La meta de Dios: Nuestra adopción

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La meta de Dios: Nuestra adopción

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por Pablo Thompson

Desde la eternidad Dios existe como Padre, Hijo y Espíritu en una gloriosa, plena y rica comunión. No hay ningún vacío, ni roce, ni temor, ni tirantez en este glorioso círculo. La vida trinitaria es una vida de comunión e intimidad inmutable motivada por un apasionante interés mutuo y deleite. Este amor, que da lugar a una fraternidad completa, es el secreto de todo lo que es bueno en nuestra existencia humana. El evangelio tiene su origen con este Dios trino en sus concilios de mutualidad y amor, antes que amaneciera el tiempo y el espacio, antes que los cielos se extendiesen y se llenaran de un mar de estrellas, antes que la tierra fuera concebida y poblada con seres humanos.

Antes que existiera nada, era el Padre, el Hijo, y el Espíritu y el gran baile de la vida trinitaria. La verdad más contundente de todas es que este Dios, en un acto de amor sorprendente, determinó abrir el círculo de la trinidad para que el ser humano participara en ello. “Antes de la fundación del mundo… nos predestinó para ser adoptados como los...” (Ef 1:3,4). Esta es la única razón para la creación del mundo y del ser humano. No hay otra voluntad de Dios, no hay otro plan, no hay una agenda escondida, no hay un plan “B” para el ser humano. No había un plan con Adán y después otro para la caída. Desde el comienzo Dios es Padre, Hijo, y Espíritu y desde el comienzo está resuelto a no vivir sin nosotros. Antes que los proyectos del universo fueran diseñados, el Padre, Hijo y Espíritu ya habían decidido con un indescriptible amor que el ser humano fuera adoptado, que nosotros tuviéramos un lugar, que perteneciéramos al círculo de su vida y que fuéramos hechos participantes en la misma comunión y gloria del Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Esta es nuestra familia y estamos plenamente incluidos en ella a través de Cristo, nuestro hermano mayor.

Allí en los consejos de la Trinidad antes de la creación del mundo, fue decidido que el Hijo de Dios cruzara toda barrera entre Dios y el hombre para establecer una unión real y permanente con Él. Jesús fue predestinado a ser el mediador, es decir, que en Él y por Él la existencia de la Trinidad alcanzara al ser humano y que la humanidad fuera por Él levantada para compartir de la vida trinitaria.

Para poder entrar en esta verdad es imprescindible reconocer el mensaje y la misión de Jesús en su encarnación. Un buen lugar donde comenzar es el discurso de Cristo con sus discípulos en el aposento alto, relatado en Juan 13-16. Están reunidos bajo un sentir de amenaza. El lugar sugiere algo intangible, oscuro y temeroso. Presienten algo siniestro y a la vez trascendente. En este ambiente cargado Cristo revela, lo que se podría decir, es la promesa central de su venida. “Rogare al Padre y Él os dará otro Consolador… No os dejare huérfanos… En ese día conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros” (Jn 14:16-­20). Cristo usa la palabra “Consolador”, que quizá sea de ayuda traducir como un testigo íntimo, un compañero de alma. Este compañero de corazón, Cristo promete, nos va a enseñar que no somos huérfanos.

Estas son las Buenas Nuevas, el Evangelio de Cristo. Como si fuera un regalo, hay un solo paquete nombrado Cristo, pero hay tres sorpresas adentro. Primero está la relación de Jesús con el Padre; segundo, nuestra inclusión en esta relación; y tercero, nuestra participación. Si habláramos en forma estricta tendríamos que decir que toda esperanza, gozo, seguridad, y amor son cosas que pertenecen exclusivamente a Jesucristo en su relación con el Padre. Cristo está compartiendo lo que tiene de su Padre con nosotros y que pueda fluir de nosotros a otros.

Si meditamos profundamente sobre esta promesa pronto nos daríamos cuenta que el cristianismo no tiene que ver tanto con una relación entre nosotros y Dios sino, más contundentemente, el cristianismo tiene que ver con Cristo y su Padre. Hay una gran diferencia entre entender a Cristo como un ejemplo que hemos de seguir y verle como la fuente de nuestra vida. Cristo promete tomar su relación con el Padre, su libertad, su amor, su obediencia, su Espíritu, y su comunión y compartirlo con nosotros. Esta es la diferencia fundamental entre todas las otras religiones y el cristianismo. Todas las religiones nos exigen hacer algo para Dios. El Cristianismo trata de la vida que Cristo ya tiene con el Padre y cómo esta vida es compartida con nosotros. Así que el primer componente del Evangelio no tiene nada que ver con nosotros; tiene que ver con Cristo y su Padre. Cristo es el que ama al Padre con todo su corazón, fuerza, y alma. Cristo es el que, según Juan 1:18, habita “en el seno del Padre” y Cristo comparte esta relación con nosotros.

