El cristiano y su sexualidad

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El cristiano y su sexualidad

xx

por Dan Thompson

¿Será el mundo nuevo peor que el mundo viejo?

En aquel viejo mundo no existían medios gráficos y electrónicos para introducir
al mismo hogar las más degradantes tentaciones.

Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados, y andad en amor como también Cristo nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante.

Pero fornicación y toda inmundicia y avaricia, ni aun se nombre entre vosotros, como conviene a santos, ni palabras deshonestas, ni necedades, ni truhanerías que no convienen, sino más bien acciones de gracias.

Porque sabéis esto, que ningún fornicario, o inmundo, o avaro, que es idolatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios. Nadie os engañe con palabras vanas, porque por estas cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de desobediencia.

No seas, pues, participe con ellos. Porque en otro tiempo eras tinieblas, mas ahora sois luz del Señor, andad como hijos de luz (porque el fruto del espíritu es en toda bondad, justicia y verdad), comprobando lo que es agradable al Señor.

Y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprendedlas; porque vergonzoso es aun hablar de lo que ellos hacen en secreto. Mas todas las cosas, cuando son puestas en evidencia por la luz, son hechas manifiestas; porque la luz es lo que manifiesta todo.  Por lo cual dice:

Despiértate tu que duermes
y levántate de los muertos
y te alumbrara Cristo

Mirad, pues, con diligencia como andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando el tiempo porque los días son malos (Efesios 5:15-16).

INTRODUCCIÓN

EL MUNDO DEL SIGLO PRIMERO

Algunas de las ciudades en que vivieron los cristianos del siglo primero mostraban un increíble grado de corrupción. Entre ellas Éfeso, sede del templo de Diana o Artemisa, considerado una de las siete maravillas del mundo antiguo. Era un edificio enorme, comparable en tamaño al Patenón. Albergaba a la estatua de Diana —diosa que según los paganos había descendido del cielo.

En este templo se guardaban inmensos tesoros, era algo así como un banco de reserva. Y estaba atendido por cientos de sacerdotisas de Diana, las que también oficiaban como prostitutas.

Pablo llegó a esta ciudad en un segundo viaje misionero y volvió otra vez en el tercero. El apóstol estaba bien al tanto de lo que significaba para los cristianos vivir en Éfeso, un ambiente de total paganismo e inmoralidad. Pero lo que más inquietaba a Pablo no era tanto el paganismo y la inmoralidad de Éfeso, como la pureza de la iglesia allí. Él estaba consciente de que era muy fácil para los cristianos el ser influenciados o absorbidos por lo que prevalecía a su alrededor. Después de su conversión, habían sido instruidos en una nueva forma de vida, lo que significaba el abandono de sus antiguas costumbres mediante la renovación de su entendimiento de acuerdo con las enseñanzas de la Biblia y la adopción de normas de rectitud y santidad.

Pero era muy fácil para ellos caer de nuevo en aquellas prácticas placenteras en que habían crecido y que les rodeaban por todas partes. Si todo el mundo se divertía de aquella manera, ¿por qué no participar un poquito también? De ahí la importancia de las amonestaciones de Pablo.

NUESTRO MUNDO PRESENTE

Tal como en la antigüedad, vivimos hoy en medio de una cultura obsesionada con lo sexual. Y hasta puede ser que la nuestra haya caído más honda en esta obsesión que la del pasado. Entonces no existía, por ejemplo, la multiplicidad de medios gráficos y electrónicos que ponen las formas más crudas de pornografía al alcance de cualquiera —desde las revistas, películas, videos “para adultos” y la televisión misma, hasta ciertos números telefónicos donde, por una cuota mínima, el obsesionado puede escuchar toda clase de sonidos o expresiones de insinuante carácter sexual.

De modo que cabe preguntar ¿es nuestro mundo de hoy diferente al de ayer? Y la respuesta tiene que ser ambigua. En cierta medida NO. Es lo mismo, los mismos pecados nos rodean tal como entonces.

Pero analizando un poco más SÍ. La obsesión de la cultura actual con el sexo es de tal intensidad que nos confronta en cualquier dirección a que volvamos la mirada.

