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Pedro dijo a Jesús: Maestro, bueno es para nosotros que estemos aquí;
y hagamos tres enramadas, una para ti, una para Moisés,
y una para Elías; no sabiendo lo que decía…
Y vino una voz desde la nube, que decía:
Este es mi Hijo amado, a el oíd.
Y cuando cesó la voz, Jesús fue hallado solo.
Lc. 9:28-36
ESQUEMA
1. La transfiguración como cambio de forma.
1.1. Quitar el velo.
1.2. Revelación de Dios.
1.3. Revelación de Cristo.
1.4. Revelación del misterio del hombre.
2. La oración conduce a la visión.
2.1. Dios irrumpe en el mundo de los hombres.
2.2. Transformados de gloria en gloria.
3. El egoísmo de Pedro.
4. Una palabra vale más que mil imágenes.
CONTENIDO
¡Qué pasaje tan singular y misterioso! La transfiguración de Jesús constituye uno de los acontecimientos más extraordinarios de la Biblia por sus importantes repercusiones teológicas. Ante todo se trata de una visión de lo sobrenatural compartida por tres discípulos de Jesús. Frente a ella es lógico preguntarse: ¿cómo sería este evento? ¿Qué es lo que realmente debió ocurrir allí, sobre aquel monte? Y, en cualquier caso, ¿qué implicaciones o enseñanzas tiene tal visión para el ser humano de la actual aldea global?
1. La transfiguración como cambio de forma.
La transfiguración de Jesús tiene que ver, ante todo, con la vista y con la imagen. “Transfiguración” significa “cambio de forma o de figura”. A lo largo de la Historia, esta singular escena de la vida de Jesús ha sido un tema recurrente que ha inspirado la mano de diversos artistas. Dentro del ámbito de las artes figurativas, como la pintura o la escultura, se ha representado con relativa frecuencia. Por ejemplo, basta recordar el famoso cuadro del pintor italiano de los siglos XV y XVI, Rafael; o el extraordinario mosaico del monasterio del Sinaí; así como las numerosas vidrieras de las catedrales góticas; ciertas miniaturas, etc.
De la misma manera, la preocupación por la comprensión de este acontecimiento ocupó a los teólogos y estudiosos ya desde el siglo II, y dio ocasión a acaloradas discusiones, a propósito de lo que se llamó la “metamorfosis de Cristo”. Numerosos estudiosos del texto sagrado intentaron desvelar cómo habría afectado semejante experiencia a los tres discípulos más íntimos del Maestro. No obstante, lo que resulta más evidente es que la escena de la transfiguración proporciona una triple revelación.
1.1. Quitar el velo
“Revelación” significa literalmente “quitar el velo”; revelar es quitarle el velo a aquello que puede estar oculto y que a primera vista no se comprende. De ahí que la revelación bíblica procure quitarle el velo a Dios, a Cristo y al propio ser humano.
1.2. Revelación de Dios
La transfiguración es la revelación de un Dios fiel que mantiene sus promesas a lo largo de la Historia; un Dios que es aliado del ser humano y del que se puede uno fiar, a pesar de permanecer escondido, y que nos permite oír su voz aunque sea desde la nube.
1.3. Revelación de Cristo
La transfiguración es también la revelación de la divinidad de Jesucristo. Él no fue sólo hombre, sino también Dios, el Hijo de Dios hecho persona. Este Cristo transfigurado, pocos días después, se vio desfigurado por causa del pecado de la propia humanidad en el Calvario. De la gloria de Dios, Cristo pasó a la Pasión, es decir, a la debilidad, al sufrimiento, a la humillación, a lo que los teólogos llaman “abajamiento” o “rebajamiento”, en el que Dios se hizo hombre. Por eso el Padre dirá: “Este es mi Hijo amado: a él oíd”.
1.4. Revelación del misterio del hombre
Pero, a la vez, la transfiguración es la revelación del misterio del hombre. ¿Qué es el hombre? El ser humano es un peregrino aquí abajo, en la Tierra. Es caminante que no va a vivir eternamente en este mundo, que no hunde sus raíces como los árboles “baobab” en el suelo, para existir siempre arraigado; por el contrario, el hombre es transeúnte, está de paso en esta vida y eso es precisamente lo que viene a decir también la transfiguración: el ser humano es un peregrino que puede llegar a ser ciudadano del más allá.
