Los credos de la Iglesia

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Los credos de la Iglesia

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por Les Thompson

Años atrás ayudaba a mi hijo menor en una asignatura de historia política. El pobre sufría; no entendía nada. En el libro de texto había términos desconocidos, conceptos que no captaba, palabras en latín y francés que lo dejaban asustado. Y lo peor de todo era que al día siguiente tenía un examen. Desesperadamente me pidió auxilio.

Lo primero que hice fue ir al diccionario con él y aclararle las palabras extrañas. Luego hablamos de los conceptos políticos. Discutimos estos comparándolos a reglas de deportes y a leyes locales que él sí conocía. Por último buscamos el significado de las palabras latinas y francesas. Al cabo de un par de horas le pedí que en sus propias palabras me explicara los conceptos políticos que antes no captaba ¡A perfección lo hizo! Al día siguiente sacó una alta nota en el examen. Así fue como le enseñé a mi hijo el principio básico del aprendizaje: conocerás una materia cuando puedas poner sus conceptos en tus propias palabras.

En resumen, los credos de la iglesia sirven precisamente para este propósito: aclarar los grandes conceptos bíblicos y ponerlos en palabras entendibles para toda la iglesia.

El teólogo medieval Anselmo dijo prácticamente lo mismo al hablar del cristianismo: “Sobre todo hombre, el cristiano, porque es un ser inteligente, tiene que aprender a discernir con agonizante claridad lo que es concebible acerca de Dios”.[i] Lo que no comprendemos, lo incomprensible, jamás podrá demandar nuestra lealtad. Nuestra fe tiene que ser no sólo entendida sino hablada y explicada inteligentemente.

Si hemos de conocer y servir a Dios, lo hemos de hacer con el corazón pero también con la mente. Como dijo el Señor Jesucristo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente” (Mt. 22:37).

Uno que sirve a Dios sólo con alma y corazón, sin la mente, será siempre peligroso e irresponsable. Cuando aprendamos a articular nuestra fe con la mente, con palabras exactas, habremos abierto el camino a una dedicación más profunda a Dios. Sabremos por qué creemos.

Es por esta necesidad humana e intelectual que han surgido los credos en la iglesia. Nuestros padres en la fe han querido resumir en palabras claras y exactas lo fundamental de nuestra creencia. Han escrito sus credos, no en los períodos de tranquilidad sino en los momentos críticos: cuando dentro de las mismas filas de la iglesia se levantaba alguna doctrina falsa o algún concepto destructor, o cuando de afuera la iglesia sufría duros ataques filosóficos o paganos.

El valor histórico de los credos se comprende por su aceptación universal por la iglesia. Es así que a través de la historia han sido examinados y corregidos, rechazados o confirmados. Y cabe decir que los que han sido confirmados, lo han sido no tanto por un concilio o por una asamblea sino por el pueblo de Dios por ese sentido común y sabiduría del creyente individual.

¿Cuál ha sido el beneficio de los credos?

En primer lugar podemos mencionar el bautismo. Por ejemplo, el caso del eunuco etíope (He. 8:36-38). “¿Qué impide que yo sea bautizado?” Felipe le contestó: “Si crees de todo corazón bien puedes”. Y el eunuco pronunció su credo: “Creo que Cristo Jesús es el Hijo de Dios“. Es así que hasta el día de hoy se acostumbre dar “instrucción” a los que desean unirse a la iglesia y “examinar” su fe personal, y solicitar de ellos una “declaración pública” antes de bautizarlos y recibirlos. Ese proceso, sea cual fuere el material y contenido que se utilice, equivale al credo de esa iglesia.

En segundo lugar, los credos han servido para asegurar una hermenéutica correcta de la iglesia. Un credo es sencillamente la interpretación que una iglesia le da a la Sagrada Escritura. En general, los credos que han triunfado en los grandes debates teológicos de la historia cristiana han sido aquellos que con más fidelidad y lucidez han declarado el verdadero sentido bíblico. Estos creados han llegado a servir como nuestras reglas hermenéuticas autoritarias.

