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¿Al que el Padre santificó y envió al mundo, vosotros decís:
Tú blasfemas, porque dije: Hijo de Dios soy?
Jn. 10:36 (22-42).
ESQUEMA
1. ¿Quién es Jesús: hombre, Dios, o las dos cosas a la vez?
1.1. Adopcionismo.
1.2. Docetismo.
2. Hijo de Dios soy.
3. ¿Cómo nos afecta que Jesús sea el Cristo?
4. El pecado de juzgar.
CONTENIDO
La acusación de blasfemia fue la guillotina que mató a Jesús. Los judíos creyeron que el Maestro estaba insultando a Dios, al decir que Él era el Hijo de Dios. Creo que para entender bien la problemática que desató todos los acontecimientos de la pasión y resurrección posterior, hay que ir a la raíz del problema y dicha raíz es la blasfemia, el aparente ultraje que para todo hebreo religioso suponía que un ser humano dijera que era Dios. Esto fue lo que llevó a Jesucristo a la cruz del Calvario.
1. ¿Quién es Jesús: hombre, Dios, o las dos cosas a la vez?
Tal pregunta ha generado polémicas, dudas y herejías a lo largo de la Historia de la humanidad; muchos errores se han creado al negarse la verdadera divinidad, o la verdadera humanidad de Cristo.
1.1. Adopcionismo.
El adopcionismo fue una ideología herética que negaba la divinidad de Cristo. Ya en los tiempos apostólicos hubo personas, como Cerinto, un gnóstico de finales del siglo I, que apoyándose en el racionalismo griego, enseñaba que Jesús no era el Hijo de Dios, sino que, desde el día de su bautismo, habitó en él de una manera especial el Espíritu de Dios, con vistas a la revelación que habría de cumplir. Según tales ideas, Jesús sería sólo un hombre que vivió de una manera muy santa y que, en el momento de su bautismo, Dios lo convirtió en “hijo adoptivo” (de ahí el nombre de “adopcionismo”), pero no en el unigénito “Hijo de Dios”. Este error lo mantuvieron también, en el siglo II, la secta de los ebionitas y un tal Teodoto, el curtidor, quien, al ser preguntado en una ocasión acerca de sus ideas, respondió: No he renegado de Dios, sino de un simple hombre, Cristo.
La herejía adopcionista ha existido siempre y ha llegado a la teología moderna a través de los mismos teólogos protestantes. Ahí están la obras de Bultmann, de los Testigos de Jehová, o de películas como La última tentación de Cristo, de Martin Scorsese, en las que aparece un Jesús que nunca está seguro de ser el verdadero Hijo de Dios. En la película de Scorsese, el personaje de Jesús se muestra siempre lleno de dudas, incluso hasta en el momento de la crucifixión. Pero, lo cierto es que nunca se ha presentado ninguna prueba positiva seria sobre la pretendida ignorancia de Cristo acerca de su filiación divina. Más bien abundan los textos bíblicos que manifiestan todo lo contrario.
El apóstol Juan escribió: Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios; el que persevera en la doctrina de Cristo, ese sí tiene al Padre y al Hijo. Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa, ni le digáis: ¡Bienvenido! (2 Jn. 9-10). Los Testigos de Jehová, por ejemplo, no perseveran en la doctrina de Cristo, porque enseñan que Jesús era sólo un ser humano. Sin embargo, la enseñanza de Juan es muy clara y radical al respecto.
1.2. Docetismo.
El Docetismo del siglo II, por el contrario, fue otra herejía que negaba la humanidad de Jesús. En ciertos ambientes, sobre todo dentro del gnosticismo de los tiempos apostólicos, la muerte de Jesús provocó tal escándalo, que algunos quisieron oponerse a ella, negando la realidad del cuerpo humano de Jesús. ¡Cómo un ser perfecto, divino y espiritual como Cristo iba a poder perecer como si fuera un hombre mortal de carne y hueso! ¡Preferían creer que Cristo murió sólo en apariencia porque su cuerpo no era real sino sólo aparente! De ahí que el término “docetismo” venga de una palabra griega que significa “apariencia”.