“Goza de la vida; haz lo que te venga en gana…” es la filosofía imperante. Anuncio de un popular refresco: un individuo de torso atlético se despoja de la camisa y las mujeres del vecindario se asoman a la ventana para contemplarlo.

En 1987, un examen de doce semanas de la televisión norteamericana registró 2,000 escenas de actividad sexual. El 88% de todos los programas de las primeras horas de la noche incluían casos de contacto sexual fuera del matrimonio. Todo esto nos lleva a pensar que tal vez es mucho más difícil adoptar hoy costumbres de recato y santidad de lo que fuera antes, particularmente para la gente joven.

No hay duda de que nuestra cultura actual esta permeada por una OBSESIÓN CON EL SEXO y como cristianos tenemos que hacerle frente a esa realidad. No podemos ignorarla. No podemos volver la cabeza y pretender que no existe.

Lo que en el intento de Dios debió ser algo hermoso, nosotros lo hemos convertido en inmundicia. Muchos de los que se tragaron el anzuelo creyendo las mentiras respecto a una supuesta “libertad sexual” sufren de un tremendo peso de culpa, esclavizados por hábitos de los que no pueden defenderse. El pecado sexual puede proporcionar un cierto placer transitorio; pero deja también una increíble carga duradera de intensa amargura.

C.S. Lewis, sobre el tema “¿No tenemos ‘derecho a la felicidad’?” dice: Aunque el “derecho de la felicidad” se suele invocar con respecto al impulso sexual, a mí me parece imposible dejar que el asunto se quede en eso. Porque una vez limitado a este aspecto, el fatal principio se filtrará tarde o temprano a través de toda nuestra vida. De esa manera nos acercaremos a un clima social en el que no solo cada hombre, sino también cada impulso, reclame vía libre. Y una vez allí, aunque los adelantos de la tecnología nos ayuden a prolongar un poquito de vida, nuestra civilización habrá muerto del corazón y — no se atreve uno a decir “desafortunadamente” — será barrida como polvo.

¿POR QUÉ TRATAR LA CUESTIÓN DE LA IGLESIA?

Porque la sexualidad es un problema no sólo del mundo. El apóstol Pablo tuvo que enseñarles los principios sexuales a los cristianos de su tiempo.

En la era del Nuevo Testamento, la pureza sexual del pueblo de Dios, la Iglesia, trazaba una profunda línea divisoria entre la IGLESIA y el MUNDO. Dónde terminaba la iglesia y dónde empezaba el mundo era algo obvio.

Pero las cosas han cambiado radicalmente. La conducta sexual de muchos cristianos en nada o poco se distingue a la de los no cristianos. Pregunte a cualquier consejero cristiano, o mire un poquito bajo la superficie formal de la mayoría de las iglesias, y encontrara un gran numero de cristianos nominales que están o han estado envueltos en desvíos homosexuales, adulterio, perversiones, pedofilia, etc. Es triste constatar que los cristianos suelen exhibir el mismo tipo de conducta que los no cristianos. Para algunos cristianos el cristianismo no parece haber logrado mucho en el área de la moralidad sexual.

Ante este cuadro, quisiéramos pensar que tal cosa pasa en otras iglesias, pero no en la nuestra. Vemos caras sonrientes y de buen parecer. Pero a veces eso no es más que una máscara debajo de la cual hay vidas que sufren. Almas que están perdiendo batallas y que querrían poder dar vuelta con un cambio de victoria. Si estoy equivocado y en su iglesia nadie esta sumido en la inmoralidad sexual en ninguna de sus formas, quisiera por lo menos afirmar mencionar algunos de los principios de cuya verdad estamos convencidos.

DIOS TIENE ALGO QUE DECIR

Cómo ve la Biblia la sexualidad

Se ha divulgado la idea de que la iglesia sustenta un criterio negativo respecto al sexo. Pero la verdad es otra. Génesis 2 prueba que la sexualidad vino no por accidente. Ni fue algo que paso inadvertido. Es en realidad parte de los designios de Dios. Cuando Dios creó al hombre y a la mujer los hizo para ser atractivos uno al otro. No hay nada de malo en que a los hombres les gusten las mujeres y a las mujeres los hombres.

