Hablemos acerca de divorcio y nuevo matrimonio

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Hablemos acerca de divorcio y nuevo matrimonio

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 por Rogelio Aracena

Luego de varios seminarios sobre este tema —en más de 12 ciudades de América Latina en el 2006— la respuesta de las personas ha sido excelente. Pareciera que algo que por mucho tiempo no se había discutido por fin encontró un espacio abierto pero prudente, profundo pero centrado exclusivamente en la Palabra de Dios.

Hay más de 200 preguntas recogidas al término de los seminarios y hemos escuchado impactantes testimonios. En Piura, Perú, mientras terminaba el seminario, un pastor se casaba por segunda vez en la ciudad y la gente se preguntaba si podría continuar su servicio como pastor. Trataremos un grupo de interrogantes recibidos, que reflejan la problemática que se vive al interior de nuestras Iglesias.

Para la mayoría, el adulterio es una causa legítima de divorcio, tal como Jesús lo dijo: Mas digo os que cualquiera que repudie (APOLUSE) a la mujer de el, excepto por fornicación (PORNEIA) y se casa con otra, comete adulterio (MOIKATAI) Nuevo Testamento Interlineal (Mt 19:9).

La posición de Jesús es respaldar la norma mosaica de Deuteronomio 24:1-3. Sin embargo él es claro al decir: “excepto por”. En otras palabras, si no existe esta causal, no hay un legítimo divorcio y la relación matrimonial continúa. El trasfondo es la situación social judía en el primer siglo. Prevalecía la escuela del rabino Hillel y el judío se divorciaba o repudiaba a su mujer por cualquier causa. Jesús rechaza este concepto y reafirma el concepto mosaico en Deuteronomio 24: la causal válida es:”cosa indecente”, entendida como inmoralidad sexual (ERVAT-DABAR). Sin duda esto restringe las causales a una sola y a la luz de la legislación actual sobre el divorcio y otra serie de problemas graves que afligen a la pareja surgen interrogantes como:

  1. Maltrato físico o emocional.
  2. Abuso continuo del padre o padrastro a las hijas.
  3. Inmoralidad sexual traducida como una adicción a la pornografía acompañada del deseo de tener sexo desviado con el cónyuge y forzando su voluntad.
  4. Si una esposa se niega a tener sexo con su cónyuge.
  5. Si un esposo no quiere trabajar para proveer para su hogar.
  6. Un cónyuge alcohólico o drogadicto.
  7. Si uno de los cónyuges se niega a tener hijos.

Tenemos que reconocer que Jesús no respondió a estas interrogantes en forma específica, más bien se limitó a reafirmar el principio mosaico, probando de esta manera en forma fehaciente que Él no había venido a “abrogar la ley sino a cumplirla“. Esto implica también “hacerla cumplir” en la realidad del pueblo judío. El adulterio como única causa válida.

Por otra parte Jesús reafirmó el ideal de Génesis: Por tanto el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán una sola carneLo que Dios ha unido, no lo separe el hombre (Génesis 2:24, Mateo 19:6).

Jesús reitera el propósito de Dios en el matrimonio. Es para toda la vida. Es el ideal monogámico que fue más tarde deteriorado por el pecado de la primera pareja humana, y la trágica herencia en los descendientes.

Incluso Jesús reitera que el divorcio no fue un mandamiento sino una concesión de Dios a través de Moisés.

Por la dureza de vuestro corazón, Moisés os PERMITIÓ repudiar a vuestras mujeres, pero al principio no fue así (Mateo 19:8).

Los judíos entendieron muy bien la posición de Jesús en cuanto al adulterio como única causa válida para el divorcio. Al tomar en cuenta que la mujer tiene una tendencia mayor que el hombre a conservar el hogar y el matrimonio, al no haber adulterio por parte de ellas, el hombre no podría romper fácilmente su relación matrimonial.

Le dijeron sus discípulos: si es así la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse (Mateo 19:10).

