En la sala de labor

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Reflexiones sobre el “cómo” de la preparación de sermones

por Wilbur Madera

No me considero un predicador muy dotado. Sin embargo, he tenido el privilegio de predicar desde hace más de 11 años y de enseñar Homilética a varias generaciones de seminaristas. No puedo decir que la experiencia ha hecho más fácil la tarea. Cada sermón es un verdadero proceso agotador. Por lo intenso de este proceso, suelo expresarlo así a mis alumnos: “Un sermón no se hace, se pare”. Por todo esto, no pretendo estar diciendo aquí la última palabra en preparación de sermones. Mi propósito es recoger los frutos de mi experiencia pastoral y ponerlos juntos en una sola canasta con el fin de que sean útiles para cualquier valiente que esté en la “sala de labor” preparándose para predicar la Palabra de Dios.

La predicación moldea la cultura eclesiástica

La predicación, a parte de ser el camino principal de enseñanza bíblica, como efecto secundario, establece el tono y cultura de la congregación. He observado que normalmente hay una relación directa entre el estilo del predicador y la cultura eclesiástica de la congregación. La exposición constante a la persona y estilo del predicador y la identificación con él, va influyendo en todo lo demás que ocurre dentro de la iglesia local.

Si el predicador regular de cierta congregación se caracteriza por exhortar a la gente por medio de regaños, repartición de culpas, señalamientos con un volumen elevado, es muy común encontrar a una congregación pronta a juzgar a los demás, a medir su espiritualidad por medio de compararse con otros, y atrapada en las redes del legalismo.

Por otro lado, un predicador caracterizado por enfatizar la gracia de Dios tanto en la salvación como en la santificación, que pone el evangelio como el fundamento y motivación para la acción, normalmente fomenta una cultura de aceptación y apoyo entre los miembros de la congregación. Se propicia un ambiente atractivo para las visitas, de tal forma que los hermanos se sienten más cómodos en traer invitados a las reuniones de la iglesia.

Si es cierto que la forma regular de la predicación influye en la cultura eclesiástica, entonces es importante ser intencionales en cuidar los énfasis de nuestro estilo porque eso favorecerá o entorpecerá el desarrollo de la visión de la iglesia.

Los rasgos del sermón

El estudio y la experiencia me han enseñado a tomar muy en serio estos aspectos formales de la preparación y presentación del sermón. Por supuesto, no es una lista exhaustiva, pero definitivamente es una lista importante de aspectos que debemos cuidar.

