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por Fernando Saraví
xxxxxxxxxxxxxxUno de los grandes hombres de Dios,
xxxxxxxxxxxxxcuya vida y ministerio fueron únicos
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El nombre Daniel significa: “Dios es mi juez”. Muy poco sabemos de él (Ez 14:14, y 28:3),[1]Algunos expertos, como el anónimo autor de la nota a Ezequiel 14.14 en la Biblia de estudio con deuterocanónicos de Sociedades Bíblicas Unidas, creen que el “Daniel” mencionado aquí … Continue reading aparte de la información que su propio libro provee.
Su historia comienza en uno de los períodos más oscuros del pueblo hebreo. Luego de morir Salomón, la nación de Israel se dividió en dos reinos: Israel, al norte, y Judá, al sur. El primero fue arrasado por los asirios (722-721). Judá logró sobrevivir por algo más de un siglo. Sin embargo, finalmente (605 a.C.) quedó bajo el poder de Babilonia.
Daniel y sus amigos llevados a Babilonia
Anteriormente Nabucodonosor estuvo en Jerusalén, realizando lo que el historiador John Bright llama “una demostración de fuerza”. Forzó al débil rey de Judá, Joacim, a entregarle parte de los tesoros del templo de Salomón, y se llevó cautivos a muchos “muchachos… idóneos para estar en el palacio del rey...” (Dn 1.4). Los seleccionados por Aspenaz, jefe del servicio de palacio, fueron Daniel, Ananías, Misael y Azarías.
A cada uno de ellos les dieron un nombre nuevo, según la costumbre del antiguo oriente. Daniel fue llamado Beltsasar (“él [la divinidad] protege su vida”); Ananías, Sadrac (¿”el mandamiento de Aku”?), Misael, Mesac (¿”Quién es Aku”?) y Azarías, Abed-Nego (“siervo de Nego”). Aku y Nego quizá fueran divinidades babilónicas.
Aspenaz se encargó de la educación de los cuatro jóvenes, a quienes se les concedió el privilegio de comer y beber lo mismo que el rey. Sin embargo, eso fue inaceptable para la fe de los jóvenes (Lv 11; Dt 12, 14). Además, esos alimentos quizás fueran previamente ofrecidos a los ídolos (Dt 32:32-33).
Aquí hallamos la primera prueba de la sabiduría de Daniel, que entonces sería un adolescente. En lugar de rehusar alimentarse, rogó a Aspenaz que les proporcionara una dieta frugal de vegetales y agua. Ante el temor del jefe de palacio de que ello afectara su salud, Daniel le propuso una prueba por diez días. Vemos aquí la fe de Daniel en acción (1:8-16).
Cuando llevaron a los jóvenes ante el rey, este los halló “diez veces mejores que todos los magos y astrólogos” de su reino (1:20).
El ministerio de Daniel
Ejercer un alto cargo oficial en una corte pagana e idólatra no parece el ideal para un siervo de Dios. Sin embargo Daniel, como José en Egipto, sirvió a los propósitos de Dios, sin comprometer con ello su fe. Así se perfila Daniel: como ejemplo sobresaliente del creyente fiel.
La primera oportunidad para ser usado por Dios en aquella posición oficial se presentó “en el segundo año del reinado de Nabucodonosor” (2:1), entre 603 y 602 a.C. El rey tuvo un sueño que lo había turbado mucho, pero no recordaba lo que soñó. Ninguno de sus sabios pudo describir el sueño, ni menos interpretarlo. El rey estaba tan contrariado que ordenó matarlos a todos.
Mas Daniel le habló “sabia y prudentemente” al capitán de la guardia, encargado de ejecutar la sentencia real. Una vez enterado de la situación, obtuvo tiempo para darle una respuesta al rey. Aquí vemos la valentía de Daniel, que no vaciló en presentarse ante el airado monarca, confiado como estaba de que Dios proveería respuesta al enigma.
Entonces le narró el sueño al rey y se lo interpretó por lo que Daniel quedó establecido como el principal de los sabios (4:9) de la corte de Nabucodonosor.
