GP Doctrina 19: La gran promesa

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GP Doctrina 19: La gran promesa

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Anuncios que impactan la espera del creyente
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Sueños, visiones o predicciones

Era una chica huérfana de madre y padre. Recién alcanzaba su séptimo cumpleaños. Cada noche se acostaba con la esperanza de volver a sonar con aquello que la llenaba de ánimo: un sueño que tuvo en el que un señor elegante llegaba al orfanato en un lujoso coche, acompañado de su esposa -una mujer bonita con cara de ángel.

En el sueño las niñas hacían fila, y los visitantes las examinaban para escoger la que adoptarían. Al llegar a ella, el elegante señor se inclinaba y, llamando a la esposa, decía: «Esta es la que será nuestra hija». El sueño siempre terminaba con la esposa sacándola de la fila, abrazándola y besándola.

Imagínense el gozo que la invadió cuando, poco después, la pobre huérfana vio acercarse al orfanato a un enorme auto y salir un elegante señor con una señora con cara de ángel. Increíble, ¡el sueño de la niña se convirtió en realidad!

Esa clase de relatos nos apasionan, pero ¿de dónde surgió ese sueño? ¿Hablaría Dios o un ángel a la niña, o fue simple producto de una imaginación activada por una situación desesperante? Seguramente podríamos argumentar cuanto quisiéramos.

Hay relatos que no requieren discusión alguna, pues su origen es claro. Me refiero a las anticipaciones extraordinarias de los profetas de Dios.

El anuncio de Isaías, por ejemplo, prediciendo el Nacimiento de Jesús 700 años antes: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel.

O el de Miqueas, nombrando el lugar de ese nacimiento con unos 730 años de anticipación: Pero tú, oh Belén Efrata… de ti me saldrá el que será el gobernante de Israel, cuyo origen es antiguo, desde … la eternidad.

Estos profetas de Dios recibieron detalles exactos de acontecimientos que ocurrirían cientos de años en el futuro, eventos que se cumplieron tal como se anunciaron.

Tomemos el caso del profeta Isaías cuyo nacimiento se estima en el año 780 antes de Cristo. La famosa visión que tuvo, descrita en el capítulo seis de su libro fue en el año 739 a.C. En ese entonces, cumplía 41 años de edad, y dio sus profecías en plena flor de su vida, no en el arrebato de la juventud, ni en la senilidad de la vejez. Es importante establecer esto, por la naturaleza de lo extraordinario y preciso de sus predicciones.

Veamos otros ejemplos:

En tiempos anteriores él humilló la tierra de Zabulón y la tierra de Neftalí; pero en tiempos posteriores traerá gloria a Galilea de los gentiles … y el otro lado del Jordán. El pueblo que andaba en tinieblas vio una gran luz … Porque un niño nos es nacido, un hijo nos es dado y el dominio estará sobre su hombro. Se llamará su nombre: Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz (Isaías 9.1-6).

Isaías predice la región exacta, cerca del Jordán, Galilea, donde Jesús comenzaría su ministerio. Predice el mensaje de esperanza y luz que Jesús entregaría para los que creían que el Mesías no llegaría. Predice que Jesús vendría como un bebé. Lo identifica como «Hijo» que, por sus nombres, es nada menos que divino: Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz.

Por si acaso hubiera duda, Mateo, al relatar el nacimiento y vida de Jesús, cita una por una las profecías, mostrando que fueron cumplidas con exactitud:

Todo esto aconteció para que se cumpliese lo que habló el Señor por medio del profeta, diciendo: He aquí, la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamarán su nombre Emanuel, que traducido quiere decir: Dios con nosotros (Mateo 1.22-23).

Y cuando Jesús oyó que Juan había sido encarcelado, regresó a Galilea. Y habiendo dejado Nazaret, fue y habitó en Capernaum, ciudad junto al mar en la región de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliese lo dicho por medio del profeta Isaías, diciendo: Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que moraba en tinieblas vio una gran luz. A los que moraban en región y sombra de muerte, la luz les amaneció (Mateo 4.12-16).