  1. La conexión con la gente
    Al predicar debemos ser intencionales y esforzarnos por mostrar cuán relevante es la Biblia para la vida real de los oyentes. La Biblia no es un libro anticuado y obsoleto, sino es la Palabra de Dios que tiene que ver con cada aspecto de la vida humana. Hay que dejar a un lado la verborrea, los clichés, las peroratas evangélicas, y comenzar a hablar a la vida real de los oyentes a la luz de la Escritura. Esto requerirá conocer la Biblia, pero también que conozcamos a nuestros oyentes. Conocer, por ejemplo, sus luchas, sus temores, sus situaciones de vida, y demás asuntos semejantes.
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    La única manera de lograr esto es viviendo y conviviendo con la gente a la que ministramos. Ciertamente, debemos pasar tiempo substancial estudiando la Escritura y preparando el sermón, pero también seamos intencionales en “reír con los que ríen y llorar con los que lloran”.
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    Esa conexión con la gente también se logra a través del tono mismo de nuestra comunicación. El estereotipo del predicador evangélico era un comunicador que modulaba con exageración su voz al grado de cambiarla radicalmente y elevaba su volumen sin mesura. Actualmente, este tipo de comunicación es percibida como distante y falta de sinceridad. El tono de nuestra comunicación debe ser fresco, cercano y personal. Debemos modular nuestra voz, pero seguir siendo reconociblemente nosotros. Es decir, que seamos la misma persona en la plataforma y al bajar de ella. Los oyentes tienen gran apertura al comunicador que proyecta esa accesibilidad y sencillez.
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  2. Explicación bíblica relevante
    La Biblia es maravillosa y vigente. Es una verdadera tragedia que muchos de nosotros al predicarla la hagamos ver tan aburrida, anticuada, irrelevante y distante. El Dios de los grandes hechos y héroes de la Escritura sigue siendo el mismo hoy y su mensaje sigue siendo penetrante, revolucionario y transformador. Por eso, cuando expliquemos la Escritura es nuestro deber hacerlo conectando el pasado con el presente.
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    Para los oyentes es interesante saber que David venció a Goliat, pero les será mucho más interesante y útil saber qué tiene que ver este hecho de Dios en la historia con sus vidas. El predicador comprometido con la exposición de la Palabra, la estudiará y penetrará sus profundidades históricas, teológicas y literarias con la finalidad de descubrir el significado evidente del texto. Pero no volcará sobre los oyentes las toneladas de información descubiertas, sino escogerá sólo aquella información pertinente que pueda conectar la obra de Dios en el pasado con la obra de Dios en la vida de los oyentes contemporáneos de una manera clara, apropiada, útil y relevante.
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    Los oyentes deben salir después de escuchar la exposición de la Palabra con un sentido de admiración por la sabiduría de Dios, con el deseo de seguir inquiriendo la ley de Dios y con la determinación de obedecer sus mandatos. Ese es el blanco al que debemos aspirar al exponer la Escritura. Por eso, explica la Biblia de tal manera que los oyentes, creyentes y no creyentes, puedan ver los puentes claros entre el pasado bíblico y sus vidas de lágrimas y risas.
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  3. Aplicación
    Un sermón, por definición, tiene que ver con la aplicación de la verdad bíblica a la vida contemporánea. Pero es fácil notar que muchos sermones que escuchamos tienen un fuerte énfasis en la información y muy poco en la aplicación. Pienso que este hecho contribuye a que hayamos tantos cristianos que sabemos mucho acerca de Dios y de la Biblia, pero no vivimos de acuerdo con ese conocimiento. Se nos entrenó para medir nuestra madurez cristiana con base en cuánta información podíamos retener y explicar, en vez de cómo reflejaba nuestra vida la información aprendida. Ciertamente la información es importante, pero el mero amasamiento de información sin aplicarla a la vida diaria, a la larga, obstaculiza el crecimiento verdadero.
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    Por eso, sugerimos que los sermones reduzcan la cantidad de información que se comparte para dedicarle más tiempo a la aplicación de las verdades de la Escritura. En vez de decirlo “todo” en un solo sermón, es mejor pensar en una serie de sermones en la que se pueda dosificar la información pertinente para la aplicación de los principios bíblicos.
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    La aplicación debe ser pensada a la medida de la congregación. Debe ser útil y apropiada para los diferentes tipos de personas que se reúnen, incluyendo a los visitantes. Hay que reconocer que esto es un verdadero desafío para los predicadores que tendemos a ocupar el tiempo del sermón en la explicación del pasaje en su contexto original, dejando unos cuantos minutos y comentarios para la aplicación.
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  4. Evangelio como razón, fundamento y motivación
    El evangelio del Reino de Dios es central en nuestra predicación. Es tema central de toda la Biblia. Prácticamente no podemos hablar de algo de la Biblia sin que tengamos que hablar necesariamente del evangelio. Ahora bien, muchos relacionamos la palabra “evangelio” con el mensaje básico que deben escuchar los no creyentes. Ciertamente, el evangelio es algo que deben escuchar los que aun no creen, pero el concepto es mucho más abarcador. El evangelio nos habla de las buenas noticias de la gracia de Dios en Jesucristo que nos llama al arrepentimiento y la transformación de vida en el Reino de Dios. El evangelio es la razón y fundamento de nuestra obediencia a la Palabra. El evangelio es la motivación correcta para hacer todo para la gloria de Dios.Un sermón que no refleja está verdad fundamental, podrá ser un buen discurso humano, pero carecerá del poder transformador que sólo el evangelio de Reino puede lograr en los corazones.
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  5. Orden en la presentación
    Una comunicación que carece de orden hace ininteligible el mensaje y causa confusión en los oyentes. Por eso, una característica importante del sermón es que se observe un orden en el desarrollo del mensaje. Ese orden no sólo debe ser claro para el predicador, sino también, obvio para los oyentes.
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    Hay varias maneras de presentar ordenadamente las ideas del sermón, eso dependerá en gran medida del estilo, formación y habilidades del predicador. Para los que tenemos dificultades para ordenar nuestras ideas se recomienda redactar un manuscrito completo del sermón. Así puede uno revisarlo varias veces y corregir cualquier incongruencia o desvío. A continuación se presenta un modelo de estructura que puede ser útil para muchos.

