Los dones del Espíritu: Dones específicos

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Los dones del Espíritu: Dones específicos

 

xx

 por Les Thompson

¿Cómo debemos entender y usar los dones espirituales específicos?

Explicación y base bíblica

En este capítulo continuaremos la consideración general de los dones espirituales, basándonos en el capítulo anterior y examinando con más detalle varios dones. No vamos a considerar todos los dones mencionados en el Nuevo Testamento, pero sí enfocaremos varios que no se entienden bien y el ejercicio de los cuales ha levantado controversia hoy. Por tanto, no examinaremos los dones cuyo significado y uso es evidente debido al término que se usa (tales como servicio, estímulo, contribución, mostrar liderazgo o mostrar misericordia), sino que más bien nos concentraremos en los siguientes dones: (1) profecía, (2) enseñanza, (3) curación de enfermos y (4) lenguas e interpretación.

A. Profecía

Aunque se le han dado varias interpretaciones al don de profecía, un examen fresco de la enseñanza del Nuevo Testamento sobre este don mostrará que se debe definir no como «predecir el futuro», ni como «proclamar una palabra del Señor», ni tampoco como «predicación poderosa»; sino más bien como «decir algo que Dios ha traído espontáneamente a la mente». Los primeros cuatro puntos del material que sigue respaldan esta conclusión; los puntos restantes tratan de otras consideraciones respecto a este don.[1]Para un desarrollo más extenso de todos los puntos que siguen respecto a la profecía, vea de Wayne Grudem, The Gift of Prophecy in 1 Corinthians, University Press of America, Lanham, MD, 1982, y … Continue reading

1. En el Nuevo Testamento la contraparte de los profetas del Antiguo Testamento son los apóstoles.
Los profetas del Antiguo Testamento tenían una impresionante responsabilidad: Debían poder hablar y escribir palabras que tenían autoridad divina absoluta. Podían decir: «Así dice el Señor», y las palabras que decían eran palabras directas de Dios. Los profetas del Antiguo Testamento escribieron en la Biblia sus propias palabras como palabras de Dios para todo tiempo (vea Nm 22:38; Dt 18:18-20; Jer 1:9; Ez 2:7; et al.). Por consiguiente, no creer o desobedecer las palabras de un profeta era no creer o desobedecer a Dios (vea Dt 18:19; 1 S 8:7; 1, R 20:36; y muchos otros pasajes).

En el Nuevo Testamento también hubo personas que hablaron y escribieron palabras de Dios mismo y las registraron en las Escrituras, pero tal vez nos sorprenda descubrir que Jesús ya no los llama «profetas» sino que usa un nuevo término: «apóstoles». Los Apóstoles son en el Nuevo Testamento la contraparte de los profetas del Antiguo Testamento (vea 1 Co 2:13; 2 Co 13:3; Gá 1:8-9,11-12; 1 Ts 2:13; 4:8,15; 2 P 3:2). Son los Apóstoles, no los profetas, quienes tienen autoridad para escribir las palabras de las Escrituras del Nuevo Testamento.

Cuando los apóstoles querían establecer su autoridad singular, nunca apelaban: al títuló de «profeta» sino que más bien se llamaban «apóstoles» (Ro 1:1; 1 Co 1:1; 9:1-2; 2 Co 1:1; 11:12-13; 12:11-12; Gá 1:1; Ef 1:1; 1 P 1:1; 2 P 1:1; 3:2; et ál.). Esto sugiere que las palabras profeta y profecía tal vez no hayan sido apropiadas para describir a los autóres de las Escrituras del Nuevo Testamento y que tal vez en ese tiempo, las palabras se usaban frecuentemente en un sentido más amplio.

2. Significado de la palabra profeta en tiempos del Nuevo Testamento.
Por qué Jesús escogió el nuevo término apóstol para designar a los que tenían la autoridad para escribir las Escrituras? Probablemente porque la palabra griega profetes («profeta») en el tiempo del Nuevo Testamento tenía una amplia variedad de significados. Por lo general no tenía el sentido de «persona que habla palabras directas de Dios », sino más bien «persona que habla basado en alguna influencia externa» (a menudo algún tipo de influencia espiritual). Tito 1:12 usa la palabra en este sentido, en donde Pablo cita al poeta griego pagano Epiménides: «Fue precisamente uno de sus propios profetas el que dijo: “Los cretenses son siempre mentirosos, malas bestias, glotones perezosos“». Los soldados que se mofaban de Jesús también parecen usar la palabra profetizar de esta manera, cuando le vendaron los ojos a Jesús y exigieron: «Profetiza, quién es el que te golpeó?» (Le 22:64, RVR). No querían decir: «Di palabras de autoridad divina absoluta», sino «Dinos algo que te haya sido revelado» (cf. Jn 4:19).

Muchos escritos fuera de la Biblia usan la palabra profeta (gr. profetes) de esta manera sin querer decir que. había autoridad divina en las palabras del llamado «profeta». Ciertamente, en el tiempo del Nuevo Testamento el término profeta en el uso de todos los días simplemente quería decir «persona que tiene conocimiento sobrenatural» o «uno que predice el futuro»; o incluso simplemente «portavoz» (sin ninguna connotación de autoridad divina). Helmut Kramer examina una serie de ejemplos del uso de esta palabra cerca del tiempo del Nuevo Testamento en su artículo en Theological Dictionary of the New Testament, y concluye que la palabra griega que se traduce «profeta» (profetes) «expresa solamente la función formal de declarar, proclamar, dar a conocer» Sin embargo, debido que «todo profeta declara algo que no es suyo propio», la palabra griega que se traduce Heraldo (kerux) «es el sinónimo más próximo».[2] TDNT6, pp. 794-795

Por supuesto, las palabras profeta y profecía a veces se usaban en referencia a los apóstoles en contextos que enfatizaban la influencia espiritual externa (del Espíritu Santo) bajo la cual hablaban (como Ef 2:20; 3:5 y Ap 1:3; 22:7), pero esta no era la terminología ordinaria que empleaba para referirse a los apóstoles, ni tampoco los términos profeta y profecía en sí mismos implicaban autoridad divina en sus palabras o escritos. Mucho más comúnmente, las palabras profeta y profecía se usaban para referirse a creyentes ordinarios que hablaban no con autoridad divina absoluta, sino que simplemente informaban algo que Dios les había puesto en el corazón o traído a sus mentes.

3. El don de profecía es, dado a toda clase de creyentes en cada congregación.
Con el otorgamiento del Espíritu Santo en la plenitud del nuevo pacto en Pentecostés, un resultado fue la amplia distribución del don de profecía a miles del pueblo de Dios en miles de congregaciones cristianas por toda la iglesia primitiva. Pedro dijo que esto sucedería:

En realidad lo que pasa es lo que anunció el profeta Joel:
«Sucederá que en los últimos días —dice Dios, derramaré mi Espíritu sobre todo el género humano.

Los hijos y las hijas de ustedes profetizarán, tendrán visiones los jóvenes y sueños los ancianos. En esos días derramaré mi Espíritu aun sobre mis siervos y mis siervas, y profetizarán». (Hch 2:16-18)

Así como el oficio de sacerdote en el Antiguo Testamento estuvo reservado para unos pocos, pero en el Nuevo Testamento todo miembro del pueblo de Dios es sacerdote (o pertenece a un «sacerdocio real», 1 P 2:9), en el oficio de profeta hay también un cambio: el don de profecía se distribuye ampliamente al pueblo de Dios, pero la autoridad profética es una autoridad menor, y ya no tiene autoridad de palabras que proceden de Dios. Tenemos evidencia específica de profetas por lo menos en Jerusalén (Hch 11:27), Antioquía (Hch 13:1), Tiro (Hch 21:4), Cesares (Hch 21:8-9), Roma (Ro 12:6), Corinto (1 Co 14:29), Tesalónica (1 Ts 5:20-21), y las iglesias a las que Juan escribió (1 Jn 4:1-2). Cuando unimos esta evidencia a la promesa de distribución de dones que hallamos en Hechos 2:16-18 (antes citado), vemos que es probable que hubiera creyentes con el don de profecía en cada una de las miles de congregaciones cristianas del mundo antiguo. Pablo esperaba que estos profetizaran en cada reunión de la iglesia (1 Co 14:1,5,26,29-33).