¿Cómo es posible que 739 años antes de que ocurra un suceso se pueda predecir con tanto detalle y precisión? El gran maestro bíblico, Ernesto Trenchard (ya en la presencia del Señor), nos explica en su exposición de Isaías,[1] cómo fue que el profeta pudo predecir estos hechos con tanta exactitud:

A Pedro debemos dos pasajes que arrojan mucha luz sobre el origen de los mensajes proféticos (1 Pedro 1.10-12; 2 Pedro 1.19-21), haciéndonos meditar en la relación existente entre revelación e inspiración, como también en los elementos humanos y divinos de los oráculos. Revelar es poner a la vista de los hombres verdades que no podrían alcanzar por sus propias investigaciones ni por el uso de su raciocinio. Inspirar indica que «el aliento de Dios» vivifica la Palabra, bien que se digna a utilizar instrumentos humanos. Pedro lo expresa de esta manera: «Santos hombres de Dios hablaron, siendo inspirados por el Espíritu Santo». Los hombres eran falibles en sí, pero cuando recibían el mensaje era ya «Palabra de Jehová», no limitada por «voluntad humana», y a veces expresaban verdades que los mismos mensajeros no entendían del todo (1 Pedro 1.10-11). El soplo divino no anula la personalidad, ni prescinde de la preparación, y sin embargo, resulta claro del examen de múltiples casos del ejercicio de su ministerio público, que el Espíritu Santo controla la situación con el fin de que el mensaje que surge de las circunstancias y de las condiciones de los mensajeros sea, de hecho, «Palabra de Jehová».

Argumentos contrarios

A su vez, hombres que no han podido aceptar esta realidad bíblica, han buscado la manera de desacreditar las Escrituras. En el caso de Isaías, han tomado tijeras para cortar el libro en partes e inventado autores desconocidos. A uno le han dado el nombre de «Deutero-Isaías», a otro «Trito=Isaías». Debemos notar que la negación de la autenticidad y unidad del libro, junto con la del autor es un atrevimiento muy serio. Imputa tacha sobre el testimonio de Jesucristo, el Maestro infalible, y también el testimonio del Espíritu Santo.

Declaramos esto en base al hecho de que tanto el mismo Señor Jesús, como otros escritores del Nuevo Testamento citan distintas partes del libro, siempre atribuyéndolo al profeta Isaías. Introducen sus citas con frases como las siguientes: «Habló el profeta Isaías», «Bien profetizó Isaías de vosotros», «Y se le dio el libro de Isaías», «Porque también dijo Isaías», «También Isaías clama», «E Isaías dice resueltamente»; y otras parecidas.

Además, los israelitas de la antigüedad, los que conocían al profeta, y los que leían su libro, siempre lo nombraron a él como autor. El invento de tres autores es algo de los críticos bíblicos de nuestra era. Cierto es que el libro tiene tres claras divisiones:

  1. Denuncias de los pecados de Judá, juntamente con oráculos de esperanza, capítulos 1—35.
  2. Un paréntesis histórico que ocupa los capítulos 36 al 39 (cuyo texto coincide con 2 Reyes 18.13-37; 19.1-37; 20.1-11; 20.12-19.
  3. Una seria de oráculos que comienzan y terminan con notas de triunfo, con algunos diagnósticos del pecado de Jerusalén, y destacándose la obra del Mesías.

No existe evidencia objetiva que indique la dualidad, y mucho menos, la pluralidad de autores del libro. Como comenta Trenchard: «Los judíos, muy interesados en cuestiones de paternidad literaria y canonicidad de los libros del Antiguo Testamento, siempre aceptaban —con alguna excepción insignificante— el libro como unidad. En el libro apócrifo, Eclesiástico, 48.22-25 (circa 200 a.C.) se presupone la unida de Isaías; y el rollo más antiguo, descubierto en Qumrám (Mar Muerto), fechado sobre el año 200 a.C. no da muestra alguna de pluralidad de autores»[2]

Un mensaje profético

Dejemos tales controversias a un lado. Al acercarnos al epicentro del mensaje profético de Isaías (capítulos 42 al 66), vemos que muestra a Jesús venido para hacer el sacrificio de sí mismo por nosotros.

Recogemos texto tras texto prediciendo con exactitud detalles tal como si hubiese sido un reportero ocular de las escenas, por ejemplo:

La voz del Padre que se oye cuando Jesús es bautizado en el Jordán: He aquí mi siervo, a quien sostendré; mi escogido en quien se complace mi alma (Isaías 42.1). Comparemos eso con: Y he aquí, una voz de los cielos decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia (Mateo 3.17).