La estructura del Sermón

La estructura del sermón es importante para que el predicador no divague sino llegue al blanco propuesto por el pasaje de la Escritura. Debemos pensar en la mejor manera de presentar la verdad transformadora que enseña el pasaje a nuestros oyentes contemporáneos.

Estoy asumiendo que antes de comenzar con la estructura del sermón, el predicador ya ha hecho toda su labor exegética para comprender el mensaje central del pasaje y ya tiene una idea clara del mensaje central del mismo. Es más, lo puede enunciar por medio de una oración completa y breve. A esta oración le llamaremos “idea exegética”.

Aquí comparto un camino recorrido frecuentemente en mis sermones, a partir de la idea exegética. No estoy diciendo que sea la única manera, ni siquiera la mejor manera; pero es un camino conocido que me ha dirigido ya varios años.

Aunque una estructura se vea muy lineal en su presentación, debemos recordar que, cuando se prepara un sermón, el proceso se asemeja más a un espiral que a una línea recta. Es decir, seguramente visitarás varias veces la misma fase; regresarás, te adelantarás, retrocederás, modificarás y ajustarás; en fin, la preparación de la estructura del sermón es un proceso dinámico que raras veces sigue un flujo estrictamente lineal en la práctica.

Todo sermón consta de tres partes principales: A. Introducción; B. Cuerpo y C. Conclusión. Cuando se prepara un sermón, hay que poner mucha atención en cada una de éstas porque son como vagones de un tren que si no están bien enganchados pueden impedir que se llegue oportunamente al destino propuesto.

