La música de hoy comparada al ejemplo de Carlos Wesley

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La música de hoy comparada al ejemplo de Carlos Wesley

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 por Tim y Lynn Anderson

Hace ya más de  270 años desde que los hermanos Wesley (Juan y Carlos) tuvieron una experiencia personal con Dios en la Calle Aldersgate de Londres, acontecimiento que no sólo transformó radicalmente su vida, sino la vivencia de toda una nación.  Un año más tarde Carlos conversaba con Pedro Böhler sobre lo diferente que había llegado a ser desde aquel gran encuentro con el Señor. El líder moravo exclamó “Mi hermano Wesley, Jesucristo ha hecho tantas cosas en mí que ¡Si tuviera mil lenguas, usaría todas para alabarle a Él!”. Tan conmovido quedó Carlos por esa frase que días más tarde terminó de escribir las 18 estrofas de una linda poesía que tituló “Aniversario de mi experiencia con Dios”.

¿Quién fue Carlos Wesley y qué podemos aprender de él en cuanto a su obra y nuestra música?

Carlos Wesley, nació el 18 de diciembre de 1707 en Inglaterra, era el decimoctavo hijo de un teólogo de la Iglesia Anglicana de nombre Samuel y su esposa Susana Ann Wesley, (quien era hija de otro teólogo que disentía de la iglesia oficial).  En su hogar recibió cuidadosa formación moral y enseñanza basada en la Biblia.

Además, Carlos se benefició de educación internada formal: primero, estudió en latín durante 13 años en Westminster School y luego pasó 9 años haciendo un magíster en Oxford, donde memorizó mucha poesía clásica. Fue bien preparado en cuanto a conocimientos bíblicos y poéticos para poder ser autor de excelentes himnos que han perdurado.

En 1729 organizó, junto con Juan su hermano mayor, un club de jóvenes y amigos universitarios para estudiar la Biblia, practicar actividades espirituales con disciplina y ayudar a los necesitados. Sufrieron burlas de parte de otros estudiantes por su estilo de vida, y los caricaturaban “el club de los santos” y “metodistas”. Con el tiempo, ese sufrimiento por buscar agradar a Dios y orar, formó bases para los más de 6.500 himnos (tal vez hasta 8.989, según otro cálculo) que Carlos escribió.

Sin embargo, en su dedicación aún faltaba una relación íntima con Dios, como se dejó ver cuando viajó a América con Juan para ministrar entre colonos e indígenas y luego regresaron a su tierra natal sintiéndose fracasados. Durante la travesía, observaron cómo unos creyentes moravos en la embarcación cantaban con tranquilidad y fe cuando, al contrario, Carlos y Juan sentían terror ante una fuerte tempestad que hacía estragos al barco. Todo esto fue parte del quebrantamiento personal que era necesario para llegar a ser instrumentos del Señor.

Dios siguió usando sus contactos con creyentes y Carlos conversaba a menudo con Peter Böhler, el líder moravo (“Unidad de hermanos”) y leía los escritos de Martín Lutero.

Sin embargo, fue el Espíritu Santo quien guió el proceso espiritual, muy especialmente usando las cartas a los Romanos y Gálatas para transformar a Carlos en mayo de 1738. A raíz de esa experiencia y como respuesta al amor de su Señor y Salvador, él escribió el himno, “Maravilloso es el gran amor”, también llamado en español, “¡Cómo en su sangre pudo haber!” (originalmente “Free Grace” en inglés).

Al año escribió el himno mencionado al principio, “Oh, que tuviera lenguas mil” (o “Mil voces para celebrar”), recordando su “aniversario” espiritual. Ambos himnos todavía son cantados alrededor del mundo, y más adelante se analizará el contenido de algunas de las estrofas.

Carlos y Juan Wesley son recordados por su gran impacto como evangelistas, agentes de cambios sociales importantes, escritores de himnos y fundadores del movimiento metodista. Durante casi dos décadas viajaron constantemente predicando el Evangelio por Inglaterra a pie y a caballo, enfrentando fuerte oposición. Clave para la extensión del Evangelio y la instrucción de muchos miles de discípulos eran los cantos que escribieron y enseñaron en ese tiempo.