En tercer lugar, los credos de la iglesia sirvieron para combatir las herejías. El propósito de un credo muchas veces era proteger a la iglesia de herejías. Los credos eran como la puerta que cerraba, dejando afuera al hereje, y establecía los linderos de la casa de Dios. Cada herejía que tocó a esa puerta pidiendo entrada forzó a los padres de la iglesia a una responsable refutación. La herejía provocó un estudio cuidadoso de la verdad bíblica, y así la misma herejía fue útil al darnos mejores credos.

Por último, los credos son como el himno nacional de un pueblo. Representan el grito de batalla, el estandarte, la bandera, el testimonio de la iglesia ante el mundo.

La fe cristiana no es sólo un don de la gracia divina, es un mandato, es una misión: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio (el credo)”. Es un grito de guerra contra “el mundo, la carne, y el diablo”.

Hay quienes han querido deshacerse de los credos y dogmas de la historia. El resultado ha sido siempre sustituir con un nuevo credo (aunque así no lo denominen) el antiguo. El esfuerzo por “no tener otro credo más que la Biblia” ha tenido éxito únicamente cuando ha habido un acuerdo común de lo que la Biblia enseña; lo que equivale a un credo.

Cuando una agrupación de iglesias crece, la misma complejidad del conjunto demanda algún credo común para que haya integridad orgánica. Es así que todos tenemos nuestros credos, esas definiciones de lo que nuestra iglesia (denominación) cree en cuanto a Dios, a Jesucristo, al Espíritu Santo, a la Biblia, a la salvación, a la vida eterna.

Comprendiendo el porqué de los credos, examinemos pues algunos de los credos importantes de la iglesia. (Para lo que aquí concierne, incluiré sólo los credos breves, ya que no hay espacio para los que entran en gran detalle, como los que surgieron de la Reforma.)