¿Decían estos miles de personas con el don de profecía palabras que procedían de Dios y debían escribirse en las Escrituras, en el «libro del pacto» de Dios, para que se preservaran para todo el pueblo de Dios de todos los tiempos? Claro que no. Por cierto, ninguno de estos primeros profetas cristianos escribió un libro del Nuevo Testamento. Como vimos en el capítulo 2, fueron los apóstoles o personas directamente autorizadas por estos los que escribieron los libros del Nuevo Testamento. Entonces, ¿qué clase de autoridad tenían las palabras proféticas que escuchaban las congregaciones del Nuevo Testamento? Debe haber sido una autoridad inferior de algún tipo. En efecto, esto es lo que hallamos en varios versículos que describen el don de profecía.

4. Indicaciones de que los «profetas» no hablaban con una autoridad igual a las palabras de las Escrituras.

Hechos 21:4. En Hechos 21:4 leemos de los discípulos de Tiro: «Ellos, por medio del Espíritu, exhortaron a Pablo a que no subiera a Jerusalén». Esto parece ser. una referencia a una profecía dirigida a Pablo, pero ¡Pablo la desobedeció! Nunca lo hubiera hecho si la profecía hubiera contenido palabras directas de Dios y hubiera tenido la misma autoridad de las Escrituras.

Hechos 21:10-11. Luego, en Hechos 21:10-11 Agabo profetizó que los judíos de Jerusalén atarían a Pablo y que lo entregarían en manos de los gentiles, predicción que era casi correcta pero no del todo: Fueron los romanos, no los judíos, los que ataron a Pablo (v. 33; también 22:29),[3]En ambos versículos Lucas usa el mismo verbo griego (deo) que Agabo había usado para predecir que los judíos atarían a Pablo. y los judíos, antes que entregarlo voluntariamente, trataron de matarlo, y los soldados tuvieron que rescatarlo a la fuerza (v. 32).[4]El verbo que usó Agabo (paradídomi, «entregar») requiere el sentido de entregar algo voluntaria, consciente y deliberadamente a otro. Ese es el significado que tiene en todos los demás casos de … Continue reading La predicción no estaba muy lejos, pero tenía inexactitudes en detalles que habían puesto en tela de duda la validez de cualquier profeta del Antiguo Testamento. Por otro lado, este pasaje se podría explicar perfectamente bien mediante una suposición de que Agabo tuvo una visión de Pablo preso de los romanos en Jerusalén, rodeado de una chusma enfurecida de judíos. Su propia interpretación de tal «visión» o «revelación» del Espíritu Santo habría sido que los judíos habían atado a Pablo y le habían entregado a los romanos, y eso es lo que Agabo profetizó (hasta cierto punto erróneamente). Esta es exactamente la clase de profecía falible que encajaría en la definición de la profecía congregacional del Nuevo Testamento propuesta antes: o sea, informar en nuestras propias palabras algo que Dios espontáneamente nos ha puesto en la mente.

1 Tesalonicenses 5:19-21. Pablo dice a los tesalonicenses: «No desprecien las profesías, sométanlo todo a prueba, aférrense a lo bueno» (1 Ts 5:20-21). Si los tesalonicenses hubieran pensado que la profecía equivalía a Palabra de Dios en cuanto a autoridad, él nunca habría tenido que decirles que no la despreciaran; porque ellos «recibieron» y «aceptaron» la Palabra de Dios «con gozo del Espíritu Santo» (1 Ts 1:6; 2:13; cf. 4:15). pero cuando Pablo les dice «sométanlo todo a prueba», seguramente incluía por lo menos las profecías que acababa de mencionar en la frase previa. Al animarles a que se aferren «a lo bueno» está implicando que las profecías contienen algunas cosas que son buenas y otras que no lo son. Esto es algo que nunca se podría haber dicho de las palabras de un profeta del Antiguo Testamento ni de las enseñanzas autoritativas de un apóstol del Nuevo Testamento.

1 Corintios 14:29-38. Una evidencia más extensa sobre la profecía en el Nuevo Testamento la hallamos en 1 Corintios 14. Cuando Pablo dice: «En cuanto a los profetas, que hablen dos o tres, y que los demás examinen con cuidado lo dicho», sugiere que deben escuchar con atención y cernir lo bueno y lo malo, aceptando algo y rechazando el resto porque esta es la implicación de la palabra griega diakrino, que aquí se traduce «examinen con cuidado lo dicho»). No podemos imaginarnos que un profeta del Antiguo Testamento, como Isaías, hubiera dicho: «Escuchen lo que digo y examinen con cuidado lo dicho; separen lo bueno de lo malo, lo que deben aceptar y lo que no deben aceptar». Si la profecía tenía autoridad divina absoluta, habría sido pecado hacer eso. Pero aquí Pablo ordena hacerlo, sugiriendo que la profecía en el Nuevo Testamento no tenía la autoridad de palabra de Dios.[5]No se debe objetar que Hechos 28:17 habla de un cumplimiento de la profecía de Agabo, porque la narración entera de Hechos 28:17-19 se refiere a la transferencia de Pablo de Jerusalén a Cesares … Continue reading

En 1 Corintios 14:30 Pablo permite que un profeta interrumpa a otro: «Si alguien que está sentado recibe una revelación, el que esté hablando ceda la palabra. Así todo pueden profetizar por turno». De nuevo, si los profetas hubieran estado hablando palabras directas de Dios, igual en valor a las de las Escrituras, difícilmente Pablo hubiera dicho que los debían interrumpir y no permitirles que terminaran su mensaje. Pero eso es lo que Pablo ordenó.

Lo que Pablo indica es que nadie en Corinto, una iglesia que tenía mucha profecía, podía hablar palabras de Dios. Dice en 1 Corintios 14:36: «¡Qué! ¿Salió de ustedes la palabra de Dios? ¿O son ustedes los únicos que ella ha alcanzado?» (traducción del autor). Pablo claramente implica que «ninguna palabra de Dios» ha salido de todos los profetas de Corinto?[6]Varias traducciones recientes de 1 Corintios 14:36 añaden la idea de que la Palabra de Dios primero u originalmente salió de Corinto, pero el texto griego claramente no exige ese sentido. La … Continue reading

Luego, en los versículos 37 y 38, Pablo se adjudica a sí mismo una autoridad mucho mayor que la de cualquier profeta de Corinto: «Si alguno se cree profeta o espiritual, reconozca que esto que les escribo es mandato del Señor. Si no lo reconoce, tampoco él será reconocido».

Todos estos pasajes indican que la idea común de que los profetas hablaban «palabras del Señor» cuando no había presente ningún apóstol en las primeras iglesias es totalmente incorrecta.

5. ¿Qué debemos decir de la autoridad de la profecía hoy?
Las profecías en la iglesia de hoy se deben considerar como palabras humanas, no palabras de Dios, y no iguales en autoridad a las palabras de Dios.

La mayoría de los dirigentes pentecostales y carismáticos estarían de acuerdo en que la profecía contemporánea no es igual en autoridad a la Biblia. Pero hay que decir que, en la práctica real mucha confusión resulta del hábito de poner como prefacio a las profecías la frase común del Antiguo Testamento: «Así dice el Señor» (frase que ningún profeta, en ninguna parte del Nuevo Testamento, pronunció en ninguna iglesia del Nuevo Testamento:). El uso de esta frase es desdichado porque da la impresión de que las palabras que siguen son palabras directas de Dios, en tanto que el Nuevo Testamento no justifica esa posición y, cuando se les cuestiona, la mayoría de los portavoces carismáticos responsables no quieren afirmar tal cosas en cuanto a todas las partes de sus profecías. Así que se ganaría mucho y no se perdería nada si se descartara esa frase introductoria.

