La Santa Cena: Importancia de la doctrina de la Iglesia

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La Santa Cena: Importancia de la doctrina de la Iglesia

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por J. Oliver Buswell, Jr.

Tomado de su libro Teología Sistemática

Debo testificar que en mi opinión el fundamentalismo norteamericano de este siglo, con su énfasis fiel sobre la regeneración individual y la pureza de la doctrina evangélica, ha descuidado la doctrina de la Iglesia. Esto ha sido así de dos maneras: se ha descuidado la doctrina de la pureza de la iglesia visible y se ha descuidado la doctrina de la unidad y comunión de los creyentes, La Santa Cena: Importancia de la doctrina de la Iglesia.

Ojala que nunca oscilemos al extremo opuesto, y olvidemos el espíritu de los puritanos, los presbiterianos, y los independientes, quienes por razones de su conciencia se libraron de la religión formal establecida que se había vuelto fría y mundana. Que nunca perdamos el espíritu del ejemplo más reciente de hombres devotos que, por razones de conciencia, fueron obligados a trabajar fuera de los límites de sus iglesias originales.

Por otra parte, nunca imitemos a estos hombres solamente en su separatismo, olvidando sus diligentes esfuerzos para purificar los existentes canales de comunión antes de verse obligados a salir. Nunca sigamos la senda independiente sólo por ser independientes. Nunca sigamos el camino solitario sólo por el orgullo de hacerlo.

Como este escrito, La Santa Cena: Importancia de la doctrina de la Iglesia, sale para uso de los estudiantes de teología, ministros y laicos cristianos, es mi oración ferviente que los ayude a reforzar y a fortalecer la lealtad del pueblo de Dios a las grandes doctrinas fundamentales, el gran sistema de doctrina proclamado en las Escrituras. También es mi oración que esta obra pueda fomentar el espíritu de la verdadera comunión cristiana en la Iglesia verdadera, el cuerpo y la esposa de Cristo. La unidad orgánica entre los que profesan la misma fe preciosa puede o no ser posible, pero «la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz» (Ef 4.3) es posible, y tiene que ser mantenida y desarrollada porque somos «miembros los unos de los otros» en el cuerpo de Cristo.

LOS SACRAMENTOS

En el Catecismo Menor de Westminster los dos sacramentos, el Bautismo y la Cena del Señor, se presentan bajo el título general de «los medios de gracia». Se introduce el tema con la Pregunta 88: «¿Cuáles son los medios externos y ordinarios por los cuales Cristo nos comunica los beneficios de la redención? Los medios externos y ordinarios por los cuales Cristo nos comunica los beneficios de la redención son sus ordenanzas y, especialmente, la Palabra, los sacramentos, y la oración; a todos los cuales hace él eficaces para la salvación de los elegidos».

LOS MEDIOS DE GRACIA

Ha habido mucha discusión sobre la frase «los medios de gracia», como si los teólogos presbiterianos evangélicos fueran culpables de enseñar que la gracia de Dios se comunica por algún acto formal externo, por el acto en sí mismo. La frase usada por los católico-romanos para expresar un punto de vista de que los sacramentos son los medios de gracia es ex opere operato. Es decir, que la bendición se comunica mediante el acto físico externo de una obra particular. Las autoridades protestantes niegan vigorosamente cualquier doctrina semejante. Heppe cita un gran número de fuentes de la teología reformada que denuncian enérgicamente tal idea.[1]Heinrich Heppe, Reformed Dogmatics, pp. 590.610.

Un argumento que debe convencer a nuestros amigos de que los sacramentos no se consideran como instrumentos externos en sí mismos en la comunicación de la gracia de Dios es el hecho de que decimos que la Palabra y la oración también son «medios externos y ordinarios» en el mismo sentido que los sacramentos. Se nos enseña en cuanto a la Palabra: «¿Cómo viene la Palabra a ser eficaz para la salvación? El Espíritu de Dios hace que la lectura y, aun más especialmente, la predicación de la Palabra sean medios eficaces de convencer y de convertir a los pecadores y de edificarlos en santidad y consuelo por la fe, hasta la salvación» (Catecismo Menor, p. 89). «¿Cómo ha de ser leída y escuchada la Palabra para que se haga eficaz para la salvación? A fin de que la Palabra se haga eficaz para nuestra salvación, hemos de prestarle atención con diligencia, preparación de espíritu, y oración; hemos de recibirla con fe y amor, atesorarla en el corazón, y practicarla en la vida» (Catecismo Menor, p. 90).