  1. La introducción
    En mi opinión la introducción debe cumplir tres propósitos básicos: Lograr una conexión entre el predicador y los oyentes; despertar el interés de la audiencia al mostrarles lo pertinente que es el tema para sus vidas y presentar la verdad bíblica en forma de buenas noticias.
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    • Lograr una conexión
      Un error que cometemos los predicadores es suponer que la gente atenderá y permanecerá conectada por el sencillo hecho de pararnos enfrente de ellos. El proceso de la comunicación es muy complejo y hay varios factores que impactan la disposición de la gente para escuchar. Es deber del predicador establecer medios para que fluya el proceso comunicativo. En la introducción, el predicador trata de establecer puentes relacionales con los oyentes. Una de las maneras más efectivas de hacer esto es iniciar con alguna anécdota o historia que resalte, con obviedad, los aspectos principales de la verdad bíblica que se compartirá o del problema existencial cuya solución es la verdad que se enseñará.
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      La anécdota debe contarse como una historia; cuidando los detalles, el desarrollo de la tensión a partir del problema para luego mostrar la solución al final. Esta historia debe ilustrar, ya sea por ejemplo o por analogía, el problema cuya respuesta se dará en el cuerpo del sermón.
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      He observado que las mejores historias para esta sección del sermón son las personales o las que se encuentran dentro del radio de experiencia de la congregación a la que se predica. El propósito es apelar a una experiencia con la cual los oyentes puedan identificarse con facilidad. Esto ayudará a abrir puentes de conexión entre el comunicador y los oyentes.
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      Trato siempre de empezar con una anécdota personal de mi niñez, juventud o pasado reciente. Además de establecer el nexo con los oyentes para fines del sermón, sirve como una revelación de mí mismo para que la gente me conozca un poco más. Los oyentes muestran más apertura y atención hacia alguien a quien conocen y confían. Otro tipo de historias que tienen un efecto similar son las que relatan hechos del entorno de los oyentes con los cuales pueden identificarse. Sean personales o no, las historias se deben elegir pensando en dos cosas: primero, que sea obvia la conexión entre la historia y el asunto que se tratará en el sermón; y segundo, que sea apropiada para el contexto de vida de los oyentes.
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    • Pertinencia del tema
      Habiendo relatado la historia, es importante cerrar la anécdota con una frase que resuma la enseñanza central que se quiere resaltar de la misma y que servirá como transición para seguir explorando el problema planteado a un nivel más personal. Por ejemplo, si conté una historia personal en la que actué egoístamente hacia mi hijo, podría usar como frase final del relato algo como “¡Cuántas cosas hacemos por egoísmo! ¡En verdad que tenemos un problema con el egoísmo!”
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      Después de este breve “resumen-transición”, lo que sigue es “exprimir el limón”. Queremos lograr el mismo efecto, metafóricamente hablando, que ocurre cuando vemos a alguien exprimiendo limones sobre rebanadas de jícamas o mangos verdes con chile. Queremos que se les haga “agua la boca” a los oyentes al plantearles un problema que ellos también enfrentan. Lo que se quiere es que los oyentes sean conscientes de su necesidad espiritual respecto a la verdad que se enseñará en el sermón.
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      Para lograr este efecto nos ayuda mucho conocer bien el pasaje que estamos predicando y conocer a nuestros oyentes. Todo pasaje de la Escritura está dirigido para atender las necesidades espirituales de la audiencia original; pero al mismo tiempo, precisamente esas necesidades espirituales son lo que tenemos en común y nos conecta, como oyentes contemporáneos de la Escritura, con las personas para quienes fueron escritas originalmente estas palabras. Aunque vivamos en tiempos y circunstancias distintos, tenemos en común alguna necesidad espiritual atendida en el pasaje. A esto le llama Bryan Chapell, la Condición del Hombre Caído (CHC). Lo interesante de todo esto, es que el pasaje es como una moneda. Por un lado, nos muestra el problema espiritual que tenemos por el pecado; y por el otro, nos señala la gracia redentora que nos es provista en Cristo para solucionar nuestro problema espiritual.Po ejemplo, Romanos 12:17 dice: “No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres”. ¿Cuál será la CHC de este pasaje? Por un lado, la instrucción apunta hacia la tendencia que tenemos de devolver el mal que los otros nos hayan hecho. Con toda facilidad, pagamos mal por mal. ¿Cuál será la gracia redentora que soluciona nuestro problema? Nos dice que en vez de devolver el mal que nos hayan hecho, hagamos el bien a los que nos hacen el mal. Aunque esta instrucción fue escrita originalmente para la iglesia de Roma, compartimos con ellos la misma condición pecaminosa y se nos da un principio de gracia que es pertinente para nuestro siglo y circunstancia. ¡Esa es la belleza de la Palabra de Dios!Cuando descubrimos cuál es la CHC y la gracia redentora del pasaje, podemos pensar en maneras particulares en las que nuestros oyentes contemporáneos luchan con el asunto espiritual atendido en el texto.