Ahora bien, es cierto que Agabo usa una frase similar («Así dice el Espíritu Santo») en Hechos 21:11, pero las mismas palabras (gr. tade legei) las usan los escritores cristianos después del tiempo del Nuevo Testamento para introducir paráfrasis muy generales e interpretaciones ampliadas grandemente de lo que se informa (como Ignacio, Epístola a los Filadelfos 7:1-2 [alrededor del 108 d.C.] y la Epístola de Bernabé 6:8; 9:2-5 [70-100 d.C.]). La frase al parecer quiere decir: «Esto es generalmente (o aproximadamente) lo que el Espíritu Santo nos dice».

Si alguien en realidad piensa que Dios está trayendo algo a su mente que debe informar a la congregación, no hay nada de malo con decir: «Pienso qué el Señor está poniéndome en la mente que… » o «Me parece que el Señor está mostrándonos… » o alguna expresión similar. Por supuesto, esto no suena tan «imponente» como «Así dice el Señor», pero si el mensaje realmente es de Dios, el Espíritu Santo hará que el mensaje resuene con gran poder en los corazones que necesitan oírlo.

6. Una «revelación» espontánea hace de la profecía un don diferente de los demás dones.
Si la profecía no contiene palabras directas de Dios, ¿qué es entonces? ¿En qué sentido viene de Dios? Pablo indica que Dios puede traer espontáneamente algo a la mente para que la persona que profetiza lo informe en sus propias palabras. Pablo llama a esto «revelación». «Si alguien que está sentado recibe una revelación, el que esté hablando ceda la palabra. todos pueden profetizar por turno, para que todos reciban instrucción y aliento», (1Co 14:30-31). Aquí usa la palabra revelación en el sentido más amplio que la manera en que los teólogos la han usado para hablar de las palabras de las Escrituras; pero el Nuevo Testamento en otras partes usa los términos revelar y revelación en un sentido más amplio de comunicación de Dios que no resulta en Escrituras o palabras iguales en autoridad a las Escrituras (vea Mt 11:27; Ro 1:18; Ef 1:17; Fil 3:15).

Pablo simplemente está refiriéndose a algo que Dios puede de repente traer a la mente o algo que Dios puede imprimir en la conciencia de alguien de tal manera que la persona se da cuenta que viene de Dios. Puede ser que el pensamiento que llega a la mente es sorprendentemente distinto de la línea de pensamiento de la persona, o que llega acompañado de sentido de urgencia o persistencia, o que de alguna otra manera hace que la persona sienta claramente que es del Señor. Así —que si un extraño entra y todos profetizan, «los secretos de su corazón quedarán al descubierto. Así que se postrará ante Dios y lo adorará, exclamando: “¡Realmente Dios está entre ustedes!”» (1 Co 14:25). Escuché un informe en cuanto a que esto está sucediendo en una iglesia claramente no carismática y bautista en los Estados Unidos. Un misionero se detuvo en medio de su mensaje y dijo algo como esto: «Yo no planeé decir esto, pero parece que el Señor está indicando qué alguien en esta iglesia acaba de dejar a su esposa y a su familia. Si es así, déjenme decirle que Dios quiere que regrese a ellos y aprenda a seguir el modelo divino para la vida de la familia». El misionero no lo sabía, pero en un balcón poco iluminado estaba sentado un hombre que había entrado a la iglesia momentos antes por primera vez en su vida. Esta descripción le encajaba perfectamente, y se dio a conocer, reconoció su pecado y empezó a buscar a Dios.

De esta manera la profecía sirve como «señal» para los creyentes (1 Co 14:22); es una clara demostración de que Dios está definitivamente obrando en medio de ellos, una «señal» de que la mano de Dios está bendiciendo a la congregación. Puesto que esto sirve también para la conversión de los que no son creyentes, Pablo anima a que se use este don cuando «entran algunos que no entienden o no creen» (1 Co 14:23).

Muchos creyentes en todos los períodos de la Iglesia han experimentado u oído de acontecimientos similares; por ejemplo, se puede haber presentado una petición no planeada pero urgente de orar por ciertos misioneros en Nigéria. Luego, mucho más tarde, los que oraron descubren que en aquellos precisos momentos los misioneros habían estado en un accidente de automóvil o a punto de un intenso conflicto espiritual y habían necesitado esas oraciones. Pablo llamaría «revelación» a este sentido o intuición de estas cosas, y la información que recibió la iglesia en cuanto de Dios se llamaría «profecía».. Puede haber contenido elementos de lo que el que hablaba entendía o interpretación de la misma, y era necesario evaluarla y probarla, pero sin embargo tiene de todos modos una función valiosa en la iglesia.[7]«Algunos creyentes hoy considerarían los informes de revelaciones de Dios como «palabras de sabiduría» «palabras de conocimiento». Sin embargo, en lugar de estas frases parece que el término … Continue reading

7. Diferencia entre profecía y enseñanza.
En tanto que toda la «profecía» del Nuevo Testamento se basa en esta clase de instigación espontánea del Espíritu Santo (cf. Hch 11:28; 21:4,10-11; y obsérvense los conceptos de profecía representados en Lc 7:39; 22:63-64; Jn 4:19; 11:51), en el Nuevo Testamento ningún acto de habla humana que se llame «enseñanza», sea hecho por un «maestro» o se describa con el verbo enseñar, jamás se dice que se basa en una «revelación». Más bien, «enseñanza» a menudo es simplemente una explicación o aplicación de las Escrituras (Hch 15:35; 18:11,24-28; Ro 2:21; 15:4; Co 3:16; He 5:12) o una repetición o explicación de instrucciones apostólicas (Ro 16:17; 2 Ti 2:2; 3:10 et al). Es lo que hoy llamaríamos «enseñanza bíblica» o «predicación».

Así que la profecía tiene menos autoridad que la «enseñanza», y las profecías en la iglesia siempre están sujetas a la enseñanza autoritativa de la Biblia. A Timoteo no se le dice que profetice en la iglesia las instrucciones de Pablo; debe enseñarlas (1 Ti 4:11; 6:2). A los tesalonicenses no se les dice que se aferren a las tradiciones que les fueron «profetizadas» sino a las tradiciones que Pablo les «enseñó» (2 Ts 2:15). Contrario a algunas opiniones, fueron los maestros, no los profetas, los que dieron liderazgo y dirección a las primeras iglesias.

Entre los ancianos, por tanto, estaban «los que dedican sus esfuerzos a la predicación y a la enseñanza» (1 Ti 5:17), y el anciano debía ser «capaz de enseñar» (1 Ti 3:2; cf. Tit 1:9); pero no se dice nada de los ancianos cuyo trabajo era profetizar, ni tampoco se dice nada de que el anciano debe ser «capaz de profetizar» no de que los ancianos deben «aferrarse a las profecías sanas». En su función de liderazgo, Timoteo debía cuidar de sí mismo y de su «enseñanza» (1 Ti 4:16), pero nunca se le dice que cuide de sus profecías. Santiago advierte que los que enseñan, no los que profetizan, serán juzgados con mayor severidad (Stg 3:1).

A la tarea de interpretar y aplicar la Biblia en el Nuevo Testamento se le llama «enseñanza». La distinción entre esto y la profecía es muy clara: Si un mensaje es resultado de una reflexión consciente del pasaje de la Biblia, y contiene interpretación del texto y aplicación a la vida, en términos del Nuevo Testamento es una enseñanza. Pero si el mensaje es algo que Dios trae de repente a la mente, es una profecía. Incluso las enseñanzas que uno ha preparado pueden verse interrumpidas por material adicional no planeado que el maestro bíblico de repente siente que Dios está poniéndole a la mente; en ese caso, es rima «enseñanza» mezclada con un elemento de profecía.