  1. CREDOS EN LA BIBLIA
    Varios pasajes de la Biblia contienen declaraciones que podríamos denominar credos. Los podemos llamar credos porque hacen afirmaciones en cuanto a Dios, su Palabra, o alguna doctrina importante, y demandan que el pueblo las acepte y las crea. Veamos:
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    • EJEMPLOS DE CREDOS EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
      Deuteronomio 6:4-5:
      “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas”.
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      Deuteronomio 6:21-25
      “Entonces dirás a tu hijo: Nosotros éramos siervos de Faraón en Egipto, y Jehová nos sacó de Egipto con mano poderosa. Jehová hizo señales y milagros grandes y terribles en Egipto, sobre Faraón y sobre toda su casa, delante de nuestros ojos; y nos sacó de allá, para poder traernos y darnos la tierra que juró a nuestros padres. Y nos mandó Jehová que cumplamos todos estos estatutos, y que temamos a Jehová nuestro Dios, para que nos vaya bien todos los días, y para que nos conserve la vida, como hasta hoy. Y tendremos justicia cuando cuidemos de poner por obra todos estos mandamientos delante de Jehová nuestro Dios, como él nos ha mandado”.
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      Deuteronomio 26:5-9:
      “Entonces hablarás y dirás delante de Jehová tu Dios: Un arameo a punto de perecer fue mi padre, el cual descendió a Egipto y habitó allí con pocos hombres, y allí creció y llegó a ser una nación grande, fuerte y numerosa; y los egipcios nos maltrataron y nos afligieron, y pusieron sobre nosotros dura servidumbre. Y clamamos a Jehová el Dios de nuestros padres; y Jehová oyó nuestra voz, y vio nuestra aflicción, nuestro trabajo y nuestra opresión; y Jehová nos sacó de Egipto con mano fuerte con brazo extendido, con grande espanto, y con señales  y con milagros; y nos trajo a este lugar, y nos dio esta tierra, tierra que fluye leche y miel”. [Declararon lo que creían Jehová había hecho por ellos, o dicho en otras palabras, este creado declara la relación de Dios con su pueblo.]
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      1 Reyes 18:39:
      “Viéndolo todo el pueblo, se postraron y dijeron: ¡Jehová es el Dios, Jehová es el Dios!
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    • CONFESIONES Y CREDOS CRISTOLÓGICOS EN EL NUEVO TESTAMENTO
      Marcos 8:29:
      “Entonces él les dijo: Y vosotros, ¿Quién decís que soy? Respondiendo Pedro, le dijo: Tú eres el Cristo”.
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      Hechos 2:36:
      “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo”.
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      Romanos 1:3-4:
      “Acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne, que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos”.
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      Romanos 10:9:
      “Que si confesares con.tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo”.
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      1 Corintios 12:3:
      “Por tanto, os hago saber que nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo”.
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      1 Corintios 8:6: (compárese con Ro. 4:24, 1 Tm. 6:13, 1 Tm. 2:5, 2 Tm. 4:1)
      “Para nosotros, sin embargo, sólo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas, y nosotros somos para él; y un Señor Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas, y nosotros por medio de él”.
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      1 Corintios 15:3-7:
      “Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras, y que apareció a Cefas y después a los doce. Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún, y otros ya duermen. “Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles”.
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      1 Juan 4:2:
      “En esto conoced el Espíritu de Dios: Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido encarne, es de Dios…”
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      1 Juan 5:5:
      “¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios”?
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  2. CREDOS DEL SEGUNDO SIGLO
    En los escritos más antiguos de la iglesia cristiana hay abundante evidencia de que los líderes de la iglesia habían hecho sumarios precisos sobre las enseñanzas de los apóstoles. Por ejemplo, Ignacio de Antioquía escribe lo siguiente en una carta dirigida a Tralliones (la fecha aproximada es año 107):
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    “Sé sordo, por lo tanto, cuando alguien te hable aparte de Jesucristo, quien es de la raíz de David, quien es de María, que de veras nació, comió y bebió, de veras fue perseguido por Poncio Pilato, de veras fue crucificado y murió ante la de seres del cielo, la tierra, y debajo de la tierra, de veras resucitó de entre los muertos…”
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    Otro breve ejemplo de la antigüedad aparece en la Epístola Apostolorum, con fecha de c.150. El lugar de origen es Asia Menor o Egipto. Dice:
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    Creo en el Padre, el Gobernador del Universo, y en Cristo Jesús, nuestro Redentor, en el Espíritu Santo, el Paracleto en la Santa Iglesia y en el Perdón de Pecados”.
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    1. EL CREDO APOSTÓLICO
      El Credo Apostólico, que hoy recitamos, también se tiene en esta época, entre 100 y 200 AD. En fragmentos, en cartas, en escritos primitivos se encuentran todos los conceptos. Ya para el segundo siglo se encuentra intacto el siguiente credo:
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      “Creo en Dios el Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra. Y en Cristo Jesús, su único Hijo, nuestro Señor, quien nació por el Espíritu Santo de María Virgen. Fue crucificado por Poncio Pilato y enterrado. Descendió al infierno. Al tercer día resucitó de la muerte, ascendió al cielo, donde está sentado a la diestra del Padre, y de donde vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos; Y en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia, el perdón de los pecados, la resurrección de esta carne”.
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      Es claro que nuestro Credo Apostólico en su forma presente vino de este antiguo credo. La más antigua versión del Credo Apostólico (textus receptus) se encuentra en Francia en un libro titulado De singulis libris canonicis scarapsus por Priminius. Su fecha, entre 710-24. Este conocido credo fue adoptado por Roma y llegó a ser el credo del cristianismo:
