La belleza que Dios busca

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La belleza que Dios busca

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por Dr. Kent Keller

El transatlántico de lujo británico RMS Queen Mary zarpó en 1936 como el barco más grande del mundo en ese momento: 1.019 pies de eslora, 81,200 toneladas, y capaz de transportar 2.139 pasajeros y 1.100 tripulantes. Se necesitaron tres años y medio para construirlo a un costo de $17,5 millones de dólares estadounidenses, equivalente a $335 millones hoy día.

Sirvió fielmente durante tres décadas, inclusive durante una Guerra Mundial. Luego se retiró en 1967 y se convirtió en un museo flotante anclado en Long Beach, CA. Cuando llegó, necesitaba un buen retoque mecánico y cosmético. (Algo con lo que muchos de nosotros nos podemos identificar…)

Primero se quitaron tres enormes chimeneas para rasparlas y repintarlas, pero al dejarlas en el muelle, todas se derrumbaron, convirtiéndose en pilas de óxido. No quedó nada de las placas de acero originales de 3/4 pulgadas de ancho con las cuales se formaron las chimeneas. Todo lo que quedaba eran las treinta capas de pintura que se habían aplicado a lo largo de los años: el acero en sí había desvanecido por completo, luego de haberse oxidado por el agua de mar, sol y salitre.

Te preguntarás: ¿cuál es el punto de esta historia?

Vivimos en una época y una cultura que está absolutamente obsesionada con las apariencias, la belleza superficial, la moda y cosas por el estilo. De hecho, la ciudad que lidera la nación en dinero gastado en cirugía estética es la ciudad donde vivo, Miami.

No es que la belleza sea mala. No está mal querer lucir lo mejor posible. Lo malo es cuando nos preocupamos tanto por nuestras apariencias externas que descuidamos o ignoramos por completo el desarrollo de nuestro carácter interior, nuestra belleza espiritual.

Miremos la vida del rey David. Según la historia, David era un candidato poco probable para ser rey del antiguo Israel, y mucho menos su más grande rey. David, el más joven y pequeño de ocho hermanos, hijo de un granjero y pastor llamado Isaí, que vivía en un lugar pequeño e insignificante llamado Belén, era literalmente la última persona que Samuel esperaba que Dios eligiera.

Explicando por qué el hermano mayor de David, Eliab, no fue la elección de Dios para ser ungido por el profeta Samuel, a pesar de que era alto y guapo y tenía la apariencia de un rey, 1 Samuel 16:7 dice:

Pero el Señor le dijo a Samuel:
—No juzgues por su apariencia o por su estatura, porque yo lo he rechazado. El Señor no ve las cosas de la manera en que tú las ves. La gente juzga por las apariencias, pero el Señor mira el corazón.

Moraleja: Independientemente de nuestra apariencia externa, Dios ve en nuestro ser más íntimo, cómo somos realmente en nuestros corazones.

Cuando nos quitamos todas las capas externas de conversación religiosa y las posturas que hacemos el uno para el otro, ¿qué queda? ¿Un corazón (y mente y alma) que verdaderamente ama a Dios y a nuestro prójimo, los dos más importantes mandamientos según Jesús? ¿O estamos tan consumidos por las cosas superficiales que otros pueden ver, que no nos queda tiempo ni energía para dedicarlo a seguir a Jesús, a ser sus discípulos, y a ser cada vez más como Él?

Espero que la experiencia del 2020-21, con tiempos difíciles, desafiantes y sin precedentes, nos haya enseñado la importancia de prestar atención a la belleza interior, al desarrollo del carácter personal, el que nunca se desvanece ni se disuelve en óxido. El que crece más brillante, más fuerte y más hermoso con el tiempo.