El ministerio de Daniel continuó durante el reinado de Nabonido y su hijo Belsasar. Precisamente tuvo que interpretar el escrito de una misteriosa mano en la pared (5:5), que resultó ser un oráculo divino anunciando la caída del imperio neobabilónico (5:30-31).
A la conquista de los medopersas, en 539 ó 538 a.C., quedó a cargo del trono de Babilonia un personaje llamado Gubaru, según Herodoto. En el libro de Daniel se lo llama “Darío el Meda”, que probablemente era un título (como “César”) más que un nombre. Por este tiempo, Daniel debió tener más de ochenta años.
Con el cambio de régimen, Daniel fue nombrado uno de los tres supervisores de los sátrapas o gobernantes locales, con perspectivas de ser puesto a la cabeza de todos (6:3). La envidia de los demás oficiales hizo que convencieran a Darío para que decretara que nadie hiciese petición alguna sino al rey, so pena de arrojarle al foso de los leones. Desde luego, Daniel no por eso dejó de orar tres veces al día como acostumbraba. Aquí vemos la clara línea divisoria entre la obediencia debida a los hombres y la debida a Dios (cf Hch 5:29).
Esto dio el motivo buscado para condenar a Daniel, aun contra la voluntad del rey, atrapado en un tecnicismo legal (6:8, 12, 15). El anciano sabio fue arrojado al foso de los leones, pero Dios lo protegió otra vez (6:21). Daniel fue reivindicado, y sus enemigos sufrieron el castigo que le habían preparado (6:24). Darío como Nabucodonosor (4:1-3, 34-37) —reconoció públicamente la gloria del Dios de Daniel (6:25-27). Lo último que sabemos de él es que “Daniel prosperó durante los reinados de Darío y de Ciro, el persa” (6:28).
El libro de Daniel
En nuestras Biblias, el libro de Daniel forma parte de los llamados “profetas mayores”. Este orden corresponde al de la traducción del Antiguo Testamento al griego, la Septuaginta, completada en Alejandría (s. II a.C.). En el Tánaj o Biblia hebrea (Antiguo Testamento), los libros se clasifican en Torá, profetas anteriores y posteriores, y los Jetuvim o “escritos”, que incluyen literatura sapiencial y poética (Salmos, Proverbios, etc.). Daniel aparece en la tercera división. La razón probable de su inclusión entre los “escritos” es, en primer lugar, debido a su reputación como sabio; en segundo lugar, la naturaleza misma del libro, cuya primera parte es narrativa y didáctica, mientras que la segunda es la que contiene visiones y profecías. Un aspecto peculiar de Daniel es que está escrito parcialmente en hebreo y arameo -que era el idioma oficial de la corte.
Aunque la canonicidad del libro de Daniel nunca fue cuestionada ni por los hebreos ni por los primeros cristianos, en el siglo III el filósofo pagano Porfirio sostuvo que era una obra tardía. Esto significaría que en realidad no fue escrito por Daniel y que muchas, si no todas, sus supuestas profecías, fueron escritas después de los hechos que anuncian.
Sin embargo, un mejor conocimiento de la historia y de la evolución del lenguaje arameo ha resultado en la reafirmación de la autenticidad histórica del libro. A esto se suma que en los rollos del Mar Muerto (Qumr¯an) se hallaron copias de Daniel tan antiguas como las de Isaías. Esto significa que en la época de los macabeos el libro ya era reconocido como inspirado.
El libro está organizado en dos partes claramente diferenciables. La primera narra acontecimientos de la vida de Daniel. La segunda parte (caps. 7-12) contiene visiones que abarcan un amplísimo período histórico que justifica la inclusión del libro en la vasta colección de literatura apocalíptica. El capítulo 7 narra una visión de cuatro bestias que deben ser identificadas con los imperios neobabilónico, medopersa, griego y romano; y se corresponden con las partes de la estatua del capítulo 2. Como la estatua que era destruida por una piedra cortada sin manos que crecía hasta llenar la tierra, la última y más terrible bestia es destruida por Dios mismo, el “Anciano de días”.
En el capítulo 8 se vislumbra la derrota del imperio medopersa a manos de Alejandro. Aquí aparece por vez primera el “cuerno pequeño”, alusión al rey sirio Antíoco Epífanes, y se predice que su profanación del templo no sería duradera.
