GP Biografía 24: Jacobo, el menor

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GP Biografía 24: Jacobo, el menor

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Por Mario J. Zani

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¿Quiénes eran los padres de Jacobo?


Jacobo el Menor, era hijo de Alfeo. Pero ¿quién era ese señor? (Mr 3.18). Su nombre, de origen griego, era muy popular en los tiempos de Jesús, como se puede ver (cinco veces) en el Nuevo Testamento. Muy poco se dice en las Escrituras como para conocer más de este nombre tan común. Quizá, María —su esposa— arroja un poco más de luz sobre él y su hijo Jacobo.

Y ¿quién fue la madre del apóstol? La Biblia solo informa que María era «la madre de Jacobo el menor y de José» (Mr 15.40). Además, era una seguidora de Jesús que ayudaba al Señor y a los discípulos. También formaba parte de un grupo de mujeres dispuestas a dar su tiempo y sus pertenencias para el ministerio de Cristo y sus apóstoles. Ella era como lo que llamaríamos hoy día, una diaconisa. Mujeres que arriesgaban sus vidas por causa del evangelio.

¿Por qué llamaban «el Menor» a Jacobo? ¿Sería pequeño de estatura, y por lo tanto el que más se aproximaba al tamaño de Mateo? ¿O quizás el menor de los dos hermanos? ¿Sería por lo común del nombre Jacobo que lo llamaron así para distinguirlo? La incógnita prevalece hasta hoy y es imposible revelar el misterio de esta observación bíblica que, por cierto, no dice mucho sobre este apóstol. La recreación de eventos y la correlación de nombres, según aparecen en los evangelios, proporcionan una idea de quiénes o cómo eran algunos personajes no tan conocidos. A veces la tradición puede también arrojar luz. Lo cierto es que —como popularmente se dice— podemos conocer mejor a los hijos a través de sus padres.

A la distancia, contemplaron la crucifixión del Señor y observaron dónde y cómo fue colocado después de su muerte (Mr 15.47). Mateo la llama «la otra María», quien junto con María Magdalena y Salomé compraron «especias aromáticas para ir a ungirle» (Mr 16.1) a su tumba. Pero no hubo necesidad de hacerlo porque encontraron no sólo el sepulcro vacío, sino a un ángel del Señor que les anunció que había resucitado.

¡Qué maravilloso es ser testigos de la resurrección! Para que no les quedara ninguna duda ni desfallecieran ante tantas emociones, en el camino se encontraron con el mismo Señor Jesucristo (Mt 28.9-10). Él las consoló y les ordenó que anunciaran a los discípulos que había resucitado y que se reuniría luego con ellos.

Es posible que María, la madre de Jacobo, fuese concuñada de la mamá de Jesús. El historiador Eusebio, en sus escritos patrísticos, menciona a Alfeo o Cleofas como hermano de José, el padre legal de Jesús. Si así fuese, se podría conjeturar que además de Jacobo y José (Mr 3.18 y 15.40), el otro hijo sería Leví o Mateo. Este Cleofas bien pudiera ser quien camino a Emaús, con otro compañero, experimentó un encuentro personal y profundo con Cristo (Lc 24.13-35).

Tres aspectos notables

Jesús escogió bien a sus apóstoles. No solo el proceso y la estrategia de selección de los doce es importante. Muchas veces destacamos la variedad de trasfondos culturales de los discípulos, algo que hoy como iglesia no debiéramos perder de vista. Antes de escoger a sus discípulos, Jesús estuvo a solas con Su Padre Celestial en oración y ayuno.

¿Qué nos dice este aspecto del ministerio de Jesús? Busquemos siempre la dirección de Dios al elegir hombres y mujeres para puestos de servicio dentro de la iglesia, a fin de que sean «fieles e idóneos para también enseñar a otros» (2 Tim 2.2). Jacobo es contado entre los que volvieron a Jerusalén desde el monte de la Ascensión (Olivar) y perseveraron unánimes en oración y ruego en el Aposento Alto (Hch 1.12-14).

La misión era importantísima para la humanidad. Para llegar a la luna, la NASA tuvo que escoger a los mejores hombres. Los sometió a un riguroso entrenamiento y a un plan de trabajo. Mucho más importante que una misión espacial es la redención de la humanidad. Dios escogió a su Hijo, y este a sus apóstoles. Entre ellos estuvo Jacobo el Menor, de quien sabemos no claudicó en su fe y que se mantuvo fiel. De no haber sido así, lo hubiésemos sabido. Por otra parte, la tradición dice que predicó en Palestina y Egipto. Así como Jacobo, el hijo de Alfeo, nunca perdió de vista que la misión era hacer discípulos; hoy, como Iglesia de Cristo que somos, tenemos esa enorme e importantísima responsabilidad.

No hay pequeños entre los que sirven a Jesús. Los seres humanos tendemos a valorar lo superlativo, a buscar héroes, a impresionarnos con los carteles luminosos de los predicadores famosos. Damos gracias a Dios por ellos, por Pedro, Juan y otros, que parecieron sobresalir en este grupo. Pero ¡un momento! ¡No nos subestimemos ni nos amedrentemos! ¡No olvidemos la enseñanza de Jesús! Refiriéndose a Juan el Bautista, Jesús dijo que no hubo otro profeta que fuese mayor que él. Y entonces añadió: «Pero el más pequeño en el reino de Dios es mayor que él».

Conclusión

Es importante recordar la sencillez y humildad de Jesús. Pablo, llamado por Dios a ser apóstol, también cultivó esa cualidad. «A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia [la grandeza] de anunciar entre los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo». La gracia hace grandes a los pequeños.

Jacobo, hijo de Alfeo o el Menor, es contado entre los apóstoles. Él es uno de los pequeños grandes del reino de los cielos.