La cruenta cruz que sufre, despreciado y burlado: No hay parecer en él, ni hermosura… Fue despreciado y desechado por los hombres, varón de dolores y experimentado en el sufrimiento. Y como escondimos de él el rostro, lo menospreciamos y no lo estimamos (lsaías 53.2-3). Compárese con el capítulo 14 de Marcos: Llegó Judas, uno de los doce, y con él una multitud con espadas y palos, de parte de los principales sacerdotes, de los escribas y de los ancianos (v. 43). Entonces todos los suyos le abandonaron y huyeron (v. 50). llevaron a Jesús ante el sumo sacerdote; y se reunieron con él todos los principales sacerdotes, los ancianos y los escribas (v. 53). Entonces se levantaron unos, y dieron falso testimonio contra él (v. 57). Pero él callaba y no respondió nada (v. 61). Algunos comenzaron a escupirle, a cubrirle la cara y a darle de bofetadas (v. 65).

La escena de la crucifixión de Isaías parece aún más agonizante que la descrita por los evangelios, quizás porque entra él en la mística sublime de aquel acto sacrificial inigualable:

Pero él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestros pecados. El castigo que nos trajo paz fue sobre él, y por sus heridas fuimos nosotros sanados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas… Pero Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros. Él fue oprimido y afligido, pero no abrió su boca. Como cordero, fue llevado al matadero; y como una oveja que enmudece delante de sus esquiladores, tampoco abrió su boca.

No perdamos de vista dos realidades que encajan en todo este elemento profético. Primero, las profecías responden a la gran esperanza del pueblo de Israel que anhelaba ansiosamente la promesa de la venida del Mesías. Dios nutre y recompensa la fe de su pueblo, dándole al profeta estos mensajes seguros acerca del futuro. Pero más aun, también se ve en esta actividad divina el gran anhelo de Dios de apuntar a ese glorioso día en que la solución al gran problema humano llegaría al mundo.

En el caso particular de Isaías, vemos a un hombre luchando con el corrupto rey Acab. Se siente ofendido por las acciones malvadas de este rey; y preocupado por la corriente anti-Dios, no solo en las naciones que le rodean sino en su propia patria. Como hombre de Dios, busca respuesta y consuelo para poder vivir con el terrible desaliento que siente. Dios amorosamente le responde, dándole esa gran serie de oráculos claros.

En esas palabras recibe él —y todo el pueblo de Dios— la seguridad de que en verdad vendría el reino davídico, y que en ese Rey-Mesías —el  que nacería de una virgen y se llamaría Emanuel, Admirable, Consejero Dios Fuerte— reposaría la esperanza de salvación para todos.

Como el relato de la niña con su sueño, hay muchos que a través de las edades han tenido sus sueños y visiones, algunos declarándose «profetas». Estos, como nos muestra la historia, puede que hayan dicho verdad o mentira. Como afirma la sicología, tales sueños pudieran emanar de una imaginación muy activa, ser el resultado de una indigestión, o producto de un fuerte anhelo —en fin, hay varias posibilidades, una de ellas es que Dios diera la visión o el sueño. El caso es que con tales predicciones hay que esperar para ver si se cumplen (Deuteronomio 13.1- 5; 18.20-22).

Conclusión

Hay solo una fuente segura: la Palabra de Dios. Cuando Dios —en la Biblia— da una profecía a uno de sus profetas, esa predicción es confiable y segura, tal como en el caso de Isaías. Nosotros, que sentimos el efecto directo de Aquel que anunció Isaías, y que vino y murió «molido por nuestros pecados», esperamos con igual fervor la promesa dada por otro amado profeta, Pablo: El Señor mismo descenderá del cielo con aclamación, con voz de arcángel y con trompeta de Dios; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros, los que vivimos y habremos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes, para el encuentro con el Señor en el aire; y así estaremos siempre con el Señor (1 Tesalonicenses 4.16-17).

Cuando eso se cumpla, todo lo que aflige al creyente desaparecerá. Tendremos un cielo nuevo y una tierra nueva. Y Aquel que ha sido el centro de toda profecía, enjugará toda lágrima de los ojos de ellos. No habrá más muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas ya pasaron.

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[1] Tranchard, Ernesto, Introducción a los libros proféticos de Isaías, Literatura Bíblica, Madrid, p.21.

[2] Ibid, p. 61