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      En la introducción, entonces, relatamos una historia u observación, muy cercana a la experiencia de los oyentes, que apunte o resalte la CHC del pasaje y luego hacemos extensiva esa necesidad espiritual a todos los que nos escuchan. A esto le llamamos “exprimir el limón”. Se van comentando situaciones particulares de la vida cotidiana para que los oyentes se convenzan que ellos necesitan escuchar lo que dice la Biblia al respecto de su situación espiritual. Aquí es importante conocer a la gente a quienes estás predicando para atinar al blanco de su necesidad espiritual. En nuestros ejemplos, debemos tratar de incluir a la mayoría de los tipos de personas que nos escuchan: solteros-casados; padres-hijos; adultos-jóvenes; hombres-mujeres; creyentes-no creyentes, etc. El propósito es demostrar cuán real es nuestro problema espiritual para crear esa sed o ese deseo de escuchar la respuesta de Dios en la Biblia.
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      • Presentación de la verdad
        Después de haber “exprimido el limón” lo suficiente como para que los oyentes estén listos para escuchar la respuesta de Dios a su necesidad espiritual, entonces es tiempo de presentar la verdad bíblica que puede transformar la vida. Me gusta llamarle “las buenas noticias” para recordar siempre que predicar no se trata de hacer sentir mal o culpables a las personas, sino de animarlos en su lucha en este mundo y equiparlos para vivir para la gloria de Dios.
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        La introducción aterriza en la presentación de la idea homilética. Hay varias maneras de referirnos a ésta: proposición, idea central, punto principal, etc. Estamos hablando de una oración completa (sujeto y predicado) que expresa un principio, una aplicación, una verdad universal o una exhortación que emana del pasaje bíblico, se fundamenta en la idea exegética y está dirigida a los oyentes contemporáneos.
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        Aquí es importante distinguir entre la idea exegética y la idea homilética. Aunque están relacionadas y son interdependientes, no son lo mismo. La idea exegética tiene que ver con la interpretación del pasaje; la idea homilética, con la comunicación del significado del pasaje. La idea exegética se expresa en términos de la audiencia original; en tanto que la idea homilética, en términos de la audiencia contemporánea. La idea exegética provee básicamente información de los asuntos espirituales del contexto original del pasaje. La idea homilética nos lleva a la aplicación de las verdades espirituales a la vida diaria contemporánea.
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        Debemos cuidar que la idea homilética que propongamos esté bien fundamentada en el pasaje en cuestión. También que sea una oración completa, clara y breve. Además, debe ser pertinente a nuestros oyentes, practicable y fácil de recordar.
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        A manera de ejemplo, se comparten algunas ideas homiléticas de sermones que he predicado: “En las manos de Dios, aun lo poco es suficiente”; “Dios está haciendo mucho más de lo que podemos ver”; “Pon a los demás primero”; “Haz lo que Dios te pide, Él se encargará del resto”; “Jesús es el Mesías, nosotros sólo somos sus siervos” y “Perdonemos, pues hemos sido perdonados”.
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        Esta idea homilética no sólo será presentada en la introducción, sino se repetirá en lugares estratégicos del cuerpo del sermón para afianzar bien el mensaje que estamos compartiendo. Además, esta idea debe ser enunciada con verdadera convicción y pasión. Debemos memorizarla para no tener que estar consultando nuestras notas al momento de estarla compartiendo. Es el mensaje completo en una sola frase. Es la esencia del sermón y son las buenas noticias que pueden transformar nuestras vidas y las de nuestros oyentes.
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  2. El Cuerpo
    El cuerpo del sermón básicamente es el desarrollo de la idea homilética. Por lo tanto, debe existir una estricta y lógica conexión entre la idea homilética y la estructura del cuerpo del sermón. El desarrollo del pensamiento debe ser ordenado, lógico y fluido. Lo que puede ayudar para lograr esto es nunca perder de vista la idea homilética.
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    Tradicionalmente, varios predicadores dividen el cuerpo del sermón en tres o más puntos con sus respectivos subpuntos. Si se elige este tipo de estructura se debe cuidar que los puntos principales sean completamente dependientes y relacionados con la proposición o idea homilética. Además, deben ser breves y tener cierta simetría en sonido y longitud. Es decir, que de punto a punto sólo cambien una o dos palabras a lo sumo.
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    Por ejemplo:
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    Idea Homilética: Dios provee fuentes de ánimo para que cumplamos la misión. (Josué 1:6-9)