B. Enseñanza

El don de la enseñanza en el Nuevo Testamento es la facultad de explicar la Biblia y aplicarla a la vida de las personas. Esto es evidente en varios pasajes. En Hechos 15:35, Pablo, Bernabé y «muchos otros» están en Antioquía «enseñando y anunciando la palabra del Señor». En Corinto, Pablo se quedó un año y medio «enseñando entre el pueblo la palabra de Dios» (Hch 18:11). Y los lectores de la epístola a los hebreos, aunque debían haber sido maestros, tenían necesidad más bien de que alguien les volviera a enseñar «las verdades más elementales de la palabra de Dios» (He 5:12). Pablo les dice a los romanos en cuanto a las palabras de las Escrituras del Antiguo Testamento que «todo lo se escribió en el pasado se escribió para, enseñarnos [gr. didaskalía]»  (Ro 15:4) y le escribe a Timoteo que «toda la Escritura» es «útil para enseñar [didaskalía]» (2 Ti 3:16).

Por supuesto, si la «enseñanza» en la iglesia primitiva se basaba a menudo en las Escrituras del Antiguo Testamento, era lógico que pudiera basarse en algo igual en autoridad a las Escrituras, como las instrucciones apostólicas que habían recibido. Por eso Timoteo podía tomar la enseñanza que había recibido de Pablo, y encargarla a hombres fieles que fueran capaces para «enseñar a otros» (2 Ti 2:2). A los tesalonicenses se les dice: «Sigan firmes y manténganse fieles a las enseñanzas» que Pablo les había «enseñado» (2 Ts 2:15). Lejos de basarse en una revelación espontánea que se manifestaba durante un culto de adoración en la iglesia (como lo era la profecía), este tipo de «enseñanza» era la repetición y explicación de una enseñanza apostólica auténtica. Enseñar algo contrario a las instrucciones de Pablo era enseñar una doctrina diferente o herética (jeterodisdakalo) y no prestar atención a «las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo, y a la doctrina que es conforme a la piedad» (1 Ti 6:3; RVR). Es más, Pablo dijo que Timoteo fue a recordarles a los corintios las instrucciones que enseñaba por todas partes y en todas las iglesias (1 Co 4:17). De modo similar, Timoteo debía «encargar y enseñar estas cosas» (1 Ti 4:11), y «enseñar y recomendar» (1 Ti 6:2) las instrucciones de Pablo a la iglesia de Éfeso. Así que no fue profecía, sino enseñanza, lo que en un sentido primario (de los apóstoles) proveyó las normas doctrinales y éticas por las que se regulaba la iglesia. Y cuando los que aprendieron de los apóstoles empezaron a enseñar, sus enseñanzas fueron guiando y dirigiendo a las iglesias locales.

Así que la enseñanza en términos de las epístolas del Nuevo Testamento consistía en la repetición y explicación de las palabras de la Biblia (o de enseñanzas igualmente autoritativas de Jesús y de los apóstoles) y la aplicación de estas a los oyentes. En las epístolas del Nuevo Testamento, «enseñanza» a veces se parece mucho a lo que hoy describe nuestra frase «enseñanza bíblica».

C. Curación de enfermos

1. Introducción
La enfermedad y la salud en la historia de la redención. Debemos darnos cuenta desde el mismo comienzo que la enfermedad física vino como resultado de la caída de Adán, y la enfermedad y las dolencias no son más que parte de los resultados de la maldición después de la caída, y que a la larga llevan a la muerte física. Sin embargo, Cristo nos redimió de la maldición cuando murió en la cruz: «Ciertamente él cargó con nuestras enfermedades y soportó nuestros dolores, … y gracias a sus heridas fuimos sanados» (ls 53:4-5). Este pasaje se refiere a la curación física y espiritual que Cristo compró para nosotros, porque Pedro lo cita en referencia a nuestra salvación: «Él mismo, en su cuerpo, llevó al madero nuestros pecados, para que muramos al pecado y vivamos para la justicia. Por sus heridas ustedes han sido sanados» (1 P 2:24). Pero Mateo cita el mismo pasaje de Isaías con referencia a las curaciones físicas que Jesús realizó: «Con una sola palabra expulsó a los espíritus, y sanó a todos los enfermos. Esto sucedió para que se cumpliera lo dicho por el profeta Isaías: “Él cargó con nuestras enfermedades soportó nuestros dolores“» (Mt 8:16-17).

Todos los creyentes probablemente convendrían en que en la expiación Cristo ha comprado para nosotros no sólo completa libertad del pecado sino también completa libertad de las debilidades y dolencias en su obra de redención (vea el cap. 25, sobre la glorificación). Todos los creyentes probablemente estarían de acuerdo en que la posesión completa y plena de todos los beneficios que Cristo ganó para nosotros no la tendremos sino cuando Cristo regrese. Sólo «en su venida» (1 Co 15:23) recibiremos cuerpos perfectos resucitados. Lo mismo sucede con la curación física y la redención de la enfermedad física que surgió como resultado de la maldición en Génesis 3. Nuestra posesión completa de la redención de la enfermedad física no será nuestra sino hasta que Cristo vuelva y recibamos nuestros cuerpos resucitados.[8]Cuando las personas dicen que la sanidad completa está «en la expiación, la afirmación es verdad en sentido último, pero en realidad no nos dice nada de cuándo recibiremos la «sanidad … Continue reading

Pero la cuestión que nos confronta con respecto al don de curar es si Dios puede de tiempo en tiempo concedernos una degustación o un adelanto de la curación física total que nos concederá en el futuro. Los milagros de curación de Jesús por cierto que demuestran que a veces Dios está dispuesto a dejarnos probar parcialmente la salud perfecta que será nuestra en la eternidad. El ministerio de curación que se ve en la vida de los apóstoles y entre otros en la iglesia primitiva también indica que esto fue parte del ministerio de la era del nuevo pacto. Como tal, encaja en el modelo más amplio de bendiciones del nuevo pacto, mucho o todo de lo cual nos permite probar algo de las bendiciones que serán nuestras cuando Cristo regrese. «Ya» poseemos algunas de las bendiciones del reino, pero esas bendiciones «todavía no» son nuestras por completo.

2. Propósito de la curación de enfermos.
Como con los demás dones espirituales, la curación de enfermos tiene varios propósitos. Está claro que actúa como una «señal» para autenticar el mensaje del evangelio, para mostrar que el reino de Dios ha llegado. La curación también da consuelo a los enfermos y con ella demuestra el atributo divino de la misericordia para con los afligidos. Tercero, la curación equipa a las personas para el servicio conforme elimina los impedimentos físicos para el ministerio. Cuarto, la curación da una oportunidad de que Dios se glorifique conforme las personas ven evidencia física de su bondad, amor, poder, sabiduría y presencia.

3. ¿Qué en cuanto al uso de medicina?
Cuál es la relación entre la oración por salud, las medicina y la pericia de un médico? Es cierto que debemos usar la medicina si la hay disponible, porque Dios también ha creado sustancias en la tierra que tienen propiedades curativas. Las medicinas por tanto deben ser consideradas como parte de toda la creación, que Dios consideró «muy buena» (Gn 1:31). Debemos de buen grado usar la medicina con agradecimiento al Señor, porque «Del SEÑOR es la tierra y todo cuanto hay en ella» (Sal 24:1). Cuando hay medicina disponible y no las usamos (en casos en los que no usarlas nos pondría a nosotros o a otros en peligro), estamos indebidamente tentando al Señor nuestro Dios (cf. Lc 4:12, RVR). Es similar al caso en que Satanás tentó a Jesús retándolo a que se tirara del templo en vez de bajar por las gradas. Cuando hay disponibles medios ordinarios para bajar del templo (los escalones), es tentar a Dios saltar al vacío y con ello exigir que él realice un milagro en ese momento. No tomar medicinas efectivas porque queremos que Dios realice un milagro de curación en lugar de sanarnos mediante la medicina es muy similar a esto.