Nadie sostiene que la Biblia, ex opere operato, realiza la salvación de un alma. No es el simple acto de llevar la Palabra en la mano o aun de leerla, o memorizarla, lo que salva un alma. Empero sabemos bien que la Palabra es un «medio» por el cual el Espíritu Santo trae convicción, produce fe, y realiza nuestra salvación.

En cuanto a los sacramentos, el Catecismo Menor enseña (p. 91): «¿Cómo se hacen los sacramentos medios eficaces de salvación? Los sacramentos vienen a ser medios eficaces de salvación, no porque haya alguna virtud en ellos, o en aquel que los administra, sino solamente por la bendición de Cristo, y la operación de su Espíritu en aquellos que los reciben con fe.»

Las Escrituras indican dos maneras específicas por las cuales el sacramento de la Cena del Señor es un «medio de gracia». Jesús dijo: «Haced esto en memoria de mí» (1 Co 11:24, 25), tanto respecto del pan como de la copa. Pablo añade: «Todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga» (v. 26). Luego el sacramento de la Cena del Señor definitivamente es un «medio de gracia» al recordar a Cristo a los comulgantes, y al mostrar a los extraños el hecho de su muerte en la cruz. Este «medio» ha de perpetuarse en el mundo hasta que Cristo vuelva.

No se consideran los sacramentos como necesarios para la salvación según la teología reformada. Heppe dice: «No se puede afirmar una necesidad absoluta para los sacramentos, puesto que es solamente la Palabra provista con una señal de garantía. La fe puede ganar el pacto de gracia completamente sólo por la Palabra. Por tanto, un hombre tan firme en su fe que pueda estar gozosamente seguro de su estado de gracia, puede pasar por alto los sacramentos. Pero una necesidad relativa de los sacramentos resulta (1) subjetivamente, de la… poca fe del corazón humano… y (2) objetivamente, de que el uso de los sacramentos es ordenado por Dios y por tanto es un deber».[2] Heppe, Reformed Dogmatics, p. 609.

Heppe cita un buen número de teólogos reformados que enseñan que hay dos propósitos en los sacramentos: (1) como una ayuda a la fe para las mentes humanas por alguna señal exterior visible que saben fue ordenada por Cristo, mentes que tal vez puedan comprender un símbolo visible mejor que una palabra hablada o escrita; (2) el testimonio al mundo exterior.

Charles Hodge dice: «La gracia o beneficio espiritual recibida por los creyentes en el uso de los sacramentos puede lograrse sin su uso».[3]Hodge, Systematic Theology, vol. III, p. 502. Hodge cita con aprobación la declaración de que, según la teología reformada, «…sin los sacramentos el cristiano puede gozar por fe de los mismos dones divinos que los sacramentos tienen el propósito de comunicar, y por eso [los teólogos reformados] no admiten su necesidad absoluta».[4]Ibid., p. 504. Por contraste, dice Hodge: «Los luteranos y los romanistas por otro lado, sostienen que los sacramentos son medios necesarios de gracia, en el sentido de que la gracia que significan no se recibe sino por el uso de ellos…»[5]Ibid., p. 517.

Temo que algunos de nuestros amigos de la filiación bautista o independiente, inconscientemente han reforzado su propia opinión de los sacramentos al insistir ciegamente en una interpretación mecánica de nuestra frase histórica «medio de gracia», insistiendo en atribuir a los teólogos reformados el punto de vista de algunos luteranos y la mayoría de los romanistas, según el cual los sacramentos son en sí mismos instrumentos que contienen la causa de la gracia, mas bien que, como se sostiene uniformemente entre profesores reformados, conductos «exteriores y ordinarios» por los cuales le place a Dios bendecir, pero que no son absolutamente necesarios para impartir la gracia que representan.

La evidencia de que la teología reformada niega explícitamente el valor ex opere operato de los sacramentos es tan voluminosa que sobran los argumentos. Si se desea creer que enseñamos que los sacramentos mismos son causa de la operación de la gracia de Dios, se cree contrario a la verdad y contrario a toda evidencia.