    I. Dios nos anima con su Promesa (v.6)
    II. Dios nos anima con su Palabra (v.7-8)
    III.Dios nos anima con su Presencia (v.9)

    Una de las tentaciones con este tipo de estructura es olvidarnos de la idea homilética. Evitaremos este problema si recordamos repetir estratégicamente la proposición, por ejemplo, al principio o al final de la exposición de cada uno de los puntos.
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    Con este tipo de estructura resulta muy provechoso recapitular el punto cubierto previamente antes de presentar el nuevo. Por ejemplo, se puede decir: “Dios nos anima con su Promesa, pero también usa otra fuente de ánimo para que cumplamos la misión. Dios nos anima con su Palabra”. Esto ayuda al oyente a seguir mentalmente el bosquejo que se está desarrollando.

    Actualmente, hay predicadores que ya han cambiado esta estructura tradicional por una más sencilla: el sermón de un solo punto. No es nada extraordinario. Simplemente consiste en enfatizar únicamente la proposición o idea homilética como la enseñanza principal. Se va mostrando en el pasaje cómo la Biblia enseña la idea homilética propuesta, se dan ejemplos, aplicaciones y se anima a la gente a practicarla. En vez de ocupar el tiempo del sermón hablando de tres o más puntos principales, se enfoca la atención en una sola cosa, con bastante énfasis en la aplicación de esa verdad. En lo personal, he hallado muy útil este tipo de estructura cuando se quiere enfatizar más la aplicación que la mera información.

