La ley y la gracia

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La ley y la gracia

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por Marcos A. Ramos

La ley ha estado en el mismo centro de los tratos de Dios con los seres humanos. El Creador, lleno de amor y generosidad hacia sus criaturas las situó bajo la ley. Los humanos podían comer del fruto de los árboles del huerto, pero no del fruto del árbol que estaba «en medio del huerto».

Muchos teólogos cristianos y hebreos, así como numerosos comentaristas de las Escrituras hebreas y cristianas, han encontrado allí el comienzo de la ley.

Solo la obediencia a la ley divina puede hacer que los humanos disfruten plenamente de las bendiciones de Dios. Aun aquellas leyes del Antiguo Testamento cuyo carácter era puramente secular, el Señor las promulgaba para beneficiar a su pueblo. No era simplemente «la ley para la ley» sino «la ley para el pueblo».
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En la expresión «la ley y los profetas» está comprendido todo el Antiguo Testamento menos los profetas menores. En un sentido más restringido se emplea para designar el Pentateuco diferenciándolo de las otras divisiones del Antiguo Testamento. En ocasiones el término designa la administración mosaica dispensada en Sinaí. Lamentablemente, algunos cristianos confunden la religiosidad del judaísmo prevaleciente en los días de Jesús, específicamente la forma de ver la ley de los fariseos, con el gran todo de la vida religiosa del pueblo de Dios en los días en que se escribieron los textos sagrados de la antigua dispensación.

En los Salmos encontramos una especie de ventana a la experiencia espiritual del creyente en el Antiguo Testamento. Los goces inefables y los inevitables dolores del creyente de aquella era se reflejan claramente en el lenguaje de los salmistas. Si usted estudia cuidadosamente el Salmo 119 encontrará cómo la ley de Dios es un tesoro situado por encima de todas las posesiones materiales. Es venerada como la verdad. Es un deleite, un objeto de amor y una forma de alcanzar la libertad y la paz.

¿QUÉ DE LA GRACIA?

En Juan 1:17 encontramos un clarísimo contraste entre la ley y la gracia: «Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo». La gracia entró en el mundo con Cristo, pero esto no quiere decir que la gracia no existía en el Antiguo Testamento. La diferencia entre entonces y ahora es que entonces no ocupaba un lugar tan prominente y que ahora se proclama por todas partes.

Ahora bien, en el relato de Éxodo encontramos la escena de un acto doble de liberación y redención. La liberación se consiguió por medio de la décima plaga. Los que clamaron al Señor lograron encaminarse a Israel. Pero el Señor tenía un propósito adicional: la redención, para lo cual añadió la Pascua. El pueblo quedó bajo la protección de la sangre del cordero pascual. De esa manera fueron liberados de la ira de Dios y se iniciaron en una vida de peregrinación.

Vemos, pues, que el pueblo que escuchó la ley en el Sinaí es el mismo pueblo que había sido liberado de Faraón por medio de la gracia.

LA LEY DE DIOS[1]Condensado del texto de LOGOI Las grandes doctrinas de la Biblia por R.C. Sproul.
Por R. C. Sproul

Las así denominadas leyes de la naturaleza son simples descripciones de la manera normal que Dios tiene de ordenar su universo. Estas «leyes» son expresiones de su voluntad soberana.
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Dios no le rinde cuentas a ninguna ley fuera de sí mismo. No existen normas cósmicas independientes que obliguen a Dios a obedecerlas. Por el contrario, Dios es su propia ley. Esto quiere decir que Dios actúa de acuerdo con su propio carácter moral. Su propio carácter no es solo moralmente perfecto, sino que es el patrón estándar de la perfección. Sus acciones son perfectas porque su naturaleza es perfecta, y Él siempre actúa de acuerdo con su naturaleza. Por lo tanto, Dios nunca es arbitrario, caprichoso o antojadizo. Siempre hace lo que es correcto.
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Dios tiene la autoridad para imponernos obligaciones, para exigir nuestra obediencia, y exigir el compromiso de nuestras conciencias, porque Él es nuestro soberano. También tiene el poder y el derecho para castigar la desobediencia cuando violamos su ley. (El pecado puede ser definido como la desobediencia a la ley de Dios.)
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Algunas leyes de la Biblia están directamente basadas en el carácter de Dios. Estas leyes reflejan los elementos transculturales y permanentes de las relaciones, tanto divinas como humanas. Otras leyes obedecieron a condiciones pasajeras de la sociedad. Esto significa que algunas leyes son absolutas y eternas, mientras que otras pueden ser anuladas por Dios por razones históricas, como las leyes ceremoniales y dietéticas de Israel. Solo Dios puede abolir dichas leyes.
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No somos autónomos. Es decir, no se nos permite vivir de acuerdo con nuestra propia ley. La condición moral de la humanidad es la de heteronomía: vivimos bajo la ley de otro, [es decir] la ley de Dios.

El PROPÓSITO DE LA LEY

La ley nos revela el pecado, por lo tanto no puede ser abrogada. Solo puede ser cumplida y Cristo la cumplió por nosotros. Sigue siendo nuestra regla en aspectos fundamentales de conducta y vida. A su vez, no estamos bajo ella en el sentido especial, educativo y temporal del antiguo pacto.

El mandamiento sigue siendo «santo y bueno», pero la gracia se ocupa de nuestra condición de pecadores, ya que somos violadores de la ley, necesitando que nos refugiemos en la misericordia divina.