Por supuesto, es incorrecto confiar en los médicos y medicinas en vez de confiar en el Señor, error que cometió trágicamente el rey Asá: «En el año treinta y nueve de su reinado, Asá se enfermó delos pies; y aunque su enfermedad era grave, no buscó al SEÑOR, sino que recurrió a los médicos. En el año cuarenta y uno de su reinado, Asá murió y fue sepultado con sus antepasados» (2 Cr 16:12-13) Pero si se usa la medicina en conexión con la oración, debemos esperar que Dios bendiga y hasta multiplique la eficacia de la medicina (cf 1 Ti 5:23). Incluso Isaías, cuando recibió del Señor la promesa de salud ara el rey Ezequías, les dijo a los criados de Ezequías que buscaran una cataplasma de higos y la aplicaran (como remedio médico) a la llaga que sufría Ezequías. «Isaías dijo: Preparen una pasta de higos”. Así lo hicieron; luego se la aplicaron al rey en la llaga, y se recuperó» (2 R 20:7).

Sin embargo; a veces no hay medicina apropiada disponible, o la medicina no resulta. por cierto que debemos recordar que Dios puede sanar cuando los médicos y la medicina no pueden curar (y tal vez nos asombre saber con cuánta frecuencia los médicos no pueden curar, incluso en las naciones más avanzadas en medicina). Todavía más, puede haber muchas veces cuando una enfermedad no nos pone a nosotros ni a otros en peligro inmediato, y decidimos pedirle a Dios que cure nuestra enfermedad sin recurrir al uso de medicina simplemente porque deseamos otra oportunidad para ejercer nuestra fe y darle gloria, y tal vez porque deseamos evitar el tener que, gastar tiempo y dinero en médicos y medicina, o deseamos evitar los efectos secundarios que tienen algunas medicinas. En todos estos casos, es sencillamente cuestión de preferencia personal y no sería «tentar» a Dios. (Sin embargo, la decisión de no usar medicina en estos casos debe ser una decisión personal y no impuesta por otros.)

4. ¿Muestra el Nuevo Testamento métodos comunes usados para curar enfermos?
Los métodos que Jesús y los discípulos usaron para curar enfermos variaron de caso a caso, pero lo más frecuente fue la imposición de manos. Jesús podía haber dado una orden poderosa y todos en una enorme multitud hubieran sanado instantáneamente; sin embargo, «él puso las manos sobre cada uno de ellos y los sanó» (Lc 4:40). Poner las manos sobre las personas parece haber sido el principal medio que Jesús usó para sanar, porque cuando la gente se le acercaba y le pedía que los sanara no se limitaban a pedirle que oraran, sino que dijeron, por ejemplo: «Ven y pon tu mano sobre ella, y vivirá» (Mt 9:18).

Otro símbolo material del poder sanador del Espíritu Santo era la unción con aceite. Los discípulos de Jesús «sanaban a muchos enfermos, ungiéndolos con aceite» (Mr 13). Santiago les dice a los ancianos de la iglesia que unjan al enfermo con aceite al orar: «¿Está enfermo alguno de ustedes? Haga llamar a los ancianos de la iglesia para que oren por él y lo unjan con aceite en el nombre del Señor. La oración de fe sanará al enfermo y el Señor lo levantará. Y si ha pecado, su pecado se le perdonará» (Stg 5:14-15). El Nuevo Testamento a menudo enfatiza el papel de la fe en el proceso de curación; a veces la fe del enfermo (Lc 8:48; 17:19), pero otras veces la fe de otros que traen al enfermo para que lo sanen. En Santiago 5:15 son los ancianos los que oran, y Santiago dice que es «la oración de fe» la que sana al enfermo; esta debe ser la fe de los ancianos que oran, no la fe del enfermo. Cuando los cuatro hombres bajaron al paralítico por el agujero del techo donde Jesús estaba predicando, leemos: «Al ver Jesús la fe de ellos, le dijo al paralítico…» (Mr 2:5). En otras ocasiones Jesús menciona la fe de la cananea respecto a la curación de su hija (Mt 15:28), o la del centurión para la curación de su criado (Mt 8:10-13).

5.  ¿Cómo debemos orar por un enfermo?
Entonces, ¿cómo debemos orar respecto a las enfermedades físicas? Es cierto que es apropiado pedirle a Dios que cure, porque Jesús nos dice que oremos: «Líbranos del mal» (Mt 6:13), y el apóstol Juan le escribe a Gayo: «Oro para que te vaya bien en todos tus asuntos y goces de buena salud» (3 Jn 2). Es más Jesús frecuentemente sanó a todos los que le llevaron, y nunca despidió a la gente diciéndoles que les convenía seguir enfermos por más tiempo. Jesús nos revela el carácter de Dios Padre, y su ejemplo de curación compasiva muestra la voluntad de Dios en la enfermedad y en la cura. Además, siempre que tomamos algún tipo de medicina o busca, atención médica en alguna enfermedad estamos confesando que pensamos que es la voluntad de Dios que procuremos curarnos. Si pensáramos que Dios quisiera que sigamos enfermos, ¡nunca buscaríamos medios médicos para sanarnos! Así que cuando oramos parece correcto que nuestra primera suposición, a menos que tengamos razón específica para pensar lo contrario, debería ser que a Dios le agradaría sanar a la persona por la que estamos orando; hasta donde podemos decir según la Biblia, esta es voluntad revelada de Dios.[9]Vea la consideración en el cap. 5, 99. 95-98, sobre la voluntad secreta y revelada de Dios.

Entonces, ¿cómo debemos orar? Ciertamente, es correcto pedirle a Dios que no cure, y debemos acudir a él con la petición sencilla de que nos dé salud física en tiempo de necesidad. Santiago nos advierte que la incredulidad simple puede conducir a la falta de oración y a no recibir las respuestas de Dios: «No tienen, porque no piden» (Stg 4:2) Pero cuando oramos por los enfermos debemos recordar que debemos orar que Dios se glorifique en el caso, o sea que él escoja sanarnos o no. También debemos orar con la misma compasión sincera que Jesús sentía por los que sanó. Cuando oramos de esta manera Dios a veces, y tal vez a menudo, concede respuestas a nuestras oraciones.

Alguno puede objetar en este punto que, desde un punto de vista pastoral, mucho daño se hace cuando se anima a la gente a creer que ocurrirá un milagro de curación luego no sucede nada; y puede resultar en desilusión con la iglesia e ira contra Dios. Los que oran porque las personas sanen hoy necesitan oír esta objeción y usar sabiduría en lo que dicen a los enfermos.

Pero también debemos darnos cuenta de que hay más de un error que se comete: (1) No orar por los enfermos no es una solución correcta, porque incluye desobediencia a Santiago 5. (2) Decirle a las personas que Dios rara vez sana hoy que no deben esperar que suceda algo tampoco es una solución correcta, porque no provee una atmósfera conducente a la fe y no encaja bien con el patrón que vemos en el ministerio de Jesús y la iglesia primitiva en el Nuevo Testamento. (3) Decirles a las personas que Dios siempre sana hoy si tenemos suficiente fe es una enseñanza cruel que no cuenta con el respaldo de la Biblia (vea la sección 6, más adelante).

La solución pastoralmente sabia, parece estar entre los puntos (2) y (3). Podemos decirle a la personas que Dios con frecuencia sana hoy (si creemos que eso es cierto), y que es muy posible que se curará, pero que todavía vivimos en una edad en que el reino de Dios «ya» está aquí, pero «todavía no» está aquí por completo. Por tanto, los creyentes en esta vida experimentarán curas (y muchas otras respuestas a la oración), pero también experimentarán enfermedades contínuas y a la larga la muerte. En cada caso es la sabiduría soberana de Dios la que decide, y nuestro papel es simplemente pedirle y esperar su respuesta (sea «sí», o «no», o «sigue orando y espera»).