El apóstol Juan se encargó también de rebatir este error afirmando la verdad de la humanidad de Cristo: Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo. En esto conoced el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios; y este es el espíritu del anticristo,[… ] (1 Jn. 4:1-3).
La verdad de nuestra salvación exige la verdad de la humanidad de Cristo. Si Cristo no fue verdaderamente un ser humano como nosotros, entonces no hemos sido salvados. Este fue el principal argumento contra el docetismo que usaron los cristianos primitivos como Ignacio de Antioquia, y otros muchos. El Docetismo puro desapareció rápidamente de la cristiandad, pero su principio de incompatibilidad entre la carne y la divinidad, entre la materia y el espíritu, siguió influyendo en ciertas teologías y ha llegado también hasta nuestros días.
2. Hijo de Dios soy
¿Qué dijo Jesús de sí mismo?: ¿Al que el Padre santificó y envió al mundo, vosotros decís: Tú blasfemas, porque dije: Hijo de Dios soy? (Jn. 10:36). Es verdad que Jesús se presenta a los hombres como alguien que tiene una historia, unos sentimientos humanos, unos proyectos y una personalidad de hombre, y que les dice a los seres humanos que busquen a Dios, que oren al Padre; pero, a la vez Jesús insiste en que la relación de los hombres y mujeres con el Dios Padre, no es como la que él ha mantenido desde la eternidad. Cristo distingue entre “su Padre” y “nuestro Padre”; él no es un profeta más; él goza de una situación especial delante de Dios. La fuente de su propia intimidad con Dios es distinta de la que nosotros podamos tener. Hay muchos textos que señalan esto: Yo pues os asigno un reino, como mi Padre me lo asignó a mi (Lc. 22:29), (¿Cómo puede Jesús asignar?); He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros (Lc. 24:49); Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquél a quien el Hijo lo quiere revelar (Mt. 11:27). Jesús goza de una situación tan única y exclusiva ante el Padre, que es el revelador por excelencia. Jesús revela su verdadera personalidad y su trascendencia afirmando su divinidad: ¡Hijo de Dios soy! El Jesús humano es Dios, porque es el Hijo con mayúscula.¡No se trata de un hombre bueno que se convirtió en Dios, sino del Hijo de Dios que se hizo hombre!
3. ¿Cómo nos afecta que Jesús sea el Cristo?
Por buena obra no te apedreamos, sino por la blasfemia, (v. 33). Los adversarios de Jesús comprendieron en seguida el alcance de sus palabras, y se dieron cuenta de que el Maestro les estaba obligando a elegir entre las buenas obras o la blasfemia. Las obras de Cristo son el signo explícito de su divinidad y, a la vez, la razón para acusar a todos los que no le prestan fe y se empeñan en rechazar su luz. Aquellos judíos eligieron la blasfemia y tomaron piedras para lapidarle allí mismo. También nosotros hoy tenemos que elegir entre esas dos alternativas.
¿Mintió Jesús al decir que era Dios, o sus obras, su muerte y resurrección nos convencen de que sí lo era? Esta es la decisión más importante que cada ser humano debe tomar en su vida. Nadie puede tomarla por otro ya que es absolutamente personal. Algunos individuos no quieren tomar esta determinación porque no están dispuestos a cambiar su estilo de vida; se resisten a creer, para evitarse complicaciones morales. Ni creen, ni apedrean a Cristo, sólo desean vivir en la indiferencia. Otros reconocen intelectualmente que Jesús debe ser el Cristo, pero tampoco desean arrancar el pecado que hay en su alma. No se dan cuenta de que la indiferencia con respecto a Cristo, no existe. ¡O se está a favor o se está en contra! Su incredulidad es como una máscara intelectual que les esconde el verdadero rostro de pecado e incoherencia moral que hay en su vida.
Cometer pecado habitualmente es participar en la lucha escatológica contra Cristo, afirmándonos a nosotros mismos y anulando al redentor. Pecar es decir “no” a la llamada de Dios. Pecar no es traspasar unas normas abstractas o rechazar unos determinados valores, sino romper relaciones con Dios: ¿Por qué buena obra me apedreáis? ¿Cuál es tu excusa para rechazar a Jesús? Si no hago las obras de mi Padre no me creáis. Más si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que conozcáis y creáis que el Padre está en mi, y yo en el Padre (v. 37-38). Los cristianos que ya hemos aceptado las buenas obras y la invitación de Cristo debemos vivir en la Iglesia y en la sociedad, de acuerdo a sus enseñanzas. Esto significa renunciar a las piedras y a cualquier tipo de lapidaciones.
