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por Wilbur Madera
Introducción
En la cultura eclesiástica circula la idea de que el líder debe estar involucrado en el ministerio haciendo muchas cosas distintas. La idea es que un líder comprometido muestre su entrega a Cristo y Su iglesia participando en todo cuanto le sea posible en el ministerio. En la práctica, este pensamiento se traduce en líderes que tienen muchos cargos o responsabilidades a la vez; líderes que están saturados de compromisos y con poco espacio en sus agendas; y por supuesto, se caracterizan por ser poco eficientes en lo que hacen ya que es demasiado lo que tratan de abarcar.
¿Por qué será que los líderes de iglesia encontramos tan atractiva esta idea de involucrarnos en cuanta cosa podamos en el ministerio? Consideremos algunas razones:
- Por el sentimiento de culpa sustentado en la falsa creencia de que el líder lo tiene que hacer todo. Debido a que esta idea está tan arraigada en los líderes, cuando uno no hace muchas cosas, comienza a experimentar sentimientos de culpabilidad. Comienza uno a pensar que es un líder mediocre o conformista y que la respuesta está en saturarnos de más cosas en el ministerio.
xx - Por temor al hombre. Si se supone que los líderes debemos hacer muchas cosas, entonces, se despierta en nosotros un temor de ser juzgado por la iglesia como alguien que no trabaja.
xx - Para mantener el control de la iglesia o del ministerio. El hecho de estar en todo “garantiza”, al menos en nuestra consciencia, que las cosas se harán como queremos o nos gusta que se hagan. Al estar haciendo todo de todo, tenemos la sensación de que el control del ministerio está en nuestras manos.
xx - Porque nos gusta ser el centro del ministerio. Esta es una de las luchas internas de los líderes: pensar que somos el centro de todo lo que pasa en el ministerio. Tendemos a construir los sistemas y los programas alrededor de nosotros mismos porque nos gusta el reconocimiento y el poder que acompañan generalmente a este tipo de liderazgo.
Aunque este tipo de práctica de liderazgo parece funcionar al corto plazo, la realidad de las cosas es que al largo plazo, funciona en detrimento del crecimiento y desarrollo de una iglesia u organización. Por eso queremos sugerir un principio que va en oposición a esta práctica tan generalizada. Queremos proponer el principio del enfoque: “haz menos para lograr más”.
El principio del Enfoque
¿Qué podemos hacer para tener un liderazgo enfocado? Se sugieren dos acciones básicas que tienen varias aplicaciones.
- Enfócate en tus fortalezas
Nuestra tendencia como líderes es tratar de mejorar en aquellas áreas en las presentamos debilidades. Por ejemplo, si no tengo facilidad para contabilizar los recursos económicos, procuro tomar cursos para mejorar en estas habilidades. Aunque esto actitud es loable, quizá no sea tan eficaz ministerialmente. Dios ha dado diversos dones en su iglesia y por decreto divino quizá no fui dotado con ciertas habilidades que sí les fueron dadas a otras personas.
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Si esto es cierto, entonces no tiene mucho caso invertir mucho tiempo en tratar de mejorar aquello para lo cual no fui dotado por Dios. No te desgastes haciendo cosas para las cuales no tienes dones. Mejor canaliza tu tiempo y esfuerzo en aquello para lo cual Dios, soberanamente, te ha equipado. No permitas que la necesidad te guíe sino la visión de liderazgo.
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Hablando concretamente, en la medida de lo posible, tu meta es llegar a hacer en la iglesia o en la organización sólo aquello que haces mejor que nadie. Quizás ahora haces muchas cosas en tu iglesia, varias de las cuales están en el campo de tus debilidades. Tu propósito es irte retirando de todas aquellas para las cuales no tienes dones. Por eso, pregúntate honestamente, “¿Cuáles son las dos o tres cosas que hago mejor que nadie?” Quizá esas son las cosas en las que debes enfocar todo tu tiempo y esfuerzo, pues recuerda que cuando un líder deja de hacer lo que sólo él sabe por concentrarse en cosas que otros podrían hacer mejor que él, disminuye su eficiencia y su influencia.
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Al enfocarte en tus fortalezas aprenderás a maximizarlas y sacar el mejor provecho de ellas en pro del ministerio que realizas. Esto conlleva ser un buen mayordomo de los dones que Dios ha depositado en ti. Busca el apoyo de personas que te puedan ayudar a mejorar aun más aquellas cosas que sólo tu sabes hacer mejor que nadie. Con el tiempo, debes convertirte en un experto de aquello para lo cual eres bueno. La iglesia avanzará y tú, como líder, estarás desarrollando tu máximo potencial sin distracciones ni contratiempos, siendo un buen mayordomo de la multiforme gracia de Dios.
xx - Delega tus Debilidades
Todos sabemos que hay muchas necesidades ministeriales que actualmente estás tratando de suplir aunque no están en tu área de fortaleza. Esta continuará siendo la historia a menos de que seas intencional en ir delegando tus debilidades en otros. Mientras menos hagas, más permitirás que otros hagan.
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Debes siempre recordar que tus debilidades son las fortalezas de alguien más. Hay muchas personas en tu comunidad que aman hacer aquello que te ves forzado a realizar. Estás rodeado de personas que tienen los dones que se requieren para suplir fácilmente esas necesidades que con tanto esfuerzo estás intentando llenar. Tienes que reconocer que no sabes hacer todo ni puedes hacerlo todo. Reconocer esto es, de hecho, un signo de fortaleza. Además, con esto permites que otros líderes se desarrollen y así, todos ganan. Si no promueves a los líderes habilitados por Dios para esos trabajos, pronto los vas a perder porque buscarán otro lugar donde ejercer sus dones. Es mejor promover personas que permitirte perderlas.
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Cuando delegas tus debilidades estás también multiplicando tu influencia. El enfoque puede llegar a ser algo característico del modelo de liderazgo de tu iglesia. No tendrás líderes sobresaturados de actividades, sino usando el tiempo eficientemente para un mejor desarrollo del ministerio. Pondrás en marcha una nueva cultura eclesiástica en la que los líderes se enfocan en sus fortalezas y delegan sus debilidades a personas idóneas para esos ministerios. De esta manera, el ministerio y la iglesia crecerán al tener líderes, comprometidos con Cristo, que usan todo su tiempo enfocadamente en el lugar estratégico donde el Espíritu Santo los colocó en el Cuerpo.
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Conclusión
Aunque parezca contradictorio, hacer menos enfocadamente, logra más que hacer mucho desenfocadamente. Por algo encontramos en la Biblia ejemplos de enfoque como el consejo que le dio Jetro a su yerno Moisés (Éxodo 18) o la división de trabajos de los apóstoles y los servidores (Hechos 6:1-7). El enfoque es una característica muy urgente en nuestros ministerios y liderazgo. Haz menos para lograr más, enfocándote en tus fortalezas y delegando tus debilidades.