GP Biografía 4: En una carroza de fuego

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GP Biografía 4: En una carroza de fuego

por Aarón Espinoza

En una avioneta como esta perecieron el piloto King y el misionero Artigas

HISTORIA DE HERNAN ARTIGAS, MISIONERO VENEZOLANO
A LOS INDÍGENAS, QUE MURIÓ EN UN ACCIDENTE DE AVIÓN

Los venezolanos que leyeron sus periódicos el 28 de junio de 1994, se enfrentaron a esta noticia: DOS MUERTOS AL EXPLOTAR AVIONETA EN PLENO VUELO.

Luego informaba: «Una avioneta Cessna 185, siglas 74-pp. propiedad de Alas de Socorro explotó en el aire, muriendo el piloto y su acompañante, apenas despegaba de la pista de la comunidad indígena de Majawaña, al sur de Amazona». Más adelante menciona las víctimas: «el piloto norteamericano era Allan King, y con él había otro evangélico de nacionalidad venezolana».

Ese «otro evangélico venezolano», cuyo nombre ni se mencionó en la noticia, era precisamente el pastor Hernán Artigas Raga, un moderno apóstol a los indígenas de Venezuela.

Hernán Artigas Raga nació en Venezuela en 1942. Desde su conversión al Evangelio demostró poseer una contagiosa visión de predicar a los indígenas. A los 17 años de edad entró a un instituto bíblico. Allí conoció a Elizabeth Camero, con quien después casaría.

Mientras estudiaba crecía su visión de servir a Dios entre los indígenas de su país. Se graduó y fue instalado como pastor en una iglesia de La Victoria, pero su inquietud con respecto a los indígenas venezolanos persistía.

En 1966 la Asociación de Iglesias Libres de Venezuela crearon la Junta de Misiones, y autorizaron a Hernán para tomar un curso especial de lingüística y antropología. El siguiente año Hernán es dedicado con su familia como el primer misionero de las Iglesias Evangélicas Libres y comisionado al servicio de los pueblos indígenas.

PREPARACIÓN MISIONERA EN CARONAR

Hernán Artigas les ayudó a encontrar mercado para sus artesanías
En 1966 Hernán y su esposa penetraron a la selva y se asentaron en el pueblo de Caronar donde habitaban tribus Sanumás. Allí estuvieron siete años aprendiendo la lengua y la cultura de los nativos. A su vez ayudaban en la salud espiritual y física de la tribu, bajo la orientación del Rev. Seely, de la Misión Rio Orinoco.

«Los Sanumás —decía Artigas— eran uno de los grupos étnicos menos accesibles, más alejados de la civilización y estaban en serio peligro de extinción».

Casi la mitad de los indígenas estaban enfermos y tenían tuberculosis. Tan pronto como fue posible establecieron una especia de dispensario para atender los problemas de salud. El director de salud del estado hizo contacto con Artigas, logrando que le abastecieran de medicinas cada vez que era necesario.

Empezó un trabajo coordinado con el director del hospital de Ciudad Bolívar (capital del estado), que les proveía vacunas contra la tuberculosis y envases para recolección de esputos, los cuales eran enviados para su examen en esa ciudad.

Población indígena Majawaña

A comienzos de 1974, Hernán hizo los primeros contactos con los Sanumás en la población de Majawaña. Fue acompañado de algunos misioneros de la Misión Río Orinoco y algunos indígenas.

Les costó tres días para llegar, pero fueron bien recibidos. Los hospedaron en una casa buena y limpia y les dieron alimentos. Durante cinco tardes se reunieron para hablarles del evangelio. Oían con mucha atención. Aun cuando escuchar sobre la muerte de Jesús no los impresionó, cuando oyeron sobre su resurrección, inmediatamente expresaron su admiración.

En esos días Hernán fue invitado por los representantes del pueblo a establecerse entre ellos. Aceptó esto como su «llamado a Macedonia» y, tras consultar al Comité de Misiones, se trasladó con su familia a Majawaña.

Con la ayuda de dos hermanos de las iglesias de la Asociación y un nutrido grupo de Sanumás, se construyó una pista aérea de 460 metros de longitud. Este trabajo consumió 37 días hábiles.

Mientras tanto, entre los miembros de las iglesias en Venezuela se vendieron metros de pista para costearlo. Al final necesitaban agua para mojar la pista, lo cual representaba una imposibilidad en época de sequía. Dios respondió a las oraciones de estos humildes misioneros e indígenas, enviando una lluvia apropiada.

Para junio del 1976 se había concluido la casa y los edificios para la escuela y el dispensario. Ese mismo año se empezaron las clases de alfabetización bilingüe: castellano-sanumá, izando por primera vez la bandera nacional de Venezuela en ese territorio.