Monumento erigido en St. Mary le Bone Old Churchyard para marcar la posición de la tumba original de Charles Wesley

Durante 53 años de labores fueron publicados 56 volúmenes de sus himnos, y se dice que Carlos trató de escribir un promedio de 10 líneas poéticas por día.  Cada situación era una oportunidad para cantar: recordó la obra de Jesucristo en Su vida terrenal, la gloriosa esperanza de la vida eterna, las grandes doctrinas de la Biblia, las luchas personales de cada creyente. Sobre todo, sus himnos glorificaban a Dios.

Eran cantados con entusiasmo por los miles que se congregaban en las reuniones de los evangelistas al aire libre, pues en tan sólo 5 años, según sus anotaciones, Carlos predicó ante 149,400 atentos oyentes. Algunas veces se reunieron 10,000 y hasta 20,000 personas para escuchar su poderosa voz, que predicaba el Evangelio sin micrófono y dirigía el canto con letra acorde con el mensaje. Un gran avivamiento espiritual y social sacudió el país.

También se avivó la participación de la congregación.  En ese entonces, la música de adoración en las iglesias se limitaba a voces bien entrenadas, mientras la congregación se conformaba con entonar algunos pocos Salmos de canto llano. En cambio, en las capillas del movimiento metodista, los creyentes tenían himnarios de los Wesley. Era común que los himnos tuvieran hasta 20 estrofas para poder expresar aspectos doctrinales plenamente.

Los muchos libros que publicaron tenían títulos como: “Himnos para tiempos difíciles”, “Himnos acerca de la Cena del Señor”, “Himnos y cánticos espirituales para el uso de cristianos verdaderos”, “Himnos de intercesión por la humanidad”, dos tomos de “Himnos cortos referentes a porciones selectas de las Sagradas Escrituras” (constaban de 2.030 himnos en 824 páginas), “Himnos acerca de la Trinidad”, Himnos para el uso en familia”, e “Himnos para niños”, entre otros.

También había un himnario de bolsillo de 250 cantos, y folletos de himnos de 11 a 70 páginas con temas como: “Una palabra a tiempo”, “Himnos acerca de la resurrección del Señor”, “Oraciones para antes y después de comer”, “Himnos ocasionados por un terremoto”, “Preparación para la muerte”, e “Himnos escritos en tiempo de tumultos”.

Carlos y Juan Wesley escribieron himnos de rico contenido bíblico y doctrinal, con el acompañamiento de música sencilla y bella.  Desde 1742 Juan proveyó libros con tonadas (“tune books”) para que sus seguidores aprendieran una línea musical junto con la letra. Algunas de las melodías fueron hechas expresamente para las poesías de Carlos por compositores y otras fueron adaptaciones de melodías folklóricas. Se acostumbraba tener una colección de tonadas para distintos metros poéticos, que servían para entonar diferentes poesías. Una persona de la época comentó: “El canto de los metodistas es lo más hermoso que jamás haya escuchado.  Cantan de modo apropiado, con devoción, gracia y mente serena”.

Examinemos una traducción al español de algunas estrofas de “Maravilloso es el gran amor”:

  1. Maravilloso es el gran amor que Cristo el Salvador derramó en mí;
    Siendo rebelde y pecador, yo de su muerte causa fui.
    ¡Grande, sublime, inmensurable amor! Por mí murió el Salvador.Coro:  ¡Oh, maravilla de su amor, por mí murió el Salvador!
  2. El su celeste hogar abandonó, dejando posición, gloria y honor;
    De todo ello se despojó por rescatar al pecador.
    Misericordia inmensa él mostró; su gran amor me alcanzó
  3. ¡Grande misterio! Dios el inmortal muriendo en la cruz entregó su ser;
    ni mente humana ni angelical jamás lo puede comprender.
    Inexplicable es el infinito amor que demostró mi Salvador.

En muchos lugares, lo que más se canta durante el culto son cortos estribillos llamados “coritos” que aparecen en pantalla o que se cantan de memoria.  Inclusive, algunos hasta han dejado del todo el canto de himnos y el uso de himnarios.  Congregaciones se han habituado a la larga repetición de cortas frases con dudoso “ton” y demasiado “son”.

