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Sutileza de lo sobrenatural
Si se preguntara en muchas congregaciones ¿Cómo es Dios?, sobrarían quienes afirmaran haberlo visto. Si reflexionáramos en esas apariciones de Dios y los ángeles a muchos evangélicos hoy, concluiríamos que son tan comunes como las de la «virgen» a los católicos.
Hace poco oí por radio a un señor que predicaba:
«¿Saben? —dijo, y se echó a reír—, ayer me pasó algo increíble. Estudiaba la Biblia, cuando de pronto oí una voz que me dijo: “Pon la Biblia a un lado. Ven, quiero hablar contigo”. ¡Imagínense! ¡Era Dios que estaba a mi lado! No solo cerré la Biblia. Conversé con Él de tú a tú. Hablamos de mi trabajo, de la iglesia, de mi familia. ¡Qué chévere es Dios!»
Me preocupó mucho lo que afirmaba el hombre acerca de su encuentro con Dios. ¿Será un encuentro con Dios una fiesta, un hablar de tú a tú, una conversación cualquiera con el Dios glorioso, todopoderoso, sacrosanto, ante el cual los mismos ángeles se postran en reverencia y admiración?
Aunque el predicador declaró que Dios lo visitó (lo que en teología se llama «teofanía» —Dios se aparece en cualquier forma), ¿cómo podríamos verificar eso?
Podríamos ver el caso desde cuatro perspectivas:
- Fue una experiencia real.
- Fue algo imaginario, pero que no ocurrió en realidad.
- Si cree que la aparición ocurrió verdaderamente, puede ser que el predicador fue engañado por un espíritu falso.
- El predicador, con su relato, engañaba deliberadamente a su público.
Descartamos sinceramente esta última opción, ya que suponemos que es una persona honesta. Pero, alguien podría alegar, ¿Qué derecho tenemos de cuestionar lo dicho por un pastor?
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Bases bíblicas de un análisis serio
La Biblia contiene abundante evidencia que autoriza al cristiano a escudriñar los hechos de una manera objetiva. Veamos algunos argumentos:
- En el Antiguo Testamento tenemos muchos casos de cómo tratar a los falsos maestros y profetas. (Véanse Dt 13.1-5; 18.20-22; y Jer 23.9, 11, 16, 30-40.)
- El precedente establecido por los creyentes en Berea: Recibieron la palabra … escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así (Hch 17.11).
- Dios, a través de Pablo, nos dice: Examinadlo todo; retened lo bueno (1 Ts 5.21).
- Y nos advierte una vez tras otra respecto a los falsos maestros: Porque hay aún muchos … habladores de vanidades y engañadores … a los cuales es preciso tapar la boca; que trastornan casas ente- ras, enseñando … lo que no conviene … Profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan (Tit 1.10-16).
- En 1 Corintios 14.29 leemos: … hablen dos o tres, y los demás juzguen. Cuando se trata de un posible error doctrinal, Dios nos invita a examinarlo y a juzgarlo todo.
Examinemos lo que el predicador dijo a la luz de la Biblia. Veamos el parecido con lo que dice Deuteronomio 13.1: Si se levanta en medio de ti un profeta o un soñador de sueños, y te anuncia una señal o un prodigio. Lo que dijo el pastor se puede clasificar como una señal o un prodigio, ya que se trata de una manifestación extraordinaria.Tenemos derecho, entonces, de juzgar lo afirmado.
En números 12.6 leemos: Oíd ahora mis palabras. Cuando haya entre vosotros profeta de Jehová, le apareceré en visión, en sueños hablaré con él. No así a mi siervo Moisés, que es fiel en toda mi casa.
Cara a cara hablaré con él, y claramente, y no por figuras; y verá la apariencia de Jehová. Es importante notar que solo a una persona le habló Dios «cara a cara»: Moisés. A los demás les ha hablado por medio de visiones o por sueños. Pero lo que contó el ministro por radio habla de un encuentro «cara a cara» con Dios. Lo cual no tiene base bíblica; por tanto, es imposible.
Además, ni siquiera cuadra respecto a los encuentros de algunos hombres con ciertos ángeles. La Biblia nos enseña que cualquiera sea la teofanía, la reacción humana siempre es de temor y reverencia.
En nuestras oficinas de LOGOI, hay una pintura titulada El anuncio de los ángeles, de Kike Compdepadrós. El artista ilustra el cielo alumbrado y esplendoroso, y la tierra cubierta de oscuridad. Al observar el reflejo de la luz celestial se ve en el cuadro a los pastores atemorizados, exactamente como se afirma en la Biblia (Lc 2.9-10).
Aun ante angelfanías (apariciones de ángeles), los hombres se llenan de temor, pero nuestro pastor en su programa no mostró nada de eso.
Veamos el ejemplo de Daniel, ante quien aparecieron ángeles en varias ocasiones. Dice el texto bíblico: Y aconteció que mientras … consideraba la visión … se puso delante de mí uno con apariencia de hombre … y con su venida me asombré [me llené de temor], y me postré [caí postrado] sobre mi rostro (Dn 8.15–17).
