El Cuerpo como Templo: 1 Corintios 6

Publicado por Editorial Clie

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El Cuerpo como Templo: 1 Corintios 6

xx

¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo)
el cual está en vosotros) el cual tenéis de Dios,
y que no sois vuestros?
Porque habéis sido comprados por precio;
glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo
y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.
1 Corintios 6:19-20 (12-20); Romanos 12:1-2.

ESQUEMA

1. Visión bíblica del cuerpo humano.

1.1. No es lo mismo el alimento que el sexo.
1.2. La profanación del cuerpo del cristiano.

2. El cuerpo como imagen de Dios.

3. Ni ascetismo ni culto al cuerpo.

CONTENIDO

Decía el poeta griego Palladas, cuatro siglos antes de Cristo, que el cuerpo es una aflicción del alma; es su infierno, su fatalidad, su carga, su necesidad, su cadena pesada, su atormentador castigo. Otro filósofo, Epicteto, se refería a sí mismo como: una pobre alma encadenada a un cadáver. Los griegos siempre despreciaron sus cuerpos. Este pensamiento arraigó en Occidente y Teresa de Jesús, por ejemplo, se referiría muchos siglos después al cuerpo como la cárcel del alma. Gran parte del Cristianismo oficial defendió durante siglos este tipo de creencia. Muchas personas, que se consideraban a sí mismas como cristianas y espirituales, manifestaban un evidente desprecio hacia todo lo físico y corporal. Lo aceptaban como a un enemigo que había que combatir, castigar y humillar constantemente, porque creían que los apetitos sexuales eran casi siempre pecaminosos. No disfrutaban de su dimensión corporal ya que se consideraban obligados a albergar un alma noble, dentro de una sucia prisión corporal.

Sin embargo, como escribió Pascal: Quien se cree hacer el ángel, termina por hacer la bestia. ¿Qué ha ocurrido en nuestro tiempo con estas concepciones que infravaloraban todo lo corporal? Pues que se ha pasado al extremo opuesto: de la infravaloración a la supervaloración o mitificación del cuerpo. Estamos asistiendo hoy a una veneración de todo lo corporal, a un verdadero culto al cuerpo. El cuerpo humano ya no se considera hoy como la cárcel del alma, sino como la totalidad de la persona. Actualmente, se exhibe sin pudor el desnudo corporal. La obsesión por guardar la línea, la dieta adecuada, los chequeos médicos, la eliminación de las arrugas, los masajes, el gimnasio, los deportes y tantos otros cuidados, evidencian esta especie de religión del cuerpo.

De la prohibición enfermiza y puritana hacia todo lo erótico, se ha pasado al amor libre y al Hedonismo sexual. La dualidad típica de la antropología clásica, cuerpo y alma, se ha desvanecido. El cuerpo ha asesinado al espíritu como Caín hizo con su hermano Abel. Hoy los cuerpos viven errantes, solitarios, extranjeros sobre la Tierra, porque se ven como lo único que queda de las personas y se lucha por prolongar su buena imagen, su belleza y longevidad. Cuando se deja de creer en la existencia del alma, resurge con fuerza el culto al cuerpo.

1. Visión bíblica del cuerpo humano

Pues, ni lo uno, ni lo otro. La Biblia no apoya ni el dualismo platónico de antaño, ni el monismo materialista contemporáneo, ni la infravaloración del cuerpo, ni el culto o la mitificación del mismo. Veamos lo que dice Pablo acerca del cuerpo de los creyentes en la primera epístola a los Corintios: Todas las cosas me son lícitas, mas no todas convienen; todas las cosas me son lícitas, mas yo no me dejaré dominar de ninguna (6:12). Algunos corintios apelaban a la libertad cristiana para justificar su comportamiento sexual equivocado.

Para comprender el alcance de estas palabras del apóstol hay que entender cómo era la ciudad de Corinto en aquella época. Se trataba del mayor puerto de mar de toda Grecia, pero también era la ciudad más inmoral del mundo antiguo. Hablar de una “muchacha de Corinto” era referirse a una meretriz o prostituta. En el santuario pagano de la diosa Afrodita se practicaba la prostitución sagrada. El historiador Estrabón cuenta que en la época de Pablo había allí unas mil prostitutas sagradas. Por tanto, se trataba de una localidad donde era muy fácil llevar una vida sexual opuesta a la moral cristiana.