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      “Creo en Dios Padre Todopoderoso, creador del cielo y la tierra; Y en Jesucristo, su único Hijo, Señor nuestro, que fue concebido por el Espíritu Santo, nació de María virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado; descendió a los infiernos; al tercer día resucitó de entre los muertos; subió al cielo y está sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso; y desde allí vendrá al fin del mundo a juzgar a los vivos y a los muertos. Creo en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia Católica [nota: no significa la Iglesia Católica Romana; ‘católica’ aquí significa universal], la comunión de los santos, el perdón de los pecados, y la vida perdurable”.
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    2. El Concilio de Nicea, convocado en el verano del año 325, congregó al más variado grupo de personalidades reunido en tiempos tan antiguos. Hallábanse en aquel cónclave profesores renombrados como Eusebio de Cesárea, el historiador eclesiástico; Eusebio de Nicomedia, un clérigo de sangre real; Osear de Córdova, obispo de la corte; Alejandro de Alejandría, elocuente predicador. También concurrieron a dicho acontecer connotados veteranos de la Cruz, que ostentaban en sus cuerpos las marcas del Salvador. De igual modo estaban allí, ascetas, ermitaños, que durante años habían vivido en montañas y cavernas subsistiendo con raíces y frutas silvestres. El emperador Constantino, convocador del Concilio, figuraba entre los asistentes, sentado en un trono de oro, cubierto por túnica de púrpura adornada con piedras preciosas y seguines (monedas de oro).
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      ¿Para qué fue convocado aquel Concilio?, para adoptar una resolución definitiva sobre la personalidad de Jesucristo.
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      Las lumbreras más representativas de los tres segmentos de la iglesia discutían: ¿Era Jesucristo homoi-usios, de una sustancia como la de Dios Padre; u homo-usios, de la misma sustancia? Una simple letra griega era el eje del problema, que trajo como resultado declaraciones sumamente importantes.
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      El presbítero Arria arguía que Jesús era como Dios, pero que no era Dios verdadero (lo que hoy día enseñan los Testigos de Jehová). El joven Atanasia, archidiácono de Alejandría, comandaba al grupo minoritario. Mantenía que Jesús era “verdadero Dios, de Dios verdadero; engendrado, no creado”.
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      Un grupo intermedio ¡el inevitable grupo de los neutrales! que numéricamente llegó a ser mayor, asumió una posición transaccional, queriendo llegar a un compromiso. Los otros dos, Arrío y Atanasia, los acusaban de ser nebulosos, ambiguos, y poco satisfactorios.
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      El concilio duró cuarenta y dos días. En el momento de mayor excitación durante la discusión de los puntos controvertidos, y cuando mayor parecía la oposición a la escuela ortodoxa, un delegado se acercó a Atanasia y le dijo: “Estás luchando por una batalla perdida. ¿No sabes, Atanasia, que todo el mundo está contra ti?”
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      Al escuchar estas palabras, el vehemente africano movió sus hombros y sus ojos oscuros lanzaron una mirada relampagueante, y dijo serenamente: “¿Está el mundo contra Atanasia? Entonces Atanasia estará contra el mundo”. Reanudó la lucha empuñando la espada del Espíritu con abrumadora destreza, hasta lograr que el partido de los que mantenían criterios intermedios se incorporase a su grupo. Esa es la historia de cómo el Concilio de Nicea produjo esa gran declaración sobre la deidad del Hijo de Dios, a la vez que emitió una censura al punto de vista de Arria.
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      Al finalizar el concilio, Atanasia dijo: “Es un monumento y señal de victoria contra todas las herejías”.
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      EL CREDO DE NICEA (325)
      “Creemos en un Dios, el Padre que todo lo gobierna, creador de todas las cosas visibles e invisibles. Y en un Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, engendrado del Padre como el único, esto es, de la esencia del Padre, Dios que viene de Dios, Luz de la Luz, verdadero Dios del verdadero Dios, engendrado, no creado, de la misma esencia que el Padre, por quien todas las cosas existen, así en el cielo como en la tierra; quien vino por nosotros los hombres y por nuestra salvación y fue encarnado, haciéndose humano. Sufrió y al tercer día se levantó, y ascendió a los cielos. Y de allí vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos. Y en el Espíritu Santo. Pero a aquellos que dicen que hubo una vez en que él no fue, que no fue antes de su generación, o que vino de la nada, o que afirman que él, el Hijo de Dios, es de diferente sustancia, o que ha sido creado, o que puede cambiar, o mudarse, la Iglesia Católica (universal] y Apostólica los anatemantiza”.
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      En el credo de Nicea se resolvió el conflicto sobre la divinidad de Cristo. Inmediatamente después surgió un nuevo conflicto: ¿Era Cristo verdaderamente humano? Tres “soluciones falsas” fueron ofrecidas:
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      1. APOLINARISMO
        Desviación doctrinal (herejía) que consiste en poner énfasis en la divinidad de Cristo con olvido o detrimento de su naturaleza humana. Esta posición doctrinal se originó con Apolinar (c. 310-392), quien cayó en ella tratando de reaccionar contra el arrianismo, que es la herejía contraria, o sea, énfasis en la humanidad de Cristo con menoscabo de su divinidad.
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      2. NESTORIANISMO
        De Nestorio (-c. 440), monje de Antioquía, quien sostenía que en Cristo coexistían separada y distintamente las dos naturalezas, la divina y la humana. Nestorio arguía que las dos naturalezas no se podían fundir en una, puesto que eso llevaría a considerar a Maria “madre de Dios” (en vez de “madre de Cristo”) por haber llevado a Jesús en su vientre.
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      3. EUTIQUISMO
        El eutiquismo va un paso más allá del apolinarismo y descarta totalmente la humanidad de Cristo, concibiéndolo como exclusivamente divino. Esta posición doctrinal (que también se conoce como monofisismo) fue proclamada por Eutiques (c. 378- 454), quien a su vez salió a combatir el error del nestorianismo.
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        En Calcedonia en el año 451 se reunieron los padres representando las iglesias de Alejandría, Antioquía, e iglesias occidentales, para refutar esas herejías y definir el misterio de la dualidad de Cristo Jesús: el Dios hombre.