Observemos también el pasaje de Daniel 10.4–8: Alcé mis ojos y miré, y he aquí un varón vestido de lino, y ceñidos sus lomos de oro de Ufaz. Su cuerpo era como de berilo, y su rostro parecía un relámpago, y sus ojos como antorchas de fuego … y sus brazos y sus pies como de color de bronce bruñido, y el sonido de sus palabras como el estruendo de una multitud… y vi esta gran visión, y no quedó fuerza en mí … y no tuve vigor alguno.
Si ante la aparición de los ángeles, los hombres tiemblan y se debilitan, ¿cómo será un encuentro con el majestuoso y soberano Dios? El gran principio bíblico acerca de esto lo tenemos en Juan 1.18: A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer. Aquí se establece claramente que ningún hombre puede ver a Dios. Ni Moisés lo vio (léase Éx 33.20-23; y 34.5-9). Lo que Moisés vio es lo que Dios llamó «las espaldas», y si entendemos la revelación, lo único que «vio» Moisés fueron los grandes atributos del ser divino.
En el monte de la Transfiguración (Marcos 9.2-6), los discípulos ya conocían a Jesucristo íntimamente, pero no lo habían visto en su gloria. En esta ocasión el velo de su humillación (Flp 2.7) fue quitado, y vieron su gloria (recuerde que no fue al Padre que vieron, solo al Hijo). Nótese: Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan, y los llevó aparte solos a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos. Y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancas, como la nieve… Entonces Pedro dijo a Jesús: Maestro, bueno es para nosotros que estemos aquí; y hagamos tres enramadas, una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías. Porque no sabía lo que hablaba, pues estaban espantados. Mateo 17.6-7 agrega: los discípulos, se postraron sobre sus rostros, y tuvieron gran temor.
El referido pastor, en su programa hablaba de un encuentro en el que el mismo Dios se le apareció en persona y le habló como cualquier humano. No mencionó absolutamente nada de temor ni reverencia.
La experiencia extraordinaria de Pablo (2 Co 12.1-9) también arroja luz. Fue … arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar… Para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne … para que no me enaltezca sobremanera.
Pablo nos enseña dos cosas:
(1) Las visiones extraordinarias tienden a ser motivo de orgullo y jactancia. (2) Dios mismo crea la manera de mantener humildes a sus siervos. Por ejemplo, Jacob, después de luchar con Jehová, cojeó el resto de su vida. El que anda jactándose de haber visto a Dios, ¡no lo ha visto en realidad, su misma jactancia lo desmiente!
¡Cuánto daño hacen esas falsas proclamas! Con ellas el oyente se forma un concepto erróneo de lo que es Dios. En vez de enaltecer a Dios se le reduce a nivel de hombre. Perjudican en gran manera a la difusión del evangelio. Ahora bien, necesitamos tener muy claro cómo se distingue lo falso de lo verdadero. Antiguamente, cuando se pregonaban las visiones, sueños y milagros, se examinaban cuidadosamente para asegurarse de que eran en verdad de Dios y no algo inventado o un engaño satánico.[1] Hoy, debido al excesivo sensacionalismo que invade nuestras iglesias, necesitamos hacer lo mismo.
En verdad, ¿cómo es Dios? ¿Qué experiencia sentimos cuan- do estamos ante su augusta presencia? Decía Agustín: «Los hombres usan palabras para comunicarse; Dios ha escogido usar tanto palabras como eventos especiales».[2]
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La presencia de Dios demanda un respeto profundo
El hombre que más encuentros tuvo con Dios fue Moisés. Comencemos con el primero: Moisés y la zarza ardiendo (Éx 3.1-6).
«Le apareció el Ángel de Jehová en una llama de fuego en medio de una zarza». En esta teofanía[3] Dios no se aparece como persona, únicamente se oye su voz. El que Dios lo llamara por su nombre, «¡Moisés, Moisés!», es relevante, pues indica que conoce a toda persona íntimamente. La demanda: «No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es» señala el profundo respeto que se ha de tener ante Dios.
Dios aclara que no es otro dios, sino el mismo «ayer, hoy, y por los siglos», el Dios inmutable, el que se le apareció a Abraham, Isaac y Jacob.
Nuevamente es notable la reacción de Moisés: «Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tenía temor de mirar a Dios». Lo único que pudo ver fue una llama de fuego gloriosa y lo que pudo oír fue una voz sobrenatural, pero sabía sin lugar a duda que era Dios.
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La presencia de Dios estremece
Más tarde, ante el monte Sinaí, Dios se le manifestó al pueblo: Y Moisés sacó del campamento al pueblo para recibir a Dios … Todo el monte Sinaí humeaba, porque Jehová había descendido sobre él en fuego… (Éx 19.17-20). Estar ante la presencia del Todopoderoso es terrible, sobrecogedor. Cuando desciende el glorioso y todopoderoso Dios, la naturaleza tiembla. Hoy, cuando se dice que Dios «descendió» en tal y cual sitio y la reacción humana es aplausos, risas y danzas, hay motivo para cuestionar eso. Todo lo creado, incluyendo nosotros, temblaríamos ante la demostración gloriosa y majestuosa de nuestro Creador.
