El prejuicio, un testimonio — mi Salvador

Publicado por

Precio: GRATIS

Enlaces a recursos

Comienza

Regístrate hoy Hágase miembro y acceda nuestro recurso

El prejuicio, un testimonio — mi Salvador

xx

 Testimonio del discípulo Natanael
por Samuel Lara

Segundo Premio, Concurso Literario LOGOI
¿Por qué es importante Jesús? —
Abril 2009

No puedo dejar de sonrojarme al traer de vuelta a mi memoria el momento previo de mi encuentro con Jesús. Felipe emocionado me asegura haber encontrado al Mesías, pero eso a mí no me bastaba. Mi incredulidad, a decir verdad, era un prejuicio que nublaba mi visión y ensombrecía mi mente. Pero así mismo quedó escrito para la posteridad y aunque para algunos sea un simple prejuicio, para mí es la evidencia sólida de mi encuentro con Jesús. Me presento, soy Natanael de Caná de Galilea[1] Juan 21:2 y este es mi testimonio.

Mi intención no es justificarme pero los prejuicios siempre han existido. De hecho, hay uno muy conocido en la historia de nuestros padres. Estoy hablando del profeta Samuel y el momento en que Jehová le envía al hogar de Isaí en busca del nuevo rey de Israel.[2]1 Samuel 16:1 Sorprendido por la estatura de los hijos mayores de Isaí, Samuel pensó estar frente al nuevo monarca, sin embargo, Dios, que escudriña el corazón hasta lo más íntimo corrige el prejuicio del profeta desechando aquellos hijos.[3]1 Samuel 16:5-9 Pero Samuel sabía que Jehová había dispuesto que de esa familia saliera el nuevo rey de Israel, y preguntó a Isaí si aún faltaba alguno de sus hijos por conocer y en efecto, había un pastor de ovejas insignificante ante los ojos de los hombres, pero escogido y honrado a los ojos de Jehová. Samuel quedó deslumbrado por el hermoso parecer de este joven y al recibir la confirmación de parte de Dios unge por rey a David y el Espíritu de Dios se posó sobre él.[4]1 Samuel 16:13

Durante el reinado de David, Israel logra su época más gloriosa. En ese tiempo la profecía fue clara, de la descendencia de David vendría el Mesías.[5]Salmo 132:11 Es precisamente eso lo que esperábamos. Aunque debo aclarar que no habíamos comprendido correctamente la llegada del Rey de Israel, pues, en ese tiempo creíamos que era un hombre poderoso en cuanto a armas, un rey que en el nombre de Jehová iba a derrocar el dominio romano que nos oprimía y nos iba a devolver al sitial que no teníamos desde los tiempos de David. En realidad el Cristo no era como lo esperábamos, sin duda, es mejor que lo que alguna vez soñamos.

Por esta razón comencé diciendo que es inevitablemente embarazoso mi recuerdo, pues, en su paso por Galilea, Jesús ve a Felipe y dirigiéndose hacia él, le ordena con autoridad, pero a la vez, tiernamente: “sígueme”.[6]Juan 1:43 Jamás olvidaré la expresión en el rostro de Felipe, si hasta parecía no ser el mismo al relatar lo sucedido. Era como la cara de un niño que ha recibido un regalo que durante mucho tiempo anheló. Lo que más captó mi atención es que me dijo: “…es hijo de José de Nazaret”. Mi respuesta rápida fue un reproche casi sin pensar: “¿De Nazaret puede salir algo bueno?”[7]Juan 1:45 Al escucharme, Felipe me insta a conocerle por mí mismo. No me imaginaba como iba a ser mi encuentro con Él, solo sabía que mi incertidumbre sería aclarada. Cuando me vio se adelantó a hablarme, y lo que él dijo de mí me impactó en tal medida, que sus palabras aun resuenan en mi mente y aceleran el latido de mi corazón. Solo el paso del tiempo me ayudó a comprender que Jesús me conocía incluso antes de verme sentado bajo la higuera.[8]Juan 1:48 Desde entonces le seguí y hoy puedo contar a los demás las cosas que viví a su lado.

En cierta ocasión, nos encontrábamos en Cesarea de Filipo cuando Jesús nos sorprende con una pregunta: “¿Quién dicen los hombre que es el Hijo del Hombre?” Cada uno de nosotros se apresuró a contestar: “dicen que eres Juan el bautista, el profeta Elías, Jeremías o algún profeta” Dirigiendo su mirada hacia nosotros formula una nueva consulta: “y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?[9]Mateo 16:13-15 Un frío recorrió mi espalda y una leve capa de duda momentánea contribuyó a mi silencio; es cierto, me quedé mudo.

