por Les Thompson
Desde toda la eternidad hay ciertas verdades tan profundas que sólo son conocidas por Dios. Ni hombre ni ángel podrían de por sí descubrirlas, tienen que ser reveladas. Spurgeon dijo: «Es más fácil que una mosca se trague el mar que un hombre finito comprenda a Dios.» Una de estas recónditas verdades acerca del Trino Dios se clasifica bajo el nombre de «La soberanía de Dios». Al tratar este tema, consideramos el atributo por el cual Dios gobierna toda la creación.
SUMARIO DE LA DOCTRINA
- La soberanía divina es el atributo por el cual Dios gobierna toda la creación.
- Dios controla y reina sobre cada evento por Sus decretos soberanos.
- Nadie —ni hombre ni diablo— puede finalmente obstaculizar Su divina voluntad.
- Dios es libre para ejercer Su voluntad cómo, cuándo, y dónde Él quiera.
El concepto de un Dios que gobierna al mundo con control absoluto sobre todo es preocupante. Nuestra protesta se reduce a dos áreas: 1) Si Dios está en control, ¿cómo se explica la presencia del dolor, pena, pecado y muerte en el universo. 2) Si Dios está en control, ¿cómo hemos de explicar el concepto del libre albedrío de nosotros los hombres?
Dios en Su soberana sabiduría ha permitido la existencia de lo malo sobre la tierra. Todo -lo bueno tanto como lo malo— sirve para traer gloria a Su nombre. Además, por permitir lo malo no quiere decir que es el autor del pecado (recordemos que este, por definición, es falta de ley, anomía). Nada puede justificarlo, ni aun el hecho de que Dios torna lo malo en bendición.
Podríamos preguntar: ¿Es Dios malo por permitir «un mensajero de Satanás» abofetear al apóstol Pablo (2 Co 12:6-10)? En Su infinita sabiduría Dios usaría esa «espina» para mantener humilde al apóstol y para enseñarle a apreciar «la gracia » del Soberano. Fue así como lo que aparentaba ser malo, Dios lo convirtió en bien. ¿Es malo Dios por permitir que muera Santiago a manos de Herodes mientras que rescata a Pedro de la cárcel y de la muerte (Hch 12)? Desde el principio hasta el presente Dios ha permitido que los suyos (¡sin hablar de los impíos!) sufran en gran manera. La Biblia está llena de tales relatos, quizás el mayor sea el caso de Job. ¿Es Dios malo por permitir huracanes, terremotos, torbellinos, plagas y guerras? No lo es, si por medio de todas estas cosas produce un mayor bien. Es por esto que la Biblia enseña que, a pesar del dolor, pena, y aun muerte de Sus siervos (Heb 11:32-40), Dios actúa en todo de acuerdo a su gran amor e infinita sabiduría. Descansamos en la realidad de que aunque ahora no comprendamos ni tengamos respuesta para todo lo horrible que sucede en el mundo, Dios, en su soberanía, lo ha permitido. Su gran nombre es garantía de la perfección de todas Sus obras. Para los que amamos a Dios, sabemos que «todas las cosas obran a bien» (Ro 8:28).
¿Qué diremos del libre albedrío? Si Dios es dueño de todo, si Él ejerce plena y total autoridad sobre toda Su creación, si es Él quien controla y reina sobre cada evento por Sus derechos soberanos, ¿cómo es posible que el hombre sea un ser libre y ejerza su iniciativa y voluntad propia? El intento de contestar esa pregunta ha dividido al cristianismo en dos campos: Los pelegianistas contra los agustinianos (del siglo quinto) y a los arminianos contra los calvinistas (del siglo dieciséis).
En el área de la salvación, por ejemplo, los pelegianos y los arminianos afirman que los hombres por su propia fuerza y deseo buscan a Dios. Cada persona decide si quiere a Cristo o no lo quiere. Tal concepto de libre albedrío de inmediato levanta un magno problema, pues pareciera ser algo en lo que Dios no influye, una decisión personal tomada totalmente fuera del control de Dios. ¿Cómo es que lo enseña la Biblia?
