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Porque en esperanza fuimos salvos;
pero la esperanza que se ve, no es esperanza;
porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo?
Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos.
y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad.
—Romanos 8:24-26
ESQUEMA
1. ¿Qué es esa esperanza que se ve que no es esperanza?
1.1. Pluralismo ideológico y religioso.
1.2. La bola de cristal evangélica.
1.3. El espectáculo religioso de los sentidos.
2. La esperanza cristiana confía en lo que no se ve.
3. Este mundo no es nuestra casa.
CONTENIDO
Es evidente que, al escribir estas palabras, el apóstol Pablo veía el estado del mundo y el estado de la situación humana como algo triste y doloroso. Dos versículos antes dice: Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora; y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo (8:22-23). Sin embargo, Pablo propone la esperanza, es decir, la confianza en que ocurra lo que se desea. La tónica de la vida cristiana debe ser siempre la esperanza y nunca la desesperación. El cristiano debe aguardar, no la muerte o la nada, sino la vida eterna.
1. ¿Qué es esa esperanza que se ve que no es esperanza?
Seguramente, Pablo se refería a las aflicciones de su tiempo, del tiempo presente, (v. 18), a la realidad moral y espiritual que se vivía en aquel mundo grecorromano, no exento de contrariedades y graves persecuciones. Quizás hoy, salvando las distancias, podríamos hacer también el ejercicio de pensar en nuestro mundo contemporáneo: ¿qué estamos viviendo en la actualidad? ¿Cuál es la esperanza que se ve en el presente? ¿En qué situación se encuentra el Cristianismo actualmente, no sólo en nuestro país, sino por todo el mundo?
1.1. Pluralismo ideológico y religioso.
Vivimos en medio de una coexistencia de creencias divergentes. Cada uno tiene su forma distinta de ver la realidad, su propia cosmovisión. Muchas personas creen que la salvación, entendida como realización personal, se puede alcanzar desde cualquier religión. Da igual que uno profese el Budismo, el Islam, el Judaísmo, la Nueva Era, la Astrología o el Cristianismo. La gente ha aprendido que de haber nacido en otros países, probablemente, tendría otra religión; si, por ejemplo, hubiéramos nacido en Afganistán, seríamos musulmanes; si en Suecia, profesaríamos el protestantismo luterano; si lo hubiéramos hecho en Rusia, posiblemente ateos, o quizá ortodoxos; pero al haber visto la luz en España o en Latinoamérica, muchos fueron bautizados en el seno de la Iglesia católica romana. La religión sería, para algunos, un mero accidente de nacimiento y nada más.
De ahí que muchos se pregunten: ¿qué sentido tiene entonces el dogmatismo o las actitudes intolerantes? Todas las religiones son buenas, todas conducen a Dios y es absurdo pretender que el Cristianismo de Cristo sea la única verdadera. Quien se atreve a firmar, hoy, que Jesús es el único camino acaba siendo tachado de fanático y se le acusa, inmediatamente, de cometer el peor de los pecados de nuestra generación, el de intolerancia. La mentalidad posmoderna actual afirma que la única verdad es que no existe la verdad. En medio de este jardín pluralista, vemos, con tristeza, como la cristiandad se tambalea y el sedimento cristiano en la cultura va diluyéndose poco a poco.
En las universidades occidentales, cientos de jóvenes, inteligentes y bien preparados en otras materias, demuestran una gran ignorancia en las cuestiones religiosas cristianas pero, por el contrario, son asiduos lectores de obras de carácter esotérico. Tal pluralismo conduce al relativismo. Actualmente, hay incluso reparos, y a veces miedo o vergüenza, a expresar las opiniones personales, porque en el momento en que lo hacemos, según algunos, estamos imponiendo nuestro punto de vista a los demás. Hoy no se tiene seguridad en uno mismo, o en las creencias personales, y además esta inseguridad no se ve mal. La consigna posmoderna podría ser: “No sé quien soy y, en cualquier caso, sería arrogante pretender saberlo”.
Todo esto significa que no existe base para el conocimiento: “No sé si es posible llegar a conocer algo con certeza, ¿cómo me preguntas si quiero conocer a Dios?”. Hoy no existen principios éticos universales: “Lo que es correcto para mí, no tiene por qué serlo para ti”.
