PREGUNTA:
Jesús pagó un alto precio por nuestra libertad. “Un pago”, ¿A quién?
RESPUESTA:
La condenación divina contra todos nosotros es ésta: “El alma que pecare, esa moriría” (Ezequiel 18:4). A consecuencia, para escapar la pena de muerte, Dios pidió que se hicieran sacrificios por el pecado (véase Levítico 4:3,4,23,24,27,31,34 y 35; Exodo 30:10; Levítico 5:11-12 y 9:2,6,7, y 2 Crónicas 29:7-10,20-24). Estos sacrificios eran símbolos de lo que haría el Cordero de Dios cuando en la cruz el muriera por nuestros pecados (Juan 1:29, Hebreos 9:26; 1 Pedro 1:19; Hebreos 10:4-9). ¿A quién se hacían todos esos sacrificios? A Jehová. El ofendido por nuestros pecados es Dios, y únicamente él. El que tiene que ser propiciado a consecuencia es Dios. Nosotros somos los ofensores que hemos quebrantado las leyes de un Dios santo y necesitamos pagarle la deuda justa debida por esas ofensas. Pero en amor incomprensible, Jesucristo pagó todo el precio por nuestros pecados al Padre: “Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu” (1 Pedro 3:18).