El Dios que siempre nos acompaña – Salmo 8

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El Dios que siempre nos acompaña – Salmo 8

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por Les Thompson, Ph.D.

¡Oh Jehová, Señor nuestro,
cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra!
—Salmo 8

Nos imaginamos a David como joven sentado una linda tarde debajo de la sombra de un frondoso sicómoro; allí indiferentemente pulsando las cuerdas de su arpa. Es el primer día del año. Curiosamente desea saber lo que el nuevo año le traería. Ya que tal cosa es imposible, deja que por su mente recorran las increíbles obras que vio a Dios realizar a su favor durante los meses recién pasados. Su mente se llena de la gloria de la presencia de Dios con él y espontáneamente brota de sus labios un alegre canto: ¡Oh Jehová, Señor nuestro, cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra!

Mira las nubes, escucha los variados silbidos de un pájaro campana; examina las maravillosas formas de las hojas del árbol que le cubre, comparándolas con los coloridos lirios que adornan el campo y, a tono con el murmullo del arroyo que fluye a sus pies, sin pensarlo repite: ¡Oh Jehová, Señor nuestro, cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra! Has puesto tu gloria sobre los cielos.

Es como si dijera, “Aparte de ti, Jehová, no hay respuesta para toda la hermosura que has desplegado en todas partes de este universo, ni explicación para nosotros los seres que caminamos esta tierra. Todo comenzó contigo, oh Dios. De tu mente venimos.  Por tu mano fuimos formados, y por tu aliento hemos disfrutado de cada día que nos diste”.

Viene a su mente la interesante combinación de los nombres Jehová (Yahweh), y Señor (Adonai) —nombres usados por los hebreos con sentido sinónimo. Yahweh siendo el nombre que Dios mismo usó para darse a conocer a Moisés (Ex 3:14).

Vemos que David no se detiene únicamente celebrando el bendito nombre de Dios —ni lo repite vez tras vez como suelen repetir una sola frase muchos cantantes hoy en sus canciones—, la confianza que tiene en Dios al iniciarse un nuevo año le obliga a explorar todas las incontables maravillas de la incomparable grandeza de Jehová.

Nótese: pareciera que a la distancia David escucha un bebé llorando. Pone atención a su llanto, pero se da cuenta que a los pocos instantes deja de llorar —¡ha encontrado el pecho de la madre! Y David canta: De la boca de los niños y de los que maman, fundaste la fortaleza. ¡Qué segura está esa pequeña e indefensa criatura bajo el cuidado amante de su madre! Igual puede estar él, puesto que ante la inseguridad de un nuevo año puede confiar en la grandeza de Dios, asegurándose que está muy bien protegido, igual que el bebé en los amantes brazos de su madre.

Esa seguridad le lleva a pensar de la inseguridad que había sufrido frente a los celos del Rey Saúl, y cómo Dios lo protegió. Una sonrisa cruza sus labios al recordar el canto de los israelitas después que mató a Goliat: Saúl hirió a sus miles, y David a sus diez miles (1 S 18:7). A su vez, una sombra cubre su rostro al recordar que Saúl, cegado por los celos, intentó matarlo. Nunca olvidaría el miedo que sintió cuando Saúl le arrojó aquella lanza. Fue un milagro que pudo escapar con su vida. Refleja en su canto la manera en que el Señor lo protegió a causa de los enemigos, para hacer callar al enemigo y al vengativo.