    Ya sea que se elija una estructura de varios puntos o de uno solo, el cuerpo del sermón debe cubrir cuatro aspectos muy importantes, a saber: explicación, ilustración, aplicación y motivación. No están en un orden estricto, pero es bastante útil pensar en ellos, siguiendo esta secuencia.
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  3. Explicación
    El cuerpo de nuestro sermón debe mostrar claramente a los oyentes cómo derivamos la idea homilética del pasaje que estamos predicando. Este es el momento del sermón cuando hablamos del contexto histórico, social, religioso y literario del pasaje. Es cuando hacemos referencia a la audiencia original, al escritor humano y los aspectos implicados en la interpretación del texto.Se debe tener el cuidado de incluir en el sermón sólo aquellos datos del contexto que sean necesarios para entender mejor la idea homilética. Debemos recordar que la finalidad primordial del sermón no es informar, sino aplicar la Palabra de Dios a la vida diaria. El exceso de información del contexto, aunque sea interesante y verdadera, puede distraer a los oyentes del propósito mismo del sermón. Por esto, no caigas en la tentación de querer comunicar toda la información que descubriste en tu estudio del pasaje. Ya habrá más oportunidades para compartirla cuando prediques otros sermones.
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    El propósito de “explicar” el pasaje en su contexto original es mostrar lo que significaron estas palabras para la audiencia original y partiendo de allí, mostrar cómo se deriva la idea homilética que es pertinente para los oyentes contemporáneos. Por eso, ordena la explicación de tal manera que se vea claramente la línea de pensamiento que lleva hasta la idea homilética. Haz referencia a la porción específica de donde van saliendo las verdades hasta llegar a la idea homilética.
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  4. Ilustración
    En el cuerpo del sermón se debe conectar la idea homilética con la experiencia de los oyentes. Precisamente, ese es el propósito de las ilustraciones. Ellas pueden hacer concreto lo abstracto y hacer memorable la verdad explicada en el pasaje. Básicamente, existen dos tipos de ilustraciones: ilustraciones que son ejemplos o contraejemplos de la verdad enseñada e ilustraciones que son analogías de la verdad enseñada. Cualquiera que sea el tipo de ilustración que escojas, generalmente, las mejores son aquellas que son de tu propia observación o experiencia. Siendo sinceros, los libros de ilustraciones no son tan útiles.
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    Un error común que comenten los predicadores es no establecer el puente entre la ilustración y la verdad que están enseñando. Suponiendo que es obvia la conexión, omiten el puente y se pierde el propósito mismo de la ilustración. Por eso, siempre haz obvio lo obvio. Establece explícitamente la conexión entre la historia y la verdad que se pretende ilustrar.
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    Existen varias recomendaciones respecto al uso de ilustraciones, entre ellas mencionamos: a. Usa ilustraciones adecuadas a las costumbres, hábitos e intereses de los oyentes. b. No expongas a nadie ni ridiculices a nadie, a menos que sea a ti mismo. c. Mantén el balance. Cuida que la ilustración no te lleve casi todo el tiempo del sermón. d. No seas siempre el héroe de tus ilustraciones. Cuando sea apropiado, cuenta también tus fracasos. e. Cerciórate de los datos de tu historia. Una equivocación en los datos de la historia puede ocasionar distracciones.
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  5. Aplicación
    El sermón tiene la finalidad de que los oyentes hagan algo, crean algo, sientan algo, etc. Es decir, que se apropien de la verdad y no simplemente la escuchen. La Biblia nos enseña que oír la Palabra es sólo el medio, no el fin. El fin es creer y obedecer la Palabra de Dios. Después de todo, el prudente es el que oye la Palabra y la hace.
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    Por todo esto, el sermón debe tener un claro énfasis en la aplicación de la verdad a la vida diaria. El sermón no se trata de amasar información, sino aplicar la verdad de Dios a las situaciones de la vida real.
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    Como todo lo demás en el sermón, la aplicación debe estar en sintonía con la idea homilética. Para aplicar la verdad debes pensar en los diferentes tipos de personas representados en la audiencia (casados-solteros, padres-hijos, adultos-jóvenes, varones-mujeres, trabajadores-estudiantes, creyentes-no creyentes, etc.). Menciona varias situaciones de aplicación de la idea homilética con las que puedan identificarse diferentes sectores de tus oyentes.
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    La relación y compañerismo regular con los oyentes ayuda mucho para esta parte del sermón. Es en la convivencia con la gente que entiendes mejor sus luchas, desafíos, tentaciones, victorias y anhelos. Por lo tanto, fomenta las buenas relaciones con la gente a la que ministras para poder ser más efectivo en pastorearla a través de la predicación.
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  6. Motivación
    El sermón no sólo debe decir el “qué” y el “cómo” sino también el “porqué”. El sermón debe proveer la motivación correcta para la obediencia a Dios. Algunos predicadores tratan de motivar a la gente a obedecer a Dios por medio de la culpa o por miedo, otros más, lo quieren hacer a través de manipulación emocional o apelando al orgullo de la gente. La motivación correcta para escuchar y practicar la Palabra podemos resumirla en un término: evangelio.
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    Al predicar debemos recordar que estamos hablando de las buenas noticias de la obra de gracia de Dios en Jesucristo que transforma a los arrepentidos de día en día. Nuestra obediencia a Dios es la respuesta o resultado de Su obra de gracia en nuestras vidas. Somos intencionales en amar a Dios porque Él nos amó primero. Entonces, la motivación correcta para obedecer es un sentido de gratitud y devoción por aquel que nos amó y nos habilita para amar a Dios y al prójimo.
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    Por todo lo anterior, es importante recordar que estamos dando buenas noticias al predicar. No estamos hablando de la Palabra para condenar, sino para transformar y restaurar. Aunque hablemos con firmeza del pecado, siempre hay que hablar con gran entusiasmo de las buenas noticias que trae el evangelio y que nos llaman al arrepentimiento y a la transformación verdadera habiendo sido habilitados por la obra de gracia de nuestro Señor Jesucristo.
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    Estos cuatro aspectos deben cubrirse en el cuerpo del sermón. Si se está usando una estructura de más de un punto principal, en cada uno de ellos se deben cubrir los cuatro aspectos. Es decir, se enuncia el primer punto, por ejemplo, y se abarca la explicación, ilustración, aplicación y motivación; y así sucesivamente con los demás puntos principales. En el caso que sea una estructura de un solo punto principal, entonces, el cuerpo del sermón debe explicar, ilustrar, aplicar y motivar ese único punto. Sea cual fuere la estructura, la idea homilética siempre debe estar presente como el mapa básico del sermón y debe repetirse o ser obvia en varios lugares durante el desarrollo del mismo.
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  7. La conclusión
    En algunos modelos homiléticos, las conclusiones se usan para aplicar las verdades expuestas en el sermón, pero en el modelo presentado, la aplicación ya fue cubierta en cada punto principal. Por lo tanto, la conclusión, sencillamente, sirve para dar fin al sermón. Es el aterrizaje final del sermón. No es para agregar información o para dar más aplicaciones. Son las últimas palabras que se pronuncian.
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    Para la conclusión sugiero tres tiempos. Primero, recapitular (un resumen o reiteración de la verdad central). Segundo, exhortar (unas palabras bien pensadas para animar a los oyentes a practicar lo aprendido). Y tercero, terminar (una última frase que indique el cierre definitivo del sermón).
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    • ¿La enseñanza claramente sale de la Escritura?
      Revisar, una y otra vez, nuestras conclusiones y aplicaciones del pasaje que estemos predicando es un buen hábito. No queremos estar diciendo que Dios dijo algo cuando en realidad no es así. Por eso siempre corrobora que la enseñanza sea claramente bíblica y evalúa si en el sermón la estás presentando de la mejor manera para que también sea percibida así por los oyentes.
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    • Control de Calidad
      He encontrado útil hacerme algunas preguntas acerca del sermón antes de predicarlo. Como siempre, no es una lista exhaustiva, pero pienso que puede ser útil para evaluar ciertos aspectos del sermón.

Conclusión

Este ha sido un compendio resumido de la experiencia adquirida en estos años de estar predicando. Al considerar el camino recorrido, agradezco a Dios por haber puesto a personas claves que me han impactado para seguir mejorando en mi comunicación de la Palabra. También se, que todavía aguarda mucho más en el futuro porque nunca se deja de crecer en el ministerio. Es mi oración que Dios nos dirija cada vez que entremos a la “sala de labor” para preparar nuestro siguiente sermón.