Fijémonos bien en el siguiente detalle: la ley misma puede servirnos para descubrir la gracia. Dios escogió a Israel para ser su pueblo. Esto se atribuye en la misma ley a una libre decisión de Dios y en ningún modo a los méritos de Israel. Dios tomó la iniciativa en el pacto del Sinaí, como lo hizo en el caso del pacto de gracia con Abraham. Una cosa es que la ley haga su obra resultando en la conversión o restauración del alma, como lo enseñan los Salmos, y otro asunto sería que el hombre se justificara ante Dios por medio de ella.

En Gálatas 3:10-14 aprendemos cuestiones esenciales del tema: «Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas. Y que por la ley ninguno se justifica para con Dios, es evidente, porque: El justo por la fe vivirá; y la ley no es defe sino que dice: El que hiciere estas cosas vivirá por ellas. Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: «Maldito todo el que es colgado en un madero»), para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu».

En la experiencia de Gálatas vemos cómo la ley solo puede condenar. Su propósito es exhibir y juzgar al culpable, no exonerarlo. Para los Gálatas el punto específico es que, muy a pesar de los judaizantes, los cristianos no están obligados a guardar la ley para su salvación. Cristo nos libra de la condenación que viene por medio de la ley. La justicia, el Espíritu y la vida, no vienen por medio de la ley, sino mediante la fe en Cristo. Como Pablo señala claramente, nadie puede, por méritos humanos, o logros personales, justificarse delante del justo Dios, porque, como Él mismo lo indica, hasta el Antiguo Testamento testifica que el justo debe vivir por fe (Hab 1:4; Ro 1:17).

  • A pesar de todo lo que digan los cínicos, la manera infalible de inducir un sentido de culpa es a través de la formación de leyes. —Guillermo Bolitho
  • Las buenas nuevas leyes nos ayudan a hacer lo bueno, a la vez que crean tropiezos para el que quiera hacer lo malo. —Gladstone
  • La ley apunta y señala, pero solo la gracia conquista el pecado. —Guillermo Bolitho
  • La gracia es la introducción a la gloria, y la gloria simplemente es gracia perfeccionista. —Jonathan Edwards
  • Y si por la gracia, no procede de las obras; de otra manera, la gracia ya no sería gracia. —San Pablo (Ro. 11:6)
  • La ley detecta el mal; solo la gracia lo conquista. —San Agustín
  • Cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia. —Romanos 5:20
  • Ciertamente él escarnecedores, y a los humildes dará gracia. —Proverbios 3:34
  • La ley no pide fe, pide obediencia; no ofrece gracia, mas bien condenación al que la quiebra. —Ridderbos
  • La gracia salvadora definitivamente es de Dios, Todo, t-o-d-o, ¡TODO! es de Dios. —Les Thompson, La mueve montañas
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LEGALISMO: EL GRAN ENEMIGO

La gran confrontación no es entre la ley y la gracia, sino entre el legalismo y la fe. En el caso de los discípulos que recogían espigas en el día de reposo, Jesús nos ofreció la fórmula que nos permite resolver las cuestiones más difíciles: «También les dijo: El día de reposo fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del día de reposo. Por tanto, el Hijo del Hombre es Señor aun del día de reposo» (Mr 2:27-28). Se ha señalado que la fe es la respuesta humana a la gracia divina, el favor inmerecido que Dios nos regala. Esta fe es don de Dios. Esta fe, que significa que no hay salvación por medio de la ley, no va en contra de la ética.

Alguien ha dicho que la fe es «moralmente vital por sí misma». El creyente bajo la gracia disfruta de una posición a la cual no ha llegado por algo en él mismo, sino por la voluntad y gracia de Dios.

En medio del desorden creado por la desobediencia a la ley de Dios, proclamemos las bondades de la ley y la tragedia del pecado. A su vez señalemos, por encima de todo lo demás, que la gracia está contenida en lo que Dios hace por nosotros: la salvación, el perdón, la regeneración, el arrepentimiento y, sobre todo, su gran amor por nosotros.

La advertencia de Jesús en el Sermón del Monte continúa en pie y se aplica a todo aquel que quiera buscar la salvación mediante la obediencia al pacto antiguo, sin acogerse a la «Sangre del nuevo pacto». Jesús dijo: «Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos» (Mt 5:20).

«GRACIA Y LEY»: EL POLÉMICO
TRATADO DE KARL BARTH
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En 1935, el teólogo europeo de tradición reformada, Karl Barth, publicó Gracia y Ley. Contrario a Lutero, que había hecho resaltar ley-evangelio, Barth alteró ese orden al plantear que el evangelio precede a la ley. ¿Qué es lo que Barth entendía?
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En su opinión, hay que comenzar con la promesa: «Esto, pues, digo: Que el pacto previamente ratificado por Dios para con Cristo, la ley, que vino cuatrocientos treinta años después, no lo abroga, para invalidar la promesa. Porque si la herencia es por la ley, ya no es por la promesa, pero Dios la concedió a Abraham mediante la promesa» (Gal 3:17-18).
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Consideramos oportuno también acudir al texto anterior: «Sabed, por tanto, que los que son de fe, éstos son hijos de Abraham. Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones. De modo que los de la fe son bendecidos con el creyente Abraham» (Gal 3:7-9).
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Para Barth, la ley, ante todo, es un regalo: una expresión de la gracia de Dios y no una demanda. Por medio del pecado, que nos engaña, la ley se ve y se experimenta como algo hostil y negativo, convirtiéndose en «la ley del pecado y la muerte» (Ro 8:2). Lo que quiere señalar Barth es que la ley es simplemente una forma del evangelio, en cuanto a su propósito original.

 

Nota: Guía Pastoral – Doctrina 5 (GP Doctrina 5: La Ley y la Gracias

References

References
1 Condensado del texto de LOGOI Las grandes doctrinas de la Biblia por R.C. Sproul.