DEFINICIÓN

«Un sacramento es una práctica sagrada instituida por Cristo, la que, por medio de signos sensibles, representa a Cristo y a los beneficios de la nueva alianza, y los confirma y aplica a los creyentes» (Catecismo Menor, p. 92: ¿Qué es un sacramento?). Esta definición, aceptada oficialmente por las denominaciones presbiterianas, no tie-ne ningún énfasis denominacional en particular, sino expresa la idea común a todos los cuerpos protestantes. En verdad, como una mera definición es aceptable aun a los católico-romanos.

Los principales puntos de énfasis de la definición son:

  • que los sacramentos son ordenanzas sagradas,
  • que los sacramentos son eficaces en ciertas maneras.
  1. Ordenanzas sagradas instituidas por Cristo
    La palabra ordenanza o rito implica una práctica establecida, más o menos fija en su naturaleza. Típicamente, nuestros amigos bautistas rehúsan llamar al bautismo y la Cena del Señor «sacramentos» sobre la base de que la palabra implica más de lo que la Escritura sanciona. No es mi propósito entrar aquí en una discusión extensa de las controversias involucradas. Diría solamente que para los teólogos reformados «sacramento» significa exactamente lo que la definición citada arriba declara. No conozco ningún teólogo bautista que negara que el bautismo y la Cena del Señor son «prácticas sagradas instituidas por Cristo, las cuales, por signos sensibles, representan a Cristo y los beneficios de la nueva alianza… a los creyentes». Los teólogos bautistas niegan que los sacramentos (ordenanzas) sean de la naturaleza de «sellos» en el sentido bíblico y medios de «aplicar» gracia a los creyentes.
  2. Eficacia de los sacramentosLos sacramentos como sellos
    La palabra «sello» señala una marca, señal o acción visible o tangible que proporciona evidencia presuntiva para la validez de un arreglo, pacto, o promesa que se entiende significa. En nuestra cultura moderna el uso de un sello oficial no se diferencia básicamente del uso en las civilizaciones antiguas.En el Nuevo Testamento la palabra «sello» se usa metafóricamente por un testimonio firme. El que lo recibe ha sellado el testimonio de que «Dios es veraz» (Jn 3:33). Cristo se refería a la evidencia de la autenticidad de sus pretensiones de que tenía el «sello» del Padre (Jn 6:27). La piedra a la puerta de la tumba donde sepultaron a Cristo fue sellada literalmente con el sello oficial que pertenecía a la guardia romana (Mt 27:66). La declaración de «Conoce el Señor a los que son suyos» (Nm 16:5) se dice ser el sello sobre el fundamento de la verdad de Dios (2 Tim 2:19). Los cristianos corintios son el «sello» de la apostolicidad de Pablo (1 Co 9:2). La ofrenda misionera recolectada de las iglesias gentiles, evidencia tangible de la autenticidad de su fe, deseaba Pablo presentar como un «sello» (Ro 15:28). La presencia manifiesta del Espíritu Santo en las vidas de los creyentes es el «sello» o evidencia de su regeneración (Ef 1:13; 4:30; 2 Co 1:22).La costumbre de hablar de los sacramentos como el sello de «Cristo y los beneficios del nuevo pacto» se basa en el hecho de que el apóstol Pablo se refiere a la señal de la circuncisión como el «sello» de la justificación por fe que Abraham tenía cuando todavía estaba incircunciso (Ro 4:11). Pablo alude al bautismo como «circuncisión de Cristo»: «Fuisteis circuncidados… en la circuncisión de Cristo [cuando fuisteis] sepultados con él en el bautismo…» (Col 2:11-12). La Cena del Señor igualmente es un acto de testimonio exterior: «la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga» (1 Co 11:26). Por eso parece muy razonable referirse a los sacramentos como el «sello» o señal exterior de nuestra relación con Cristo en la regeneración.

Debe notarse que en ningún caso sirve el sello mismo como la causa eficiente de la validez del arreglo, o promesa o contrato que lo representa. Los abogados nos explican que un «sello» puesto a un documento es «evidencia presuntiva» de que el documento es, o será cuando esté completo, válido y debe ser recibido como tal. En un contrato de venta de una propiedad por una corporación, a veces son necesarias varias firmas antes de que la venta esté completa, pero el sello puede ser puesto en cualquier momento cuando los custodios del sello estén convencidos de que el contrato será validado completamente.