Al comenzar la Iglesia Cristiana, surge una situación diferente. Llegan solteros y casados que vienen de una cultura pagana, gentiles. Hay matrimonios mixtos, donde las diferentes convicciones religiosas generan conflictos. En el caso de romanos, griegos y otras culturas existía el divorcio por cualquier causa, y aún las mujeres podían tomar la iniciativa en solicitarlo. El Apóstol Pablo es llamado a dar respuesta a estos problemas nuevos, los cuales no fueron tratados específicamente por Jesús. En 1 Corintios 7 encontraremos algunas respuestas a los interrogantes no resueltos.

Hay dos grupos de personas en la Iglesia de Corinto. Creyentes casados con creyentes y creyentes casados con incrédulos. Pablo les habla a los primeros y les dice:

A los que están unidos en matrimonio, MANDO NO YO SINO EL SEÑOR que la mujer no se separe del marido y si se separa (CHORISZEMAI: separación, ruptura, desvinculación que resulta en divorcio), quédese sin casar (AGAMOS: No casada, sin compañero, el Pacto se ha roto) o reconcíliese con su marido (KATALLASO: Cambiar, intermediar, restablecer, restaurar relaciones, enderezar las cosas) y que el marido no la abandone (AFIEMI: Divorcio, dejar, despedir NVI).

La norma del Antiguo Testamento respaldada por Jesús en los evangelios, establece el adulterio como causal válido para divorcio entre creyentes, enfatizando en la necesidad de un proceso de reconciliación previo.

Este es el punto del apóstol Pablo, pero:

  • ¿Si el ofensor adúltero no cambia de conducta y se niega a la reconciliación?
  • ¿Si pretende tener dos casas donde llegar y dos camas diferentes donde reposar?
  • ¿Debe el cónyuge creyente aceptar esta situación o divorciarse y quedarse sin casar?

Es muy claro que Pablo está negando el derecho a casarse por segunda vez para permitir un proceso de reconciliación donde haya arrepentimiento y perdón. Si esto no sucede, la cláusula de excepción de Jesús no prohíbe el volverse a casar.

Porque cinco maridos has tenido y el que ahora tienes no es tu marido (Juan 4:17).

Jesús reconoció lo válido de esos cinco matrimonios con sus correspondientes divorcios; lo que juzgó negativamente fue la unión libre en que ella estaba en ese momento. Cinco procesos de divorcio y nuevo matrimonio válidos. De otra manera Jesús hubiera tenido que decir: “Un marido, cuatro amantes y un conviviente“.

Por la cultura católica hemos vivido con la figura jurídica de la separación de cuerpos sin ruptura del vínculo del matrimonio. Esto hacía de un divorcio un proceso largísimo y costoso. En el tiempo de separación, cada uno de los cónyuges vivía con otra persona y aún tenia hijos. En el caso del cónyuge creyente, vivía alimentando esperanzas sobre cambiar la situación y perdonaba y perdonaba y perdonaba. El consejo pastoral que recibía era: “ore, de gracias a Dios, todos tenemos una cruz que cargar. Si él vuelve a la casa atiéndalo y no lo rechace en la intimidad…ES SU ESPOSO ANTE DIOS”. Lo que sucedía era que el ofensor seguía teniendo hogar, esposa y AMANTE. He escuchado testimonios de esposas creyentes que contrajeron graves enfermedades sexuales y en un caso, SIDA. En la Biblia no existe la figura de la separación de cuerpos.

El temor a enfrentar con honestidad lo que dice la Palabra de Dios acerca de este tema, nos ha hecho a los creyentes y sobretodo pastores, culpables de la desdicha de miles de mujeres fieles a Dios y también un buen número de hombres. Lo estamos escuchando por todas partes ¿Cuál es la voluntad de Dios: lo que dice la Biblia o nuestra opinión como pastores?

Al segundo grupo, el Apóstol les dice:

A los demás yo digo, no el Señor, que si un hermano o hermana tiene cónyuge no creyente, no lo abandone si el o ella CONSIENTE  (SUNEIDOKEI: Pensar en común, en bien de, asentir, sentirse grato, complacer) en vivir con él. Ahora si el incrédulo se separa (CHORIZO: del divorcio) sepárese. No hay servidumbre en semejante caso. A vivir en paz nos llamó el Señor (1 Corintios 7:12-15).