Este credo nos da una comprensión de la madurez teológica y espiritual de la iglesia antigua. Además, aunque ha sido muy discutido a través de los siglos, nadie ha podido mejorarlo ni dar una explicación más clara, más precisa, ni más comprensiva en cuanto a la persona de Jesucristo que este Credo de Calcedonia.

LA DEFINICIÓN DE CALCEDONIA
Siguiendo, pues, a los santos padres, nos unimos para enseñar a los hombres a confesar al Hijo uno y solo, nuestro Señor Jesucristo.

Este mismo es perfecto tanto en su deidad como en su humanidad; este mismo es también de hecho Dios y de hecho hombre, con un alma racional y un cuerpo. Él es de la misma sustancia del Padre en lo que concierne a su deidad y de la misma sustancia que nosotros en lo que concierne a su humanidad; es así igual a nosotros en todos sentidos excepto en el del pecado.

Antes del comienzo del tiempo fue engendrado del Padre, en lo que respecta a su deidad, y ahora en estos “últimos tiempos”, por nosotros y por causa de nuestra salvación, este mismo nació de la virgen María, la que es madre de Dios con respecto a su humanidad.

[Enseñamos también] que comprendemos a este uno y solo Cristo-Hijo, Señor, único engendrado, en dos naturalezas; [y esto entendemos] sin confundir las dos naturalezas, sin transmutar una naturaleza en la otra, sin dividirlas en dos categorías separadas, sin establecer contraste en cuanto a su área o función. La cualidad distintiva de cada naturaleza no se anula por la unión. En vez de ello, las “propiedades” de cada naturaleza se conservan y ambas naturalezas concurren en una persona y en una realidad (hypostasis).

No están divididas ni separadas en dos personas, sino juntas en el uno y solo y engendrado único Logos de Dios, el Señor Jesucristo. Así han testificado los profetas de la antigüedad; así nos enseñó el mismo Señor Jesucristo; así nos lo ha transmitido a nosotros el Símbolo N del Padre.

CONCILIO DE NICAEA (787)

Séptimo concilio ecuménico
El séptimo concilio se convocó en Nicea en el año 787 para tratar el tema de imágenes usadas en la iglesia y aun en hogares como medios auxiliares en la adoración. Contra el uso de tales imágenes estaban los judíos y los musulmanes, que acusaban a los católicos y ortodoxos de idolatría. A la vez, imágenes de Jesús en particular molestaban a los que con tanto fervor habían defendido su naturaleza en el concilio de Calcedonia. El sínodo de Constantinople reunido en 754 había declarado:

“Cualquiera, pues, que hace una imagen de Cristo, o está incurriendo en una representación de la Deidad —que no puede ser representada—, mezclándola con humanidad (como hicieron los monofisitas), o está representando al cuerpo de Cristo como algo no divino, y separado, como persona aparte, igual que hicieron los nestorianos. La única figura admisible de la humanidad de Cristo, sin embargo, es el pan y el vino de la Santa Cena.