Cuando mis clases se reúnen en mi escritorio, señalo los diplomas de las universidades de Minnesota y Nueva York en las cuales el sello de la corporación está impreso en el pergamino. Presuntamente los diplomas con los sellos fueron impresos algún tiempo antes que los diplomas llegaran a ser válidos, pero los sellos fueron impresos porque se esperaba que fueran validados y presentados a sus dueños. Señalo también diplomas de Houghton College y el Seminario Teológico de Dallas en los cuales los sellos fueron adjuntos, sellos dorados con cintas en los colores de la escuela. Estos sellos fueron adjuntos más o menos al mismo tiempo que las firmas oficiales. También indico diplomas de la Universidad de Chicago y el Seminario Teológico Mc Cormick que no tienen ningún sello, pero son tan válidos como los otros.

Me parece que los sellos en estos diplomas ilustran las maneras en que los sacramentos pueden ser considerados verdaderamente como sellos de nuestra posición en Cristo. Ningún sacramento es sincronizado exactamente con el instante en que el individuo cree y es justificado. En el caso del bautismo infantil se aplica el sello en la confiada expectación y esperanza de que el niño creerá y renacerá. Se aplica el sello después del tiempo en que se presume que el individuo ha sido regenerado en el caso de los que llegan a la fe cristiana como adultos, sin haber sido criados en hogares cristianos ni haber sido bautizados como párvulos, y en el caso de todos los que participan de la Cena del Señor después del autoexamen ordenado (1 Co 11:28). En ningún caso realiza el sello aquello de lo cual es señal, pero en todos estos se aplica el sello en obediencia al mandamiento de Cristo, como una señal exterior de la gracia interna que en confianza se espera en el caso de los párvulos, o se cree que ya se ha recibido en el caso de los adultos.

La gracia «aplicada» por los sacramentos
En la definición citada arriba, se declara que un sacramento es una señal que «representa a Cristo y a los beneficios de la nueva alianza, y los confirma y aplica a los creyentes». No hay disputa acerca del hecho de que los sacramentos representan lo que realiza nuestra salvación. Hemos explicado la metáfora del sello. Queda por inquirir en qué sentido los sacramentos son eficaces en aplicar a Cristo y los beneficios del nuevo pacto a los creyentes.

Alimentarse de Cristo, doctrinas erróneas
En esta obra no podemos abarcar la historia de la doctrina católico-romana de la transubstanciación ni la doctrina luterana llamada a veces consubstanciación. Tales asuntos deben ser considerados en la historia eclesiástica o en la historia de las doctrinas. En breve: los romanistas mantienen que el pan y el vino en la Cena del Señor son transubstanciados en el verdadero cuerpo y sangre de Cristo, y que el comulgante literalmente se alimenta de Cristo en la comunión. Este punto de vista se mantiene comúnmente por los anglicanos de la iglesia alta y los anglo-católicos.

Según el punto de vista luterano, el pan y el vino no son cambiados física o químicamente, pero en alguna manera «en, con, y bajo» el pan y el vino, existe el verdadero cuerpo y sangre de Cristo de los cuales el comulgante se alimenta.

En oposición tanto a los romanistas como a los luteranos, los que siguen la teología reformada insisten en que las palabras de Cristo: «Este es mi cuerpo», deben entenderse como un caso de la figura de retórica llamada metonimia, esto es, tomar la señal por la cosa señalada. Heppe cita autoridades en la tradición reformada que designan estas palabras de Cristo «metonimia sacramental», «una metonimia acostumbrada en las Escrituras».[6]Heppe, Reformed Dogmatics, p. 600. Mantenemos que no hay más razón de tomar las palabras «este es mi cuerpo» en un sentido literal y físico que para tomar las palabras: «Yo soy la vid, vosotros los pámpanos» en un sentido literal y físico.