Los que tienen «don de sanar enfermos» (1 Co 12:9,28) serán los que hallan que sus oraciones por los enfermos reciben respuestas con mayor frecuencia y que las curaciones son más completas. Cuando eso se hace evidente, una iglesia será sabia al animar a esta persona en este ministerio y darle más oportunidad de orar por otros que estén enfermos. También debemos darnos cuenta de que los dones de curar pueden incluir ministerio no sólo en términos de salud física, sino también en términos de salud emocional. Puede a veces incluir la capacidad de librar a las personas de los ataques demoníacos, porque esto a veces también se llama «sanación» en la Biblia (vea Lc 6:18; Hch 10:38). Tal vez los dones de orar eficazmente en diferentes clases de circunstancias o por diferentes clases de necesidades es a lo que Pablo se refería cuando usó la expresión plural «dones de curar».

6. Pero, ¿qué si Dios no sana?
Sin embargo, debemos darnos cuenta de que no todas las oraciones por curación de enfermos recibirán respuesta en esta era. A veces Dios no concederá la «fe» especial (Stg 5:15) para que tenga lugar la cura, y a veces Dios decidirá leo sanar debido a sus propósitos soberanos. En estos casos debemos recordar que Romanos 8:28 sigue siendo verdad aunque experimentemos «los sufrimientos actuales» y aunque «gemimos interiormente, mientras aguardamos la redención de nuestro cuerpo» (Ro 8:18, 23), «sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman» (Ro 8:28). Esto incluye también trabajar en nuestras circunstancias de sufrimiento y enfermedad. Durante tales tiempos podemos encontrar aliento en los ejemplos de Pablo y otros que, aunque a menudo experimentaron milagros dramáticos, también sufrieron circunstancias de enfermedad y sufrimiento (cf. 2 Co 4:16-18; 12:7-9; Fil 2:25-27; 1 Ti 5:23; 2 Ti 4:20).

Cuando Dios decide no sanar, aun cuando se lo hemos pedido, lo correcto es dar gracias en toda situación (1 Ts 5:18; cf. Stg 1:2-4) y comprender que Dios puede valerse de enfermedad para acercarnos a él y mejorar nuestra obediencia a su voluntad. Por eso el salmista puede decir: «Me hizo bien haber sido afligido, porque así llegué a conocer tus decretos» (Sal 119:71) y «Antes de sufrir anduve descarriado, pero ahora obedezco tu palabra» (Sal 119:67).

Por consiguiente, Dios puede darnos una mayor santificación mediante la enfermedad y el sufrimiento, tal como puede darnos santificación y crecimiento en la fe mediante la curación milagrosa. Pero el énfasis del Nuevo Testamento, tanto en el ministerio de Jesús como en el ministerio de los discípulos en Hechos, parece ser animarnos en la mayoría de los casos a buscar con fervor y anhelo a Dios en cuanto a sanar, y luego continuar confiando en que él nos sacará con bien de la situación, sea que nos conceda curación fisica. Al punto es que en todo Dios debe recibir la gloria y nuestro gozo y confianza en él debe aumentar.

D. Lenguas e interpretación

1. Las lenguas en la historia de la redención.
El fenómeno de hablar en lenguas es en particular para la edad del nuevo pacto. Antes de que Adán y Eva cayeran en pecado, no había necesidad de hablar otros lenguajes, porque hablaban el mismo idioma y estaban unidos en el servicio a Dios y en comunión con él. Después de la caída, la gente hablaba el mismo lenguaje pero con el tiempo se unieron en oposición a Dios, y «la maldad del ser humano en la tierra era muy grande», y «todos sus pensamientos tendían siempre hacia el mal» (Gn 6:5). Este lenguaje: unificado usado en la rebelión contra Dios culminó en la construcción de la torre de Babel en un tiempo cuando «tenía entonces toda la tierra una sola lengua y unas mismas palabras» (Gn 11:1, RVR). A fin de detener aquella rebelión del hombre contra él, Dios en Babel «confundió el idioma de toda la gente de la tierra, y de donde los dispersó por todo el mundo». (Gn 11:9).

Cuando Dios llamó a Abraham (Gn 12:1), prometió hacer de Abraham una «gran nación» (Gn 12:2), y la nación de Israel que resultó de aquel llamado tenía un solo idioma que Dios quería que usaran en el servicio a él. Sin embargo, aquel idioma no hablaba el resto de las naciones del mundo, y estas quedaron fuera del alcance del plan divino de redención. Así que la situación se mejoró en algo, porque un lenguaje de entre todos los lenguajes del mundo se usaba en el servicio a Dios, en tanto que en Génesis 11 Dios no recibía alabanza en ningún lenguaje.

Ahora, si pasamos a la edad de la iglesia del Nuevo Testamento y miramos a la eternidad futura, veremos que de nuevo será restaurada la unidad del lenguaje, pero esta vez todo el mundo volverá a hablar el mismo lenguaje en el servicio a Dios, y para alabarle (Ap. 7:9-12; cf. Sof 3:9; 1 Co 13:8; tal vez Is 19:18).

En la iglesia del Nuevo Testamento hay un vislumbre de la unidad de lenguaje que existirá en el cielo, pero se da sólo en algunas ocasiones, y de una manera parcial. En Pentecostés, que fue el punto en el que el evangelio en realidad empezó a ir a todas las naciones, fue apropiado que los discípulos reunidos en Jerusalén «comenzaron a hablar en diferentes lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse» (Hch 2:4).[10]Este versículo muestra que el milagro fue de hablar, no de oíir. Los discípulos «comenzaron a hablar en otras lenguas (lenguajes o idioma El resultado fue que los judíos que estaban de visita en Jerusalén procedentes de varias naciones oyeron en su propio lenguaje una proclamación de «las maravillas de Dios» (Hch 2:11). Fue un impresionante símbolo del hecho de que el mensaje del evangelio estaba a punto de salir a todas las naciones del mundo, e invitaría a las personas de todo lugar a volverse a Cristo y ser salvos.

Todavía más, dentro del contexto del culto de adoración de la iglesia, el hablar en lenguas mas la interpretación da indicación adicional de la promesa de que un día serán superadas las diferencias de lenguajes que se originaron en Babel. Si este don está operando en una iglesia, sin que importe en qué lenguaje se eleve una palabra de oración o alabanza, una vez que hay interpretación, todos podrán entenderla. Esto es, por supuesto, un proceso de dos pasos que es «imperfecto», como lo son todos los dones en esta era (1 Co 13:9), pero con todo es una mejor situación que la que existió de Babel a Pentecostés, cuando no había manera de que la gente pudiera entender el mensaje en un idioma que no sabían.

Finalmente, orar en lenguas en una situación en privado es otra forma de oración a Dios. Pablo dice: «Si yo oro en lenguas, mi espíritu ora, pero mi entendimiento no se beneficia en nada» (1 Co 14:14). En el contexto global de la historia de la redención, esto también se puede ver como otra solución parcial a los resultados de la caída, por la que fuimos separados de la comunión con Dios. Por supuesto, esto no quiere decir que los espíritus de las personas pueden tener comunión con Dios sólo cuando hablan en lenguas; porque Pablo decía que oraba y cantaba tanto en lenguas tomó en su propio lenguaje (1 Co 14:15). Sin embargo, Pablo en efecto ve el orar en lenguas como un medio adicional de comunión directamente con Dios en oración y adoración. De nuevo, este aspecto del don de hablar en lenguas no estaba en operación, hasta donde podemos saberlo, antes de la edad del nuevo pacto.

