Misión a toda criatura

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Misión a toda criatura

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por Salvador Dellutri

En los cuarenta días que van desde la resurrección hasta la ascensión, reiterada­mente el Señor Jesucristo indicó a sus discípulos los alcances de la tarea evangelizadora, que puede sintetizarse en las palabras recogidas por Marcos: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Mr. 16:15). Con ligeras variantes, la universalidad de la misión se confirma varias veces: “Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones…” (Mt. 28:19); “…y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones” (Lc. 24:47); “…me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra” (Hch. 1:8).

Sin embargo, la universalidad de la predicación del evangelio fue entendida lenta­mente por los primeros cristianos. Pedro y los demás apóstoles predicaron a judíos y limitaron su acción a gente que pertenecía a su propio pueblo. Dentro del judaísmo fueron amplios: predicaron al mendigo cojo en el pórtico de Salomón y testificaron ante las máximas autoridades judías (Hch. 3) superando todas las barreras sociales. La persecución que se inició con el martirio de Esteban los movilizó a la expansión hacia los samaritanos, una barrera difícil de superar para cualquier judío. Sin duda el ejemplo de Jesús frente a la samaritana debe haber servido de empujo para que entendieran que el mensaje no quedaba reducido a los judíos puros, sino que tenía mayor amplitud.

Mucho más costó atravesar la barrera que separaba a judíos y gentiles. Pedro necesitó una visión muy explícita y guía especial del Espíritu de Dios para poder entrar a la casa de Cornelio. Las palabras con las que inicia su predicación testimonian lo difícil que resultaba el contacto judío/gentil aún para los cristianos: “Vosotros sabéis cuán abominable es para un varón judío juntarse o acercarse a un extranjero…” (Hch. 10:28). La declaración del apóstol en cuanto a que “…Dios no hace acepción de personas” (Hch. 10:34) fue luego discutida en Jerusalén donde al principio encontró resistencia (Hch. 11:1-3).

Pero finalmente todas las barreras quedaron derribadas y el evangelio llegó “a toda criatura”. Los griegos del Areópago, el carcelero romano en Filipos, Lidia, Festo, Agripa y muchos más son el testimonio de que no había diferencias. Todas las clases sociales, todos los niveles culturales, hombres y mujeres de toda condición recibían la palabra del Señor. “A griegos y no griegos, a sabios y a no sabios soy deudor” (Ro. 1:14), dice el apóstol Pablo, sintetizando en una frase de tremenda carga que sentía pesar sobre sus espaldas y cuanto al evangelio.

La iglesia del Señor sigue teniendo un mensaje que es para “toda criatura” y está siempre abierta a todos los que con fe sincera se acercan a Jesucristo. Esto lo entendemos y podemos racionalmente aceptarlo, pero el problema se produce cuando tenemos que implementarlo en nuestra cotidiana realidad. Allí, muchas veces, lo que pregonamos con fuerza en lo doctrinal no encuentra su correspondencia en lo práctico. ¿Cómo hacer que la Iglesia extienda su mensaje a “toda criatura”?

En primer lugar, tenemos que tomar conciencia de quienes están incluidos dentro de la designación de “toda criatura” en nuestra comunidad. Para ello es importante tomar nota de todos los grupos que conforman la sociedad en la que está inmersa la iglesia local.

La iglesia tiende a iniciarse dentro de un nivel de la sociedad y se multiplica por afinidad dentro de ese mismo nivel. Pocas veces se propone como meta lograr alcanzar otros niveles, por lo tanto, se extiende en sentido horizontal, pero no tiene movilidad en sentido vertical. Si la iglesia está en la clase media se extiende con facilidad dentro de esa clase, pero muchas veces no toma conciencia de que hay una clase más baja, grupos marginales, clase alta, núcleos de poder, etc., que también están incluidos dentro del mandato evangelizador.

Para alcanzar a esos grupos la iglesia debe hacer un esfuerzo especial de adaptación que no siempre es tan fácil como parece. Estamos culturalmente condicionados para no hacerlo. Tenemos barreras mentales muy sólidas y es lógico que nos demande esfuerzo. Al intentarlo nos daremos cuenta de lo difícil que resulta la tarea y la necesidad que tenemos de comprender en profundidad qué significa la gracia de Dios y cómo tenemos que depender del Espíritu Santo.

En una importante ciudad latinoamericana, se efectuaba una campaña evangelística dirigida a la clase media y aceptaron al Señor un grupo de gitanas. Sus vestidos de vistosos colores se destacaban entre los que se acercaron al evangelista manifestando su fe en Jesucristo. La conversión era genuina, había una clara convicción de pecado, arrepentimiento y fe en Jesucristo. Fueron derivadas a una de las iglesias que organi­zaban el evento y al domingo siguiente estuvieron en el culto. Tres meses después dejaron de asistir. La razón que daba el pastor era que con sus vistosos vestidos y sus costumbres diferentes no podían incluirse en la iglesia. El error está a la vista: esos cristianos creían que además de convertirse a Cristo debían convertirse a la forma de vestir y a las costumbres de la clase media. Sentían que la iglesia estaba compuesta de gente que debía tener las mismas costumbres que ellos y fracasaron. No supieron diferenciar el fondo de la forma, perdiendo una importante oportunidad de abrir brecha nueva en el ministerio.

Es notable cuantas carencias se evidencian cuando se comienzan estos trabajos para alcanzar en sentido vertical. Por un lado, surgen paternalismos hacia quienes están debajo del nivel medio de la iglesia, actitudes sobreprotectoras que terminan por dificultar el crecimiento de los nuevos creyentes. Por otro lado, emergen actitudes obsecuentes cuando el grupo alcanzado está por encima del nivel medio de la iglesia. Ambas actitudes son condenables porque terminan esterilizando la obra.