Pero las doctrinas de transubstanciación y de consubstanciación no descansan solamente sobre las palabras de Cristo en la última cena. Estas opiniones descansan en gran parte sobre lo que me parece una mala interpretación de la conversación en la sinagoga en Capernaum como tenemos en Juan 6:22-71. Reconozco que me estoy apartando de una tradición que ha sido mantenida por algunos de los mejores teólogos reformados, al sostener, como lo hago, que la discusión del pan de vida en este pasaje no tiene referencia directa a los sacramentos; pero examinemos el pasaje teniendo en mente la posibilidad de que el alimentarse de Cristo encontrado allí no tenga referencia al sacramento.

Juan 6:22-71
La multitud encontró a Jesús en Capernaum al otro lado del lago del lugar donde los había alimentado el día anterior. Preguntaron:

«Rabí, ¿cuándo llegaste acá? Respondió Jesús y les dijo: De cierto, de cierto os digo que me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis. Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará, porque a este señaló Dios el Padre» (Jn 6:25-27).

Nótese que el pensamiento principal en el dicho de Jesús es «comida que a vida eterna permanece». Pero la multitud se desvió del punto. «Entonces le dijeron: ¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios?» (v. 28).

Jesús los trae otra vez a su pensamiento, expresándolo de otra manera: «Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado» (v. 29). Creer en Cristo es lo mismo que comer el pan que permanece para vida eterna.

«Le dijeron entonces: ¿Qué señal, pues, haces tú, para que veamos y te creamos? ¿Qué obra haces? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Pan del cielo les dio a comer [Ex 16:4, 13-15]» (vv. 30,31).

¡Como si no fuera bastante el milagro de los panes y los peces!

«Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: No os dio Moisés el pan del cielo, mas mi Padre os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo» (vv. 32, 33). Sin duda debe ser evidente desde ya que Jesús no se refiere a nada más que a la fe en él mismo.

«Le dijeron: Señor, danos siempre este pan» (v. 34).

«Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás» (v. 35).

La idea básica es:Ven a Jesús y cree en él.

«Mas os he dicho, que aunque me habéis visto, no creéis. Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera. Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, Sino que lo resucite en el día postrero. Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero» (vv. 36-40).

Desde este punto en el argumento la ceguera intencional de la multitud se hace más densa, y las metáforas usadas por Jesús se hacen consecuentemente más recias e inflexibles. El reflejo de fe que parecía mostrar al decir «danos siempre este pan» (v. 34) se apagó casi inmediatamente.

«Murmuraban entonces de él los judíos, porque había dicho: Yo soy el pan que descendió el cielo. Y decían: ¿No es este Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre nosotros conocemos? ¿Cómo, pues, dice este, del cielo he descendido? Jesús respondió y les dijo: No murmuréis entre vosotros. Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero. Escrito está en los profetas: Y serán todos enseñados por Dios [Is 54:13]. Así que, todo aquel que oyó al Padre, y aprendió de él, viene a mí. No que alguno haya visto al Padre, sino aquel que vino de Dios: este ha visto al Padre. De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna. Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto, y murieron. Este es el pan que desciende del cielo, para que el que de él come, no muera. Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo» (vv. 43-51).

Los sacramentalistas frecuentemente citan estas últimas palabras para respaldar su punto de vista de que Jesús está aquí refiriéndose al pan de la mesa de la comunión. Pero esto me parece un caso de hysteron proteron, poner el efecto en lugar de la causa. Indudablemente Jesús está aludiendo a su crucifixión al dar su carne por la vida del mundo; y también es cierto que el pan de la mesa del Señor representa y se refiere a su cuerpo quebrantado sobre la cruz. Pero, tomar Juan 6:51 como una referencia a la mesa del Señor es substituir el símbolo por aquello a que se alude directa y literalmente, esto es, la expiación misma efectuada en la cruz.

«Entonces, los judíos contendían entre sí, diciendo: ¿Cómo puede este darnos a comer su carne?» (v. 52). Pero seguramente sabían que estaba hablando en lenguaje figurativo. No habrían sabido la referencia literal a la cruz, la cual estaba todavía en el futuro, pero seguramente sabían que estaba hablando, por metonimia, de algún sacrificio verdadero. Su ceguera en este punto es una defensa psicológica natural contra la obra convincente del Espíritu Santo.

Es evidente que Jesús vio que se estaban yendo en rodeos. Ellos entendían muy bien. Y él continuó con creciente aspereza. «Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come [usa una palabra más gráfica que antes] mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él» (vv. 53-56).

