alrededor del mundo.

Ambrosio recopiló himnos de todas partes del Imperio Romano y fue el padre del canto gregoriano, estilo de música que 16 siglos más tarde sigue siendo favorito de millones de personas.

Algo del santo asombro que sentía Ambrosio ante Dios, junto con su comprensión de la importancia de la adoración debe haber comunicado con éxito a su discípulo Aurelio Agustín.  En el primer tomo de su clásico libro “Confesiones”, éste escribió:

“¡Grande eres, Señor, y muy digno de alabanza; grande tu poder, e infinita tu sabiduría!  ¿Y te quiere alabar el hombre: el hombre, una parte de tu creación; el hombre, que lleva por todas partes su mortalidad, que lleva por todas partes la marca de su pecado y el testimonio de que Tú resistes a los soberbios?  Con todo, quiere alabarte el hombre, una parte de tu creación.  Tú le despiertas para que se deleite en alabarte; pues nos hiciste para Ti, y nuestro corazón anda desasosegado hasta que descanse en Ti”.

En otra ocasión dijo Agustín: “¡Cuánta nostalgia sentí al cantar tus himnos y cánticos, cuánto me conmovió escuchar la belleza de voces en alabanza en tu iglesia!”.  También exclamó: “La música y letra entraba por mis oídos, sus verdades fluían como ríos e inundaban mi corazón. Me sentía indigno y pecador a la vez que lleno y rebosando de gozo santo y celestial, de tal manera que mis ojos derramaban lágrimas y era bendecido como nunca”.

Así como Prudencio, Ambrosio y Agustín, nosotros también debemos darle importancia al canto con reverencia y santidad ante el Señor. Y es esencial seguir los parámetros que encontramos en Efesios y Colosenses. Entendamos su propósito, para aplicarlo en la práctica actual.

Nuestro canto es para mostrar luz, no tinieblas (ver también Ro 12:2). No hay lugar para efectos técnicos de centros nocturnos en la verdadera adoración, ni tampoco la mentalidad de mercadeo teñida de avaricia. El artista con gran séquito de “fans” (que se descontrola en sus presentaciones) no parece ser consecuente con las instrucciones del apóstol Pablo, de “imitar a Dios como hijos amados”. Tampoco puede ser sabio hacer encuestas sobre lo que sintonicen en la radio los que asisten a un culto para escoger un estilo pop/rock para el canto de la Iglesia. Nuestra música no debe tener el patrón de una mantra oriental ni de nada pagano.

Los salmos, himnos y cánticos espirituales han de ser muestras de la llenura del Espíritu Santo y una vida de santidad.  No basta el canto rutinario, mediocre, con poco corazón. Tampoco caben los cantos de protesta, que simplemente demuestran falta de gratitud y hasta amargura. Los sonidos, actuaciones y actitudes sensuales y mundanas no caracterizan “la verdadera alabanza”.

Nuestras voces deben entonar cantos que agraden al Señor y edifiquen a sus hijos. A todo costo debemos mantenernos a salvo de la “polución de la cultura popular”, de superficialidad, auto-centrismo y materialismo, para poder ofrecer sacrificios de alabanza que sean ofrenda de olor grato delante del Señor.

References

References
1 Éxodo 15:2; Salmo 118:14; Isaías 12:2
2 Job 38:7; 1 Crónicas 16:31-33,36; Salmo 96:11,12
3 “Fruto del amor divino” CSG #159, Sólo a Dios la Gloria #219, Himnario Evangélico Luterano #208, Mil Voces #52
4 “Eterno Padre celestial” CSG #79, Himnos Majestuosos #83