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Los atributos o perfecciones de la Deidad,
y la manera en que le conocemos, desde una
perspectiva estrictamente escritural
marás al Señor tu Dios de todo tu corazón, de toda tu alma y de toda tu mente, es el primer y gran mandamiento. Mas ¿cómo es posible amarlo sin conocerlo?
Recuerdo mi primer amor. Se llamaba Betty. La veía maravillosa. Era bonita, y muy simpática. Ambos teníamos 15 años. Todas las tardes, a las 4:30, nos encontrábamos en un florido parquecito anexo a la secundaria. Un día, locamente enamorado, decidí ir más temprano que lo normal. Quería estar en el lugar de nuestros encuentros sencillamente para deleitarme. Al llegar, ¡cuál no fue mi sorpresa al encontrarla en brazos de otro!
Con el corazón partido, me dije: «¡Nunca más trataré con mujeres!» Fue una de esas determinaciones irracionales de la inmadurez. Mi problema con Betty era que realmente no la conocía. Estaba enamorado por el simple concepto del amor.
Recuerdo que años más tarde me enamoré de Carolina. Ahora, con más sabiduría, di los pasos apropiados para conocerla bien antes de entregarle mi corazón.
Si vamos a amar a Dios, primero tenemos que conocerlo
«El teólogo tiene la razón. ¿Por qué no admitirlo? Más que cualquier cosa, lo que el mundo necesita es amor», decía Sebastián de Grazia. De acuerdo. Necesitamos amor. Lo que nos preguntamos es ¿cómo se llega a amar, especialmente cuando se trata de amar a Dios, al que nadie ha visto ni puede ver?
El amor viene a través de las relaciones. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados (1 Jn 4.10). En otras palabras, Dios actúa primero haciendo algo único a nuestro favor; así nos da razón para amarlo. Muestra su bondad, su gracia, y su aceptación a nosotros los pecadores. Empezar a conocer cómo es Él (a través de sus atributos), despierta en nosotros el amor hacia Él. Como lo explica Juan: El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor (1 Jn 4.8). En otras palabras, conocerlo es amarlo.
Eso lleva tiempo y dedicación. Cuando aceptamos la realidad de la existencia de Dios, enseguida queremos conocer cómo es Él. Razonar no basta. La imaginación es insuficiente. Y el apuro en ese proceso nos puede llevar a hacer lo que dice Pablo: ¡Crear un dios —un ídolo— a nuestra imagen!
¿Lo conoceremos a través de la contemplación?
Cierto día, un señor llegó a las oficinas de LOGOI a hacer un trabajo. Cuando se enteró de que éramos «religiosos», se alegró mucho.
—Yo también soy cristiano, —dijo—, soy de la Iglesia de Yoga. Un silencio llenó la oficina. ¿A quién teníamos entre nosotros? ¡Uno de la iglesia de la meditación, casi nada!
¿Se podrá conocer a Dios mediante largas horas de meditación? ¡No!
¿Podremos conocer a Dios pasando largas horas de oración como hacen en Corea? Un misionero que trabaja allá informó que la iglesia coreana, en verdad, ora mucho. Asocian eso con el hecho de que el sistema religioso de esa región es budista, y «la oración meramente ha sustituido a la meditación». En realidad, como explicó el misionero, es que «son poco estudiosos de la Biblia, por lo tanto, es un cristianismo bastante superficial. Oran mucho, pero saben muy poco de Dios, porque no estudian su Palabra».
sí que no es por horas en oración que llegamos a conocer a Dios. Si en verdad queremos conocerlo, tenemos que ir a donde Él se revela —la Biblia. Solo ella muestra la revelación que Él hizo de sí mismo. En ella vemos aquellas cosas acerca de Dios que nos dan a entender su persona. Lo que en teología se conoce como «atributos».
¿Qué entendemos por «conocer»?
Todo conocimiento, de acuerdo con la filosofía moderna, debe tener dos componentes (según Emanuel Kant en su Crítica de la pura razón):
- Contenido: provisto enteramente por la percepción de nuestros sentidos.
- Forma o estructura: provista por la capacidad cognoscitiva de nuestra mente.
Esto puede entenderse mejor con la siguiente idea: Las percepciones sin conceptos son ciegas; pero los conceptos sin percepciones son abstractos, es decir, vacíos, o sin sentido.
Esta fórmula plasma la idea de que como Dios no se ve, ni se palpa, ni se mide, ni se pesa, ni puede ser reducido al tiempo, es imposible conocerlo. Por tanto, a la ciencia moderna le importa poco tratar el tema de Dios. Confía solo en lo que se puede medir: masa, extensión, y tiempo.