Otra vez tenemos palabras que se dicen respaldar el caso de los sacramentalistas, pero para mí la significación sacramental está totalmente excluida. Si estas palabras aluden al acto físico de participar de la mesa del Señor, entonces la necesidad de la fe está excluida. O estas palabras son figurativas o son literales. La doctrina de la salvación por fe se ha reiterado vez tras vez en las palabras anteriores de Jesús. Ahora el tomar esta metonimia severa como si fuese una declaración literal sería negar lo que Jesús había dicho claramente acerca de la fe en él.

Jesús siguió: «Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí. Este es el pan que descendió del cielo; no como vuestros padres comieron el maná, y murieron; el que come de este pan, vivirá eternamente. Estas cosas dijo en la sinagoga, enseñando en Capernaum. Al oírlas, muchos de sus discípulos dijeron: Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír?» (vv. 57-60).

«Sabiendo Jesús en sí mismo que sus discípulos murmuraban de esto, les dijo: ¿Esto os ofende? ¿Pues qué, si viereis al Hijo del Hombre subir a donde estaba primero? El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha, las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida» (vv. 61-63).

Aquí hallamos el dicho que me parece absolutamente concluyente contra cualquier forma de sacramentalismo en este capítulo. Si Jesús hubiese tenido en mente cualquier participación sacramental en cosas que representaban su carne y sangre, seguramente no habría dicho «La carne para nada aprovecha». Desde el principio hasta el fin de esta discusión Jesús usa la metáfora de alimentarse de él simplemente para indicar que es necesario creer y confiar en él y en su mensaje.

Es claro que los doce tenían por lo menos alguna comprensión del significado de la metáfora, porque después de la partida de «muchos de sus discípulos», «Dijo Jesús a los doce: ¿Queréis acaso iros también vosotros? Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente» (vv. 67-69).

He discutido este pasaje del capítulo 6 de Juan extensamente porque creo que la mala interpretación del mismo ha sido la causa de mucha confusión en el estudio de la eficacia de los sacramentos. Si se puede entender claramente que esta Escritura no está relacionada en manera alguna con los sacramentos, y que alimentarse de Cristo quiere decir aquí sencillamente tener fe en él y en su palabra y su obra, una gran fuente de confusión habrá sido eliminada.

La eficacia viene completamente del mandamiento de Cristo
Si pues los sacramentos no son eficaces ex opere operato, ¿cuál es entonces su eficacia? Los teólogos reformados citados por Heppe usan la ilustración de una piedra o roca común la cual, por un pacto autoritativo, queda constituida hito oficial. La piedra misma no ha cambiado en lo más mínimo; su función como hito descansa completamente en el pacto autoritativo que la hace tal.[7]Heppe, Reformed Dogmatics, p. 596.

¿Por qué entonces son eficaces los elementos usados en los sacramentos? No emana de ningún valor en las cosas o en las acciones mismas; la eficacia viene completamente del hecho de que Cristo las ha designado como medios visibles y tangibles a través de los cuales se recuerde su expiación y se exponga delante del mundo hasta que él venga. Los sacramentos son eficaces para el propósito para los cuales fueron dados sencillamente porque Cristo así los ha dispuesto.

Por eso rechazamos, por un lado, tanto la opinión católico-romana como la luterana de que en los sacramentos tenemos materiales y acciones que son eficaces en sí mismas. Rechazamos la idea de que, o por transubstanciación (romanismo) o por consubstanciación (luteranismo), están presentes el cuerpo y la sangre literales de Cristo. También rechazamos la doctrina romanista y luterana de que el acto físico del bautismo es en sí mismo eficaz para limpiarnos de pecado.

Por otro lado, rechazamos la doctrina zwingliana de que en los sacramentos no tenemos más que un espectáculo metafórico. Los sacramentos son más que una representación o dramatización de una verdad. Los sacramentos permanecen por todas las generaciones en la iglesia como ordenanzas instituidas por Cristo para la edificación de su pueblo. Su eficacia, su aspecto por el cual los llamamos sacramentos en vez de ordenanzas meramente, reside completamente en que Cristo los instituyó.