Notemos la segunda parte de la oración: “y vosotros en mí“. ¡Esta es una asombrosa verdad! Cristo nos ha incluido en su relación con el Padre. ¿Habrán notado la manera en que Cristo hace sus promesas a través de todos estos capítulos? Dice “mi paz os doy ” (Jn 14:27) no dice, os daré paz. No dice os daré gozo, sino “mi gozo os daré”. Todo viene a través de Él. Las Buenas Nuevas del Evangelio son que Cristo conoce al Padre y que todo lo que Él conoce, se nos da. Así que podemos experimentar y gustar su esperanza y su paz y su gozo porque Cristo comparte lo que tiene con el Padre.

Recuerdo cuando mis niños eran pequeños que les gustaba luchar conmigo en el suelo. Una vez cuando estaba sentado sobre el sofá leyendo tranquilamente, mi hijo segundo, David, viene corriendo y se lanza sobre mi cuerpo con una fuerza que me tumba al suelo. Comenzamos a luchar y mientras jugábamos, me di cuenta que había un chico mirándonos. Nunca lo había visto. Era alguien que David había invitado de la calle. Pues, veo que David le señala para que venga a participar en el juego. Al principio el chico estaba un poco temeroso, pero luego se mete plenamente con nosotros y la pasó tan bien como si yo fuera su padre.

Precisamente esta es la misión de Jesucristo. El tiene la relación con su Padre. Él goza de una intimidad perfecta. Y Él me invita a mí, un forastero, un callejero, a venir y a participar en esta relación. Es algo tan increíble que al principio me quedo a una distancia, temeroso. La fe es el acto de tomar la relación que el Hijo tiene con el Padre y creer que también es para mí y me lanzo a participar con ellos. Su gozo llega a ser mi gozo.

La resurrección y la ascensión de Cristo garantiza que en este momento, ahora mismo, un ser humano está sentado a la diestra del Padre abogando por nosotros. Un ser humano está adentro del círculo de la Trinidad. ¿Qué es la experiencia que el Hijo tiene con el Padre? ¿Piensas que el Hijo diría, no soy digno de estar aquí, no soy suficientemente bueno, no cumplo suficiente, no soy aceptado, no pertenezco aquí, no soy amado? ¿Cuál es la experiencia del Hijo ahora mismo como un ser humano en la presencia del Padre? Cuando el Hijo mira al Padre Él sabe que pertenece, Él sabe que está incluido, que es el Hijo amado, que es aceptado por completo. Lo que Cristo está prometiendo a sus discípulos es que en una forma misteriosa su Espíritu está tomando esta experiencia que Cristo tiene con el Padre y la pone dentro de nosotros. Así podemos experimentar lo que experimenta el Hijo.

Cristo nos enseñó a orar “venga tu Reino“. ¿Qué significa esta petición? Pues, cuando oramos así estamos pidiendo que la relación que el Hijo tiene con el Padre, todo su gozo, toda su paz y plenitud venga a habitar con nosotros para que llene todo nuestro andar. Estamos orando para que esta relación comience a fluir a través de nuestros matrimonios y amistades, que llene nuestras iglesias y lugares de trabajo, que fluya por nuestros tiempos de ocio y placeres. Estamos orando para que la relación que el Hijo tiene con el Padre venga a morar profundamente en nosotros y a través de nosotros a toda la tierra.

La mayoría de los cristianos creen en la humanidad inclusiva de Adán, es decir, que cuando Adán pecó, toda la humanidad fue incluida en este pecado. Pero cuando hablamos de la obra de Cristo todavía la vemos, en la mayoría de los casos, como individual. Lo que Cristo hizo fue maravilloso, pero su muerte y resurrección fue un acto solitario que no tiene ninguna consecuencia para la raza humana por si misma. Es decir, que vemos las consecuencias del pecado de Adán mayores que la obra redentora de Cristo. Pablo en sus cartas está resuelto en hacernos entender que cuando Cristo murió y resucitó algo sucedió con la raza humana. El nos dice que cuando Cristo murió todos murieron (2 Co 5:14). Cuando Cristo murió, yo morí. Cuando Cristo resucitó, toda la raza humana resucitó con Él. Recordamos en este contexto estos versículos famosos en Efesios 2:5,6: “… aun cuando estábamos muertos en nuestros delitos, caos dio vida juntamente con Cristo… y con El nos resucitó, y con El nos sentó en los lugares celestiales en Cristo Jesús.” ¿Podría Pablo decirlo en forma más clara? Cristo tiene una relación con el Padre; Él nos ha incluido en esta relación por su muerte y resurrección. Esto es algo que ya fue conseguido. Nosotros solos nunca jamás podríamos entrar en una relación con Dios. Esto fue hecho únicamente por Cristo que nos incluyó a nosotros.