En esa confusión y frustración vivimos hasta hace poco, como evangélicos, debido a nuestro abstencionismo en los campos de la filosofía y la ciencia. Hoy, gracias a osados cristianos —como Alvin Platinga, Tomás Morris, Ricardo Creel, Keith Ward, William Alston— que han causado revuelo entre los filósofos del mundo secular, la teología ha vuelto a ser un campo que exploran los sabios en las grandes universidades. Estos filósofos evangélicos no han podido añadir nada al conocimiento que tenemos acerca de Dios, pero sí han formulado muchas preguntas nuevas que ayudan a aclarar y refinar nuestra doctrina.
Si el mundo define el saber bajo las limitaciones del kantianismo, ¿cómo explicamos nosotros los cristianos la manera de poder conocer a Dios? Apelemos a las conclusiones de Agustín de Hipona: «Todo conocimiento viene por iluminación de Dios». Esto es especialmente cierto cuando tratamos el tema de Dios. Solo conocemos lo que Él quiso revelarnos de sí mismo en la Biblia y por medio de Jesucristo.
Tome el libro de Génesis, vea los primeros capítulos, y enumere cuántos atributos de Dios puede hallar. (Atributo: es algo que se conoce de Dios, algo que podemos afirmar acerca de Su naturaleza. Es algo que podemos sostener como verdadero acerca de Dios.[1])
Clasificaciones de los atributos
El estudio de los atributos de Dios no es nuevo. En el Sinaí Moisés tuvo una grandiosa revelación (Pasando Jehová por delante de él, proclamó: ¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado; que visita la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación, Éx 34.6-7), en la que nombra unos once atributos de Dios.
En el Salmo 139 David celebra la omnisciencia de Dios: ¿A dónde me esconderé de tu presencia? Los salmos están llenos de expresiones que celebran los atributos de Dios. Aunque quizás no se organizaban como lo hacemos hoy, los creyentes estaban muy conscientes de esos atributos divinos.
En tiempos más modernos —nos remontamos a los años 675–749 d.C.— un tal Juan de Damasco (teólogo de la Iglesia Ortodoxa Oriental) preparó una lista de los atributos de Dios que hasta hoy es definitiva. Dividió dieciocho atributos bajo cuatro categorías:
- Dios respecto al tiempo (pote, cuándo)
- Dios respecto al espacio (pou, dónde)
- Dios respecto a la materia (ti, qué)
- Dios respecto a sus cualidades (poion, cómo)
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Esta lista de Juan de Damasco ha sido trabajada y discutida, pero ha permanecido básicamente intacta, pues concuerda con lo que la Biblia enseña acerca de Dios. La teología, sin embargo, como otras disciplinas, tiene sus énfasis. Lo que hoy se acepta de común acuerdo mañana puede ser argumentado con suma pasión.
Lo que afirman algunos teólogos contemporáneos
Dios es eterno. Pensemos brevemente en el atributo que expresa la eternidad de Dios (Gn 21.33; Is 9.6; Jer 10.10; Sal 90.2,4; 102.11-12, 25-27; 2 P 3.8; Ef 3.21). ¿Cuán importante es reconocer que Dios es eterno? El conocido teólogo español, Francisco Lacueva nos dice: «La eternidad de Dios es una perfección que nos interesa de modo especial, porque si sabemos que nuestro Dios siempre ha existido y nunca dejará de existir, podemos estar seguros de que todo lo que nos afecta está siempre bajo su control directo».[2]
Lo ilustra así: «En lo alto de una torre un hombre ve pasar una procesión muy numerosa por una calle estrecha. Los que marchan en la procesión solo pueden ver con claridad a los que van inmediatamente delante de ellos. Pero él, que está arriba, observa toda la procesión de principio a fin. Así Dios, desde lo excelso de su eternidad, puede ver con perfecta claridad a todos y cada uno de los que van pasando por este mundo en una sucesión de generaciones».
Dios es infinito (Sal 90.2; 102.12; Ef 3.21; 2 P 3.8; 1 R 8.27; Is 66.1; Hch 7.48-49). Gerald Bray,[3] teólogo anglicano británico, señala: «Debemos aclarar que la infinitud de Dios no es un concepto matemático. Infinitud en matemáticas, es simplemente algo sin fin, aunque pueda referirse a un número infinito de dimensiones. La matemática es esencialmente un concepto finito, que controla el sentido de infinitud cuantificable (por ejemplo, 1, 2, 3, 4, 5, etc.), y el de infinitud no cuantificable (los posibles decimales que se pueden colocar entre 0 y 1). La infinitud de Dios es cualitativamente única, ya que no tiene límites ni fronteras. Y dado que es un Dios infinito (omnipotente, omnipresente y omnisciente), el Dios de la Biblia es totalmente distinto a los dioses limitados de los paganos. Como ejemplo, tómese la frase: “No te desampararé, ni te dejaré” (Heb 13.5). Esta nos sería incomprensible de no ser por la omnipresencia divina, que en este caso es la base de su poder, asegurándonos que Él puede actuar en todo lugar y en todo momento».
Dios es incorpóreo (Jn 4.24; Lc 24.39; Dt 4.5-19; Jn 1.18; Col 1.15; 1 Ti 1.17).
