por John MacArthur
(Traducido por Henry Tolopilo)
Desde el 11 de septiembre del 2001, los temas de la guerra y la eliminación del terrorismo han dominado nuestras vidas. Las atrocidades inesperadas que les ocurrieron a muchas personas parecen ser tan injustas que es probable que muchos de nosotros apoyemos la guerra sin tener base bíblica.
Por los siglos, tres puntos de vista han surgido desde la iglesia en respuesta a la pregunta sobre la guerra:
Algunos creen que ninguna guerra se puede justificar (una posición llamada pacifista). Otros creen que los cristianos deben someterse a su gobierno y estar de acuerdo a pelear cualquier guerra en que se involucra el país (un punto de vista conocido como activista). Pero la mayoría de los cristianos mantienen el punto de vista que los creyentes pueden apoyar o inscribirse a defender guerras contra agresores malvados—una posición conocida como la teoría de guerras justas.
Nosotros nos identificamos con el tercer punto de vista—la teoría de guerras justas. Aquí hay tres razones por la cuales creemos que las guerras justas son permitidas en algunas ocasiones, y a veces necesarias.
Dios considera valiosa la vida humana
A primera vista, esa declaración tal vez parece excluir todas las guerras, pero es una verdad importante que apoya los principios que siguen.
Desde el principio, la Biblia afirma la posición exclusiva que tiene la humanidad en la creación. Dios nos creó con el privilegio único de llevar Su imagen (Génesis 1:26-27). Nos hizo humanos con morales responsables a Él, nos dio habilidades creativas como las de Él, y nos dio dominio sobre la tierra y todos sus ocupantes (vea Salmo 8).
Como portadores de Su imagen, hemos de reflejar su gobernación, creatividad, naturaleza moral y Su carácter. La caída de Adán seriamente dañó el género humano y su semejanza a Dios, y el pecado hace agria cada expresión de ello, pero aún quedan huellas. Y es esa imagen de Dios en el hombre que le da valor a toda la humanidad. Aquí hay algunos versículos que afirman el valor especial que tiene la vida humana:
Digo ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites? Le has hecho poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra. Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies. (Salmo 8:4-6)
¿No se venden dos pajarillos por un cuarto? Con todo, ni uno de ellos cae a tierra sin vuestro Padre. Pues aun vuestros cabellos están todos contados. Así que, no temáis; más valéis vosotros que muchos pajarillos. (Mateo 10:29-31)
Pues, ¿cuánto más vale un hombre que una oveja? Por consiguiente, es lícito hacer bien en los días de reposo.(Mateo 12:12)
Pero ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal. Con ella bendecimos al Dios y padre, y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios. De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así. (Santiago 3:8-10)
Dios nos manda a proteger la vida humana
Porque la vida humana es valiosa, Dios decretó su preservación y protección requiriendo castigo para cualquier persona que asesine a un ser humano hecho en Su imagen. Él promulgó este mandamiento cuando Noé dejó el arca para empezar de nuevo en la tierra que ya se había secado:
Porque ciertamente demandaré la sangre de vuestras vidas; de mano de todo animal la demandaré, y de mano del hombre; de mano del varón su hermano demandaré la vida del hombre. El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada; porque a imagen de Dios es hecho el hombre. (Génesis 9:5-6)
Una de las primeras cosas que Dios puso como impresión en la mente de Noé después de la inundación fue una apreciación renovada por la vida humana. La vida es tan valiosa que en realidad tiene que ser protegida—Dios manda la muerte de aquellos que asesinan. La ejecución de asesinos subraya la santidad de la vida humana y la seriedad de lastimar aquellos quienes han sido creados en la imagen de Dios.
Dios da la comisión al gobierno de castigar a los malhechores
En el Nuevo Testamento, el apóstol Pablo declara que Dios autoriza que los gobiernos castiguen aquellos que cometan maldades. Se les es dicho a los oficiales civiles que carguen la espada como vengadores y que ejecuten ira sobre aquellos que practiquen la maldad:
Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos. Porque los magistrados no están para infundir temor al que hace el bien, sino al malo. ¿Quieres, pues, no temer la autoridad? Haz lo bueno, y tendrá alabanza de ella; porque es servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo. Por lo cual es necesario estarle sujetos, no solamente por razón del castigo, sino también por causa de la conciencia. Pues por esto pagáis también los tributos, porque son servidores de Dios que atienden continuamente a esto mismo. Pagad a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honra, honra. (Romanos 13:1-7)
Primera de Pedro 2:13-14 está de acuerdo, enseñando que Dios estableció el gobierno para asegurar orden en la sociedad, castigando a los malhechores:
Por causa del Señor someteos a toda institución humana, ya sea al rey, como a superior, y a los gobernadores, como por él enviados para castigo de los malhechores y alabanza de los que hacen bien.
Esos versículos indican que Dios da la responsabilidad a los gobiernos de sostener el castigo de aquellos quienes cometen atrocidades mortales—como la que se llevó a cabo el día 11 de septiembre. Y esa responsabilidad incluye hacer guerra cuando sea necesario contra naciones o grupos que cometan tales atrocidades.
Para más información sobre este tema, escuche el mensaje de John MacArthur, adaptado y predicado por Henry Tolopilo, titulado: La perspectiva bíblica de la guerra.
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