Aquí cabe mencionar a la esposa de Artigas. Alguien dijo: «Tras un gran hombre siempre hay una gran mujer», y eso ha sido una realidad en la obra de Majawaña. Elizabeth Camero de Artigas apoyó a su esposo en la visión y realización de todas las tareas como esposa. Para este tiempo era madre de tres niñas. A su vez, colaboraba en la enseñanza, la enfermería y la atención a los indígenas. De modo que fue por parte de ella una labor mancomunada en el marco de un matrimonio lleno de armonía, paz y amor. Pueden imaginarse cuánto sufrieron ambos al tener que dejar sus hijas con familiares en Maracay, ciudad del centro de Venezuela, para que pudieran estudiar la primaria.

UNA LABOR MISIONERA INTEGRAL

Una casa indígena. Gracias a la labor misionera, ya han oído el evangelio

Desde la selva y en sus visitas a las iglesias, Hernán Artiga continúa su labor de crear y mantener una conciencia misionera indigenista. Al efecto, permanecía nueve meses en Majawaña y tres visitando iglesias en el país.

Como resultado directo se realizó el primer Congreso Nacional Evangélico de Misiones, en el cual se reunieron todas las misiones y grupos comprometidos e interesados en el trabajo misionero.

Otro logro fue la organización de un equipo médico para asistir al indígena en sus problemas de salud. Lo llamaron Cruzada Médica Indigenista y por muchos años realizó una extraordinaria labor de apoyo, no solo a los esposos Artigas, sino a otras comunidades alrededor. Realmente Hernán lograba compartir la visión misionera a todo con quien tenía contacto.

Un logro muy importante fue la incorporación de dos nuevas misioneras para ayudar en el plano educativo y el lingüístico.

En agosto del mismo año de 1976 hubo lo que la familia Artigas llamó «el primer avivamiento espiritual» dentro de los Sanumás. Unas cien personas entre jóvenes y adultos decidieron aceptar a Cristo como su Salvador. Cinco años después de aquel avivamiento, quedaba un remanente fiel que se congregaban en el lugar que ellos mismos habían edificado como templo. Alababan y glorificaban a Dios, dirigidos la mayor parte de las veces por su propio líder espiritual.

A través de los años el trabajo misionero se desarrolla en forma integral. Mientras se enseña cristianismo y se continúa la educación bilingüe, se cumplen labores de salubridad, se mejora la agricultura y la cría de animales y se estimula la artesanía. A la vez, se les ayuda a vender sus productos en poblados del país. Y en medio de toda esa gran actividad se persigue la traducción del Nuevo Testamento al Sanumás.

En el año 1996 ya la población de creyentes sumaban unos cuatrocientos miembros. Cada Semana Santa se bautizan nuevos convertidos al evangelio. Los indígenas vienen de sus aldeas a los cultos, porque ya los Sanumás tiene su iglesia y sus pastores nativos. Ya la gramática está casi concluida —trabajo que se hace simultáneamente con la traducción de la Biblia; solo falta la historia de la tribu.

UN MISIONERO VENEZOLANO A LOS INDÍGENAS

Han pasado ya mas de treinta años y vemos el evangelio predicado en forma total: llegando al espíritu, alma y cuerpo del hombre. Hernán tomó cursos para ayudar en la salud de los Sanumás, enfermos y desnutridos. Buscó ayuda en la universidad para mejorar los programas de cultivos de los indígenas. También llevó animales, ovejas, cerdos, etc., para mejorar las crías de ellos. Además, los ayudó a mejorar los hábitos de higiene y alimentación. El pueblo de los Sanumás pasó de ser una cultura nómada a una pastoril y agrícola.

Aun más, prepararon bíblicamente a los nativos y estos dirigen sus iglesias y salen a evangelizar a los pueblos vecinos. La estrategia de los esposos Artigas era envolverse en la cultura para conocer el lenguaje. Pasaron meses antes de poder balbucear algo que tuviera contenido bíblico, pero al ir conociendo las esperanzas, motivaciones necesidades del pueblo, poco a poco lo ganaron. Después de aprender su idioma fue posible mostrarles un Dios que estaba interesado en el pueblo Sanumás, explicando que por eso los había enviado a ellos con el mensaje de esperanza a través de Jesucristo.

«Al hablar de Hernán Artigas estamos hablando de un extraordinario misionero que realizó una labor pionera entre las comunidades indígenas, a las cuales dedicó toda su vida.»

—Samuel Olson

EL ÚLTIMO MENSAJE

Antes de su última entrada a la selva, Hernán quiso visitar de nuevo las iglesias de la asociación. Lo hizo en abril y mayo de 1994. Mientras enseñaba en un curso de Misiones Nacionales, fue entrevistado y, entre otras cosas, pronunció su último mensaje:

«No podemos continuar con los brazos cruzados, que Dios mueva el corazón de los hermanos de más allá del Atlántico, para hacer la tarea. Ha llegado el momento de asumir con toda responsabilidad delante a Dios nuestro trabajo, nuestra parte en la misión del Señor».

Después de su deceso, su esposa Elizabeth continuó la labor misionera que iniciara; los Sanumás aceptaron con beneplácito su liderazgo y la obra del Señor creció progresivamente.