Mientras tanto, Cristo sobrevive, a duras penas, en el corazón de algunos creyentes, convertido en un Dios de bolsillo, de uso absolutamente personal y privado. La fe evangélica, en ciertos ambientes, se ha vuelto tímida, antropocéntrica, es decir, centrada en el propio ser humano, no en Jesucristo. Se ha tornado sociológica o ambiental, ya que muchas veces sólo se vive y practica en la iglesia, o en la intimidad del hogar o del propio creyente, pero no se expresa fuera. Otras veces podríamos hablar de una fe “a la carta”, que elige sólo aquello que la satisface, o lo que cree acorde con lo que está bien visto en la sociedad. Se trata de una fe extremadamente cómoda y escéptica ante el heroísmo o el sufrimiento, ya que procura huir de cualquier compromiso personal. Una fe emocional y anti-intelectualista, que se ha divorciado de la cultura. El creyente de la posmodernidad no quiere reflexionar, estudiar la Palabra o meditar, sólo desea sentir emociones que le hagan vibrar. Es poseedor de una fe que, a veces, se agota en el ¡aleluya y gloria a Dios!, o en el ¡amén hermano! Una religiosidad, en fin, que carece de confianza en los líderes, pastores o en los demás hermanos.
1.2. La bola de cristal evangélica
Algunas iglesias evangélicas han convertido la escatología bíblica, es decir, la doctrina de las cosas últimas, de lo que va a acontecer al final de los tiempos, y del Apocalipsis, en una especie de “bola de cristal'” en un horóscopo evangélico para predecir el futuro de la política o de la economía mundial. Así, mediante tal escatología-ficción, la religión se convierte en un medio de escape de la realidad presente.
1.3. El espectáculo religioso de los sentidos
Hay otros cristianos que prefieren comunidades que ponen el énfasis en lo sensorial, en la imagen, en la cultura del entretenimiento, en la búsqueda de emociones fuertes o de la psicoterapia espiritual. Jesús y el Espíritu Santo se convierten así en productores de bienes de consumo religioso. A Dios se le coloca a disposición del creyente para solucionarle sus problemas, de acuerdo a los caprichos de éste y para hacerle sentir bien. Sólo basta analizar las canciones contemporáneas que se cantan en tantas iglesias: ¿cuántas hablan de sentir, ver, oír, palpar, tocar y otras experiencias sensoriales? Por el contrario, ¿qué número de ellas se refieren al compromiso cristiano, la responsabilidad personal, obediencia a Cristo, la cruz o el sufrimiento, temas que, por cierto, son sobresalientes en el Nuevo Testamento y que fueron la experiencia de los primeros cristianos?
¿No se estará dejando de rendir culto a Dios para sobrevalorar la propia autoestima? ¿No estaremos cambiando el contenido por el estilo, la verdad por las impresiones, la fe por las emociones, el compromiso por el espectáculo, el arrepentimiento por la decisión sin cambio, la Palabra de Dios por el imperio de los sentidos? ¿Adónde conducirán tales comportamientos? ¿Qué imagen estamos dando los evangélicos ante la sociedad? ¿Acaso no recuerda todo esto a aquella esperanza que se ve, a que se refería el apóstol Pablo, que no era esperanza?
2. La esperanza cristiana confía en lo que no se ve
La situación del mundo actual nos fuerza a preguntarnos en qué consiste la esperanza cristiana y de qué depende. La esperanza del Nuevo Testamento brota de la persona de Jesús, del hecho de su resurrección. Porque Jesús resucitó tenemos esperanza, pero si Jesús no resucitó, como dice Pablo, los que creemos en él somos los más pobres e infelices del mundo (1 Co. 15:19). Sin embargo, lo cierto es que Jesús resucitó y podemos tener esperanza en Él.
La palabra final de la Historia o el orden final de las cosas, no va a ser conforme a la voluntad humana sino conforme a la voluntad de Dios. Esto implica que nuestra obediencia sincera a Él, así como nuestra responsabilidad como creyentes y nuestro esfuerzo por cumplir con la voluntad de Dios, hoy, van a tener un efecto final a largo plazo. A pesar de la crisis de espiritualidad por la que atraviesa Occidente, nuestra convicción personal es que el Evangelio no desaparecerá de la Tierra, como creen algunos. La fe que ha sobrevivido durante veinte siglos, pasando de una cultura a otra, del Oriente Próximo a Europa, de Europa a América, África, Asia y Oceanía, no va a desaparecer durante el tercer milenio. Este es nuestro deseo y esperanza.