Los Wesley buscaron la participación de la congregación en el canto de himnos, como parte integral de la adoración y enseñanza.  Hoy, frecuentemente el canto se ha convertido en un bloque de tiempo con escasa o ninguna relación a la exposición de la Palabra, y a cargo de personas, a veces inmaduras, llamadas “grupo de alabanza”, mientras muchas bocas de la congregación permanecen cerradas (todos parados, pero en mayoría espectadores callados).

Lo grave es cuando los que escriben cánticos y dirigen la alabanza carezcan de conocimiento de las Escrituras y una vida santa.  Los requisitos para cantar, idear éxitos, tocar la batería y otros instrumentos en el culto parecen limitarse en estos casos a la habilidad musical, dando poca importancia a la autoridad espiritual.

La tecnología (cantidad de micrófonos y otros aparatos) se ha convertido en algo indispensable aun en capillas pequeñas. La intensidad de sonido de poderosos parlantes frecuentemente sobrepasa el umbral del dolor, lo cual ha sido motivo de crítica y hasta demandas legales por parte de vecinos. Algunos sonidos que se oyen desde la iglesia, difícilmente se distinguen del entretenimiento mundano y sensual.

Se ha permitido que la industria de la música, la cual maneja dinero y artistas, influya sobre lo que se canta, y cómo se canta.  Instrumentos suelen ocupar sitios más importantes que el mismo púlpito.

¿Serán ciertas estas observaciones?  Bueno, cada quien puede reflexionar, y comparar.

Es útil recordar algunos ingredientes en la formación y práctica de los Wesley que dieron fruto para la gloria de Dios. Incluyen: culto en familia; conocimiento bíblico; sufrimiento y quebrantamiento; constancia en la oración; relación personal con Jesucristo; capacitación por el Espíritu Santo; estudios disciplinados para ofrecer excelencia; expresión musical que enseña verdad y virtudes; alabanzas que brotan de la humildad y la santidad; coordinación de los himnos con el mensaje predicado; canto participativo y de corazón de parte de la congregación.

Sin lugar a duda, uno de los mejores himnos (si no el mejor) de Carlos Wesley es “Cariñoso Salvador”.  La profundidad de sus figuras poéticas ha sido modelo y reto durante casi tres siglos.  El gran predicador del siglo 19, Henry Ward Beecher, alguna vez afirmó, “Preferiría haber escrito aquel glorioso himno de Wesley que disfrutar la fama acumulada de todos los reyes que jamás hayan habido en la tierra…  La humanidad seguirá cantando esa gloriosa letra hasta que la última trompeta anuncie el arribo del gran coro angelical; y creo que aun muchos labios la estarán cantando al llegar a la misma presencia del Señor”.

  1. Cariñoso Salvador, huyo de la tempestad
    A tu seno protector, fiándome de tu bondad.
    Sálvame, Señor Jesús, de las olas del turbión:
    Hasta el puerto de salud, guía tú mi embarcación.
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  2. Otro asilo ¿dónde hallar? indefenso acudo a ti;
    Sólo pude desmayar, porque mi peligro vi.
    Solamente tú, Señor, puedes dar consuelo y luz;
    Vengo lleno de temor a los pies de mi Jesús.
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  3. Cristo, encuentro todo en ti, y no necesito más;
    Débil, me pusiste en pie, triste, ánimo me das.
    Al enfermo das salud; guías tierno al que no ve;
    Con amor y gratitud tu bondad ensalzaré. Amén.

LETRA: Charles Wesley, 1738, trad. T.M. Westrup.

Dios permita que estas breves reflexiones sobre algunos de los elementos en la formación y ministerio de Carlos y Juan Wesley, nos ayuden a apreciar también a muchos otros que nos han dejado un precioso legado musical para poder glorificar al Señor.  Afortunadamente, existen actualmente autores y compositores que siguen escribiendo himnos y cánticos de gran valor, guiados por el Espíritu Santo.

Timoteo y Lynn Anderson