Sentado en una silla plástica desgastada, estoy escuchando a mi tío Allen Thompson mientras enseña. Me he sentado en este tabernáculo de Los Pinos Nuevos—en el centro de Cuba—muchas veces durante las últimas dos décadas, especialmente para escuchar a mi padre enseñar. Es muy posible que me haya sentado en este mismo lugar, y hasta en esta misma silla.
Miles de personas han venido a celebrar el 90 aniversario del seminario que mi abuelo, Elmer Thompson, fundó junto con el pastor B.G. Lavastida en 1928. Hoy hay unas 400 iglesias por toda Cuba con el nombre de “Los Pinos Nuevos”, un maravilloso legado de la gracia de Dios plantada en el corazón de mi abuelo hace nueve décadas. Tuve el honor de asistir a la celebración en septiembre y decir algunas palabras en nombre de LOGOI. Qué alegría saber que el ministerio de LOGOI ha sido una parte integral de la capacitación bíblica que continúa hasta hoy en Los Pinos Nuevos.
Mirando a mi alrededor, recordé historias que mi papá me contaba sobre su niñez aquí. Podía imaginármelo envolviendo trapos alrededor de las llantas de su “nueva” bicicleta para poder conducirla por el camino pedregoso. Puedo imaginarme el arroyo hinchado por la lluvia donde él y mi tío Allen clavaban tiras de hojalata sobre los agujeros en el fondo de un pequeño bote que se hundió tan pronto lo pusieron en el agua.
Pero una historia quedó grabada en mi mente mientras miraba el camino de tierra que lleva al tabernáculo. Fue aquí donde mi papá vio a un hombre caminar por la calle buscando a mi abuelo. Papá era solo un niño y el abuelo estaba en una reunión de oración. Una desesperación en el rostro y la voz del hombre llevó a mi papá a ir a buscar a mi abuelo, a pesar de que tenía instrucciones estrictas de no interrumpirlo cuando enseñaba u oraba.
“Una vez fui muy rico”, el hombre le explicó a mi abuelo. “Pero un día, en un arrebato de celos, maté a un hombre”. Mi padre se quedó sin aliento escuchando. “Usé mi riqueza e influencia para comprar mi libertad”, continuó diciendo el hombre. “Me costó todo lo que tenía, incluyendo a mi familia y amigos”. Mi papá nos contó cómo el hombre cayó de rodillas llorando. “¡Pero no soy libre!”
Papá dijo que nunca olvidaría las palabras del hombre: “Hay una mancha en mi alma y no puedo deshacerme de ella sin importar lo que intente”. El hombre miró a los ojos de mi abuelo y le suplicó: “Me dijeron que usted podía ayudarme, Reverendo Thompson”. Entre sollozos, suplicó: “¡Por favor, ayúdeme! Temo que mi alma se pierda”.
Mi papá luego observó mientras mi abuelo le explicaba amorosamente al hombre desesperado sobre los pies y manos clavados de Jesús. En un momento glorioso, el pecado y la mancha en el alma del hombre fueron clavados en la cruz y una vida renació.
Ese mismo mensaje, “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en Él, no se pierda, mas tenga vida eterna.” (Juan 3:16) es para nosotros hoy.
Es el mismo mensaje que quita la mancha de nuestras almas. Y es este mismo mensaje el que nos da la gloriosa esperanza y promesa de una eternidad con nuestro Señor y Salvador. Es ese mensaje que proclamamos con alegría con todo lo que hacemos en LOGOI.
Sí, estoy orgulloso de ser un Thompson. He sido bendecido con un maravilloso legado. Pero pertenecemos a un legado mucho mayor. Pertenecemos a Jesús y solo Él puede quitar la “mancha en nuestra alma”. Tenemos la increíble alegría y el privilegio de ayudar a guiar a otros al pie de la cruz.
¡Ese sí es un legado!
¡Para siempre!
P.S. Vea los enlaces que aparecen abajo para leer algunos de nuestros recursos sobre las buenas nuevas de salvación eterna y cómo comunicarlas. ¡Síganos también en Facebook e Instagram!