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Como cristianos sabemos que no debemos adorar imágenes, ¿es correcto entonces que armemos nacimientos en Navidad?
Me interesa la conexión que haces entre la adoración de imágenes y la representación de un evento que hoy llamamos “nacimientos”. Quizás, para subrayar la diferencia, podríamos tomar un drama de Navidad donde se arma un pesebre y en la que una pareja representa a María y a José, un bebé recién nacido a Jesús y varios que se visten de pastores. Tales escenas se presentan en todo el mundo sin pensar que se está adorando a imágenes (cabe decir que el primero que hizo tal presentación navideña fue san Francisco de Asis en el año 1224).
¿Cuál es la diferencia que podría haber entre tal tipo de representación y una que se hace con figurines? ¡Ninguna, por supuesto! Lo que Dios nos prohíbe en el segundo mandamiento es crear imágenes con el propósito de inclinarnos ante ellos y adorarlos. No prohíbe la creación de representaciones, por ejemplo, la serpiente de bronce que ordenó crear a Moisés (Nm 21:9), los querubines de oro que hizo fabricar para colocar en los dos extremos del propiciatorio en el Tabernáculo (Éx 37:7-8), el altar de 12 rocas que mandó a Josué levantar después de cruzar el Jordán (Jos 4:3), o las interesantes representaciones que Dios mandó que hiciera Jeremías para ilustrar sus mensajes (véase Jer 13, 18, 19, 24 etc.).
Un pesebre no es nada más que figurines que representan al evento más insólito de la historia: Mi señora y yo tenemos una colección hermosa de pesebres venidos de todos los países de América Latina. Por supuesto, no nos inclinamos antes esas figuras, ni mucho menos las adoramos, pero sí nos regocijamos al sacarlas en los días de la Navidad para recordar a Aquel que se humilló a tal grado que nació en un pesebre —no en un palacio— para mostrar su increíble amor al más humilde de esta raza caída y perdida.