El teólogo A.A. Hodge afirma: «Cuando decimos que Dios es Espíritu queremos expresar que: (a) Negativamente, Él no posee ni partes ni pasiones físicas; no es compuesto de elementos materiales; no está sujeto a las limitaciones de una existencia material; y, por tanto, no se percibe como uno que posee nuestros sentidos corporales. (b) Positivamente, es un ser racional que se distingue con eterna precisión entre lo verdadero y lo falso; es un ser moral, que puede distinguir entre lo correcto y lo incorrecto; es un agente libre, cuyas acciones son autodeterminadas según su propia voluntad. Más aun, todas las propiedades esenciales de nuestra naturaleza pueden ser previstas en Él infinitamente…»[4]
A lo que Gerald Bray añade: «Al decir que Dios es Espíritu y un ser “simple” queremos expresar que Dios no se compone de diferentes substancias o partículas, ni de cosas que no pueden tener existencia independiente. Dios es plenamente consistente. No hay partes de Él que tengan más concentración de divinidad que otras; tampoco se extiende en el espacio, por ejemplo, como un perfume. Dios no puede extenderse porque ya llena la totalidad de todo lo que existe con la totalidad de todo lo que es».
Dios es inmutable (Sal 102.25- 27; Mal 3.6; Sal 1.17). El muy citado teólogo bautista, Millard J. Erickson,[5] dice: «La confianza que tenemos en las promesas de Dios puede ser real únicamente si Él es un Dios que no cambia. Tenemos garantizada la estabilidad, regularidad, y constancia de las cosas temporales, en tanto Dios no cambie. Si Él está en proceso de cambiar (como declaran algunos de los teólogos modernos, como Richard Rice, Clark Pinnock, John Sanders, William Hasker, David Basinger)[6] no puede ser el Dios que preserva la creación, ni el Dios de la Providencia».
¿Qué hacemos con los pasajes que hablan del arrepentimiento de Dios? (Éx 32.12; Jer 26.2-3, 12-13; Jn 3.4, 9, 10; Gn 6.5-7, etc.). Erickson señala: «Si consideramos estas promesas y advertencias como condicionales en su expresión, y si pudiéramos aceptar como principio de acción divina que Dios recompensa la justicia y castiga la injusticia o desobediencia, entonces, decir que Dios “se arrepiente” y no manda el juicio prometido, no significa que haya cambiado, sino que en realidad fueron los que habrían de recibir el castigo quienes cambiaron de conducta».[7]
Luego añade: «El Dios de la Biblia es un Dios dinámico, que obra activamente en el mundo. Esa actividad dinámica, a su vez, es estable e incambiable. Todas Sus acciones son acordes a Su naturaleza fundamental, y a Sus valores, planes, y decisiones».[8]
Conclusión
En este estudio vemos que el anhelo de todo creyente debe ser conocer a Dios, sabiendo que ese acto será recompensado con un amor profundo hacia nuestro creador.
Comenzamos viendo la manera en que Dios se auto-revela en su Palabra, anotando algunos de Sus atributos expuestos en Génesis. Luego vimos brevemente la manera en que personas como Moisés y David llegaron a comprender la grandeza de Dios. Uno «viendo» las espaldas, el otro comprendiendo la presencia, el conocimiento, y el poderío divino. Terminamos estudiando varias declaraciones de los sabios hombres de Dios que con profundidad han procurado entender lo incomprensible, reuniendo los conceptos revelados en la Biblia, clasificándolos y catalogándolos para ayudarnos a todos los amantes de Dios en nuestra propia búsqueda.
Pero apenas iniciamos el estudio. Hemos considerado partes de lo que se llaman los atributos incomunicables. ¿Y qué de los atributos comunicables como bondad, amor, santidad, justicia, veracidad, y soberanía? En otras palabras, apenas abrimos la puerta de entrada al conocimiento de Dios. Ya que nos falta tiempo para hacerlo: ¡Esa búsqueda ahora le corresponde a usted!
[1] Dr. Gerald Nyenhuis, El Dios que Adoramos, LOGOI-Unilit, Miami, FL, p. 34.
[2] Francisco Lacueva (teólogo español), Curso Práctico de Teología Bíblica, CLIE, Barcelona, 1998, pp. 75-79.
[3] Gerald Bray, The Doctrine of God, InterVarsity, Downers Grove, Illinois, 1993, pp. 82-85.
[4] A.A. Hodge, Systematic Theology, Zondervan, Grand Rapids, Michigan, 1860, p.140.
[5] Millard J. Erickson, God the Father Almighty, Baker, Grand Rapids, Michigan, 1998, p. 97. (Estos argumentos siguen los pasos filosóficos argumentados por Platón, en la República 2.381.)
[6] Clark Pinnock, et. al., The Openness of God: A Biblical Challenge to the Traditional Understanding of God, InterVarsity, Chicago.
[7] Erickson, God the Father Almighty, p. 108
[8] Ibid, p.112