GP Familia 15: El pastor como modelo de disciplina en el hogar

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GP Familia 15: El pastor como modelo de disciplina en el hogar

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por Pedro Toledo


¿Por qué el pastor —o la familia pastoral— tiene que ser un modelo para la iglesia? La respuesta la brinda Pablo en 1 Timoteo 3:1: Si alguno anhela obispado, buena obra desea».

El hijo de Dios que desea servir como líder espiritual, está tras la búsqueda de una de las más altas tareas en el Reino de Dios. A muchos les gusta esta parte del llamado. Pero el apóstol no se queda ahí sino que añade: «Pero es necesario que el obispo sea irreprensible… que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción… para que no caiga en descrédito» (1 Tim 3:2-7).

Requisitos del modelo

Las demandas al ministro y su familia son muy altas debido al carácter particular y especial del ministerio. Es particular porque es un llamado que Dios hace a ciertos individuos. Pablo lo reconoce cuando dice: «Pero cuando agradó a Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre, y me llamó por su gracia, revelar a su Hijo en mí, para que yo le predicase entre los gentiles» (Gl 1:15-16). Es el llamamiento divino, aun desde la eternidad, lo que hace que el ministerio al que Dios nos ha llamado sea algo muy singular.

Lo especial del ministerio se deriva del carácter santo de Dios. Una de las demandas que le hace a su pueblo Israel es «santificaos, pues, y sed santos, porque yo Jehová soy vuestro Dios» ( Lv 20:7). La esencia del requerimiento descansa en la santidad de Dios, de ahí que afirme: «porque yo Jehová soy vuestro Dios» (cf. Lv 11:44-45; 19:2; 1 P 1:15-16). De manera que si Dios exige la santidad de su pueblo, cuánto más no la pedirá de los siervos que dedican sus vidas a enseñar y modelar la Palabra de Dios. Santiago nos exhorta diciendo en 3:1: «Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación». Las demandas y responsabilidades del cristiano son proporcionales a su llamado.

Pablo, en el libro de Colosenses, invita a padres e hijos a vivir una relación práctica que redunde no solo en beneficio de ambos, sino que también dé la gloria a Dios, lo cual es la finalidad del hombre. Pablo dice: «Hijos, obedeced a vuestros padres en todo… Padres, no exasperéis a vuestros hijos» (Col 3:20-21). Este mandato no está aislado, sino que es parte de una serie de mandamientos que tienen que ver con las relaciones interpersonales del cristiano dentro y fuera de su hogar (Col 3:18-25).

El apóstol primero trata acerca de cómo debe ser la relación entre esposos y luego entre hijos y padres. Es en esta última donde se encuentran los retos más difíciles dentro del núcleo familiar —aunque también existen en el lazo matrimonial. Actualmente los hijos cuestionan la autoridad de los padres. La cantidad de crímenes contra padres provenientes de sus mismos hijos aumenta a medida que la sociedad decae, debido a la pérdida y al remplazo de los valores morales y espirituales. El posmodernismo nos ha llevado a ver la vida con los lentes del relativismo: para ellos no existen valores absolutos. De ahí, que lo que es bueno para unos para otros no lo es.

Nuestros chicos no escaparán a las consecuencias del entorno por él solo hecho de ser hijos de pastor. Hace poco vi un vehículo que llevaba unas calcomanías que decían: «Cuestiona la autoridad», «Rebélate y ser tú mismo».

Las escuelas a las que asisten nuestros hijos hacen eco de esos anuncios. Los alumnos no respetan a sus compañeros, profesores ni a sus mayores. Ahora es muy común ver a adolescentes retar a sus maestros e inclusive amenazarlos de muerte. Nuestros chicos sienten la presión de sus amigos para que actúen como ellos. Sus vidas batallan en un constante conflicto entre los valores del mundo y aquellos derivados de las Escrituras que les inculcamos. El padre-pastor vive las presiones propias del pastorado sumadas a las de padre y esposo, las cuales muchas veces se convierten en el reto más grande a enfrentar. Pablo, hace un llamado a ambas partes de esta ecuación —es decir, a padres y a hijos—, para que piensen y actúen de una manera que «agrade al Señor» en sus relaciones interpersonales.

La obediencia como ejemplo

A los hijos, Pablo les dice: «Obedeced a vuestros padres». Este mandamiento no es una nueva revelación que desconozcamos como pastores. La Biblia cita la necesidad y la obligación de obedecer a los padres. No es una opción (Éx 20:12; Lv 20:9; Dt 5:16; 21:18; Pr 1:8; 6:20; Mt 15:4- 6; 19:19; Ef 6:1-3). La obediencia se debe ver primero en el hogar del pastor, para que sirva de ejemplo a los padres en la congregación. Aunque la obediencia es un mandamiento, esto no significa que sea ciega o absoluta. Por ejemplo, piense en el padre que aun estando en la casa, le pide a su hijo que diga que no está cuando el hermano Pedro Pérez lo llama por teléfono. ¿Qué clase de ejemplo le da a su hijo? Al igual que la desobediencia, Dios no tolera la mentira, la condena (Ap 21:8). Como padres no podemos exigir obediencia a nuestros hijos cuando lo que pedimos va en contra de la misma Palabra de Dios.

Exhortación a los padres

A los padres, Pablo les pide: «No exasperéis a vuestros hijos». Es importante hacer notar que fallamos muchas veces. Exasperamos a nuestros hijos con una lista infinita de reglas, muchas de las cuales nos costaría obedecer. Sobre todo cuando se es hijo de pastor, las reglas son mayores y severas añadiéndosele la coletilla: «¡Recuerda que eres el hijo o la hija del pastor!»

Muchos, en la iglesia, esperan ver en la familia pastoral un modelo a seguir. Esta misma situación hace que los pastores sean más exigentes con sus hijos, lo cual puede que resulte de inmediato pero no a largo plazo. He vivido experiencias tristes con amigos cuyos hijos —por tales exigencias— están apartados del Señor.

Recuerdo a una amiga, hija de un pastor muy conocido, que salía de su casa con vestido —tal cual las reglas lo exigían—, y en una bolsa llevaba ocultos los pantalones que luego se pondría en un baño público. Sin darse cuenta, el pastor la obligaba a actuar con hipocresía.

Conclusión

Cuánto quisiera que mis hijos tuvieran una fe sólida en Dios. Pero eso escapa de mis manos. Lo que sí puedo controlar es mi persona, orar diligentemente por cada uno de ellos, enseñarles la Palabra y la doctrina cristiana, beneficiarlos con mi presencia en el hogar, proveerles de guía y consejo oportuno, reordenar mis expectativas hacia ellos, el ambiente físico, establecer reglas justas. Esas son cosas que puedo controlar. Lo que nunca debo intentar es regir sus vidas. Lo más que puedo hacer es depender de la gracia de Dios y de su misericordia para con mis hijos. Recordemos que ellos —como los de los feligreses— son también humanos y sensibles.

He aprendido que cuando el siervo de Dios pastorea primero a su familia, esta responde positivamente. Es así que la familia pastoral se convierte en un modelo por naturaleza y no por obligación.