Pero para muchos tal parece que la iglesia tiene sólo un mensaje negativo respecto al uso o abuso de la sexualidad. Nunca se habla de su aspecto positivo. En consecuencia, tienen la idea de que “algo esta equivocado o anda mal en mi, pues a pesar de todo me siento atraído hacia las mujeres… y eso no debería ser”.

No, Dios nos hizo con una atracción reciproca entre ambos sexos. Su intención fue hacer de esto el don de una experiencia placentera. Lo que ocurre es que sobrevienen elementos malignos que trastornan el buen plan de Dios.

La atracción física hacia el sexo opuesto no es pecado. La sexualidad humana no es en sí perversa. De ella emanan sentimientos que normalmente conducen a una relación profunda y generosa entre dos personas. Cuando se manifiesta dentro del marco de los preceptos Bíblicos, la sexualidad crea sensaciones de mutua realización e intimidad sumamente placenteras, lo cual es una de las razones básicas para situar este don de Dios en el ámbito único del matrimonio. El placer es uno de los incentivos que Dios usa para llevar a este fin, cuyo seguimiento lógico es la procreación.

Pero los dones de Dios han sido pervertidos y adulterados por el pecado. La tentación en este caso consiste en buscar el placer sexual fuera de los canales prescritos del matrimonio.

El mundo pone al deseo sexual en la categoría de los apetitos físicos. Cuando uno tiene hambre, come: si tiene sed, bebe. Por tanto, si siente el deseo sexual, lo más natural es tratar de satisfacerlo. Esta es la actitud mental que opera detrás de todos los cursos modernos de educación sexual.

Los “expertos” nos dirán que la represión del impulso sexual es una experiencia psicológica negativa que puede causar daño a la psiquis y dejar a la persona confundida e infeliz por mucho tiempo.

¡PERO LA PALABRA DE DIOS DICE ALGO DIFERENTE!  Dice que solamente dentro de los linderos del matrimonio es posible expresar amor, ternura y dedicación de una manera válida y significativa. Aparte de esos límites, la satisfacción del apetito sexual desemboca casi siempre en situaciones de frustración e infelicidad.

La Biblia no dice que se han de negar las sensaciones sexuales. No dice que uno ha de negar que se siente atraído hacia alguien. Lo que sí dice es que la persona no ha de salir a darle rienda suelta a sus impulsos cada vez que los experimenta. En esto no somos como los animales.

Cuando el sexo se hace pecado

“… pues la voluntad de Dios es vuestra santificación; que os apartéis de fornicación; que cada uno de vosotros sepa tener su propia esposa en santidad y honor; no en pasión de concupiscencia, como los gentiles que no conocen a Dios; que ninguno agravie ni engañe en nada a su hermano; porque el Señor es vengador de todo esto, como ya os hemos dicho y testificado.  Pues no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación” (1 Tesalonicenses 4:3-7).

“Pero fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aun se nombre entre vosotros, como conviene a santos; ni palabras deshonestas, ni necesidades, ni truhanerías que no convienen, sino antes bien acciones de gracias: (Efesios 5:3-4).

FORNICACIÓN —(o inmoralidad sexual) es la palabra usada en muchas de las versiones de la Biblia.  Viene el original griego porneia, que es la raíz del vocablo moderno ‘pornografía’.

INMUNDICIA —se refiere aquí a degradantes pecados sexuales. Por ejemplo, lo que ocurría en el templo de Diana, diosa de la fertilidad, donde se practicaban la prostitución y la homosexualidad. Para los griegos estas cosas eran normales, formaban parte de su cultura. Pero San Pablo dice que lo que puede ser perfectamente aceptable para el ambiente que nos rodea no debe siquiera mencionarse entre los cristianos.

AVARICIA —Un intenso deseo de posesión, de adquirir más y más.

PALABRAS DESHONESTAS (obscenidades) –se refiere a usar lenguaje indecente en la conversación.  La persona que incurre en esto desprecia los dictados de la moral, y hace burla de aquellos valores hacia los cuales debería tener respeto.

NECEDADES —hablar en forma ligera o chistosa de cosas elevadas o de conducta digna de quienes las respetan o representan.

TRUHANERÍAS —humorismo de mal gusto, cuentos de baja calidad, apodos irrespetuosos.  Estas cosas caracterizan una mente depravada y suelen revelarse en la conversación burlona o indecente.