Al parecer, ciertos creyentes, conversos del paganismo griego, habían tergiversado las propias palabras del apóstol para adecuarlas a sus costumbres y seguir viviendo como siempre. Estos gentiles conversos manipularon la doctrina de la libertad cristiana que predicaba Pablo, con el fin de continuar cometiendo las inmoralidades propias de su antigua religión. Tales creyentes pertenecían a la corriente de los gnósticos, una secta que mezclaba filosofías paganas con astrología y ciertas doctrinas del Cristianismo. Eran dualistas, es decir, creían que la materia era mala y el espíritu bueno. Por tanto, pensaban que Cristo no había sido verdaderamente un ser humano de carne y hueso. Decían poseer unos conocimientos espirituales secretos que les hacían superiores al resto de los cristianos.

Tergiversando ciertos textos paulinos, llegaban a flagrantes aberraciones espirituales. Versículos como los siguientes, en los que Pablo se refiere a la comida y al hermano débil: […] nada es inmundo en sí mismo; mas para el que piensa que algo es inmundo, para él lo es (Ro. 14:14). Y en Tito: Todas las cosas son puras para los puros, mas para los corrompidos e incrédulos nada les es puro (1:15). Los gnósticos decían que ellos eran puros y espirituales porque habían recibido el Espíritu Santo y que, por tanto, lo que hicieran con su cuerpo no importaba. De ahí que Pablo les responda: Todas las cosas me son licitas, mas no todas convienen […] las viandas para el vientre, y el vientre para las viandas; pero tanto al uno como a las otras destruirá Dios. Pero el cuerpo no es para fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo (v. 12 y 13).

Ellos, por el contrario, insistían en que la relación sexual no era otra cosa que la satisfacción de un apetito natural, tan lícito como comer o beber; si uno podía cambiar de comida cuando quería, ¿por qué no iba también a poder tener relaciones sexuales con las mujeres o los varones que quisiera? ¿Acaso no estaba hecho el cuerpo para sus instintos? ¿No era el cuerpo suyo y podían hacer con él lo que les diera la gana? En nuestros días, hay también quien propone tales argumentos, así como esta misma ideología del amor libre o de la autonomía personal. Sin embargo, Pablo refuta este grave error apelando a la dignidad humana y al papel del cuerpo de cada cristiano, en el plan divino de la salvación.

Comer y beber son necesidades biológicas imprescindibles para la vida física, pero tanto los alimentos como el aparato digestivo son cosas pasajeras, llegará el día en que ambos pasarán y ya no tendrán lugar en el más allá. Por el contrario, el cuerpo, la personalidad, el propio ser humano como una totalidad, no perecerá. El cuerpo del creyente está destinado a la glorificación, a convertirse en cuerpo espiritual (1 Co. 15:44): Se siembra cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual; Dios ha destinado los alimentos, las bebidas y el sexo para que el ser humano los use sabiamente. Pero este uso puede ser lícito o ilícito. Comer cuando se tiene hambre es lícito, pero la glotonería es un error. Beber moderadamente, como hizo el propio Jesús en algunas ocasiones, es lícito, pero la embriaguez es una equivocación. Tener relaciones sexuales entre los esposos es lo adecuado y necesario, pero la fornicación, el sexo fuera del matrimonio, la promiscuidad, el trato con prostitutas, no pueden tener cabida en la vida del creyente. Ni era lo correcto en los días de Pablo, ni en nuestra época, por mucho que hayan cambiado los tiempos. Veamos por qué y cuáles son las razones que da Pablo.

1.1. No es lo mismo el alimento que el sexo.
Volvamos a leer el versículo 13 en la versión bíblica Dios Habla Hoy: La comida es para el estómago, y el estómago para la comida En cambio, no es verdad que el cuerpo sea para la inmoralidad sexual… El cuerpo es para el Señor. El alimento es materia necesaria que entra y sale del cuerpo para nutrirlo, pero la relación sexual implica la unión íntima de dos personas. Si es una unión ilícita, que sólo busca el placer egoísta momentáneo o el comercio económico del cuerpo, como ocurre con la fornicación, tal unión profana la unión entre Cristo y el cuerpo de los cristianos. El cuerpo de todo cristiano es miembro del cuerpo de Cristo. El versículo 15 se pregunta: ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Quitaré, pues, los miembros de Cristo y los haré miembros de una ramera? De ningún modo.

La malicia de la fornicación consiste en establecer una relación personal corporal que se opone a la relación del cristiano con Cristo. Es como unir a los miembros de Cristo en una relación íntima con una prostituta, al hacerse un sólo cuerpo con ella. El o la creyente que cae en la fornicación, no sólo es infiel a su esposa o esposo, sino también al propio Señor Jesucristo. El fornicario se degrada a sí mismo y peca contra su propio cuerpo. Por eso, Pablo dice en el versículo 18: Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; más el que fornica, contra su propio cuerpo peca.