La religión judía era muy propensa al castigo y a la condena del trasgresor de la ley. Los judíos quisieron apedrear al Maestro en numerosas ocasiones e, incluso, una vez, le trajeron a una mujer sorprendida en adulterio, no para que la salvara sino para que la condenara y él mismo participara en su lapidación. En la Iglesia de Jesucristo esto ya no debe ser así. En algunas comunidades actuales se viven verdaderos dramas, cuando alguien se equivoca y los demás hermanos se unen, no para hacerle ver su error, darle la mano y levantarlo, sino para dictar sentencia contra él o contra ella. Y, a golpe de versículo, se les juzga y condena o se les expulsa de la Iglesia. Esta actitud tiene algo en común con los fariseos que llevaron a la adúltera ante Jesús para tener vía libre y poder apedrearla.
4. El pecado de juzgar
La verdad es que, a veces, hay movimientos internos tan sutiles dentro de las congregaciones cristianas que nos deberían llenar de vergüenza. Por desgracia, no falta esta especie de perversa “comunión de juzgadores”; este tribunal compuesto por personas que no tienen otros puntos de contacto entre sÍ, pero que si se trata de condenar a alguien, se ponen inmediatamente de acuerdo. Es como si les gustara y se regodearan en actuar de inquisidores. Puede que esta pseudocomunión tenga una función de compensación, o de catarsis, porque sobre un miembro de la Iglesia, en ocasiones el más débil y vulnerable, el que se equivoca a menudo, como si fuera el chivo expiatorio, se descarga la responsabilidad de todo lo que no funciona, quedando los demás libres y sin tener que buscar en otro sitio, quizás dentro de ellos mismos, las causas de la mala marcha del grupo. Esta especie de costumbre diabólica de hablar mal del hermano o la hermana, sabe muy poco del sentido de la Iglesia, de la relación interpersonal, del amor, de la fraternidad, del perdón y, sobre todo, de Dios.
No conocemos lo que Jesús escribió en la arena durante aquel tiempo de silencio, en el que los fariseos esperaban la orden para apedrear a la mujer. Algunos comentaristas dicen que el Maestro, más que escribir, lo que quería era borrar. Borrar una imagen concreta de Dios, una interpretación muy sádica de la ley, de la culpa y del castigo. También en nuestras comunidades hay una imagen de Dios que conviene purificar de toda una serie de connotaciones crueles y anti-misericordiosas. Con su silencio, Jesús quiso distanciarse de los que juzgaban sin piedad y esperó hasta que las piedras para matar a la pecadora pesaron cada vez más, en las manos de aquellos que se creían justos y, por fin, se cayeron al suelo.
Hermanos, la enseñanza es transparente: ¡No condenemos nunca, ni por nada, ni siquiera cuando el delito es tan claro como en este caso! Porque mientras vivimos en la Tierra no es tiempo de condena. La siega, es decir, el juicio, será en el fin del siglo como en la parábola de la cizaña. Y recordemos que, además, no nos toca a nosotros condenar, ya que el único capaz de leer en el corazón del hombre es quien lo ha creado. El que no se condene no significa que no se intervenga; no es permanecer neutral y dejar pasarlo todo, es más bien crear una nueva situación, reconocer en el otro posibilidades ocultas, percibir en él al ser que Dios ha creado, aconsejar, consolar y ayudar, porque cuando se vive dentro de la Iglesia, de nuestra pequeña comunidad de seguidores de Cristo, el pecado de alguien puede ser vivido y afrontado por todos, no sólo con palabras de condena, sino con palabras de vida, de nueva creación y de esperanza. Esas mismas palabras que un día convirtieron a una mujer adúltera en una criatura nueva. ¡Es así como debemos actuar, si en verdad creemos que Jesús es el Hijo de Dios!