ACCIONES DE GRACIAS —en el lado positivo debe contarse lo que la Biblia llama “acciones de gracias”. Entre las cosas por las cuales el creyente debe dar gracias se encuentran los placeres lícitos de la vida sexual. Vista en su justa perspectiva, la función sexual contribuye al bien de la sociedad.

Un comentarista bíblico, dice: “Nada podría igualar la sorpresa de enterarnos de que la cosa que la humanidad ha sido más eficiente en arrastrar por el fango resulta ser la de mayor inocencia del mundo. ¿Es que acaso existe alguna otra actividad en que un hombre y una mujer puedan envolverse juntos, descontando la adoración, que sea más infantil, más limpia y más pura, más natural y más indiscutiblemente correcta que aquella de hacer el amor? Porque si la adoración es la más profunda de las formas disponibles de comunicación con Dios —y especialmente aquella en particular que llamamos comunión— entonces la sexual es la forma más profunda de comunión posible entre seres humanos”.

Ahí tenemos la idea de cómo “ser agradecidos”: reconociendo que el sexo es un don de Dios y, por esta misma razón, disfrutarlo dentro de normas tales que plazcan y honren a Dios. Así que, entendemos que la visión bíblica o cristiana de la sexualidad no es lo que usualmente se presenta como tal. La Biblia no está en contra del sexo.

Repetimos que la Biblia es muy clara al respecto: el sexo es un don diseñado por Dios para el placer del hombre.  Pero tiene una condición: ese don ha de ser usado solo en el ámbito del matrimonio fiel.  Dios sabe lo que más nos conviene.  Dios quiere lo que es mejor para nosotros.  Cualquier otro enfoque del sexo conduce a la angustia, a la pena, a la ansiedad y al dolor.  ¡Sólo en el matrimonio, no antes!

LA BATALLA CONTRA LA INMORALIDAD SEXUAL

La inmoralidad sexual empieza en nuestra mente… “Huye a los deseos juveniles…”

El mundo nos bombardea con incitaciones al goce del apetito sexual en maneras contrarias a lo que Dios manda. Y la obra comienza en la mente. La impureza nos tienta… y en ella nos regocijamos, dándole vueltas y deseándola. Hay los que arriesgan: “Estas cosas no me asustan, yo sé desenvolverme, yo no pierdo el control…” y cuando menos lo imaginan comienzan a resbalar mentalmente, a alimentar fantasías, a desear lo que pudiera ser.

Luego vienen los encuentros sociales de doble sentido; el echar de menos a aquella persona y pensar en la próxima ocasión… No pasa mucho sin que la cosa llegue a mayores. Es en este punto que la fantasía se convierte en realidad. Realidad placentera durante algún tiempo.

Es como sentirse bien; como si todas las necesidades fuesen satisfechas. Pero esta en realidad suele tener un amargo desenlace.

Hollywood en sus películas nos cuenta una mentira. Casi toda persona que ha cedido a la pasión sexual fuera del matrimonio se ve luego en situaciones de extrema infelicidad. Además, ha hecho daño a otros más de lo que fue capaz de imaginar.

El pecado sexual jamás se presenta por accidente. Por el contrario, es lo que era de esperarse de un largo proceso natural en el que la mente predispuesta al pecado se abrió sin reservas a la penetración de la inmoralidad.

Consideramos ahora una forma particular del deseo lascivo al alcance de casi todo el mundo:

La pornografía

Vivimos en un mundo de satisfacciones instantáneas. Se puede desde el auto pedir un sándwich listo o desde el sofá apretar un botón y oír música o ver la TV, aun más, ahora sólo con la voz puedes pedir las noticias, música, etc., también con sólo tomar una pastilla se puede aliviar la obstrucción nasal en solo minutos, o cualquier tipo de dolor —inclusive tratamientos para el cáncer.  Así son las cosas en la vida moderna.

Ese mismo cuadro se encuentra en nuestra cultura presente, tan obsesionada con lo sexual. El placer barato esta al alcance de todos. Por menos de lo que pagaría por un tamal una persona puede contemplar un despliegue de imágenes sexuales. Y cuando se aburre de esa revista o “video”, puede adquirir otros o inclusive pedirla por televisión en la comodidad de su casa. La pornografía es además un negocio de miles de millones de dólares por año. Pero dirán algunos, ¿cuál es el problema? ¿qué hay de malo en la contemplación de unas cuantas fotografías?