“Esta y ninguna otra forma, este y ningún otro tipo, ha seleccionado Él mismo para representar su encarnación…”

Treinta y tres años más tarde (820 A.D.) se reunían en Nicaea para anular esas aclaraciones formuladas en Constantinopla. Se verá por las afirmaciones a continuación que este séptimo concilio defendió el uso de imágenes como medios legítimos de adoración. Sus conclusiones han sido aceptadas por la Iglesia Ortodoxa Oriental y por la Iglesia Católica Romana. Han sido rechazadas por la Iglesia Protestante como proposiciones antibíblicas que directamente contradicen el segundo mandamiento (Éx. 20:4). He aquí las declaraciones que han dado lugar a tanta controversia, una prueba más de que los concilios también pueden promulgar errores:

“A fin de hacer breve nuestra confesión, mantenemos intactas todas las tradiciones eclesiásticas que han llegado a nosotros por vía oral o escrita, una de las cuales es la de hacer representaciones pictóricas, en armonía con la historia y la predicación del Evangelio, tradición esta útil en muchos sentidos, pero especialmente en este, que de ese modo la encarnación de la Palabra de Dios se muestre como real y no meramente fantástica, porque estas [las representaciones] tienen indicaciones mutuas y sin duda también mutuos significados.

“Nosotros, por lo tanto, siguiendo la senda regia y la autoridad divinamente inspirada de nuestros Santos Padres y las tradiciones de la iglesia Católica (porque, en cuanto sabemos, el Espíritu Santo mora en ella); definimos con toda certeza y exactitud que así como la figura preciosa y viviente de la Cruz, así también las imágenes santas y vulnerables, sean en pintura o mosaico, como en otros medios apropiados, deben ponerse en las santas iglesias de Dios, y en los vasos sagrados, y en las vestiduras y colgaduras, y en cuadros tanto en casas como a la orilla de los caminos, a saber, la figura de Nuestro Señor Dios y Salvador Jesucristo, de Nuestra Inmaculada Señora, la Madre de Dios, y de los Angeles honorables, y de todos los Santos y toda gente piadosa. Porque mientras más frecuentemente sean vistas en representación artística, tanto más eficazmente serán llevados los hombres al recuerdo de sus prototipos, y a desearlos; y a estos deberá tributárseles salutación y honrosa reverencia, no por cierto aquella verdadera adoración de fe que pertenece sólo a la naturaleza divina. Pero a estos, como a la figura de la preciosa y viviente Cruz y al libro de los Evangelios y a todos los demás objetos sagrados, pueden ofrecérseles incienso y velas de acuerdo con una antigua y piadosa costumbre. Porque el honor que se otorga a la imagen pasa a aquello que la imagen representa, y el que reverencia a la imagen reverencia al sujeto por ella representado”.

Al estudiar este credo es de notar que ahora, en lugar de apelar a la Santa Biblia como base, se apela a “las tradiciones eclesiásticas”. También aparece en un credo oficial de la iglesia la expresión: “Madre sin mancha” y “la Madre de Dios”, lo que indica hasta qué punto ya se establecía la doctrina extra-bíblica de la Virgen María, de la veneración a los ángeles, y de la aprobación de imágenes.

Y así siguió la iglesia durante la época medieval, incluyendo paso a paso doctrinas no bíblicas en sus credos oficiales. Para el año 1215 el Papa Inocente III convocó a un concilio. En el credo resultante del mismo se aprobó el concepto de la “transubstanciación” (que en el acto del sacramento el pan y el vino se transforman literalmente en el cuerpo y la sangre de Cristo) en la interpretación del significado de la Santa Cena.

También se estableció oficialmente la aprobación de facultades especiales a los sacerdotes y el confesionario, conceptos extra-bíblicos ambos que luego serían debatidos y contradichos por la Reforma.

