GP Biografía 12: Trento, ¿El concilio de la contrarreforma o un intento fallido de reunificación cristiana?

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GP Biografía 12: Trento, ¿El concilio de la contrarreforma o un intento fallido de reunificación cristiana?

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por Bernardo Serrano

¿El concilio de la contrarreforma o
un intento fallido de reunificación cristiana?

Hablar del Concilio de Trento, también llamado «tridentino». Parece implicar la idea de que fue promovido exclusivamente como una reacción teológica frente a la Reforma protestante iniciada por Lutero y sus seguidores en el siglo XVI, pero, ¿se puede analizar Trento exclusivamente desde una perspectiva tan simplista?

Trento es el concilio más largo de la historia (1545-1563). Fue convocado, suspendido y reanudado tres veces por distintos papas. Pablo III lo inició el 13 de diciembre de 1545, pero fue interrumpido el 11 de marco de 1547 y desplazado a la ciudad de Bolonia (Italia) dejándolo en suspenso hasta el 17 de septiembre de 1549. Se reanudó en octubre de 1551, bajo la presidencia de Julio III, pero debido a las hostilidades entre el Duque de Sajonia y el Emperador Carlos V, se volvió a suspender el 28 de abril de 1552. Posteriormente, sería Pío IV el que ocho años más tarde convocaría a los obispos a Trento, retornando el concilio su curso en enero de 1562, y continuando sus trabajos hasta el 4 de diciembre de 1563.

La importancia del Concilio de Trento no se puede comprender si no se analizan sus antecedentes históricos, entendiendo que la situación imperante fue, no solo su caldo de cultivo, sino también la impulsora del mismo, aunque el detonante —como apunta la historia— fuese la Reforma protestante.

Antecedentes del Concilio de Trento

Gritos internos de reforma en la Iglesia Católica
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El viento [espíritu] sopla de donde quiere[…] (Jn 3:8). Estas palabras de Jesús muestran que cuando el Espíritu Santo se mueve lo hace cómo, dónde y cuando Él quiere, y eso fue precisamente lo que sucedió en la Europa del Renacimiento, al final del siglo XV y principios del XVI. Pero además, el viento levanta la suciedad que hay a nuestro alrededor y nos la tira a la cara, hecho que ocurrió en el tiempo previo a la Reforma y a Trento.

A ningún lector serio se le escapa que antes de la Reforma, en la Iglesia Católica hubo gran cantidad de teólogos y pensadores cristianos que, aunque pertenecían a ella, tenían en sus vidas mucho del espíritu evangélico. Entre ellos están: San Agustín, San Gregorio, San Bernardo o Santo Tomás de Aquino, que no sólo criticaban públicamente la corrupción en la jerarquía de esa iglesia, sino que propugnaban con insistencia un retorno a la sencillez de la fe evangélica.

Los siglos anteriores a la Reforma luterana vieron una decadencia moral y un abandono de valores cristianos en la curia romana sin precedentes. La situación era tal que ya en el siglo XV dos concilios —Constanza (1414-1415) y Basilea (1431-1434)— plantearon la necesidad de reformar la iglesia desde la cabeza a los pies, empezando por la figura papal hasta las mismas bases del clero. Sin embargo, a pesar del clamor popular la degradación de la corte romana siguió adelante.

Esta relajación moral y el autoritarismo eclesiástico fueron uno de los desencadenantes de la Reforma emprendida en Alemania por Martín Lutero. Muchos católicos la consideraron como un castigo divino por los pecados del clero. Uno de los que más sinceramente aceptó la culpabilidad de Roma en la ruptura protestante fue el papa Adriano VI (1522-1523).

Tras conocer el alcance de la Reforma en Alemania, el papa envió un legado a la Dieta de Nuremberg (reunión de estados alemanes) con una carta en la que reconocía el estado de deterioro del clero católico y entonaba un lastimero canto de arrepentimiento. Copio literalmente de la traducción española de esa carta:

«[…]Habrás de decir también que reconocemos con toda libertad que Dios deja que se lleve a cabo esta persecución (hablando de la Reforma) a causa de los pecados de los hombres, y especialmente de los sacerdotes y prelados. Ciertamente la mano del Señor no está paralizada hasta el punto de que sea incapaz de salvarnos, pero el pecado nos separa tanto de Él que no nos oye.

»Lo mismo que la enfermedad ha partido de aquí, será también de aquí de donde partirá la curación. Estamos tanto más obligados a emprender esta reforma cuanto que el mundo entero aspira a ella. Por lo que a Nos se refiere (habla del papa en persona, usando el plural mayestático) nunca hemos buscado la dignidad pontificia y habríamos preferido continuar nuestros días en la soledad de la vida privada.

»[…]Sin embargo, nadie se extrañará de que no podamos eliminar de un solo golpe todos los abusos, pues la enfermedad está profundamente arraigada y presenta múltiples aspectos. Así, pues, es preciso avanzar paso a paso y, en primer lugar, curar los males más peligrosos mediante una terapéutica apropiada, con el fin de no aumentar el desorden con una reforma precipitada […] (Confesión de Adriano VI a la Dieta de Nuremberg).

Adriano VI era el papa ideal para llevar a cabo, en el Concilio de Trento, la reforma que se necesitaba, pues su sencillez espiritual y su talante reformador habrían producido una profunda transformación en la Iglesia Católica, pero su muerte repentina, a los 18 meses de su elección, truncó las esperanzas que muchos —entre ellos el emperador Carlos V— habían depositado en él.