2. ¿Qué es hablar en lenguas?
Podemos definir este don como sigue: Hablar en lenguas es oración o alabanza expresada en sílabas que el que habla no entiende.

a. Palabras de oración y alabanza dirigidas a Dios. Esta definición indica que hablar en lenguas es primordialmente conversación que se dirige a Dios (es decir, oración o alabanza). Por consiguiente, es diferente del don de profecía, que frecuentemente consiste en mensajes de Dios dirigidos a la gente en la iglesia. Pablo dice: «El que habla en lenguas no habla a los demás sino a Dios» (1 Co 14:2), y si no hay intérprete presente en el culto de la iglesia, Pablo les dice a los que tienen el don de hablar en lenguas «que guarden silencio en la iglesia y cada uno hable para sí mismo y para Dios». (1 Co 14:28).

¿Qué clase de habla es la que se dirige a Dios? Pablo dice «Si yo oro en lenguas, mi espíritu ora, pero mi entendimiento no se beneficia en nada» (1 Co 14:14; cf. vv. 14-17, en donde Pablo cataloga el hablar en lenguas como orar y dar gracias, y v. 28). Por tanto, hablar en lenguas al parecer es orar y alabar directamente a Dios, y viene del «espíritu» de persona que está hablando.

Esto no es incongruente con la narración de Hechos 2, porque la multitud dijo: «¡Todos por igual los oímos proclamar en nuestra propia lengua las maravillas de Dios!» (Hch 2:11), descripción que por cierto podía significar que todos los discípulos estaban alabando a Dios y proclamando sus poderosas obras en adoración, y que la multitud empezó a escuchar esto conforme tenía lugar en varios lenguajes. En realidad, no hay indicación de que los discípulos mismos estuvieran hablándole a la multitud, sino hasta Hechos 14, cuando Pedro se puso de pie y se dirigió directamente a la multitud, presumiblemente en griego.

b. No la entiende el que la habla. Pablo dice que «el que habla en lenguas no habla a los demás sino a Dios. En realidad, nadie le entiende lo que dice, pues habla misterios por el espíritu» (1 Co 14:2). De modo similar, dice que si hay alguien que habla en lenguas de interpretación, no se comunica nada: «Seré como un extranjero para el que me habla, el lo será para mí» (1 Co 14:11). Todavía más, el argumento completo de 1 Corintios 14:13-19 da por sentado que cuando se habla en lenguas en la congregación, si no va acompañado de interpretación, los que lo oyen no entienden.

En Pentecostés se habló en lenguajes conocidos, «los que lo oyeron entendieron, porque cada uno les oía hablar en su propia lengua» (Hch 2:6). Pero, de nuevo, los que hablaban entendieron lo que hablaban, porque lo que causó el asombro fue que eran galileos los que hablaban todos estos diferentes lenguajes (v. 7). Parece, por tanto, que a veces el hablar en lenguas puede incluir hablar en lenguajes humanos reales, a veces incluso lenguajes que entienden algunos de los que oyen. Pero en otras ocasiones, y Pablo da por sentado que esto será el caso ordinariamente, el habla será en un lenguaje que «nadie entiende» (1 Co 14:2).

c. No en éxtasis, sino controlado por la persona. Algunas iglesias dicen que la frase «hablar en lenguas» debiera traducirse «habla extática», lo queda respaldo adicional a la idea de que los qué hablan en lenguas pierden el sentido de lo que los rodea o pierden el control de sí mismos, o se ven forzados a hablar contra su voluntad. Es más, algunos de los elementos extremos en el movimiento pentecostal han permitido conducta frenética y desordenada en los cultos de adoración, y esto, según algunos, ha perpetuado la creencia de que hablar en lenguas es tina clase de habla extática. Pero no es este el cuadro que nos da el Nuevo Testamento. Incluso cuando el Espíritu Santo vino con abrumador poder en Pentecostés, los discípulos pudieron dejar de hablar lenguas para que Pedro pudiera dar su sermón a la multitud reunida. Más explícitamente, Pablo dice: «Si se habla en lenguas, que hablen dos —o cuando mucho, cada uno por turno; y que alguien interprete. Si no hay intérprete, que guarden silencio en la iglesia y cada uno hable para sí mismo y para Dios» (1 Co 14:27-28). Aquí Pablo exige que los que hablan en lenguas hablen por turno, y limita el número a tres, indicando claramente que los que hablan en lenguas estaban conscientes de lo que sucedía alrededor de ellos y que podían controlarse lo suficiente para hablar sólo cuando les tocaba el turno y cuando nadie más estaba hablando. Si no había intérprete, debían fácilmente guardar silencio y no hablar. Todos estos factores indican un alto grado de dominio propio y no dan respaldo alguno a la idea de que Pablo pensaba que las lenguas eran habla extática.

d. Lenguas sin interpretación. Si no, se sabe que en la asamblea está presente alguien que tenga el don de interpretación, el pasaje indicado antes dice que el hablar en lenguas debe hacerse en privado. No debe haber nada de hablar en lenguas en el culto de la iglesia sin que tenga interpretación:

Pablo habla de hablar en lenguas y cantar en lenguas cuando dice: «Qué debo hacer entonces? Pues orar con el espíritu, pero también con el entendimiento; cantar con el espíritu, pero también con el entendimiento» (1 Co 14:15). Esto da más confirmación: a la definición antes dada en la que se ve las lenguas como algo primordialmente dirigido a Dios en oración y alabanza. También da legitimidad a la práctica de cantar en lenguas ya sea en público o privado. Sin embargo, las mismas reglas se aplican lo mismo a cantar que hablar; si no hay intérprete, hay que hacerlo en privado.

No obstante, a pesar de que Pablo se pronuncia en contra del uso de lenguas sin interpretación en la iglesia, las ve de manera positiva y anima a que se haga en privado Dice: «El que habla en lenguas se edifica a sí mismo; en cambio, el que profetiza edifica a la iglesia» (1 Co 14:4). ¿Cuál es la conclusión? No es (como algunos aducirían que los creyentes no deben usar el don o pensar que no tiene valor alguno cuando se usa en privado. Más bien dice: «Qué debo hacer entonces? Pues orar con el espíritu pero también con el entendimiento; cantar con el espíritu, pero también con el entendimiento» (v. 15). Y dice: «Doy gracias a Dios porque hablo en lenguas más que todos ustedes» (v. 18), y «Yo quisiera que todos ustedes hablaran en lenguas, pero mucho más que profetizaran» (v. 5), y «ambicionen el don de profetizar, y no prohiban que se hable en lenguas» (v. 39). Si nuestra interpretación del concepto de las lenguas como oración y alabanza a Dios es correcta, es de esperarse que haya edificación, aún que el entendimiento del que habla no entienda lo que está diciendo, porque su espíritu humano se está comunicando directamente con Dios. Según Pablo, así como la oración y la adoración en general nos edifican, esta clase de oración y adoración no edifica también.

e. Lenguas con interpretación: Edificación para la iglesia. Pablo dice: «El que profetiza aventaja al que habla en lenguas; a menos que éste también interprete, para que la iglesia reciba edificación» (1 Co 14:5). Una vez que se interpreta un mensaje en lenguas, todos pueden entender.