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La presencia de Dios purifica
De nuevo Moisés preparó al pueblo para otro acercamiento. Dice el texto que «habló Dios todas estas palabras» y presentó los Diez Mandamientos. Antes de darlos por escrito los anunció en voz alta. ¿Cómo sería esa voz? Mientras Dios hablaba, dice el texto (Éx 20.18-21): Todo el pueblo observaba el estruendo y los relámpagos, y el sonido de la bocina, y el monte que humeaba; y viéndolo el pueblo, temblaron, y se pusieron de lejos.
Igual temblaríamos nosotros ante la voz del mismo Dios. Pero en vez de fijarnos en la voz y en el pavor de la gente, notemos de qué se trataba: Dios estaba estableciendo sus leyes. Indicaba cómo quería que los hombres vivieran ante Él.
Dios pide pureza de vida y pensamiento. Él es santo, y tiene una ley santa. Y demanda que vivamos en santidad. Este fue el motivo de esa impresionante demostración divina. Dios quiere que el hombre sepa quién es Él en su sublime gloria y majestad.
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La presencia de Dios abre el apetito espiritual
En el monte Sinaí el obediente y fiel Moisés recibió las instrucciones y leyes para el pueblo (de paso, no era la Ley de Moisés, sino la de Dios, que luego transmitió Moisés al pueblo). Vemos por qué el pueblo desobediente necesitaba ser espantado. Pocos después de oír la voz de Dios, y de que Moisés subiera al monte, le pidieron a Aarón que les fabricara un dios —el becerro de oro (Éx 32).
¡Cuánta maldad tenemos los hombres! Tenemos el ego tan desarrollado que cuando Dios se manifiesta nos olvidamos de su majestad, y desafiamos sus leyes. Decía Agustín: «Oh, hombres avaros, ¿qué les satisfará, cuando ni el mismo Dios les es suficiente?»[4]
Cuando Moisés bajó del monte vio el pecado del pueblo infiel. Rompió las tablas de la ley. Castigó al pueblo, y rogó a Dios perdón por su ofensivo pecado. Misericordiosamente Dios los perdonó. Atónito ante la magnanimidad del misericordioso Dios, Moisés sintió un deseo insaciable de llegar a conocerlo íntimamente, e hizo una petición extraordinaria: Te ruego que me muestres tu gloria (Éx 33.18).
Dios le respondió: No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá. Y dijo aún Jehová: He aquí un lugar junto a mí, y tú estarás sobre la peña; y cuando pase mi gloria, yo te pondré en una hendidura de la peña, y te cubriré con mi mano hasta que haya pasado. Después apartaré mi mano, y verás mis espaldas; mas no se verá mi rostro (Éx 33.20-23).
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La recompensa del que busca a Dios
Con la posible excepción de Pablo cuando fue llevado al mismo cielo (2 Co 12.1-9), nadie tuvo una visión más completa de Dios que Moisés. Dice el texto bíblico: Y Jehová descendió en la nube, y estuvo allí con él, proclamando el nombre de Jehová. Y pasando Jehová por delante de él, proclamó: ¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado; que visita la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación. Entonces Moisés, apresurándose, bajó la cabeza hacia el suelo y adoró (Éx 34.5-8).
¿Qué vio Moisés? ¡Las «espaldas de Dios»! Como mencionamos, Dios le reveló su carácter. Dios es espíritu, no tiene cuerpo. Lo que conocemos de Él es cómo es, cómo actúa, cómo ama, cómo cuida de los que le pertenecen.
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Conclusión
Nos acercamos a nuestro bendito Dios igual que Moisés, apreciando lo que representa para nosotros en todos los aspectos. ¡Qué Dios! Nos saca de la esclavitud del pecado. Nos provee un Salvador. Nos regala la justicia de ese mismo Hijo, ya que de nada vale la nuestra. Nos hace miembros del reino de los cielos. Nos adopta como hijos. Nos da el poder para vivir santamente. Nos promete una eternidad a su lado en gloria.
Tan inigualable Dios merece ser conocido. Ante su gloriosa majestad y su grandeza deberíamos hacer como el hombre que encontró la perla de gran precio. Vendió todo lo que poseía para comprarla (Mt 13.45-46). Así hará el hombre que saborea de Dios. Nadie más que Dios podrá satisfacerle.
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¿Qué quiero, mi Jesús?… quiero quererte.
Quiero cuanto hay en mí, del todo darte.
Sin tener más placer que agradarte,
Sin tener más temor que el ofenderte.
Quiero, por fin, en ti transfigurarme,
Morir a mí, para vivir tu vida,
Perderme en ti, Jesús, y no encontrarme.
—Calderón de la Barca, (español,1600-1681)
[1] Peter Brown, Agustín de Hipona, una biografía. Véase pp. 414-418, y la forma en que él juzgaba lo milagroso
[2] Ibid., p.318.
[3] El «Ángel de Jehová» está en mayúscula, indicando que el mensajero (que significa ángel) es nada menos que la Segunda Persona de la Trinidad.
[4] Agustín de Hipona, p. 246.