GP Doctrina 4: ¿Es correcta nuestra doctrina del Espíritu Santo?

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GP Doctrina 4: ¿Es correcta nuestra doctrina del Espíritu Santo?

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por Gerardo de Avila

Actividades por medio de las cuales la Trinidad se manifiesta:
El Padre, representado por el trono; se le atribuye principalmente la creación;
el Hijo, representado por el Cordero de Dios, la redención;
el Espíritu Santo, representado por la paloma, la obra de santificación

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Estaba de visita en una iglesia. Le pregunté al pastor a qué hora terminaba el servicio, para saber de qué tiempo disponía para la predicación. Su respuesta fue: «No te preocupes, puedes predicar con toda libertad; a las nueve, la gente se va».

En equivocado concepto de la reverencia, se encuentran los que han querido subyugar al Espíritu Santo en una estrecha exigencia de inerte liturgia. Le dejan muy poca libertad de acción. Dicho de otra manera, lo atan de pies y manos.

Otros, en no menos equivocada demanda de lo que llaman «dar libertad al Espíritu», han llegado a extremos reprobables. Atribuyen al Espíritu Santo hechos que están muy lejos de haber sido provocados por Él.

En un instituto bíblico donde estuve presente, el que estaba dirigiendo el servicio dijo: «Aquí hay libertad para el Espíritu. Si usted quiere pararse de cabeza sobre el piano puede hacerlo». Nunca había pensado que el Espíritu Santo pudiera querer que lo adoraran de cabeza sobre un piano. Como dice el dicho, hay que vivir para ver.

Para estos, nada se prepara, nada se anticipa, ni la predicación. El «espíritu» decide en el momento qué ocurrirá.

Estuve en una iglesia de extraordinaria asistencia. El pastor me dijo que él no sabía lo que iba a predicar hasta el momento en que se paraba detrás del púlpito y abría la Biblia. Cuando me lo dijo, el hombre llevaba veinte años de pastor allí y la iglesia es de esas que ahora llaman mega-iglesias. Nunca me he podido explicar cómo lo puede hacer. Es como para que uno, que tiene que orar, leer y estudiar para preparar sus mensajes, desarrolle un complejo de inferioridad espiritual.

EL ÉNFASIS DEL ESTUDIO

Entre los que rinden culto y adoración al Espíritu Santo como persona divina se pueden identificar —al menos— tres problemas:

  1. El problema cultista
  2. El problema de los dones
  3. El problema conceptual
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EL TEMA CULTIVISTA

Al tratar el tema cultivista, tenemos que estar conscientes de que existen por lo menos dos posiciones extremas:

  • Atar al Espíritu.
  • Abogar a favor de una libertad exagerada.

Ambas expresan un pronunciado grado de extremismo. Ambas son consecuencia de prejuicios en estrecha colaboración con un desconocimiento de la Palabra de Dios. Estos dos extremos han asediado a la iglesia desde sus comienzos.

Sabemos que existían por los escritos del apóstol Pablo. A los corintios el apóstol tiene que corregirles una serie de extremos que habían convertido sus reuniones en verdaderos desórdenes. A los tesalonicenses tiene que estimularlos a que se entreguen a la dirección del Espíritu Santo y permitan que los dones o carismas se manifiesten.

Tal situación, imperante en aquellos tiempos como en los nuestros, puede resumirse en dos temores:

  1. Temor a caer en la extravagancia y exageración, que tiene como secuela el fanatismo.
  2. Temor a la frialdad espiritual, cuya consecuencia, el formalismo cargado de ritos muertos, no es menos peligrosa.

La enseñanza bíblica es que «el Señor es Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad» (2 Co 3:17), y el mandamiento del Señor a los que actúan en el Espíritu es: «pero hágase todo decentemente y con orden» (1 Co 14:40), «pues Dios no es Dios de confusión, sino de paz» (1 Co 14:33), por tanto «hágase todo para edificación» (1 Co 14:26).