La palabra clave es CONSENTIR:

  1. Si el incrédulo consiente (es buen padre, esposo, responsable de su hogar y cuida de sus hijos, además de ser fiel) pero su único problema es que no es cristiano y no desea ser cristiano, el cónyuge creyente debe seguir con el en matrimonio. Dios le usará para llevar a ese cónyuge a Cristo.
  2. Si el incrédulo no consiente no es buen padre, es un irresponsable con su hogar, no le interesan sus hijos, o cae en infidelidad, pero no desea irse del hogar. O simplemente desea irse y abandonar el hogar y la familia, el cónyuge creyente ¿Debe esperar y aceptar esa situación como la voluntad de Dios?

Hay una serie de conductas inaceptables, como las que se reflejan en las interrogantes que muestran claramente que alguien NO CONSIENTE en vivir conmigo. Incluso habiendo fidelidad, pero fallando en los demás votos matrimoniales, muestra que no CONSIENTE  en vivir con el cónyuge. Repasemos los votos matrimoniales.

  1. Te recibo para amarte, cuidarte, protegerte, en tiempo de salud o enfermedad, riqueza o pobreza, y dejando todos los otros (otras), consagrarme a ti en fidelidad hasta que la muerte nos separe.
  2. Estos votos son elementos de un contrato o pacto hecho ante Dios y testigos.
  3. No fueron sólo tocante a la unión sexual.
  4. Implicaban responsabilidad, respeto, compañerismo, ropa, comida y AMOR

Para nosotros los cristianos evangélicos el matrimonio no es un sacramento, es decir de vínculo indisoluble. Es un Pacto ante Dios y los hombres. Bíblicamente es un contrato. ¿Qué sucede cuando las obligaciones de un contrato no se cumplen? ¿No se rompe ese contrato? ¿Podemos obligar a una de las partes contratantes a seguir con el contrato si su contraparte lo incumplió?

Si el cónyuge creyente, como dicen algunos, puede divorciarse pero no volverse a casar, tenemos que cambiar la aseveración de Jesús en los evangelios, la norma de Moisés en el Antiguo Testamento y cambiar el formato de los votos matrimoniales incluyendo esa cláusula.

Tenemos que reconocer que las mujeres han llevado la peor parte en este tema y hoy, frente al espacio que la ley de divorcio en los países de América Latina ha abierto, lo usan pero sienten la culpabilidad que la Iglesia les impone: no participación en los sacramentos, liderazgo o servicio en la Iglesia. No nos detenemos a pensar que siendo la parte ofendida, inocente en el proceso, debería recibir nuestro apoyo.

En Colombia, hace dos meses salió en los periódicos el caso de un pastor evangélico que violaba a su hija. No faltaron las voces que decían que era el colmo que la esposa lo hubiera denunciado. Rasgamos las vestiduras por los casos de pederastia en la Iglesia Católica, pero callamos frente al adulterio, conducta irresponsable, maltrato y violencia familiar, y vicios de todo tipo comprobados de pastores y fieles en nuestras Iglesias, obligando a los cónyuges a aceptar “la voluntad de Dios“. Recomiendo leer el libro El cónyuge pródigo del Dr. Les Carter, el cual tiene interesantes estadísticas acerca de este tema.

Meditemos:
Pero aun hacéis más: Cubrís el altar de Jehová de lágrimas, de llanto y de clamor, así que no miraré más la ofrenda ni la aceptaré con gusto de vuestras manos. Más diréis ¿Por qué? Porque Jehová es testigo entre ti y la mujer de tu juventud con la cual has sido desleal, aunque ella era la mujer de tu pacto y tu compañera (Malaquías 2:13-4).

Esto hoy es aplicable también a hombres que han sufrido el abandono y el rompimiento del pacto. El profeta Malaquías expresa y declara el rechazo de Dios al maltrato y abuso en la relación matrimonial.

Es nuestro deber reflexionar seriamente a la luz de la Palabra de Dios y con prudencia y oración tomar decisiones. Como pastores, especialmente, tenemos el deber de cuidar los hijos espirituales que Dios ha puesto bajo nuestro cuidado y  confrontarnos con la Palabra de Dios y su consejo. Es un proceso duro el comenzar a pensar como Dios piensa pues implica romper paradigmas culturales más que teológicos. No olvidemos que los principios bíblicos son el molde al cual debemos ajustarnos.