El problema:

La pornografía es algo que hace hábito, al igual que las drogas. Se va necesitando más y más, y nunca se llega a estar satisfecho. Lascivia — piensa el afectado: Si consiento y satisfago este deseo que bulle en mi cerebro, el deseo se desvanecerá y no tendré que luchar más con él. Pero ¿qué ocurre? se le da rienda suelta al deseo y el resultado es que se hace más fuerte.

Como el alcohol y las drogas, la pornografía puede arruinar la vida: pervierte la visión del mundo y de la vida social; y conduce a increíble inestabilidad emocional. La lascivia se adueña de usted, pero no satisface. Promete placer, pero no produce nada.

La pornografía es un atentado a la dignidad de la mujer. La exhibición de mujeres siendo seducidas, desnudadas y manejadas como animales de feria es obviamente un artero asalto a la dignidad. Pero lo que es más grave aún es el daño sutil que sufre la naturaleza y el carácter de las mujeres.

La pornografía presenta a las mujeres como poseídas de irrefrenable apetito sexual.  Según sus revistas y videos, las mujeres andan las veinticuatro horas del día esperando ansiosas el próximo encuentro sexual. Tal idea no solo lesiona la dignidad de la mujer al reducirlas al nivel de animales en celo, sino que también promueve una peligrosa línea de pensamiento en la mente de los hombres.

La presencia constante del mito del rapto en la pornografía de hoy día es algo alarmante. Yo, que tengo mi esposa y una niña alerta de doce años vivo bajo la zozobra de que hay alrededor miles de hombres adictos a la pornografía que deambulan por los lugares públicos convencidos de que todas las mujeres están el día entero deseando el contacto sexual. Si una mujer se resiste, lo que de veras quiere, según un individuo así, es que el hombre la tome y la posea por la fuerza. Semejante barbaridad es una mentira diabólica.

— Hombres, manténganse alejados de la pornografía
— Jóvenes, huyan de ella

Les traerá más problemas de lo que imaginan. Tienen que comprender que a los productores y mercaderes de la pornografía no les interesa en lo más mínimo el daño que pueden hacer o a donde los puede llevar. Ellos solo están interesados en su dinero.

Si usted es casado y esta jugando con la pornografía en su casa o en otra parte, tendrá que admitir que es un adicto y que necesita ayuda. Si solo incurre en ello de vez en cuando, piense en 1 Corintios 10:12 “Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga”.

Cualquiera que diga: “No hay daño en divertirse un poco con esto…” debería admitir que la cosa tiene un fuerte poder de hábito. Además, cada vez que alguien entretiene sus ojos en la pornografía, esta rebajando su concepto de la dignidad de la mujer. Así pues, no lo haga. No llene con eso su mente. No empiece. No acumule esa basura en su mente.

No siempre es posible mantener la mente libre de tales cosas. En películas, en banners publicitarios, en la televisión, etc., hasta en los periódicos aparecen artículos o fotografías que fácilmente incitan a pensamientos errados.

Pero hay formas de controlar su alcance, ¿Televisión o computador? —apagarlos, ¿revistas? —no comprarlas.

Si usted es uno dominado por el habito, usted se da cuenta de que algo le esta pasando, pero no llega a comprenderlo intelectualmente. Trate, pues, de buscar ayuda. Hable con un amigo cristiano de su confianza y obtenga su consejo. Este es un problema de los que no se resuelven por sí solos. Todos tenemos que luchar en la vida con alguna área de pecado. Todos estamos en necesidad de la gracia de Dios. Ello no es motivo para avergonzarse.

Hay quienes creen que la pornografía no es dañina; esto es una mentira. Lo que usted ponga en su mente saldrá tarde o temprano, sea lo que fuere. Y el mayor engaño de la pornografía es el que provee placer a bajo precio. La realidad es que es muy cara: deshumaniza, denigra, crea dependencia, reduce el acto del sexo a una función animal. Se pierden la mutua dedicación y el amor. Despoja a la sexualidad de todo lo que Dios puso en ella para hacerla algo sagrado. Y una vez que ese corrosivo proceso esta en marcha, aunque sea sólo en la mente, hace a la persona vulnerable a toda clase de perversiones.

