XX
por Les Thompson
Como obsequio especial, incluimos dos canciones interpretadas por Les,
de su disco de los años setenta Melodías Latinoamericanas,
donde nos recuerda la alegría de la salvación y el gozo de la vida a plenitud en Cristo.
Esperamos que disfruten de la tierna voz de nuestro fundador.
Yo solo espero ese día
Cristo Jesucristo
Desde niño siempre quise ver a Dios. Ahora, como pastor, ese deseo se ha intensificado. Recuerdo cuando vi por primera vez una copia del famoso “Fresco” de Miguel Ángel pintado en la Capilla Sixtina del Vaticano (1508-11), ilustrando la historia de la creación hasta el diluvio. Cursaba el noveno grado, allá en Cuba, y estudiábamos un texto de historia que trataba de los grandes pintores antiguos. El libro tenía el muy conocido cuadro de Dios cuando creaba a Adán. Lo que más me interesó en aquel momento fue verle la cara a Dios (lo que tanto anhelaba).
Ahora bien, vengo de un hogar con un padre muy celoso por la verdad bíblica. Cuántas veces en el «altar familiar» discutimos el segundo mandamiento: «No te harás imagen, ni semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra». Ahí, frente a mí, tenía una representación de Dios. No sabía si estudiarla o si voltear la página y seguir leyendo. Pero al fin ganó mi curiosidad y me quedé absorto en el cuadro.
Entendía que Dios es Espíritu, por tanto estaba consciente de que aquella pintura de ninguna manera era una descripción literal de Dios. Sabía que Él no tiene cuerpo. Concluí enseguida que Miguel Ángel también conocía el segundo Mandamiento. Su cuadro entonces no era un intento idólatra, sino artístico, de hacer al mundo conocer la grandeza de Dios en su creación.
¿Qué conocía Miguel Ángel de Dios para darle aquella cara —esa intensidad de propósito en sus ojos, esa mirada que denotaba perfección, esa energía clara para completar lo que se había propuesto? Y los ángeles alrededor —su sincero interés en lo que hacía su Dios, algunos hasta esforzándose por ayudarle.
Recuerdo que cerré el libro con gran satisfacción y me dije: «Así de parecido, con su dedo maravilloso tocando el frágil dedo mío, el Dios de los cielos me hizo a mí».
Dios es mi Padre —pero ¿cómo será Él? Es mi Rey —pero ¡qué gusto me daría ver la gloria que lo rodea en su trono celestial! Semejante deseo, supongo yo, llena el corazón de muchos. ¿Qué nos dice la Biblia en cuanto al tema?
¿Recuerda a Felipe? Él también quería ver al Padre: «Señor, muéstranos el Padre, y nos basta, le dijo al Maestro» —Juan 14:8.
Nótese la importantísima respuesta de Jesús: «¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre? ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí?» —Juan 14:9-10.
La gran bendición de vivir en estos tiempos neotestamentarios es que ya no tenemos que subir ni al Sinaí ni al tercer cielo para ver a Dios. Él se nos muestra Juan 14.8-10, en toda su grandeza y perfección a través de Jesucristo, tal como se revela en su Palabra. Esta realidad es tan importante que Pablo nos dice: Doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo… a fin de que… seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura de la grandeza de Cristo, para que conociendo ese amor —que excede a todo conocimiento… seáis llenos de toda la plenitud de Dios.
¿Quiere alguien en su congregación ver al Padre? ¿Quiere usted como pastor ver a Dios? La Biblia nos dice: ¡Mire a Jesucristo! ¡Estudie a Jesucristo! ¡Llénese con Jesucristo! ¡Satisfágase con Jesucristo! El Padre se revela en Cristo Jesús con toda virtud, elocuencia y detalle. Ir más allá de Jesús, como quiso hacer Felipe, es buscar algo falso e indigno del propio Dios Padre.
¿QUÉ QUIERES?
¿Qué quiero, mi Jesús?…
quiero quererte.
Quiero cuanto hay en mí, del todo darte
Sin tener más placer que agradarte,
Sin tener más temor que el ofenderte.
Quiero olvidarlo todo y conocerte,
Quiero dejarlo todo por buscarte,
Quiero perderlo todo por hallarte,
Quiero ignorarlo todo por saberte.
Quiero, amable Jesús, abismarme
En ese dulce hueco de tu herida,
Y en sus divinas llamas abrasarme.
Quiero, por fin, en ti transfigurarme,
Morir a mí, para vivir tu vida,
Perderme en ti, Jesús, y no encontrarme.
—Calderón de la Barca (Español, 1600-1681)