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Mario J. Zani
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Tomás, como algunos miembros que asisten a muchas congregaciones, tenía buenas intenciones; pero a menudo producía una nota negativa o discordante. Si el pastor es inseguro y no está preparado en oración y con la unción de Dios, así como con una amplia dosis de visión y paciencia, es posible que este tipo de hermanos le haga sentir inseguro. ¡Esto pudiera producirle úlceras y hasta dividirle la congregación! Siempre hay algún Tomás en el camino de todo pastor.
Por lo general, son gente que quiere ayudar, y tan sinceras al expresar sus sentimientos e ideas que no sería raro que hicieran fracasar más de un proyecto de la congregación. El problema no es tanto Tomás, sino —en última instancia— quien lo lidera.
Qué hacer con el pesimismo
¿Cómo responder a los planteamientos y actitudes de los «Tomás» actuales? Jesús les respondió unas veces con el silencio. Otras, con preguntas que desafiaban la manera tradicional de hacer las cosas. La mayoría de las veces contestó con verdades sencillas, aunque profundas. No vio la ignorancia, las situaciones adversas y los comentarios que atacaban su persona y ministerio cual obstáculos, sino como oportunidades para expresar la grandeza de su propia persona y la de Su Reino.
Asimismo, los apóstoles, después de Pentecostés y durante sus ministerios, imitaron al Maestro. Ejemplo de esa actitud son las epístolas que varios de ellos escribieron como resultado de los ataques, las prácticas y las doctrinas confusas —como el gnosticismo— que surgieron en el contexto de los inicios de la iglesia cristiana. El afán de los apóstoles, como el de Jesús, no consistió en atacar o defenderse, sino en desafiar a la fe y al crecimiento espiritual de los que sinceramente querían conocer y seguir a Cristo, la verdadera Luz del mundo.
Tomás, en la lista de los discípulos, aparece indistintamente en sexto o séptimo lugar, dentro del segundo de tres grupos —de cuatro discípulos cada uno— que encabeza Felipe. Tanto en los evangelios como en Hechos, Pedro, Andrés, Jacobo y Juan conformaron el primer grupo, el más cercano a Jesús. El segundo grupo lo integraban Felipe, Bartolomé, Tomás y Mateo; mientras que Jacobo (hijo de Alfeo), Judas Tadeo, Simón el Zelote, y Judas Iscariote (que, debido a su muerte, no aparece en Hechos) eran del tercero (Mt 10.2-4; Mr 3.16-19; Lc 6.14-16; Hch 1.13).
Todo parece indicar que Tomás y Dídimo (Jn 11.16; 20.24; 21.2) eran sobrenombres. Tomás en arameo y hebreo, y Dídimo en griego, eran epítetos que significaban mellizo. De esto, es posible asumir que Tomás tenía otro hermano de la misma edad, conocido por los discípulos, aunque no necesariamente miembro del grupo. ¿Por qué suponemos que el hermano no era miembro del grupo de los discípulos? Porque el otro, que también era mellizo —es decir, era Tomás o Dídimo—, se sentiría aludido cada vez que llamaran a cualquiera de los dos: «¡Mellizo! ¡Ven con nosotros!» La tradición nos deja entrever la posibilidad de que el verdadero nombre de este discípulo era Judas Tomás, que sería lo mismo que decir: Judas el Mellizo.
Tomás era un sincero pesimista que quería seguir a Cristo a cualquier costo. El Señor así lo entendió, y aprovechó cada oportunidad para desafiarlo a él y a sus otros discípulos —que a veces pensaban como Tomás, pero no se animaban a decir lo que sentían. Gracias a Tomás y a otros como él, Jesús nos dejó hermosas enseñanzas y promesas. Veamos dos ejemplos.
Jesús estaba con sus discípulos en Betábara o Perea, al otro lado del Jordán (Jn 10.40), a casi cuarenta kilómetros de Betania, cuando le llegó la noticia de que Lázaro, el hermano de Marta y María, estaba enfermo de gravedad. Dos días más tarde, sabiendo que Lázaro había muerto, Jesús decidió ir a Betania, lo cual produjo reacción entre los discípulos que no veían apropiado ir a esa ciudad. Ellos sabían que los judíos podrían apedrearlos junto con el Señor. Después de la explicación del Maestro, ellos pensaron que Lázaro dormía, y no que estaba muerto.
En otras palabras, sentían tanto miedo que escucharon lo que quisieron oír y no lo que el Señor verdaderamente les decía. ¡Cuántas veces actuamos igual! Ante la explicación clara de Jesús, la incertidumbre pasiva de los discípulos convergió en la duda impulsiva y valiente de Tomás: Dijo entonces Tomás, llamado Dídimo, a sus condiscípulos: Vamos también nosotros, para que muramos con él (Jn 11.16). ¡Tomás aún no conocía quién y de qué era capaz el Señor!
¿Es posible que el pesimismo de Tomás fuera tanto como para abandonar a sus compañeros después de la muerte de Cristo? Así pareciera indicar el comentario de Juan: Pero Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino (20.24). ¡Menos mal que siquiera mantuvo la comunicación con ellos y sus condiscípulos le tuvieron paciencia! De no haber sido así, bien pudo sucederle lo de las cinco vírgenes insensatas (Mt 25.11-12).
Consecuencias de la duda
Aquí hallamos al menos dos lecciones para los pastores de hoy. No emprendamos la retirada cuando pareciera que no sentimos la presencia de Jesús. Aprendamos a esperar y confiar en Él (Jer 17.7; Jn 16.33). Segundo, seamos restauradores y busquemos al compañero pastor en desgracia (Gl 6:1-5). Cuando sus compañeros compartieron con Tomás la experiencia de la presencia de Jesús entre ellos, él les contestó sin vergüenza: Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré (Jn 20.25).
Es interesante ver que la respuesta de Jesús a Tomás tardó ocho días. ¿Qué ocurriría todo ese tiempo en la vida de este discípulo? No sabemos, excepto que, al cabo de ellos, decidió reunirse con el grupo de apóstoles. Apenas Jesús apareció y los saludó, se dirigió de inmediato a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente (v. 27).
La vida de Tomás fue revolucionada totalmente. No volvió a ser el mismo. ¡Señor mío, y Dios mío! (v. 29), exclamó. Aquella actitud retumbó en la historia, y se predica en muchos púlpitos cada vez que se habla de incredulidad. Pero más poderosa aún es la respuesta, la última bienaventuranza dada por el Señor durante su ministerio terrenal: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron (v. 29).
Conclusión
Tomás es un nombre común, aceptado beneplácidamente en muchos idiomas. Después de la resurrección y de su encuentro con el Señor fue transformado en un optimista sincero y poderoso. La tradición indica que su ministerio apostólico lo llevó a cabo con éxito en Jerusalén y finalmente como misionero en India. Allí predicó, consagrado al evangelio de Cristo, las buenas nuevas de vida abundante y esperanza eterna.