Consecuencias del pecado sexual

Llamado a los entendidos

“Por que los labios de la mujer extraña destilan miel, y su paladar es más blando que el aceite; más su fin es amargo como el ajenjo, agudo como espada de dos filos” (Proverbios 5:3-5).

“¿Tomará el hombre fuego en su seno sin que sus vestidos ardan? ¿Andará el hombre sobre brasas sin que sus pies se quemen?… Mas el que comete adulterio es falto de entendimiento; corrompe su alma el que tal hace” (Proverbios 6:27-28, 32).

Consecuencias físicas

Muchos de los que han caído en una vida inmoral han tenido la fortuna —o la astucia— de evitar un embarazo o una enfermedad venérea. El embarazo o la enfermedad son posibles consecuencias de la inmoralidad. Evitarlas puede mostrar previsión de parte del sujeto, pero eso no es moralidad. ¿Cuántas mujeres cristianas han tenido abortos? De las enfermedades podían curarse, pero ahora están apareciendo muchas enfermedades venéreas incurables como el SIDA.

Consecuencias mentales y emocionales

Muchas jóvenes que han cedido sus cuerpos al reclamo de sus amiguitos –y muchachos que han cedido sus cuerpos al reclamo de sus amiguitas, han aprendido luego la amarga lección de que en el fuego de la pasión brotan promesas de amor eterno y de entrega que cuando todo pasa se apagan en la indiferencia o el escarnio. Quedan desolados; entregaron algo que no podrán recobrar jamás.

La inmoralidad mancha de manera permanente la visión que una persona tiene del sexo. Muchos de los que buscaron disfrutar del sexo fuera del matrimonio describen que ya no lo pueden disfrutar en el matrimonio. La intimidad extramarital conduce a una relación vacía, su enfoque esta en el cuerpo y no en la persona.

Mucha gente joven trata de demostrar el amor en la entrega sexual. Pero cuando la relación carece de otros intereses en común suele aparecer el aburrimiento, seguido pronto de la falta de respeto. El acuerdo sexual es de hecho la manera más segura de ponerle fin a una buena relación. Y a la inversa, es también la manera más segura de prolongar un mal compromiso. Son muchos los que van al matrimonio como resultado de una relación sexual (una desastrosa consecuencia que afectara el resto de sus vidas).

Consecuencias espirituales

Si bien es cierto que es posible evitar las consecuencias físicas de la inmoralidad, y aun darles de lado a algunas de las mentales y emocionales, las que afectan a la esfera del espíritu son inevitables. Los antibióticos pueden curar algunas enfermedades. Ciertas precauciones pueden prevenir el embarazo. Hasta podría obtenerse un aborto sin que nadie se entere. Pero no hay descubrimiento científico ni médico capaz de soslayar el hecho de que Dios sabe y considera lo que usted hacer… y que en última instancia es solamente a Él a quien tendrá que dar cuenta de todos sus actos.

No es posible aislar la vida sexual de la vida espiritual. Los cristianos de Corinto trataron de hacer eso. Pensaron que podían participar de la idolatría y la inmoralidad en que habían crecido y permanecer en comunión espiritual con Dios. Pero Pablo les dijo que estaban equivocados. A Dios le interesa lo que yo hago con mi cuerpo, que es templo del Espíritu Santo.

Olvidar esto acarrea culpa, pena, indescriptible remordimiento. David lloró después de su adulterio con Betsabé: “Mi culpa se ha agravado como una carga demasiado pesada. Mis heridas se infectan repugnantes a consecuencia de mi inmoral locura. Estoy doblegado y he descendido muy bajo, el día entero lo paso lamentándome. Agudas punzadas abaten mi cuerpo, en el que no queda nada sano. Estoy debió y profundamente agobiado; derramo mi queja en agonía de corazón. La vista de mis heridas aleja a mis amigos, y mis vecinos se quedan a distancia. Mi dolor esta siempre delante de mi. Confieso mi iniquidad, mi pecado es la causa de mi aflicción”.

