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Por Oswald J. Smith
Un joven que conoció los secretos de Dios, las pasiones de los indios abandonados, los tormentos de una enfermedad y que su muerte sacudió cuatro continentes.
David Brainerd, misionero a los indígenas de Norte América, vivió una de esas vidas que inspiran. Días enteros pasaba en oración y vio realizarse a través de él prodigios espirituales entre los indios, que sólo se explican por el don extraordinario que Dios le dio para alcanzar aquellas tribus.
Al leer El Diario del Misionero David Brainerd una se conmueve ante su dedicación y lo que Dios puede hacer a través de un hombre que se entrega completamente al servicio divino.
Su cuerpo descansa en Northampton, Massachusetts. A su lado yace el cuerpo de Jerusha, hija de Jonathan Edwards, el gran predicador cristiano —con quien estaba comprometido. Al lado de ella yace su famoso padre.
Brainerd tenía apenas 29 años cuando murió. A pesar de su gran debilidad física, vivió e hizo más que la mayoría de los hombres que han llegado a los 70. Por más de 200 años Brainerd ha estado con los santos en el cielo, pero aún vive; vive en los corazones y en las vidas de aquellos que, como él, han oído el llamamiento de Cristo y lo han dejado todo por seguir al Señor.