El capítulo 9 contiene una larga y sensible oración de Daniel por su pueblo, a lo que le sigue una respuesta inmediata de Dios, precedida por el estudio de las Escrituras, lo que nos sirve de ejemplo en cuanto a estudiar seriamente la Palabra de Dios. El ángel Gabriel le revela a Daniel los propósitos de Dios para su pueblo en la famosa profecía de las setenta semanas (9:24-27). No solo anuncia la restauración de Jerusalén y la reconstrucción del templo, sino también la venida del Mesías, la obra que realizaría y, notablemente, el tiempo de su venida. Hay muchas profecías mesiánicas, pero esta es la única que indica cuándo vendría el Mesías de Israel.[2]Trato el tema de manera breve en La esperanza de Israel (CLIE, Terrassa, 1994, pp. 362-374), y extensamente en La profecia de las setenta semanas (CLIE, Terrasa, 1992).
El capítulo 10 retoma el tema del conflicto entre los poderes terrenales, pero ahora desde el punto de vista espiritual, sobrenatural, subyacente a aquellos. En el capítulo 11 se expone el conflicto de los hebreos con Antíoco Epífanes, y su carácter en el sentido de la enemistad humana inspirada por Satán contra Dios y su pueblo, que prefigurará típicamente al Anticristo u hombre de pecado del Nuevo Testamento. El conflicto se extiende hasta el final de los tiempos e involucra gran sufrimiento para el pueblo de Dios (12:1). Sin embargo, termina con una nota de esperanza. Por vez primera se anuncia claramente la resurrección universal, de los justos para bendición, y de los impíos para condenación (12:2). Notablemente, a Daniel se le manda sellar la visión, “hasta el tiempo del fin” (12:4, 9). Esto ratifica la amplitud y vigencia de las visiones de Daniel.
Daniel en el Nuevo Testamento
El libro de Daniel tuvo una enorme influencia en la literatura judía extracanónica (apócrifa e histórica).[3]Profundizo en este tema en mis libros citados, respectivamente en pp. 370-374 y 42-49. Más importante es, no obstante, el valor que le atribuye el Nuevo Testamento.
Jesús citó a Daniel como profeta (Mt 24:5). El título favorito de Jesucristo para referirse a sí mismo era “Hijo del hombre”, tomado de Daniel 7:13. Cuando el Señor se refirió en Mateo 13:42,50, al castigo eterno de los incrédulos, usó la expresión “horno de fuego”, como se menciona en Daniel 3:6. La frase “abominación desoladora” que, con leves variantes, indica Daniel en 9:27, 11:31 y 12:11, aparece, en su traducción griega, en la revelación de Jesús acerca de la destrucción del templo, la ocasión de su venida y el fin del mundo (Mt 24:15).
El tema del Hijo del hombre viniendo en las nubes también se basa en Daniel 7:13 y aparece en las palabras del Señor (Mt 24:30); en los Hechos (1:9-11), las cartas de Pablo (1 Ts 4:17, cf 2 Ts 1:7) y Apocalipsis (1:7). Asimismo, la gran tribulación anunciada por Jesús en Mateo 24:21 tiene probablemente como antecedente la mencionada en 12:1. El “hombre de pecado” al que se refiere Pablo en 2 Tesalonicenses 2:3-4 refleja al rey impío de Daniel 11:36.
Desde luego, el libro de Daniel encuentra su mayor eco en Apocalipsis. Además de la ya señalada venida del Señor en las nubes, hallamos múltiples alusiones, entre las que pueden destacarse las siguientes: La descripción del Cristo resucitado (Ap 1:14-15, cf Dn 7:9, 10:6). Daniel 1:12 y Apocalipsis 2:10 hablan de una prueba “por diez días”. En Daniel 7.9 y en Apocalipsis 4.2 se alude al que está sentado en el trono (Dios Padre).