En el culto cristiano, espiritualidad y orden no son antitéticos. Todo lo contrario, son elementos centrales del mismo acto de adoración. Rechazar esta enseñanza obliga a responder a las preguntas del apóstol: «¿Acaso ha salido de vosotros la palabra de Dios, o sólo a vosotros ha llegado?» (1 Co 14:36).
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EL PROBLEMA DE LOS DONES

Por un lado tenemos a los que dicen que las manifestaciones del Espíritu Santo que menciona el Nuevo Testamento terminaron en el primer siglo, otros insisten en que esas manifestaciones son parte del patrimonio de la iglesia universal mientras dure su peregrinación.

Los primeros se basan en la idea de que los dones fueron utilizados para dar credibilidad al naciente movimiento cristiano. Una vez establecida la posición cristiana, los dones no tendrían razón de ser; habrían cumplido su función y caducarían. Pero para esta posición no se ofrece documentación bíblica que la fundamente, es solo una postura caprichosa.

Entre los que aceptan la vigencia de los dones se encuentran algunos que hablan de ellos como algo que poseen y pueden utilizar a su discreción. Lo que puede haber contribuido a esta posición es la palabra «don»: «No quiero, hermanos, que ignoréis acerca de los dones espirituales» (1 Co 12:1).

La idea se deriva de tomar la palabra don en su primera acepción de «dádiva, presente, o regalo». La conclusión lógica: si es regalo pasa a ser posesión de quien lo recibe. Pero «don» no aparece en los manuscritos más antiguos.

Algunas versiones ponen la palabra «don» en letra cursiva para indicar esta ausencia. El versículo debe leerse «acerca de los espirituales», aunque la idea de don puede estar implicada en espirituales.

Nuestra persuasión es que el versículo se refiere a manifestaciones del Espíritu instantáneas que responden a una necesidad del momento. «Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho» (1 Co 12:7). El Espíritu, que reside en el cristiano, puede manifestarse a su discreción cuando Él quiera y como Él quiera (1 Co 12:11).

Esto, en nuestra opinión, resuelve dos problemas humanos. Primero, nadie puede jactarse de «poseer» el don del Espíritu. El cristiano es solo un canal de barro. Segundo, la comunidad de fe no está a merced de un miembro en particular.

Probablemente la manifestación del Espíritu Santo que más discusión y división ha suscitado es la de la glosolalia o la capacidad de hablar un idioma que el sujeto no ha aprendido.

Un grupo afirma que las lenguas cesaron en el siglo primero. Otro grupo dice que el cristiano tiene que hablar en lenguas como «señal inicial física» de haber recibido el bautismo del Espíritu Santo. Ninguno de los dos grupos puede probar su posición con el Nuevo Testamento. Algunos, en el primer grupo, usan 1 Corintios 13:8 «y cesarán las lenguas».

En el segundo grupo hay quienes usan Hechos 2:4: «y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen». La fecha de referencia que da Corintios para la cesación de las lenguas es «cuando venga lo que es perfecto» (1 Co 13:10). Es obvio que la referencia es a la eternidad. Pero todavía «vemos por espejo, oscuramente», todavía «conocemos en parte» (1 Co 13:12). Por lo tanto no hemos llegado al momento en que cesarían las lenguas. Por otra parte, Hechos 2:4 no prueba que el cristiano tiene que hablar en otras lenguas como evidencia de que ha recibido el bautismo del Espíritu Santo.

Este versículo se limita a registrar un hecho histórico y —en buena hermenéutica— el registro en la Biblia de un hecho histórico no puede usarse para fundamentar una doctrina bíblica. Lo único que este versículo prueba es que el hecho ocurrió y que podría ocurrir otra vez. Ninguno de los dos grupos ha probado su posición con la Biblia.