Como cristianos, ahora vivimos en la fragilidad del cuerpo, a la espera de nuestra propia transfiguración en cuerpo glorioso. Esto es precisamente lo que representan aquí los amigos de Jesús: al propio ser humano: Pedro, Jacobo y Juan rendidos de sueño, mas permaneciendo despiertos. A veces transitamos por la vida de esta forma, somnolientos, casi sin darnos cuenta de lo que está ocurriendo a nuestro lado. Pero el Señor quiere que estemos despiertos, con los ojos bien abiertos, mirando cuál es la esencia de nuestra vida, qué es lo fundamental de nuestra existencia, cuál es el sentido que Dios quiere para nosotros: permaneciendo despiertos.
2. La oración conduce a la visión.
Aconteció como ocho días después de estas palabras…(9:28). ¿De qué palabras se trata? Del anuncio de la muerte de Jesús. Veamos el versículo 22, el maestro les había dicho: Es necesario que el Hijo del Hombre padezca muchas cosas, y sea desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes .Y por los escribas, y que sea muerto y que resucite al tercer día. Y además Jesús dice: Pero os digo en verdad, que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte hasta que vean el reino de Dios (v. 27). ¿Cuándo vieron el reino de Dios los que estaban allí? ¿Qué significa este texto? Precisamente Cristo se está refiriendo a la transfiguración. Esos “algunos” fueron Pedro, Juan y Jacobo, quienes en la escena de la transfiguración (vieron la gloria de Jesús) es decir, el reino de Dios, como dice el versículo 32. Jesucristo tomó a estos tres hombres y subió con ellos a orar al monte. Dice el texto (29: 2): y entretanto que oraba, la apariencia de su rostro se hizo otra y su vestido blanco y resplandeciente.
Es curioso, pero Lucas es el único evangelista que no pronuncia la palabra “transfiguración”. Esto tiene seguramente un motivo muy concreto. Lucas era consciente de la mentalidad que poseían los cristianos que venían del mundo pagano. Estos tenían todavía en su mente, a pesar de haberse convertido al Cristianismo, muchos conceptos propios de las antiguas religiones míticas. En tales religiones abundaban las leyendas acerca de hombres que se transfiguraban en dioses o se convertían en semidioses. Estas ideas eran muy comunes en las religiones mitológicas, de ahí que Lucas deseara dejar bien claro que lo que le ocurrió a Cristo en aquel monte no fue un mito parecido a los que tenían los griegos, sino una realidad histórica.
2.1. Dios irrumpe en el mundo de los hombres
El mundo de Dios atravesó como un relámpago fugaz el mundo de los hombres. Semejante acontecimiento se da en el Evangelio, en cuatro ocasiones distintas: en la transfiguración de Jesús, en la anunciación a la virgen María, en el bautismo de Cristo y después de la resurrección, cuando el Maestro se apareció a los discípulos y comió con ellos. No sólo se abre la historia de la salvación, sino que el tiempo se concentra y aparecen figuras del pasado como Elías y Moisés. Se muestra la historia divina del tiempo, pero también del espacio. El milagro no está solamente en el esplendor de Dios, pues que Dios sea Dios no es una gran sorpresa. El milagro está precisamente en que Dios sea hombre, en que haya elegido encarnarse en un ser humano y morir mediante un humillante martirio como si fuera un vulgar malhechor. Eso sí es milagro: la humillación de Jesús. El hecho de que el Dios Creador de todas las galaxias del universo, venga a la Tierra porque ama al ser humano, conoce su debilidad y desea rescatarle de esa situación, eso sí es el mayor milagro del cosmos.
2.2. Transformados de gloria en gloria.
En ocasiones el mundo de Dios se abre a los humanos. ¿Acaso no es eso lo que ocurre cuando se ora de todo corazón? El apóstol Pablo, escribiendo a los corintios les dice: Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor (2 Co. 3:18). Al hacernos cristianos somos configurados según la imagen de Cristo, estamos unidos a Él por la fe, avanzamos a una mayor perfección ayudados por el Espíritu Santo pero, sobre todo, a través de la oración.