1.2. La profanación del cuerpo del cristiano.
Cuando se profana el cuerpo del cristiano, se viola algo sagrado. Es como si se mancillara un templo. El creyente puede ser considerado como un sacerdote en el templo de su propio cuerpo, pues en ese santuario particular sirve a Dios y aparta todo aquello que pudiera profanarlo. Véase el versículo 19: ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual esta en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?

Ciertas corrientes, hoy en boga, como el feminismo, afirman lo que se llama el “principio de pro-opción”. Es decir, se argumenta que, por ejemplo, una mujer tiene el derecho de utilizar su propio cuerpo como ella elija. Con esta idea se defiende que la mujer tiene derecho al aborto libre. Claro que, aquí, habría que preguntarse, también, ¿y el feto? ¿Tiene algún derecho a continuar con su vida? ¿Existe conflicto entre el derecho de la madre y el del embrión, que constituye otra persona en potencia? La Palabra de Dios dice, sin embargo, que el cuerpo del cristiano pertenece a Dios, porque es templo donde habita el Espíritu Santo. No existe en el mundo un ser humano que se haya hecho a sí mismo. Somos, por tanto, propiedad de Dios, y no debemos utilizar nuestro cuerpo como nos parezca, sino con arreglo a la voluntad del Creador.

2. El cuerpo como imagen de Dios

La Biblia enseña que la dignidad humana afecta al hombre completo y no sólo a una dimensión de éste. Ciertas teologías equivocadas han defendido que la imagen de Dios, el reflejo divino, únicamente se podía manifestar en la espiritualidad, en aquello que generalmente se entiende por alma. Pero la Escritura jamás apoya esta interpretación, sino que nos enseña que también el cuerpo físico es imagen de Dios. Se trata, en realidad, del hombre total con sus capacidades materiales, psíquicas y espirituales, quien constituye esa singular estatua que representa al Creador en este mundo. Igual que los césares de la Roma antigua se construían estatuas de sí mismos, que llevaban a las lejanas tierras conquistadas, con el fin de que todo súbdito supiera quien gobernaba allí, cada criatura humana, esté donde esté y sea quien sea, es en realidad una imagen del Dios vivo que nos creó por amor.

Mientras aquellos falsos maestros que se enfrentaban a Pablo sostenían que lo que se hiciera con el cuerpo carecía de importancia, en la perspectiva de la eternidad, el apóstol defendía, por el contrario, que el cuerpo y todo lo relacionado con él, como el comportamiento sexual, no podía separarse de la personalidad total del ser humano. Pablo entendía que el cuerpo de los creyentes posee una incomparable dignidad, por ser la morada del Espíritu Santo.

Nuestro cuerpo es, pues, un don de Dios que debemos cuidar responsablemente y tratar de manera sabia, ya que no nos pertenece. El creyente pertenece al Señor con todo su ser, puesto que ha sido comprado “por precio”: Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro espíritu, los cuales son de Dios (1 Co. 6:20).

3. Ni ascetismo ni culto al cuerpo

De manera que la Biblia rechaza tanto el ascetismo masoquista de antaño, que procuraba el desprecio del cuerpo, como la divinización del sexo y el culto al cuerpo contemporáneo. Dios tiene una predilección especial por el cuerpo del creyente. El templo en el que le gusta instalarse es el representado por nuestro cuerpo. Por eso Pablo dice en Romanos: Así que, hermanos, os niego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento (12:1-2).

La unidad de la Iglesia, de la comunidad cristiana, exige que cada cual se esfuerce y sacrifique por superar el mal con el bien. Cuando el creyente se esfuerza por hacer lo que es justo en su cuerpo, en su vida, en su familia y en la iglesia, está dándole a su existencia un sentido cultual (de culto). Dice Pablo que éste es el auténtico culto racional, el de la razón. El culto no consiste en pasar lista durante los cincuenta y dos domingos del año para saber quién ha asistido o ha faltado. Entre otras cosas, porque la asistencia a la iglesia es un privilegio, no un martirio. Tampoco consiste, el culto racional, en saberse toda la himnología, antigua y moderna; no es el sacrificio de ningún animal muerto, como hacían los judíos; no se trata de un diezmo económico o de una ofrenda de tiempo. Se refiere al sacrificio vivo, es decir, de la propia existencia. El verdadero culto espiritual es el que se rinde con el cuerpo. Y, me atrevería a decir, que el clímax, la culminación, de este culto del cuerpo se da en el servicio prestado a los demás, sobre todo al débil, al enfermo, al anciano y al pobre.

Por tanto, hermanos, glorifiquemos a Dios, en nuestro cuerpo y en nuestro espíritu, los cuales son de Dios. ¡Que ésta sea siempre una norma de conducta a lo largo de nuestra vida cristiana!