Los que conocen mi testimonio tal vez se sorprenden al leer mi reacción, pues, es sabido por muchos de ustedes que impactado por la grandeza de la opinión de Jesucristo acerca de mi persona, de forma inmediata y en una actitud que en el momento no hubiese sabido explicar, le dije: “Rabí, tu eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel[10]Juan 1:49 Si me permiten ser sincero, humanamente no he dejado de cuestionar mi silencio, sin embargo, alguien más levantó su voz para contestar al Maestro.

Entre nosotros los discípulos, Pedro es el más impulsivo, tiene voluntad de oro y un gran espíritu de servicio. Esto se lee claramente en muchas de sus declaraciones. Pero creo que de todas las palabras que Pedro pudo o pueda decir, las más acertadas son aquellas que Dios ha inspirado: “Tú eres el Cristo, el hijo del Dios viviente”. Tal grado de convicción nos sorprende. Jesucristo confirmó las palabras de Pedro y le llamó “bienaventurado”.[11]Mateo 16:16-17

Fui testigo privilegiado de muchos episodios en la vida de Jesús, sin embargo, en otras ocasiones me tuve que conformar con el relato de mis hermanos. Como aquella ocasión cuando Jesús en compañía de Pedro, Jacobo y Juan fue a Getsemaní.[12]Marcos 14:32 Pedro nos contaba como Jesús les pidió que estuviesen orando en aquel huerto para no entrar en tentación, y le vieron alejarse unos metros para postrarse sobre sus rodillas y orar al Padre. Los discípulos veían con asombro como Nuestro Señor comenzó a entristecerse y angustiarse en gran manera, pero la sorpresa fue aun mayor al ver un ángel descender del cielo para fortalecerle.[13]Lucas 22:39-46 Sin duda Jesús es el Mesías, el Ungido de Dios, Aquel de quién hablaron los profetas en las Escrituras, verdadero hombre y verdadero Dios.

Hoy podía confirmar lo que Felipe ya me había dicho: “hemos encontrado al Cristo”.[14]Juan 1:45 Nunca más tendremos problemas, nunca más necesidades, nunca más un futuro incierto, nunca más… Ahora bien, lo que no habíamos entendido, es que este Mesías, debía ser un siervo sufrido, un hombre despreciado por su propio pueblo, un siervo humillado hasta la muerte.

La tristeza y la duda comenzaron a apoderarse de nuestros turbados corazones. El Mesías no dejaba de anunciar que llegada la hora no estaría nunca más con nosotros.[15]Mateo 17:22-23 No es fácil asumir esto de un día para otro: “El hijo del hombre será entregado en manos de hombres, y le matarán[16]Marcos 9:31

Desconozco la imagen que ustedes tienen de nosotros los discípulos: pleitos, ansias de poder, deslealtad hacia Jesucristo, tal vez, pero de ahí a pensar que uno de nosotros iba a ser el que traicionaría al Mesías, sin miedo a equivocarme, era insospechado. Imagino que ustedes no comprenden cabalmente nuestra situación teniendo en cuenta que ya habíamos sido advertidos: “¿No os he escogido yo a vosotros los doce, y uno de vosotros es diablo?”.[17]Juan 6:70 Es cierto, el consejo nunca nos faltó, el problema es que no teníamos la capacidad de comprender lo que Jesucristo nos anunciaba.

Fue así que mientras Jesús aun amonestaba a los que le acompañaban en el huerto de Getsemaní, una turba se  acercó a Él. Judas venía al frente de ese grupo y al identificar al Maestro besa su mejilla. Esta era la señal que esperaban aquellos que querían apresarle. Jesús fue llevado a la casa del sumo sacerdote.[18]Juan 22:47-54 Desde ese momento se escribe uno de los momentos más crueles que ha visto la humanidad.

Entretanto, el miedo se apoderó de nosotros. Nos escondimos pensando en las consecuencias que podía haber contra sus más cercanos seguidores. Pedro se quiso acercar al lugar donde llevaron a Jesús pero fue reconocido por la gente y ante las insistentes preguntas negó conocer al Maestro. Que fácil sería criticar a Pedro, pero al pensar en su situación nos damos cuenta que no lo podemos hacer, pues aunque nosotros jamás negamos a Jesús con nuestras palabras si lo hicimos con nuestra cobarde actitud de escondernos.