El motivo por el que Jesús subió al monte fue, ante todo, para orar. Su transfiguración ocurre mientras oraba, entre tanto que oraba. Y esto nos lleva a preguntarnos: ¿cuál es nuestro monte particular? ¿Hay en mi vida un lugar íntimo de transfiguración, donde puedo orar y crecer como persona, como cristiano, donde le pido al Señor perdón por mi error, por mi pecado o mi maldad? ¿O quizás ese lugar no existe, o se trata de un paraje inhóspito en el que nunca me apetece permanecer demasiado tiempo? ¿Hay en mi geografía espiritual un montículo de oración desde donde vislumbro la imagen de Cristo y sus palabras resuenan con fuerza en mis oídos? ¿O acaso estoy descuidando mi vida de oración?
Contra todo lo que se diga, la oración no es fuga o huida de este mundo, sino transfiguración de la realidad. Porque cuando oramos de verdad, no tenemos más remedio que cambiar nuestro mundo. Al orar, cambio mi realidad y recupero fuerzas para superar las dificultades que el Señor permite en mi vida; al orar, descanso en Cristo y aprendo a perdonar; al orar, estoy siendo como el hijo pródigo que llega arrepentido al hogar del Padre. El hombre y la mujer de oración son personas que van más allá de las cosas materiales e, incluso, son capaces de cambiarlas de aspecto, porque descubren el lado positivo de cada acontecimiento. Quien sabe orar así se da cuenta de que, en el fondo, todo, absolutamente todo, ayuda a bien. La oración sincera puede hacer que el orante capte una impresión de la eternidad, es decir, la presencia de Dios en las cosas comunes, que apreciamos como positivas o negativas, de cada día. La oración de fe rompe los barrotes férreos de esa prisión de negatividad en que nos encarcelamos con demasiada frecuencia, porque acaba con la frustración y la soledad. La oración es como un guiño a la eternidad, como una suerte de puerta “stargate” hacia las estrellas, ya que nos introduce en el otro lado de la realidad.
De ahí que, cuando se pierde la costumbre de orar y meditar a solas, se vea la realidad con tonos tan lúgubres y pesimistas. Pero quien ora es capaz de decir con Pedro: Maestro, bueno es para nosotros que estemos aquí. Lo verdaderamente hermoso no es huir de la realidad sino acampar en lo cotidiano, es decir, en nuestras responsabilidades individuales. Se trata de hablar con Dios pero sin olvidarse de nuestro puesto en la Tierra. Desempeñar la función de padres, hijos, hermanos, obreros, empresarios, etc., sabiendo que el Señor nos ve y nos oye. Hablar con Dios, pero sin perder de vista la realidad de cada día, ya que no son dos mundos incompatibles sino íntimamente ligados. Es imposible acceder a las cosas del Señor sin experimentar a la vez lo humano. No se puede amar de verdad a Dios si, en el fondo del alma, hay odio hacia el hermano. Se trata de la misma cosa, no hay posibilidad de lo uno sin lo otro.
El texto dice: Y he aquí dos varones que hablaban con él, los cuales eran Moisés y Elías, quienes aparecieron rodeados de gloria y hablaban de su partida, que iba Jesús a cumplir en Jerusalén (9: 30-31). Como es sabido, Moisés y Elías eran dos grandes personajes del Antiguo Testamento, cuyo regreso a la Tierra era una expectativa del pueblo judío. Todos los hebreos estaban convencidos de que tales figuras iban a volver de nuevo al mundo de los hombres. Sin embargo, en el acontecimiento de la transfiguración vienen pero no para quedarse entre los mortales, sino precisamente para indicar que no hay que esperarles a ellos. Su misión fue sólo indicar el camino a los hombres. Quien en verdad se quedó fue Jesucristo.
En efecto, Moisés había prefigurado la muerte de Cristo por medio de la celebración de la Pascua y los sacrificios de animales; como también Elías había anticipado el poder de la resurrección del Señor, al resucitar al hijo de la sunamita. Por tanto, la presencia de estos dos personajes históricos era oportuna. No obstante, ellos se desvanecieron después de señalar a Cristo, quien sería realmente el vencedor definitivo de la muerte.
3. El egoísmo de Pedro
Sin embargo, una vez más hace su aparición también la torpeza del ser humano: Y sucedió que apartándose ellos de él, Pedro dijo a Jesús: Maestro, bueno es para nosotros que estemos aquí; y hagamos tres enramadas, una para ti, una para Moisés, y una para Elías; no sabiendo lo que decía (9:33). Las enramadas eran chozas o cabañas hechas con ramas vegetales donde los pastores solían pasar las noches. También se realizaban tales construcciones, improvisadas, durante la fiesta de la cosecha. Probablemente Pedro, Jacobo y Juan, ante la posibilidad de construir tres enramadas, pensarían en lo bien que se lo pasaban durante estos festejos. Lo cierto es que no supieron captar el sentido de aquella visión. ¡Cómo detener en la Tierra a los moradores del cielo, y querer hacerlo ofreciéndoles chozas hechas con ramas! ¡Cuántas criaturas pretenden hacer hoy lo mismo con lo divino: encerrar a Dios en templos, iglesias, capillas, cruces, amuletos o productos supuestamente milagrosos, como si lo divino, pudiera encerrarse en lo material!
