Mes de la Reforma: ¿Por qué hago las cosas que hago?

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Mes de la Reforma: ¿Por qué hago las cosas que hago?

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 Una reflexión
por Les Thompson

En el calendario cristiano el mes de octubre siempre nos lleva a la ciudad de Wittenberg y al joven Martín Lutero, viéndole clavar sus 95 protestas en la puerta de la catedral de la ciudad. Desde aquel día hasta el día de hoy el argumento queda en pie: ¿Cómo se logra el perdón de los pecados?

Lo que nos importa en este breve artículo, sin embargo, no es el tema de las indulgencias, ni el de la extensión de la gracia divina. Nuestra curiosidad se centra en otra pregunta más básica todavía: ¿Por qué es que tú y yo hacemos todas esas cosas que sabemos no debemos hacer?

Esta pregunta la levantó el renombrado Agustín de Hipona —hace ya unos 1,558 años— al contarnos de un episodio en su vida, cuando tenía dieciséis años de edad, episodio que se ha vuelto famosísimo. Léalo, y después lo comentaremos:

El hurto de las peras
por San Agustín de Hipona

Cierto es, Señor, que tu ley castiga el robo. Es una ley que tú has escrito en el corazón del hombre, a tal grado que ni aun nuestras grandes iniquidades la pueden tapar. ¿Qué ladrón hay que apruebe el robo por parte de otro? Aunque el mismo se haya enriquecido robando, no aprobaría el robo por parte de otro, aunque él lo hiciera por necesidad.

Sin embargo, yo quería robar, y robé, y lo hice, no impedido por ninguna pobreza, sino simplemente por no querer hacer lo bueno sino lo malo. Y robé aquello que no necesitaba robar, puesto que ya tenía mucho y de mejor calidad. Ni robe con intención de saborear lo robado, sino por el sencillo gusto de tomar algo que no era mío.

Había un peral en la vecindad de mi casa, cargado de peras, pero que ni por su aspecto ni por su sabor eran codiciables. Una medianoche —pues hasta esa hora habíamos alargado el juego para, por maldad, ir a  sacudir el peral y disfrutarlo. Nos llevamos de allí grandes cantidades, no para comer nosotros, sino para arrojarlas a los puercos. Lo hicimos por placer, sencillamente porque sabíamos que era malo.

Este es mi corazón, Dios mío. Este es mi corazón del cual tuviste piedad aún cuando había caído a lo más profundo del abismo. Confieso que lo que este corazón mío pretendía con ese hurto era simplemente ser malo, y serlo por gusto, ya que la causa de mi malicia no era otra que el deseo de hacer lo malo.  ¡Aborrecible que era! Amaba mi maldad; amaba mi perdición, amaba mi error —no por ser un error que equivocadamente se comete, sino por el hecho de que era un error intencional. Vil alma, llena de torpezas, hundiéndose en la ruina, sin otro fin y sin otro deseo que la misma deshonra.

Las Confesiones de San Agustín, Libro II, Capítulo 12

La pregunta que se hace Agustín es: ¿Por qué robé aquellas peras? En varios capítulos de sus Confesiones, analiza sus acciones minuciosamente rehusando disculparse. Y su pregunta nos hace preguntanos: ¿Por qué hacemos intencionalmente lo que nosotros sabemos que no debemos hacer?

El filósofo Platón, cuando procuró explicar el mal, llegó a una conclusión ilógica, diciendo que nadie escoge lo malo intencionalmente.[1]Platón, Menón, 88c-89a. Pero Agustín lo contradice, pues en el análisis que hace de su propia experiencia se da cuenta de que la causa de mi malicia no era otra que el deseo de hacer lo malo. No robó las peras porque tenía hambre, ni porque le gustaban las peras. Dice: Lo hicimos por placer, sencillamente porque sabíamos que era malo. Tampoco robó las peras porque eran algo de gran valor. Reconoce: Robé aquello que no necesitaba robar. Dice esto porque en su casa tenía un excelente peral con peras de mucha mejor calidad. Sin ambigüedades dice: Amaba mi maldad; amaba mi perdición, amaba mi error —no por ser un error que equivocadamente se comete, sino por el hecho de que era un error intencional.

El mismo Agustín llegó a definir el mal como la ausencia de lo bueno.[2]Agustín, Confesiones, Libro II, Capítulo 12. Por eso en el análisis que hace del incidente confiesa que robó las peras por el puro amor de hacer algo que era malo. Se deleitó en ese robo precisamente porque sabía que era malo. El sabor del pecado le era más dulce que el sabor de las peras. Nada bueno le había motivado. Había una total ausencia del bien.

Platón había concluido que nadie escoge lo malo intencionalmente, Agustín con su sencillo relato puede mostrar que nuestras reflexiones y profundos deseos no siempre conducen a una conducta ética correcta. Al contrario, los deseos internos pueden llevarnos a hechos odiosos.

¿Por qué hacemos las cosas que hacemos? Agustín ni da excusa al pecador, ni da razón perdonadora. Al reconocer la perplejidad del corazón humano, sencillamente pregunta: ¿Quién desatará este nudo tortuosísimo e intricadísimo?[3]Confesiones, Libro II, Capítulo 10. Y, parecido a Pablo en Romanos 7, deja la respuesta al mal atrincherado en el corazón humano y a la investigación privada de cada pecador.

Quizás entonces, en lugar de buscar razones, debemos admitir la fragilidad de nuestra naturaleza. Así, siguiendo el consejo de San Pablo reconozcamos el potencial destructivo que llevamos dentro y “demos gracias a Dios por Jesucristo Señor nuestro”[4]Romanos 7:25 quien es el único que nos puede salvar de nosotros mismos.

References

References
1 Platón, Menón, 88c-89a.
2 Agustín, Confesiones, Libro II, Capítulo 12.
3 Confesiones, Libro II, Capítulo 10.
4 Romanos 7:25