Muchos hombres han sido enjuiciados por lo que han hecho, pero el caso de Jesús es distinto, el fue enjuiciado por lo que dijo de sí mismo al ser interrogado: “¿Eres tu el Hijo de Dios?” Jesús responde: “Vosotros decís que lo soy”.[19]Lucas 22:70 Esta respuesta molestó a sus acusadores y llenos de ira y odio, le presentaron ante Pilato.[20]Lucas 23:1

La historia es conocida de todos. Después de diversas humillaciones Jesús es condenado a la horrorosa muerte en la cruz. El Maestro dispuesto a obedecer la voluntad del Padre, bebió esa inevitable copa amarga.

¿Era Jesús quien había dicho ser? Al parecer su muerte sellaba el final de la historia de un Hombre que marcó nuestras vidas. Pero, ¿qué podemos hacer ahora que Él ha muerto? Fueron horas tristes y de mucha incertidumbre; mirábamos nuestros rostros buscando alguna explicación del porque seguíamos juntos. ¿Qué esperábamos? No había respuesta.

Tres días después, el domingo por la mañana, María Magdalena vio que la piedra del sepulcro había sido quitada. El cuerpo de Jesús no estaba dentro. Asustada volvió para contarles a Pedro y a Juan. Ambos corrieron al sepulcro para comprobar lo que María había dicho. El Maestro no estaba.

La esperanza renació cuando recordamos las palabras de Jesús: “después de muerto, resucitará al tercer día”.[21]Marcos 9:31 Pero esa pequeña esperanza se hizo gigante e indestructible cuando esa misma noche estando reunidos escuchamos: “Paz a vosotros”. Reconocí de inmediato aquella dulce voz, y al levantar mi vista pude admirarle. El gozo de aquel reencuentro es eterno.

No fue la única vez que vimos a Jesús. Cierto día, Pedro decide salir a pescar y al escucharle algunos de los que estábamos con él, decidimos acompañarle. Aquella noche no pescamos nada, no obstante, cuando iba amaneciendo Jesús se nos presentó en la playa. En un principio no le reconocimos, pero le escuchamos preguntar: “¿Hijitos tenéis algo de comer?”. Al escuchar nuestra respuesta negativa, nos instó a echar las redes a la derecha de la barca; le obedecimos y ante nuestra sorpresa la red parecía no poder tantos peces; al acercarnos le reconocimos.[22]Juan 21:1-6

De vez en cuando vuelvo a sentarme al pie de la higuera[23]Juan 1:48 y medito en que sería de mi vida si Jesús no me hubiese llamado. Será por eso que me cuesta mirar a mis consanguíneos y ver la dureza de sus corazones y como siguen con sus vidas como si la muerte del Maestro hubiese sido en vano. Pero también sé que nuestra labor no es condenar sino anunciar las buenas nuevas a aquellos que no tienen esperanza en sus vidas, a aquellos que creen que un sistema les puede salvar, a aquellos que dicen estar cerca de Dios, pero sus corazones siguen en pos de los ídolos y de sus propios afanes, tal como nosotros anduvimos tiempo atrás.

En la actualidad Jesús ya no está con nosotros corporalmente, le vimos ascender a la presencia del Padre, pero Su promesa fiel da vida cada día a nuestros corazones: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días hasta, el fin del mundo[24]Mateo 28:20 y esa es la promesa que me hace valiente por el poder del Espíritu Santo y aun cuando los idólatras quieran verme renegar, no lo haré, por el simple hecho de que ni siquiera con dar mi vida puedo pagar todo lo que Él ha hecho por mí.

Porque no me avergüenzo del evangelio,  porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree…” —Romanos 1:16.

References

References
1 Juan 21:2
2 1 Samuel 16:1
3 1 Samuel 16:5-9
4 1 Samuel 16:13
5 Salmo 132:11
6 Juan 1:43
7, 14 Juan 1:45
8, 23 Juan 1:48
9 Mateo 16:13-15
10 Juan 1:49
11 Mateo 16:16-17
12 Marcos 14:32
13 Lucas 22:39-46
15 Mateo 17:22-23
16, 21 Marcos 9:31
17 Juan 6:70
18 Juan 22:47-54
19 Lucas 22:70
20 Lucas 23:1
22 Juan 21:1-6
24 Mateo 28:20