Jesús les habla de morir en Jerusalén, pero ellos sólo piensan en gozar de aquella gloria deslumbrante, pretenden pararse, establecerse, acampar precisamente en el lugar que debe ser punto de partida para la misión que les espera, desean una morada definitiva a salvo del riesgo de la cruz, quieren la luz pero sin pasar por las tinieblas del Calvario, por eso el evangelio indica que Pedro no sabía lo que decía.
A veces, los creyentes nos comportamos también como Pedro, ya que nos gusta instalarnos y acomodarnos en el grupo, olvidando que ser amigos de Cristo significa vivir como peregrinos. Ser cristiano es como estar suspendido entre el cielo y la Tierra. Nunca podremos “contar las estrellas” si primero no afrontamos la oscuridad de la noche.
Mientras él decía esto, vino una nube que los cubrió; y tuvieron temor al entrar en la nube. Y vino una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado; a él oíd, (9:34-35). En la escenografía bíblica, las nubes son casi siempre símbolo de la presencia y la gloria de Dios. La voz divina que proclama la identidad del Hijo y la necesidad de oír sus palabras significa que se puede prescindir de Moisés y de Elías, con tal de tener a Jesucristo en la vida, ya que sólo él es el elegido que morirá por nosotros en el Calvario. De manera que el viejo profetismo del Antiguo Testamento ya no cuenta, porque tenemos un nuevo mensajero.
4. Una palabra vale más que mil imágenes
En estos versículos se tiene la impresión de que a Pedro y a los demás apóstoles les causa más respeto la voz, que la visión. Al ver la transfiguración de Cristo, inmediatamente se movilizan para construir tres enramadas, sin embargo, la voz desde la nube les produce temor. Suele decirse que una imagen vale más que mil palabras, pero aquí más bien es al revés: una palabra vale más que mil imágenes. Es como si los apóstoles quedaran más sorprendidos por la palabra de Dios que por la imagen de la transfiguración. El “ver” queda supeditado al “escuchar”. ¡Qué gran enseñanza para nosotros hoy! La fiebre de visiones, apariciones, o revelaciones particulares nunca podrá sustituir a la Escritura. También Jesús dijo: Bienaventurados los que no vieron y creyeron. Hoy se acabaron las visiones, pero queda la escucha y la meditación de la palabra de Dios; ya no tenemos que andar anhelando espejismos o apariciones especiales, sino la voz que sale de la nube de la Escritura. La única visión consentida aquí en la Tierra es la que está ligada a la escucha, y si le cerramos los oídos, nunca veremos nada.
¿Porqué hay tantos problemas hoy en las iglesias? ¿Será porque no se escucha la verdadera voz de la nube y, por el contrario, sólo se desean visiones, imágenes, superficialidades o apariencias?
Y cuando cesó la voz, Jesús fue hallado solo; y ellos callaron, y por aquellos días no dijeron nada a nadie de lo que habían visto (9:36). La soledad de Jesús nos indica que la ley y los profetas ya se han esfumado y que, a partir de ahora, la Iglesia debe concentrarse en el mensaje de Jesucristo y en la evangelización del mundo.
Concluyendo, la transfiguración de Jesús nos revela tres cosas fundamentales: que Dios es fiel, que Jesús es el Cristo y que el hombre puede llegar a ser hijo de Dios. ¿Cómo está nuestro “monte de la transfiguración”, es decir, nuestra reacción personal con Dios? ¿Nos transfiguramos de vez en cuando o acaso intentamos instalarnos en la comodidad de nuestra enramada, como deseaba Pedro? ¿Somos conscientes de nuestro peregrinaje espiritual? ¿Damos más importancia al ver que al escuchar? La palabra de Dios es clara y cortante como espada de dos filos.
¡Quiera Él que sepamos corregir nuestros caminos y tener la suficiente sabiduría como para seguir siempre a Jesús sólo!