- La Biblia dice que «nadie busca a Dios» porque «no hay justo, ni aun uno» (Ro. 3.10 y 11). Si la Biblia tiene razón, nadie por su cuenta y deseo puede encontrar a Dios, pues nadie lo buscaría. San Agustín explicaba que el interés religioso que se ve en el mundo es nada más que gente buscando los beneficios de Dios ‚paz, gozo, felicidad, etc.— pero no a Dios. Enseñaba que los hombres más bien huyen de Dios, porque temen su santidad y justicia, ya que aman la maldad. Como pecadores están espiritualmente muertos.
xx - Además, si el hombre es el que decide a favor de Dios, tal aseveración indica que el hombre (un ser creado y finito) tiene un poder decisivo sobre el cual el mismo Dios no tiene control. ¡El concepto de un Dios omnipotente se tendría que descartar, pues habría un área sobre la cual Dios no tiene poder ni control!
xx - Es más, si Dios tuviera que esperar hasta que el hombre decida si acepta o no a Jesucristo para saber quién se salva, habría algo en este mundo que Dios no conoce. Por lo tanto, no podría ser omnisciente.
xx - Al darle al hombre pecador el poder de escoger a Dios, colocamos en manos del hombre su propio destino y salvación, contradiciendo lo que claramente enseñan las Escrituras (ef. 1.3-6, 11: 2.8-19; 2Ts 2.13-14; Hch. 3.27-28; 9.1-15; Jer. 18.6: Pr. 21.1) sobre el consejo eterno y determinante de Dios.
¿Cómo entendemos el libre albedrío dentro del marco de la soberanía de Dios? Un amigo usa la idea de un gigantesco juego de ajedrez, con miles y miles de piezas y jugadas. En su analogía, Dios es el maestro jugador. Cualquier jugada hecha libremente por el hombre, Él la conoce y sabe cómo jugarla para que cumpla su perfecta voluntad. Por la Biblia entendemos que el hombre actúa de acuerdo con sus inclinaciones. De su propia iniciativa, escoge lo que a él le parece mejor (no importa que se «bueno» o «malo»). Una persona escoge hacer algo malo porque le parece bueno. Es un agente moral con derecho a escoger. De su propia voluntad escoge ser cautivo del diablo, ya que eso es lo que le parece bueno. De igual forma, luego de llegar a ser hijo de Jesucristo, librado de las cadenas del pecado, el hombre libremente escoge seguir a Cristo, porque eso es lo que le parece bueno. En otras palabras, escoge de acuerdo con el deseo más fuerte que tenga.
Antes de convertirse a Cristo Jesús, el deseo de la persona no es hacia Dios («nadie busca a Dios» (Ro. 3.10-18). Busca libremente a todo lo que es contrario a Dios y no tiene el poder ni la voluntad para escoger a Dios. Por esto leemos: «A lo suyo vino, pero los suyos no le recibieron» (Jn. 1.11). «Y esta es la condenación: que la luz ha venido al mundo y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas» (Jn. 3.19). El escoger está sometido a fuerzas (deseos e inclinaciones) que unas veces son internas y otras externas. Estas fuerzas influyen determinantemente sobre sus decisiones.
Dios, siendo el Creador, puede con todo derecho no sólo influir en las decisiones tomadas, sino, nos indica la Biblia, que activamente lo hace. En unos casos Dios en su sabiduría deja al hombre seguir en sus nefastos actos sin interferir (Jn. 3.18), en otros casos actúa (Ro. 1.24; 9.14-21; Ef. 1.3-6). Es así que reconocemos que hay un directo actuar divino (Ef. 1.5), particularmente en la salvación de los hombres, que no viola el libre albedrío (Ro. 8.29-30).
Somos enseñados que el Espíritu Santo ablanda el corazón (Ex. 11.19), ilumina su entendimiento para que pueda entender la obra redentora de Jesucristo (Hch. 16.14), y le da el poder para responder al llamado del Padre (Jn. 1.12). Por esto se nos dice: «Nadie puede venir a mí [Cristo Jesús], a menos que el Padre que me envió lo traiga; y yo lo resucitaré en el día final. Está escrito en los profetas: Y serán todos enseñados por Dios. Así que, todo aquel que oye y aprende del Padre viene a mí» (Jn.6.44-45).Dios, en amor y gracia, obra de tal manera en los corazones de los hombres que nadie irá al infierno sin merecerlo, tampoco nadie irá al cielo arrastrado en contra de su voluntad.