En ese caso Pablo dice que el mensaje en lenguas es tan valioso para la iglesia como la profecía. Debemos notar que no dice que tiene las mismas funciones (por que otros pasajes indican que la profecía es comunicación de Dios por medio de seres humanos, en tanto que el ejercicio de las lenguas es comunicación de los seres humanos con Dios). Pero Pablo dice claramente que tienen igual valor para edificar a la iglesia. Podemos decir que mediante el don de interpretación se informa a la iglesia el significado general de algo que se ha dicho en lenguas.

f. No todos hablan en lenguas. Así como no todos los creyentes son apóstoles, tampoco todos son profetas, ni maestros, y no todos poseen dones de curación de enfermos, no todos hablan en lenguas. Pablo claramente implica esto cuando hace un serie de preguntas, para las cuales esperan la respuesta «no», e incluye la pregunta «¿Hablan todos en lenguas?» (1 Co 12:30). La respuesta implicada es que no. Algunos han aducido que Pablo aquí sólo quiere decir que no todos hablan en lenguas públicamente, pero que tal vez él hubiera reconocido que todos pueden hablar en lenguas en privado. Pero esta distinción parece ajena al contexto, y no convence. Pablo no especifica que no todos hablan en lenguas públicamente o en la iglesia, sino que no todos hablan en lenguas. Su siguiente pregunta es: «¿Interpretan todos?» (v. 30). Sus dos preguntas previas fueron: «¿Hacen todos milagros? ¿Tienen todos dones para sanar enfermos?» (vv. 29-30). ¿Diríamos respecto a estos dones lo mismo que se ha dicho en cuanto a las lenguas: que no todos interpretan lenguas públicamente pero todos pueden hacerlo en privado; o que no todos hacen milagros públicamente pero todos pueden hacer milagros en privado? Tal distinción parece no tener base en el contexto.

Preguntas de repaso

  1. ¿Hablaron los profetas del Nuevo Testamento con la misma autoridad como la de las Escrituras? Presente respaldo, bíblico para su respuesta.
  2. Si la profecía no es igual a las Escrituras en autoridad, ¿en qué sentido podemos decir que es de Dios? Distinga entre una «revelación» (según se define en este capítulo) y una profecía.
  3. ¿De qué manera es el “don de enseñanza” diferente a la profecía? ¿Cuál tiene mayor peso en la Iglesia?
  4. ¿Cuál es la relación entre el don de curar enfermos en la era de la Iglesia y los cuerpos resucitados que los creyentes recibirán cuando Cristo vuelva?
  5. Mencione por lo menos cuatro propósitos de la curación de enfermos.
  6. Defina «hablar en lenguas». ¿A quién se dirige el hablar en lenguas?
  7. En un ambiente público en la iglesia, ¿qué otro don espiritual debe acompañar al don de hablar en lenguas? ¿Puede una persona hablar en lenguas en privado? Presente respaldo bíblico para su respuesta.

Preguntas para aplicación personal

  1. ¿Ha experimentado usted el don de profecía según se define en este capítulo? ¿Cómo lo llamó usted? ¿Se ha manifestado este don (o algo parecido) en su iglesia? Si es así, ¿cuáles han sido los beneficios, y los peligros? Si no, ¿piensa usted que este don pudiera ser útil en su iglesia? ¿Por qué sí o por qué no?
    xx
  2. ¿Desempeñan eficazmente en su iglesia el don de la enseñanza? ¿Quién usa este don además del pastor y los diáconos? ¿Piensa usted que su iglesia aprecia adecuadamente la sana enseñanza bíblica? ¿En qué aspectos (si acaso alguno) piensa usted que su iglesia necesita crecer en su conocimiento y amor de las enseñanzas de las Escrituras?
    xx
  3. De los demás dones que se trataron en este capítulo, ¿ha usado usted alguno de ellos? ¿Hay alguno que a su modo de pensar su iglesia necesita pero no tiene al momento? ¿Qué piensa usted que sería lo mejor que pudiera hacer en respuesta a esa necesidad?

Lectura bíblica para memorizar 1 Corintios 12:7-11

A cada uno se le da una manifestación especial del Espíritu para el bien de los demás. A unos Dios les da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otros, por el mismo Espíritu, palabra de conocimiento; a otros, fe por medio del mismo Espíritu; a otros, y por ese mismo Espíritu, dones para sanar enfermos; a otros, poderes milagrosos; a otros, profecía; a otros, el discernir espíritus; a otros, el hablar en diversas lenguas; y a otros, el interpretar lenguas. Todo esto lo hace un mismo y único Espíritu, quien reparte a cada uno según él lo determina.

References

References
1 Para un desarrollo más extenso de todos los puntos que siguen respecto a la profecía, vea de Wayne Grudem, The Gift of Prophecy in 1 Corinthians, University Press of America, Lanham, MD, 1982, y también de Wayne Grudem, The Gift of Prophecy in the New Testament and Today, Kingsway, Eastbourne, UK, y Crossway, Westchester, IL, 1988. (El primero es más técnico con más interacción con la literatura de erudición.) Mucho del material que sigue en cuanto a la profecía es adaptado de mi artículo «Why Christians Can Still Prophecy», en Christianity Today, 16 de septiembre de 1988, pp. 29-35, y se usa con permiso.
2 TDNT6, pp. 794-795
3 En ambos versículos Lucas usa el mismo verbo griego (deo) que Agabo había usado para predecir que los judíos atarían a Pablo.
4 El verbo que usó Agabo (paradídomi, «entregar») requiere el sentido de entregar algo voluntaria, consciente y deliberadamente a otro. Ese es el significado que tiene en todos los demás casos de la palabra en el Nuevo Testamento. Pero ese sentido no es verdad respecto a la manera en que los judíos trataron a Pablo; ¡ellos no lo entregaron voluntariamente a los romanos!
5 No se debe objetar que Hechos 28:17 habla de un cumplimiento de la profecía de Agabo, porque la narración entera de Hechos 28:17-19 se refiere a la transferencia de Pablo de Jerusalén a Cesares (en Hch 23:12-35) y explica a los judíos de Roma que Pablo está bajo custodia de los romanos. En Hechos 28:17 Pablo se refiere a su transferencia fuera de (ex) Jerusalén como prisionero (gr. desmios). (La traducción de la NVI: «me arrestaron en Jerusalén y me entregaron a los romanos», es una paráfrasis inexacta que erra por completo la idea de ser entregado fuera de [ex] Jerusalén, y elimina la idea de que fue entregado preso, añadiendo más bien la idea de que fue arrestado en Jerusalén, evento que no se menciona en el texto griego.) En el texto griego el lenguaje claramente se refiere a la transferencia de Pablo fuera del sistema judicial judío (los judíos querían llevarle de nuevo para ser examinadoo por el sanedrín, según Hch 23:15,20) y dentro del sistema judicial romano en Cesares (Hch 2:25). Por tanto, Pablo correctamente dice en Hechos 28:18 que los mismos romanos a cuyas manos había sido entregado como preso (v. 17) fueron los que (foitínes, v. 18), «me interrogaron y quisieron soltarme por no ser yo culpable de ningún dudo que mereciera la muerte» (Hch 28:18).
6 Varias traducciones recientes de 1 Corintios 14:36 añaden la idea de que la Palabra de Dios primero u originalmente salió de Corinto, pero el texto griego claramente no exige ese sentido. La afirmación de Pablo es muy sencilla y simplemente dice: «¿Acaso ha salido [aoristo de exerkomai, “salir”] de vosotros la palabra de Dios…? (RVR)» La KJV [en inglés] literalmente traduce: «¿Qué? ¿Salió de ustedes la palabra de Dios?»
7 «Algunos creyentes hoy considerarían los informes de revelaciones de Dios como «palabras de sabiduría» «palabras de conocimiento». Sin embargo, en lugar de estas frases parece que el término preferido de Pablo para estas sería la categoría más amplia de «profecía». Nuestras conclusiones respecto a lo que Pablo quería decir con «palabra de sabiduría» y «palabra de conocimiento» deben ser algo tentativas, puesto que el único lugar en que se mencionan en la Biblia (o en cualquier otra literatura cristiana inicial) es en 1 Corintios 12:8.
8 Cuando las personas dicen que la sanidad completa está «en la expiación, la afirmación es verdad en sentido último, pero en realidad no nos dice nada de cuándo recibiremos la «sanidad completa» (o alguna parte de ella).
9 Vea la consideración en el cap. 5, 99. 95-98, sobre la voluntad secreta y revelada de Dios.
10 Este versículo muestra que el milagro fue de hablar, no de oíir. Los discípulos «comenzaron a hablar en otras lenguas (lenguajes o idioma