Fue Dios el que nos diseño con una curiosa fascinación por el sexo opuesto. El intento divino fue llevarnos a relaciones placenteras, con su más íntima realización en el matrimonio. Pero cuando profanamos lo que Dios quiso que fuera santo, nos frustramos a nosotros mismos, y uno al otro precisamente con los dones a los que Dios impartió belleza.

Consecuencias en la familia

Posiblemente usted querría que las consecuencias de su pecado recayeran únicamente sobre usted, pero sencillamente no es así. El adulterio afecta a su cónyuge, a los hijos, al resto de la familia, y hasta a las amistades.

Consecuencias en la iglesia

La inmoralidad de un cristiano se refleja sobre el nombre de Cristo, y es una desgracia para la reputación de la IGLESIA. No en balde el mundo no tiene en buen concepto a la IGLESIA ni a la cristiandad de hoy en día. No ven ninguna diferencia en nosotros respecto a la sociedad que nos rodea, ¿por qué habrían de ponerle atención a lo que proclamamos.

PERDÓN Y CAMBIO

¿Cuándo habrá Dios de perdonar?

El pecado sexual es grave, pero no será más allá de la gracia y el poder de Dios para perdonar.

Hay dos extremos que deben evitarse: Lo ilustro con lo que me dijo una mujer cristiana que estaba en proceso de divorcio, “yo sé que hago mal, pero Dios me perdonará si luego me arrepiento”.

Una de las tácticas más astutas del diablo es la de llevarnos a pensar que podemos ser infieles a nuestro santísimo Dios. Todo lo que tenemos que hacer, después de pecar, es pedirle a Dios que nos perdone. ¿Acaso no es eso lo que se supone que Él haga? O sea, que situamos a Dios con un compromiso —Él nos tiene que perdonar.

Andemos con mucho cuidado. Cuando se violan los designios de Dios hay consecuencias. Pero es que, cuando uno peca, ante los ojos de Dios esta cometiendo traición cósmica. Véase la parábola del hombre que debía 10 millones de dólares. Según la ley, el y sus descendientes habrían de ser vendidos como esclavos y trabajar de generación en generación hasta que la deuda fuese saldada. Pero el hombre fue ante el rey y le rogó: “Por favor, perdóname la deuda” y el rey así lo hizo.

Estamos inclinados a pensar que Dios simplemente levanta su mano y perdona el pecado. En la parábola el rey que perdono se quedó con una deuda de $10 millones. Fue, pues, mucho lo que le costo perdonar. ¿Se da usted cuenta? El rey tuvo que absorber la deuda el mismo.  Fue él quien la pagó.

¡Qué imagen tan gráfica del perdón de Dios! Dios no podría usar una varita mágica para perdonarnos. Si usted cree que sí, usted no comprende las profundidades del pecado. Dios puede perdonar nuestro pecado solamente porque ÉL MISMO asume el costo. El pago del pecado es muerte. Por eso Jesús puso por delante Su vida y la entregó en la cruz por nosotros.  El Hijo Santo de Dios murió porque nuestro pecado así lo exigía. Él fue al sacrificio, el que pago el precio por nuestros pecados. No había otro modo de saldar nuestra deuda, no existía otra manera de otorgarnos el perdón.

“Sin derramamientos de sangre no hay remisión de pecados”. Es así como agrado a Dios permitir a Su Hijo Jesús, derramar su sangre hasta morir. Eso es lo que le costo a Dios salir fiador de nuestra deuda moral. También es ese sacrificio lo que demuestra cuánto nos amó.

Si usted se llega a dar cuenta de la profundidad del sacrificio de Dios por sus pecados, podrá entonces captar dos verdades: una, que Dios le ama mucho; otra que Dios aborrece el pecado. Estos dos principios son razón suficiente para que usted cambie su estilo de vida.

Nadie debe tomar el pecado a la ligera. Cómo atrevernos a dar por sentado el perdón de Dios si no alcanzamos a comprender el costo de nuestros hechos pecaminosos.  No existe tal cosa como gracia barata y perdón fácil. Este, es pues el primer extremo: pensar a la ligera y dar por sentado el perdón de Dios. El otro extremo es pensar que los pecados graves personales son imperdonables y que de alguna manera se necesita tener penitencia para ganarse el perdón. Tal tipo de “obras”, sin embargo, indican que igualmente no comprendemos el perdón de Dios. Es como decir, “lo que hizo Cristo en la cruz no fue lo suficiente para lograr mi perdón completo”. Así menospreciamos a Jesús y nos hacemos a nosotros mismos nuestro propio Salvador. Tal actitud ofende grandemente a Dios, pues estamos despreciando a Su Hijo amado. No, el perdón jamás nos viene por nuestras penitencias —es un don gratuito de gracia de Dios.