Las palabras del profeta Isaías son todavía válidas hoy: Saldrá una vara del tronco de Isaí, y un vástago retoñará de sus raíces (Is. 11:1). Este ha sido siempre el misterioso proceso de crecimiento del reino de Dios en la Tierra: la imagen de un tronco cortado, seco, de cuyas raíces despunta, cuando nadie lo espera, un renuevo. Dios, a veces, para realizar su proyecto, no recurre a los frondosos e imponentes cedros del Líbano, sino que, al contrario, en ocasiones, los desgaja por completo: He aquí el Señor; Jehová de los ejércitos, desgajará el ramaje con violencia, y los árboles de gran altura serán cortados, y los altos serán humillados. Y cortará con hierro la espesura del bosque, y el Líbano caerá con estruendo (Is. 10:33-34).
Muchos líderes famosos que utilizan el nombre de Dios en vano, o para enriquecerse económicamente, o para atraer a las gentes hacia su persona y no a los pies de Cristo, serán desgajados como los cedros del Líbano, porque son los falsos maestros de la actualidad que desprestigian la fe cristiana y dificultan la extensión del reino de Dios en la Tierra. Sin embargo, de ese tronco casi seco por los muchos pecados e infidelidades, de esa Iglesia medio adormecida por el paso de los siglos y por las corrientes de nuestros días, pero que aún contiene el remanente que todavía se alimenta de la savia perenne, puede surgir el renuevo improbable e inesperado que haga realidad las promesas de Dios. Frente al tronco seco, los cristianos no podemos exclamar asustados: “es el fin”, sino que debemos firmar una comprometida declaración de esperanza. De esperanza en lo que no se ve. ¿Queremos nosotros ser parte de ese renuevo? No importa la edad, el origen o la clase social. Tanto jóvenes como ancianos, mujeres y hombres, pueden ser parte de ese renuevo. ¿Deseamos ser ese nuevo brote verde lleno de vida?
3. Este mundo no es nuestra casa
El creyente nunca está aquí en su casa, no puede darse por satisfecho con las condiciones transitorias en las que vive, ya que debe estar lleno de aspiraciones de justicia. Por eso los cristianos que vivimos en este mundo somos siempre, y por esencia, hombres y mujeres que esperan. Sin embargo, los que no poseen esta esperanza cristiana se conforman con lo transitorio, pasan su vida almacenando corrupción, sin esperar nada más; para ellos, el pequeño mundo de lo caduco es su único mundo. Por eso no saben, ni quieren, soportar el sufrimiento o las contrariedades de la vida. Muy al contrario, al cristiano la esperanza le da fuerzas para soportar los sufrimientos presentes, (Ro. 8:18), y, además, de paso, hace de él, ante el mundo, un testigo de una fe viva en la resurrección de Jesús.
El apóstol Pablo escribe: Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse (Ro. 8:18). ¡Hermanos, consideremos nuestras aflicciones presentes como algo pasajero y breve, frente a la perspectiva cristiana de la eternidad con Dios, donde nos espera una gloria infinita!
Hay una conocida anécdota que nos ilustra muy vivamente esta situación. Es una breve historia del siglo pasado, cuando los transportes motorizados no eran tan usuales como hoy. En cierta ocasión iba por un camino, bajo un sol ardiente, un pobre hombre que llevaba una pesada carga de leña sobre sus hombros. Acertó a pasar por allí un carretero subido en su carro grande, que era tirado por un enorme caballo percherón. Al ver al pobre caminante cargado) tuvo compasión de él y le ofreció un lugar en su carruaje. El hombre aceptó y el carretero emprendió de nuevo su marcha llevando al pasajero. Al cabo de un rato, se volvió y vio como el hombre invitado seguía todavía con su pesada carga a cuestas: ¿Pero qué hace usted?, dijo el carretero, ¿por qué no deja la carga? El buen hombre lo miró sorprendido y le respondió: ¡Oh, muchas gracias, pero no hace falta, me basta con poder ir subido en el carro!. El carretero se echó a reír y le contestó: ¿pero no ve que así lleva igualmente la carga? No sea tonto y suéltela, que al caballo le da igual y, de esa manera, usted podrá descansar.
Hay muchas personas que hacen exactamente lo mismo que este hombre. Desean llevar sus propias cargas, siendo así que Dios no quiere sólo llevarnos a nosotros, sino también todo aquello que nos abruma en la vida. Algunos creyentes, incluso habiendo aceptado al Señor Jesucristo como salvador personal, siguen llevando sus propias cargas, sin darse cuenta que Cristo es capaz de llevarnos no sólo a nosotros, sino también todo el peso que nos aflige. Él dijo: Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar (Mt. 11:28).
¡Tenemos que aprender a confiar más en el Señor y a descansar plenamente en Él!