El Concilio de Trento como arma de reunificación política

No podemos olvidar, en relación con el Concilio de Trento, que desde la antigüedad el poder político jugó un papel destacadísimo en los concilios, representado por el emperador o el rey, y que en muchas ocasiones los concilios fueron empleados como armas de reunificación de los pueblos en torno a la fe que profesaban sus monarcas. Como por ejemplo los de Arlés y Nicea, en los años 314 y 325 respectivamente.

Pues bien, Carlos V observó con enorme preocupación la separación entre protestantes y católicos, que amenazaba con dividir el imperio, y consiguió que el papa holandés Adriano VI, que había sido su preceptor, se comprometiese a celebrar un concilio que salvara al imperio e implementara una reforma moral en la Iglesia que agrada tanto a católicos como a protestantes. Sin embargo, la muerte del papa dio al traste con las pretensiones del emperador, pues al sucederle Clemente VII (1523-1534), uno de los Médicis —de quien se sospechaba que había comprado el pontificado y caído así en el pecado de simonía—, el Concilio de Trento quedó en espera, hasta su sucesión.

La Piazza del Duomo en Trento (Italia) con la iglesia y el palacio

Tras Clemente VII fue elegido papa Julio III (1534-1539), que viendo el descontento generalizado en los círculos católicos mundiales, convocó en 1536 un concilio en la ciudad de Mantua (Italia). En este concilio el papa designó una comisión de nueve hombres, destacados eclesiásticos, que redactaran un informe indicando las reformas más urgentes que debían realizarse en el seno de la Iglesia Católica. La comisión redactó un informe tan severo que ni aun en los escritos de los reformadores protestantes se encuentra una denuncia tan cruda de los pecados del clero de Roma y del propio papa.

Carlos V, deseoso de un concilio reunificador, se reunió con los príncipes alemanes —que ya habían abrazado la fe protestante— y se comprometió a celebrar un concilio ecuménico, en el que fueran también escuchadas las voces de los reformadores alemanes. Al saber eso el papa, se vio obligado a convocar el concilio y a invitar a los protestantes alemanes pare que estuvieran en él, pero éstos declinaron la invitación.

Evidentemente, la inasistencia de los protestantes al concilio, lejos de acercarlos a los católicos, los distanció, pues de haber asistido los reformadores luteranos quizás se habría producido un acercamiento entre las partes, máxime cuando el espíritu reinante en aquel momento era un espíritu de reforma, y no sólo en los círculos protestantes, sino, y de un manera muy fuerte, en el mundo católico.

Al reanudarse el concilio se invitó nuevamente a los protestantes a participar en él, pero sólo asistieron embajadores políticos de los estados alemanes, por lo que tampoco a nivel doctrinal se pudieron acercar posiciones entre católicos y protestantes. Finalmente, en la tercera etapa del concilio (1562), se invitó de nuevo a los teólogos alemanes para que asistieran, pero tampoco acudieron a la llamada, con lo que el mundo evangélico perdió una oportunidad sin precedentes de hacer oír sus conceptos en el concilio, y quién sabe si quizás se habría podido alterar el curso de la historia religiosa de los últimos tiempos.

Definiciones doctrinales del Concilio de Trento

Muchos evangélicos sólo conocen del Concilio de Trento la condena en conjunto de la doctrina protestante. Sin embargo, Trento tuvo importantes implicaciones teológicas para la posteridad. En líneas generales se puede decir que el concilio, aparte de rechazar las tesis luteranas, destinó una buena parte de su tiempo a redefinir doctrinas antiguas del catolicismo que fueron cuestionadas en la época renacentista.

Aunque durante el concilio se elaboraron algunos decretos sobre la conducta desordenada del clero y se intentó por parte de algunos de los obispos (especialmente los españoles) restar poder al papa romano, la realidad es que no cubrió ni las expectativas reunificadoras de Carlos V, ni los clamores populares de reforma interna del clero. Trento fue en cambio, una plataforma para luchar contra la Reforma protestante y también, por qué no decirlo, marcó definitivamente la división entre catolicismo y cristianismo al anatematizar a todos los que no aceptaran las decisiones del concilio tridentino.

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Esfuerzo para callar a los protestantes

Papa Pablo III, pintura de Titian

«En 1545 el Papa Pablo III prometió al Emperador Carlos V de España 1,100,000 ducados [5,060,000 gramos de oro], 12,000 infantes, y 500 caballerías si dirigía toda su fuerza contra los herejes [protestantes]».
—Will Durant, The Story of Civilization VI, «The Reformation», p.453

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La promesa de Carlos V

Carlos V en marcha, pintura de Titian

El viernes 19 de Abril, el segundo día de la comparencia de Lutero en la Dieta de Worms, el Emperador Carlos V mandó leer el siguiente mensaje escrito en francés, de su puño y letra: «Como descendiente de los emperadores cristianos de Alemania, de los reyes católicos de España, de los archiduques de Austria, y de los duques de Borgoña, todos defensores reconocidos de la fe romana, he resuelto firmemente imitar el ejemplo de mis ancestros. Un solo monje, descarriado por su locura, se ha levantado en contra de la fe del cristianismo. Para detener tal impiedad sacrificaré mis reinos, mis tesoros, mis amigos, mi cuerpo, mi sangre, mi alma y mi vida».

—J.H. Merle d’Aubigné, History of the Reformation (1846), editado en ingles por
Baker Book House, Grand Rapids, 1976, p. 247.