¿Cuáles son las consecuencias de mi pecado?

Dios nos puede perdonar, pero aun así tenemos que vivir con las consecuencias de lo que escogemos. Viene a mi mente una señora en mi iglesia. Fumó durante 40 años. Dios ciertamente la perdonó por haber abusado de su cuerpo. Pero sus pulmones siguieron negros y su voz enronquecida.

¿Cómo puede uno cambiar?

Podríamos decir que el deseo de cambiar empieza en la mente. Así como el deseo sexual empieza en la mente, así también el cambio hacia la santidad empieza en la mente. Se produce una manera de pensar. Al principio se tiene una visión nueva y bíblica de la sexualidad. El entendimiento capta lo que Dios quiso que fuera.  Abandonemos el hábito de dar rienda suelta a la naturaleza pecaminosa.

Cambie su manera de pensar. Busque una vida en armonía con los designios y propósitos de Dios para no satisfacer los deseos pecaminosos.

Vístase de la nueva criatura hecha a la imagen de Dios en rectitud y santidad. Vivamos la clase de vida que vemos en aquellos personajes de la Biblia que tanto admiramos.

De acuerdo con lo que enseña Pablo del cristiano, la esperanza del mundo no está en nuevos programas, sino en gente renovada. Y la gente se renueva únicamente por obra de Jesucristo, el cual es nuestra ÚNICA esperanza.

Antes éramos hijos de las tinieblas. Ahora somos hijos de luz. La diferencia es la regeneración y no simplemente una nueva moralidad. Abogar por una nueva o más elevada moralidad jamás cambia a nadie. Eso solo nos enseña como cubrir o disimular nuestras faltas. El verdadero cambio tiene que comenzar en el corazón.  Es una mente renovada por el Espíritu de Dios lo que guiará nuestro pensamiento por sendas de piedad y rectitud.

En conclusión pensemos en la formula de San Pablo para un nivel más elevado de vida. Envuelve tres cosas:

Lo que somos: nuevas criaturas en Cristo
Como pensamos: nuestra mente sigue los rumbos de Dios y de la vida eterna
Como actuamos: una transformación en la manera de vivir que plazca a Dios.

Lo que une todo esto es la integración de la experiencia cristiana (lo que somos); luego la teología cristiana (lo que creemos); el ser, el pensar y el obrar.  Estas tres van juntas y jamás deben separarse.

Lo que uno es, como nueva criatura en Cristo, controla el pensamiento. Lo que uno piensa, como cristiano, determina la conducta.

La santidad no es algo que se encuentra en el camino, un estado al que se llega como por accidente. No es darle vida activa a lo que Dios ya ha obrado en nosotros. La vida piadosa y limpia ante Dios no es automática ni fácil, pero es la única esperanza de supervivencia para nuestra cultura entregada a una falsa sexualidad. Somos la nueva sociedad de Dios, el pueblo de Dios. Nos hemos despojado del viejo hombre —la vida anterior de entrega a los apetitos carnales— y nos hemos revestido del nuevo. Eso es lo que Cristo ha hecho por nosotros. De modo que hemos de recordar día a día quienes somos para no pecar.

Necesitamos un proceso diario de renovación mental, recordando lo que hemos aprendido acerca del Cristo. La verdad esta en Jesús, en Su Palabra. Guiados por ella pensamos cristianamente acerca de nosotros mismos, de nuestra relación con el sexo opuesto, de nuestra condición, de nuestra flaqueza y debilidad que a diario nos pone en peligro. Pero en lugar de reflexionar sobre lo débil que somos, reflexionemos en lo poderoso que es Jesucristo quien mora en nosotros. Tal conducta nos limpia de aquello que podría destruirnos, y nos pone en el camino que conduce a la justicia y el gozo de Cristo Jesús. Así cultivamos un andar cristiano de conformidad con nuestro Señor Jesús.