Daniel vio que al Hijo del hombre le servirían “todos los pueblos…” y que “el reino… sería dado a los santos del Altísimo” (7:14, 27). Cuando Jesús es alabado como el Cordero inmolado, se dice que ha redimido gente “de todo… pueblo y nación” a fin de ser “para nuestro Dios reyes y sacerdotes” (Ap 5:9-10). Asimismo, la descripción de la multitud de ángeles se asemejan (Dn 7:10; Ap 5:11).
Daniel afirmó que una de las razones del juicio divino sobre Belsasar y su corte era que dieron “alabanza a dioses de… que ni ven, ni oyen, ni saben” (Dn 5:23). En Apocalipsis 9:20, Juan describe la respuesta tenaz de los sobrevivientes a las plagas de las trompetas diciendo que “ni aun así se arrepintieron…” Tanto en Daniel (12:7) como en Apocalipsis (10:5-6) se pronuncia un juramento en nombre de Dios. De igual modo, el tiempo de las persecuciones y del testimonio, expresado en Apocalipsis de manera variable en días o meses, sigue el modelo de Daniel, de tres años y medio (cf Dn 7:25 y Ap 11:3).
El conflicto entre Dios y Satanás que se desarrolla en Apocalipsis 12 al 20 presenta también numerosos puntos afines a Daniel. La caída de las estrellas del cielo (Dn 8:10; Ap 12:4), la expulsión del dragón por Miguel (Dn 12:1; Ap 12:7-9), los cuernos de la cuarta bestia (Dn 7:7), y los del dragón (Ap 12:3). Asimismo, la bestia que Juan vio subir del mar (Ap 13:1-5) combina en sí características de las tres primeras bestias o imperios humanos opuestos a Dios vistas por Daniel (Dn 7:3-6). La presunción y blasfemia del “cuerno pequeño” de Daniel 7.8 es similar a la de la bestia vista por Juan (Ap 13:5).
Tanto Daniel como Juan tuvieron visiones de tronos, y de quienes se sentaron a juzgar (Dn 7:9; Ap 20:4). Y posteriormente, ambos profetas describen el juicio definitivo de Dios, precedido por la resurrección (Dn 12:2-3, véanse también 7:9, Ap 20:11-15). Por último, hay un contraste notable en ambos libros. Mientras que a Daniel se le dijo que sellara la visión, a Juan se le mandó enfáticamente que no selle las palabras del libro, sino que las diera a conocer porque el tiempo está cerca (Ap 1:3; 4:1; 22:7, 10, 12, 20).
Conclusión
La persona de Daniel y el libro que lleva su nombre son sin duda de gran valor para los cristianos de todos los tiempos y particularmente los actuales. Daniel es un ejemplo notable de fe, sabiduría, prudencia, conocimiento e inquebrantable fidelidad a Dios unida a capacidad de gobierno. Sus profecías, retomadas en el Nuevo Testamento, se extienden hasta el fin de los tiempos. Jesús y los apóstoles valoraron mucho el libro de Daniel, y no creo que sea una exageración afirmar que, sin un conocimiento de las profecías de Daniel, es difícil alcanzar una comprensión adecuada de las enseñanzas del Nuevo Testamento con respecto a los últimos tiempos.
References
↑1 | Algunos expertos, como el anónimo autor de la nota a Ezequiel 14.14 en la Biblia de estudio con deuterocanónicos de Sociedades Bíblicas Unidas, creen que el “Daniel” mencionado aquí no es el profeta, sino Daniel, el héroe de la “Leyenda de Aqhat”, conocida por los fenicios, y que aparece en las tabletas de Ras Shamra, anteriores as 1200 a.C. No obstante, hay fuertes argumentos en contra. Ese Danel era un pagao idólatra y vengativo, un adorador de Baal (véase M. García Cordero, La Biblia y el legado del antiguo oriente, BAC, Madrid, 1977, pp. 442-223). Su nombre no aparece en ninguna otra parte de la Biblia, y no hay testimonio alguno de que fuese considerado particularmente piadoso o sabio. |
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↑2 | Trato el tema de manera breve en La esperanza de Israel (CLIE, Terrassa, 1994, pp. 362-374), y extensamente en La profecia de las setenta semanas (CLIE, Terrasa, 1992). |
↑3 | Profundizo en este tema en mis libros citados, respectivamente en pp. 370-374 y 42-49. |