La eficacia no radica en la iglesia
Los teólogos reformados han tomado uniformemente la posición de que la eficacia de los sacramentos no se deriva de la iglesia ni de los oficiales de la iglesia. Sostenemos en verdad que el bautismo y la Cena del Señor, bajo circunstancias ordinarias, deben estar propiamente dentro de las actividades y la disciplina de alguna rama de la iglesia visible.

Pero en vista de que la eficacia de los sacramentos no se deriva en sentido alguno de la iglesia ni de sus oficiales, los teólogos reformados mantienen los principios anunciados en la Pregunta 91 del Catecismo Menor de Westminster. «¿Cómo se hacen los sacramentos medios eficaces de salvación? Los sacramentos vienen a ser medios eficaces de salvación, no porque haya alguna virtud en ellos, o en aquel que los administra; sino solamente por la bendición de Cristo, y la operación de su Espíritu en aquellos que los reciben con fe.»

El carácter de los administradores
Ha habido mucha controversia en la historia de la iglesia sobre la cuestión del carácter moral o espiritual de los ministros o ancianos que administran los sacramentos. Por supuesto, los ministros y los ancianos deben ser hombres que acepten de todo corazón el sistema de doctrina enseñado en las Escrituras, y que no anulen su profesión llevando vidas impías. Cuando la iglesia visible descuida la administración de disciplina y permite que hombres que están viviendo vidas escandalosas continúen en su oficio, o aun continúen como comulgantes, la efectividad del testimonio en la comunidad es destruida. Las instrucciones de Pablo en 1 Corintios 10 hacen evidente que cuando se tolera el pecado o la falsa doctrina en la mesa del Señor, ya no es la mesa del Señor sino la mesa de los demonios. Pero la eficacia de los sacramentos no se destruye porque sean administrados por hombres malos o heréticos. El que participa de la mesa del Señor o que acepta el bautismo por fe en Cristo sea para sí mismo o para sus hijos, con la intención de obedecer honradamente el mandamiento de Cristo con referencias a los sacramentos, lo ha obedecido. Supongamos el caso de un miembro de la iglesia que está firmemente convencido de que uno de los ancianos que distribuye los elementos de la mesa del Señor es un serio ofensor y que debe ser depuesto de su oficio. Supongamos que no ha habido tiempo u oportunidad de instituir un proceso judicial contra él. ¿Se abstendrá el miembro de tomar la comunión? ¡En ninguna manera! Es la mesa del Señor, y el valor de participación depende enteramente de su institución por Cristo, y ni en el menor grado del instrumento humano por el cual es administrado. Heppe cita la Sinopsis de Leiden para mostrar que los sacramentos son válidos a pesar del carácter del ministro, «porque un ministro actúa en esta administración en el nombre de Dios, no en su propio nombre».[8] Heppe, Reformed Dogmatics, p. 605 ss.

Otras Escrituras sobre la eficacia
Otras Escrituras que se aduce enseñan la eficacia de los sacramentos ex opere operato son Hechos 2:38; 1 Pedro 3:21; Efesios 5:26. Pedro, en su discurso público en el día de Pentecostés, contestó la pregunta de aquellos cuyos corazones fueron compungidos y que preguntaron: «¿Qué haremos?», diciendo: «Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo» (Hch 2:38). La frase, «para perdón de los pecados», indica según el entendimiento de algunos que el bautismo es la causa instrumental de la remisión de los pecados. Los que arguyen así a veces toman la frase «el bautismo… ahora nos salva» fuera de su contexto en 1 Pedro 3:21. Es digno de notar que el grupo religioso más conspicuo en Norte América hoy que enseña la regeneración bautismal con vigor en el sentido de la eficacia ex opere operato del bautismo mismo es la llamada «Iglesia Cristiana» (a veces llamada Campbellita), una iglesia que denuncia vigorosamente el bautismo infantil y que insiste en la inmersión.

A Hechos 2:38 y 1 Pedro 3:21 a veces se agrega Efesios 5:26, la referencia al «lavamiento del agua por la Palabra». En este último texto la referencia al bautismo en verdad es remota. Parece difícil que un lavamiento por la Palabra, como un lavamiento por agua, pueda interpretarse racionalmente como otra cosa que una clara metáfora.