Ahora, lo que sí puede probarse con la Biblia es que —a discreción de Dios— los cristianos de cualquier tiempo (y de cualquier denominación) podrían tener esa experiencia; pero la ausencia de ella no es prueba de deficiencia espiritual. Según la Biblia un cristiano puede estar lleno del Espíritu Santo y jamás hablar en otras lenguas. La señal inequívoca bíblica es «y me seréis testigos» (Hch 1:8).
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EL PROBLEMA CONCEPTUAL

Algunos han creado tensión entre el Espíritu Santo y Jesucristo, como si ambos estuvieran en competencia el uno con el otro, o como si mencionar uno significara que se ignora al otro. Esto se debe a falta de comprensión de la doctrina de la Trinidad.

En el rigor del monoteísmo Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Tampoco Primera Persona, Segunda Persona y Tercera Persona. Lo primero es politeísmo. Lo segundo establece jerarquía. A menos que lo primero se tome en sentido corporativo, como ocurre en algunos pasajes bíblicos donde una de las personas de la Trinidad representa a las tres, y lo segundo en el sentido cronológico de la revelación de las personas de la divinidad en la historia bíblica. Lo correcto es, Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Tres personas pero un sólo Dios.

En el manuscrito hebreo el sustantivo Dios está en plural (Elohim) y el verbo crear en singular. Literalmente «Dioses creó». Con la documentación que posteriormente se nos daría en la Biblia acerca de la naturaleza de Dios podemos ver, en esta combinación de plural y singular —inaceptable en nuestra gramática— una pluralidad de facultades en una unidad de acción. Aunque tienen la facultad de pensar, sentir y decidir independientemente, siempre actúan al unísono. Solo a los fines de análisis pueden separarse. Esencialmente son indivisibles.

Cuando adoro al Hijo estoy adorando al Padre y al Espíritu Santo. Cuando hablo del poder y de la unción del Espíritu Santo, Padre e Hijo están presentes. Tres personas, un solo Dios.

¿Complejo? No puede ser de otra manera cuando se refiere a Dios. No sin razón el apóstol exclamó: «¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor?» (Ro 11:33-34).
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LA SANTA TRINIDAD

El Credo de Atanasio

Este antiguo credo (c. 325), nacido de la polémica de la iglesia
en contra de la herejía arriana, hace un sumario de la enseñanza bíblica sobre esta doctrina.
Ha servido desde entonces como una de las bases principales para el estudio
y comprensión de la doctrina de la Santa Trinidad.
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Cual el Padre, tal el Hijo, tal el Espíritu Santo. El Padre es inmenso, el Hijo es inmenso, el Espíritu Santo es inmenso. El Padre es eterno, el Hijo es eterno, el Espíritu Santo es eterno. Sin embargo, no son tres eternos, sino un eterno. Como tampoco son tres increados, ni tres inmensos, sino un increado y un inmenso.
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Igualmente, el Padre es todopoderoso, el Hijo es todopoderoso, el Espíritu Santo es todopoderoso. Sin embargo, no son tres todopoderosos, sino un todopoderoso. Así que el Padre es Dios, el Hijo es Dios, el Espíritu Santo es Dios. Sin embargo, no son tres dioses, sino un solo Dios. Asimismo, el Padre es Señor, el Hijo es Señor, el Espíritu Santo es Señor. Sin embargo, no son tres señores, sino un solo Señor. Porque, así somos compelidos por la verdad cristiana a confesar a cada una de las tres personas, por sí mismas, Dios y Señor.
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Así nos prohibe la religión cristiana decir que son tres dioses y tres señores. El Padre no fue hecho por nadie, ni creado, ni engendrado. El Hijo es del Padre solamente; ni hecho, ni creado, sino engendrado. El Espíritu Santo es del Padre y del Hijo; ni hecho, ni creado, ni engendrado, sino procedente. Así que es un Padre, no tres padres, un Hijo, no tres Hijos; un Espíritu Santo, no tres espíritus santos. Y en esta Trinidad ninguno es primero o postrero, ninguno mayor o menor, sino que todas las tres personas son coeternas juntamente y co-iguales.
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Así que en todas las cosas, como queda dicho, debe ser venerada la Trinidad en la unidad y la unidad en la Trinidad. Quien, pues, quiera ser salvo, debe pensar así de la Trinidad.