Probablemente todos hemos escuchado alguna que otra vez historias sobre fantasmas. Hace pocas tardes, en una visita alguien trajo el tema contando que en su casa del campo salía todas las noches de luna llena un fantasma dando gritos que electrizaban. Ese fue el comienzo de una retahíla de anécdotas, algunas jocosas, otras enteramente dramáticas. Y como era de esperarse, alguien me preguntó; “¿Cree usted en los fantasmas”?.
Ciertamente, a lo largo de mi vida he leído historias memorables. Una que me impactó fue El Fantasma de Canterville, de Oscar Wilde. Otra, del prolijo y famoso Charles Dickens, sobre el peso de las premoniciones, titulada El Hombre-Señal. Recuerdo también La Abadía de Northanger, de la autora Jane Austen. La literatura universal está llena de historias sobre los misterios de apariciones. Y como es natural, al cine han sido llevadas muchas de estas obras. Recordamos, entre otras, una cinta irlandesa titulada “Alone”, “El Cuervo” de Brandon Lee, marcada en su filmación con la muerte inesperada y accidental del protagonista, y probablemente, la más lujosa de todas, con una espléndida presentación musical, “El Fantasma de la Opera”, adaptada de una obra de Gastón Leroux, y de la que se han hecho decenas de versiones en diferentes países.
Hablar de fantasmas es cosa común. Hay personas de fe religiosa que sin ser necesariamente supersticiosas o temerosas de los misterios del más allá, confiesan haber sido testigos de apariciones fantasmales. En La Biblia, por ejemplo, Elifaz, uno de los amigos de Job dice estas palabras: “Al pasar un espíritu por delante de mí, hizo que se erizara el pelo de mi cuerpo. Se detuvo frente a mis ojos un fantasma …”. (Job 4:16). Su descripción se parece a la que hemos escuchado de labios de individuos que afirman haber tenido esta experiencia paranormal.
El profeta Isaías, profiriendo augurios sobre la ciudad de Ariel, en la que había residido el rey David, exponía esta dramática profecía: “… tu habla saldrá del polvo, y será la voz de la tierra como la de un fantasma” (Isaías 29:4). Lo más curioso es que aún en el Nuevo Testamento se habla de fantasmas, siendo el caso que los discípulos confundieron nada menos que a Jesús con uno de ellos: “…los discípulos, viéndole andar sobre el mar se turbaron, diciendo: ¡Un fantasma!, y dieron voces de miedo; pero de inmediato Jesús les habló, ¡Tened ánimo; yo soy, no temáis”. (Mateo 14:26). Relato semejante lo hallamos en Marcos 6:49.
Probablemente el incidente más propicio para desatar interpretaciones y echar a correr la imaginación es el que conocemos como “la transfiguración de Jesús”. La narración aparece en el capítulo 17 de cada uno de los cuatro evangelios. El hecho es que junto a Jesús aparecen Moisés y Elías que habían muerto en un distante pasado. No se añade explicaciones que aclaren el impresionante suceso.
De estos pasajes de Las Escrituras pudiera deducirse que el contacto entre personas muertas con las que viven es posible y real, sin embargo lo cierto es que los incidentes en los cuales Dios ha permitido ese tipo de comunicación son exiguos, y siempre con un objetivo bien definido. No creemos que de los mismos puedan derivarse doctrinas como el espiritismo ni cultos esotéricos que inducen a las personas a consultar a seres desaparecidos. Hay que tener en cuenta las palabras que aparecen en Lucas 16:26, “hay un gran abismo puesto entre nosotros y vosotros —refiriéndose el texto a los que han muerto—, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros no puedan, y tampoco nadie puede cruzar de allá a nosotros”.
La palabra “fantasma” comparte sus orígenes con vocablos como “fantasía”. En griego existe phantázein que literalmente significa “hacer visible”, y la idea que conlleva es la de la manifestación física, generalmente efímera, de un ser que ha fallecido. El investigador Frederick W. H. Myers, socio fundador de la Sociedad de Investigaciones Psíquicas, y uno de los primeros estudiosos del tema de las apariciones fantasmales desde una perspectiva científica, amplió la definición diciendo que “se trata de una manifestación de energía personal persistente que se extiende más allá de la muerte de la persona que la emite”. Es interesante que en una determinada encuesta llevada cabo por la prestigiosa firma Gallup se dio a conocer que “de cada cuatro estadounidenses, uno cree en fantasmas”, y “uno de cada diez está convencido de que alguna vez estuvo en presencia de un fantasma”.
El tema de las llamadas apariciones o fantasmas ocupa un lugar en el campo de lo religioso, pero también en los de la psicología y la parasicología. Cuando las experiencias son continuadas y producen reacciones sicóticas, entonces la psiquiatría entra en consideración. Ciertamente el factor imaginativo ocupa un lugar determinante. A menudo una visión fantasmagórica no pasa de ser una sombra que un árbol proyecta sobre una pared, un juego de luces y oscuridades que se identifican con un ser humano, o simplemente cualquier hecho que la imaginación define de manera especial y personal.
La parasicología sugiere la posibilidad de que podamos recibir estímulos extrasensoriales que no provienen de nuestros sentidos normales. Sobre el tema existen serias controversias, pero no puede negarse de que a menudo, como lo señala Charles Dickens en una de sus novelas, anticipamos lo que va a suceder o ha sucedido en un distante lugar del que estamos o a un ser amado que no nos acompaña. Hay casos registrados en los que una madre ve a su hijo en un accidente sin que nadie se lo comunique. Los parasicólogos atribuyen este hecho al poder del pensamiento, que cuando estimulado por una intensidad no común, nos comunica con seres y situaciones distantes.
La mente humana tiene facultades inexploradas que sorprenden, incluso, a neurólogos y maestros de la medicina en general, de aquí que muchos estudiosos afirmen que la visión de fantasmas no es sino una simple proyección mental, alentada generalmente por el subconsciente. Hay situaciones, sin embargo, en las que la mente nos juega malas pasadas, y caemos en abismos de confusión empujados por visiones demoníacas, catastróficas y espeluznantes. En casos como éstos suele existir lo que llaman los profesionales, la “somosicosis, “alteración mental cuyos síntomas son de orden principalmente somático”. Aclaramos que lo “somático” es lo que se refiere al cuerpo. En efecto, el alcohol, las drogas, una mala digestión, el insomnio y alteraciones nerviosas asociadas a situaciones de crisis, y muchas otras causas, pueden inducirnos a la experiencia de confundir la realidad con la fantasía, o sencillamente a ser creadores de la propia fantasía que nos disturba.
Evidentemente, y contestando la pregunta que sirve de título a este artículo, no creemos en la existencia real de los fantasmas. Creemos que los seres amados, y todos los demás que han fallecido, han trascendido nuestro propio mundo y habitan en un lugar especialmente preparado por Dios para ellos, y no disponen de conexión con el que han dejado.
Rev. Martín N. Añorga