En 1 Pedro 3:21, aunque se refiere al bautismo literal, sin embargo el contexto enseña explícitamente que no es el bautismo como acto el que limpia. Pedro ha aludido al diluvio de Noé, en el cual las personas en el arca fueron salvadas, pasando por la experiencia de las aguas. Pedro continúa «que, como un anticipo, ahora nos salva, el bautismo; no quitando las inmundicias de la carne, sino como la aspiración de una buena conciencia hacia Dios, por la resurrección de Jesucristo» (1 P 3:21). En otras palabras, Pedro dice: «No estoy hablando del acto físico del bautismo como el instrumento de salvación, sino de la realidad espiritual simbolizada por el acto externo».

No hay inferencia alguna en Hechos 2:38 a que el bautismo sea la causa eficaz de la remisión de pecados. La preposición eis, traducida «para», en tal contexto representa correctamente la palabra que traduce. [Nota del Trad. En castellano, hay que entender «mostrar» con la palabra «para»]. Cuando una persona hace algo para (mostrar) otra cosa, la primera cosa no es necesariamente la causa de la segunda. Uno lleva una insignia para (mostrar) su calidad de miembro en cierta reunión del sínodo. En otras palabras, uno lleva la insignia como una representación de esa afiliación. Pablo dice explícitamente que somos bautizados para (eis) la muerte de Cristo en la cruz. (Ro 6:4). Puesto que es la muerte de Cristo en la cruz lo que realiza la remisión de nuestros pecados, es enteramente apropiado decir que seamos bautizados para la remisión de nuestros pecados. En verdad, la misma preposición se usa en Romanos 6:3 para decir que somos bautizados para su muerte y en Hechos 2.38 para decir que somos bautizados para la remisión de nuestros pecados. En ningún caso dice que el bautismo es la causa, sino que en ambos casos es la representación de aquello por lo cual es hecho. Entonces la eficacia del sacramento está en el hecho de que Cristo lo ha ordenado para representar la salvación por medio de su cruz.

PUREZA DE LA MESA DE LA COMUNIÓN

La pureza del sacramento se presenta gráficamente en el mandamiento de Pablo: «Huid de la idolatría» (1 Co 10:16-22). Pablo argumenta: «La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan.» ¿Qué cristiano renacido no ha sentido la misma presencia del Espíritu Santo de Dios en la unión mística de los creyentes con Cristo en la mesa de la comunión?

Pablo sigue recalcando que el significado de la mesa del Señor demanda pureza de fe y de vida. Traza la analogía: «Mirad a Israel según la carne; los que comen de los sacrificios, ¿no son partícipes del altar? ¿Qué digo, pues? ¿Que el ídolo es algo, o que sea algo lo que se sacrifica a los ídolos? Antes digo que lo que los gentiles sacrifican, a los demonios lo sacrifican, y no a Dios». Por supuesto, Pablo estaba hablando de una idolatría literal, pero cualquier cosa que venga entre nosotros y Dios es un ídolo, espiritualmente hablando. Cualquier doctrina falsa que signifique una negación de la salvación por la sangre de Cristo, es una forma de idolatría. El «modernismo» no es una forma de cristianismo, es otra religión, es idolatría.

Pablo continúa: «No quiero que vosotros os hagáis partícipes con los demonios. No podéis beber la copa del Señor, y la copa de los demonios; no podéis participar de la mesa del Señor, y de la mesa de los demonios». Las dos no pueden ser mezcladas. Si es la mesa de una religión falsa no es la mesa del Señor.

Pablo concluye este argumento con una alusión a la metáfora de la relación matrimonial, la metáfora que habla de idolatría como infidelidad en la relación marital: «¿Provocaremos a celos al Señor? ¿Somos más fuertes que él?»

Calvino, en su larga discusión de la pureza de la iglesia en el Tomo IV de su Institución hace la distinción entre una iglesia verdadera y la que no es una iglesia en que una iglesia verdadera, que predica el evangelio puro, mantiene la pureza de los sacramentos.

References

References
1 Heinrich Heppe, Reformed Dogmatics, pp. 590.610.
2 Heppe, Reformed Dogmatics, p. 609.
3 Hodge, Systematic Theology, vol. III, p. 502.
4 Ibid., p. 504.
5 Ibid., p. 517.
6 Heppe, Reformed Dogmatics, p. 600.
7 Heppe, Reformed Dogmatics, p. 596.
8 Heppe, Reformed Dogmatics, p. 605 ss.