¡Cristo nos ha incluido! “Vosotros en mi”. Esto es el significado de la encarnación. Cristo vino y vivió entre nosotros. En su muerte nos lavó de nuestro pecado y alineación. En su resurrección nos avivó con su vida. En su ascensión nos levantó a los lugares celestiales con Cristo. Esto es la adopción. Esta es nuestra identidad. Cuando pronunciamos el nombre de Cristo estamos en el mismo vocablo pronunciando algo sobre nosotros mismos. No podemos pensar correctamente en Cristo a la diestra del Padre sin también pensar en nosotros incluidos con Él. Esta es la verdad que habla profundamente a nuestras almas, que produce esperanza, gozo y seguridad.

Es muy fácil torcer esta verdad y cuando se tuerce, por poco que sea, ya no produce esperanza ni gozo. Decimos: “Jesús tiene una relación con el Padre y yo también puedo tenerla. Yo puedo llegar a este nivel”. Nunca habrá esperanza, ni paz, ni seguridad porque estaríamos luchando para obtener algo imposible. Siempre estaríamos tratando de “hacerlo mejor” para llegar a conseguirla. En lugar de tener el enfoque sobre nosotros mismos, el Evangelio lo fija en Cristo y su relación con el Padre. Entonces declara que somos incluidos en esta relación.

Miremos, ahora al tercer componente del Evangelio. Esta vida del Padre que Cristo ha compartido con nosotros, está ahora obrando en nosotros. “…Yo en vosotros”. ¿Habrás pensado alguna vez de la procedencia del placer? Se discute mucho sobre el problema de la maldad pero ¿qué del placer? ¿De dónde viene la belleza, la música, la creatividad, la pasión para hacer algo bien? ¿De dónde procede el amor, el cariño, la ternura?

Tenemos en casa varias familias y hace unos días estaba observando la relación entre María y su bebé, Ian. Ella lo tenía en brazos y se podía ver el amor en sus ojos y el gozo, la esperanza y sueños que ella tenía para su hijo. El niño también estaba gozándose con sonrisas y carcajadas. Era un momento glorioso entre madre y niño. Y yo me preguntaba, ¿de dónde procede este amor y placer? ¿Es este gozo solamente humano? ¿Tiene este cariño y amor origen sólo en la naturaleza? ¿O hay más en este encuentro que no podemos presenciar sin pensar en el placer de la Trinidad? Pues, hay solamente un círculo de amor en el universo y este círculo es la Trinidad. Teológicamente lo que ocurre cuando una madre se deleita en un niño es que la relación que Cristo tiene con el Padre la está compartiendo con esta madre. Ella está participando en la dinámica —yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros.” Lo mismo ocurre con el arte. Todo artista sabe que para pintar hay que esperar la musa, la inspiración. Sin inspiración lo que sale es muy pobre. ¿Qué significa la palabra inspiración? (En-espíritu.) Significa que hay una dinámica espiritual detrás de la musa que encuentra su origen en el círculo de la Trinidad y fluye a través de Cristo al ser humano.

Permítame ser muy personal aquí. Cristo tiene una relación con el Padre y tú estás incluido en esta relación. Tú no estas afuera de este círculo. Por la obra de Cristo, tú estas incluido. Tú perteneces. Esta verdad es tu identidad. Esto es lo que tú eres. Tu identidad no se encuentra en tu raza, ni tu nacionalidad, ni en tu familia, ni en tus logros, sino que tú perteneces al círculo trino en Cristo Jesús. Estas son las noticias que el Evangelio anuncia. Toda tu vida has luchado para ser aceptado de una manera u otra. Esta verdad es algo que tu alma puede agarrar. Y cuando comienzas a entender y vivir por esta verdad, que en Cristo estás abrazado eternamente, el resultado es descanso para tu alma. Ya puedes vivir tranquilamente. La vida para ti, ya no será una búsqueda estresante. Ya tienes tu vida dentro del círculo de la Trinidad y estás tan seguro allí como Cristo mismo lo está.

Todo está hecho, solamente tienes por fe que aceptar lo que Cristo ya cumplió.