El día avanza. El sol parece recoger las nubes como si fueran una frazada de mil colores y gradualmente taparse con ella. Mira la colorida escena, mientras que el sol apaga su luz. Los pájaros acurrucados callan sus cantos. Los animales se duermen. Pero, mientras la tierra descansa, los cielos despiertan. Lamparitas se prenden en el cielo, incontables estrellas prenden sus luces. Igual que lo hizo Abraham mil años antes de él, David se acuerda de lo que le dijo Dios: Mira ahora los cielos y cuenta las estrellas, si las puedes contar…así será tu descendencia (Gn 15:5). Tal como lo prometió el Señor, así se había cumplido. “¡Qué increíblemente grande, fiel y poderoso es Jehová, Señor nuestro!” piensa David, Él cuenta el número de las estrellas; a todas ellas llama por nombre (Sal 147:4). Brota otra estrofa en su canto, que ahora canta sale casi como un susurro: Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites? ¡Qué pequeño, qué insignificante, qué diminuto se siente ante toda la fabulosa magnitud de lo creado! Pero a la vez, ¡qué amado y protegido!

“¿Quién soy?” se pregunta. “¿De dónde vine?” La respuesta es obvia. Se acuerda de lo que dice la Biblia: Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida (Gn 2:7).

Esa certeza, de que venimos del la mano de Dios, le da seguridad —es más que un mero homo sapiens, como suelen tildarnos los científicos— es obra especial de Jehová el Creador. En su canto David explica: le has hecho poco menor que los ángeles y lo coronaste de gloria y honra. Reflexiona acerca de lo superior en capacidad, habilidad e inteligencia que es el hombre sobre toda la creación animal. Reconoce que ha sido formado a la imagen de Dios (Gn 1:27). Responde al por qué de nuestra existencia, repitiendo el mandato cultural de Génesis 1: le hiciste señorear sobre la obra de tus manos; todo lo pusiste debajo de su obra de tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies: ovejas y bueyes, todo ello, y asimismo las bestias del campo, las aves de los cielos y los peces del mar; todo cuanto pasa por los senderos del mar.

Allí, al mismo comienzo de un año nuevo, se da cuenta de todos los recursos que Dios ha puesto en sus manos. El mundo entero, incluso todo lo creado, está a su disposición para asistirle y ayudarle hacer todo lo que Dios le ha encomendado. Él nunca nos pide que hagamos algo sin antes proveernos con todos los recursos que necesitamos. A la obra, pues, porque si todo lo ha puesto Dios debajo de sus manos, y si Dios nos ha dado la capacidad para señorear sobre esta maravillosa tierra, ¿dónde está el límite de lo que podremos hacer para Dios en los doce meses que están por delante?

Con confianza y determinación renovada, David —y tú y yo como él— se levanta para cumplir con todas sus muchas responsabilidades como Rey de Israel. Y con confianza David levanta su voz —junto a la tuya y a la mía— para exclamar: ¡Oh Jehová, Señor nuestro, cuán grande es tu nombre en toda la tierra!

El sentido del nombre Yahweh ¿Se habrá preguntado David lo que Moisés entendió cuando Dios le dijo que su nombre era YHWH, “YO SOY EL QUE SOY”? Extraño nombre, pero es el nombre preferido de Dios por el cual quiere que se sepa quién es. Hoy nos preguntamos, ¿cómo habrán entendido tanto David como Moisés todo lo que comprende este nombre? No estamos ciertos. Si sabemos que en nuestros días los estudiosos unen todas las implicaciones encontradas en los textos donde el nombre aparece (por ejemplo en Ex 3:14, 33:19, Dt 32:39, Is 41:4, y 43:11-13) y nos dicen: “Estos textos declaran que YHWH es el que da muerte y el que da vida; él que hace justicia y el que muestra misericordia; el que tiene a los gobernantes y los guerreros de la tierra en sus manos como herramientas propias; y el que controla todo de tal forma que de su mano nadie puede librarse, ni nadie cambiar sus determinaciones. Por tanto el nombre YHWH habla de su señorío, de su gran santidad significa: el que controla todo el curso de la naturaleza y de la historia con el fin de traer gloria a su nombre y cumplir con cada uno de sus propósitos eternos”. ¡Muy grande es el concepto que se encierra en ese glorioso nombre! En cuanto a lo que David entendía por el nombre, podemos estar ciertos que sabía con toda certidumbre que YHWH es el Dios Soberano, el glorioso Señor de toda la creación.