He aquí la parte del credo del Cuarto Concilio Lateranense convocado en el año 1215 que trata del confesionario:

CANON XXI
“Luego de llegar a la mayoría de edad, todos los creyentes de ambos sexos harán fiel confesión de sus pecados en privado a sus sacerdotes por lo menos una vez al año. Se esforzarán por cumplir lo mejor que puedan las penitencias que les sean impuestas. Recibirán con toda reverencia por lo menos en la Pascua de Resurrección el sacramento de la Eucaristía, excepto que por consejo de sus propios sacerdotes se abstengan temporalmente por alguna razón válida. De no ser así, se les prohíbe la entrada a la iglesia mientras vivan y se les negará cristiana sepultura cuando mueran. Por tanto, hágase frecuentemente pública esta beneficiosa norma en las iglesias de modo que nadie por ceguera tenga la menor sombra de excusa. Si por una buen a razón alguno quisiera confesar sus pecados a otro sacerdote, procure primero obtener permiso del suyo propio, pues de lo contrario el otro no lo puede absolver ni disciplinar.

“El sacerdote deberá ser discreto y cauto de manera que pueda verter vino y aceite en las heridas de la persona lastimada como un médico experto, inquiriendo con diligencia cuáles fueron las circunstancias tanto del pecador como del pecado. Así podrá comprender con sabiduría qué consejo deberá darle y qué remedio deberá aplicar, probando diferentes maneras de sanar al paciente.

“Debe tener el mayor cuidado de no exponer al pecador aun por la más ligera palabra, señal, u otra cosa. Pero si necesitare un mejor consejo, que lo pida con cautela, sin mencionar a la persona, porque si alguno se atreve a revelar un pecado que le ha sido descubierto en el confesionario, mandamos no sólo que sea despojado del oficio de sacerdote sino enviado a un monasterio de estricta disciplina a hacer penitencia por el resto de su vida”.

LA REFORMA Y SUS CREDOS
La Reforma, con valientes pensadores corno Lutero, Zwinglio, Calvino, Melanchton, y otros, introdujo una nueva ola de credos. Estos pensadores cristianos insistían en la suprema autoridad de la Biblia. Declaraban que ningún credo es infalible ni de autoridad definitiva. Sólo a la Santa Palabra de Dios se podía otorgar tal autoridad. Revisaron los credos de la iglesia y condenaron todos aquellos que no tenían respaldo absoluto en la Palabra de Dios.

También se escribieron nuevos credos, la mayoría tan extensos que no podernos citarlos en esta obra. Aquí los nombramos para aquellos que deseen seguir este estudio.

  • Las Diez Conclusiones de Berna (1528)
  • El Catecismo Breve de Lutero (1529)
  • La Confesión de Augsburgo (1530)
  • La Confesión de Westminster (1646)
  • Los Treinta y Nueve Artículos (1563)
  • La Segunda Confesión Helvética (1566)

Cualquiera que revise estos documentos podrá comprobar con gozo la dedicación de estos reformadores a la infalible autoridad de la Palabra de Dios.

CONCLUSIÓN
Todavía se siguen escribiendo credos, algunos buenos, otros débiles. Por ejemplo:

  • Un llamado a la unidad: Lausanne, 1927
  • Mensaje de la primera asamblea del Concilio Mundial de Iglesias (1948).

Cada reunión eclesiástica de importancia parece terminar con una DECLARACIÓN O CREDO. Es un intento de interpretar para toda la iglesia la opinión de dirigentes religiosos que se congregan para determinar asuntos de importancia para la cristiandad. cada concilio, cada convocación pretende “hablar” a la iglesia universal.

Nos identificamos sólo con aquellos que con celo santo someten cuanto declara a la autoridad suprema de la Santa Biblia. Declaramos, junto con los líderes de la Reforma del siglo XVI, que los credos están subordinados a la Palabra de Dios.

Aunque como principio de orientación eclesiástica necesitamos tener concilios y convocaciones y hacer declaraciones para “hablar” a la iglesia, ningún credo, por bueno que sea, podrá presumir ser EL CREDO. Sobre toda declaración humana está para siempre la última palabra: la Palabra de Dios.

[i] Karl Barth, Anselm: Fides Quaerens Intellectum (Londres: SCM Press, LTD, 1960) pp. 20-21.