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Predicado la noche el sábado 25 de Marzo de 1860
en la Capilla de la Calle New park, Southwark, UK,
ante más de 5,000 personas
Este sermón ilustra la grandeza de su entrenamiento bíblico y la manera tan magistral que tenía para aplicar las verdades
bíblicas a sus escritos. Recomendamos leer el sermón contemplativamente.
“Pues he aprendido a contentarme cualquiera que sea mi situación”
Filipenses 4:11
El apóstol Pablo era un hombre muy erudito, pero entre sus múltiples adquisiciones en la ciencia, la menor no era esta —había aprendido a contentarse. Tal aprendizaje es mucho mejor que la mayor parte de lo que se adquiere en las escuelas. Su aprendizaje puede parecer respaldado en un estudio del pasado, pero con frecuencia quienes seleccionan las reliquias de la antigüedad con entusiasmo son irreflexivos acerca del presente y niegan los deberes prácticos de la vida diaria. Su aprendizaje puede abrir lenguas muertas a aquellos que nunca obtendrán ningún beneficio vital de las mismas. Mucho mejor es el aprendizaje del apóstol ya que es algo de utilidad siempre presente y del mismo modo sirve para todas las generaciones, uno de los más extraños y más deseables logros.
Yo coloco al vaquero más antiguo y al más erudito de nuestros hombres de Cambridge en el nivel más bajo, comparados con este sabio apóstol porque, de seguro, éste es el título más elevado en humanidades que un hombre pudiera alcanzar. Haber aprendido a estar contento cualquiera que fuera la situación. Notarás de inmediato, leyendo el texto superficialmente, que el estar contento en cualquier situación no es algo a lo cual, por naturaleza, el hombre sea propenso. Cizañas negativas crecen a ritmo acelerado: la codicia, el descontento, la murmuración son tan normales para el hombre como lo son las espinas al suelo. No hay necesidad de sembrar cardos y zarzas, ellas brotan naturalmente en cantidad suficiente porque son inherentes a la tierra sobre la cual reposa la maldición. Así que no hace falta enseñarles a los hombres a quejarse, ellos lo hacen lo suficientemente rápido sin que se les hayan enseñado. Sin embargo, las cosas preciosas que la tierra produce deben ser cultivadas. Si vamos a cosechar trigo, debemos arar y sembrar; si vamos a tener flores, debe existir un jardín y todos los cuidados que provea un jardinero. Ahora bien, el estar contento es una de las flores del cielo y si lo vamos a tener, debe ser cultivado.
No va a crecer en forma natural, sólo puede ser producida por la nueva naturaleza y aun así debemos ser especialmente cuidadosos y vigilantes para poder mantener y cultivar la gracia que Dios ha sembrado en ella. Pablo dice “he aprendido a estar contento”; lo cual quiere decir que hubo un tiempo en que no sabía cómo. Le costó algunos dolores alcanzar el misterio de esa gran verdad. Sin duda, algunas veces pensaba que había aprendido y entonces se venía abajo. También, con frecuencia, como los muchachos en la escuela, recibía llamados de atención; a menudo se hallaba con que esta tarea no era de fácil aprendizaje, y cuando al fin lo había logrado y podía decir “he aprendido a contentarme cualquiera que sea mi situación”, era un anciano canoso al borde de la tumba, un pobre prisionero encerrado en los calabozos de Nerón en Roma.
Mis hermanos, muy bien podríamos estar dispuestos a soportar las enfermedades de Pablo y compartir el frío calabozo con él, si pudiéramos también por algún medio alcanzar un grado tal de contentamiento. No se permitan, ninguno de ustedes, la ridícula idea de que pueden estar contentos sin un aprendizaje, o aprender sin disciplina. No es un poder que se pueda ejercer en forma natural, sino una ciencia que se debe adquirir gradualmente. Las mismas palabras del siguiente texto pueden sugerirnos esto, aun cuando no lo supiéramos por experiencia. No necesitamos que se nos enseñe a murmurar, pero sí a conformarnos a la voluntad y el agrado del Señor nuestro Dios.
Cuando el apóstol Pablo hubo proferido estas palabras, inmediatamente hizo un comentario sobre las mismas. Lee el versículo 12, “Sé vivir en pobreza, y sé vivir en prosperidad; en todo y por todo he aprendido el secreto tanto de estar saciado como de tener hambre, de tener abundancia como de sufrir necesidad“.
Observa, en primer lugar, que el apóstol dijo que sabía cómo estar humillado. Este es un aprendizaje maravilloso. Cuando todos los hombres nos honran, entonces podemos muy bien estar contentos. Pero, cuando el dedo del desprecio nos señala, cuando nuestro carácter es considerado de mala reputación y las personas nos abuchean al borde del camino, se necesita mucho conocimiento del evangelio para ser capaz de soportarlo con paciencia y alegría. Cuando estamos ascendiendo y creciendo en rango, honor, y estima humana se hace sencillo estar contento. Pero, cuando tenemos que decir con Juan el Bautista, “Yo debo menguar”, o cuando vemos algún otro siervo que ha avanzado hacia nuestra posición, y otro hombre llevando la palma que todos nosotros habíamos deseado sostener, no es fácil sentarse quietamente y, sin algún sentimiento de envidia, clamar con Moisés: “Ojalá todos los siervos de Dios fueran profetas”.
Oír que otra persona es alabada a expensas tuyas, hallar que tus propias virtudes son el complemento para exponer la excelencia superior de un nuevo rival —creo que esto va más allá de la naturaleza humana— ser capaz de sobrellevarlo con gozo y gratitud y bendecir a Dios. Debe haber algo noble en el corazón del hombre que es capaz de poner a un lado todos sus honores en la misma forma voluntaria en que los tomó, cuando puede alegremente someterse a Cristo para que le humille en cuanto a exaltarle y sentarle en un trono. Y aun así, mis hermanos, ninguno de nosotros ha logrado aprender lo que el apóstol sabía, si no estamos listos para glorificar a Cristo a través de la vergüenza, el descrédito y del reproche así como a través del honor y la estima entre los hombres, debemos estar listos a renunciar a todo por él. Debemos estar dispuestos a descender a fin de que el nombre de Cristo ascienda y ser así los más conocidos y glorificados entre los hombres. El apóstol dice “Sé cómo estar humillado”.
Su segunda pieza de conocimiento es igualmente valiosa, “Sé cómo abundar”. Hay grandes hombres que saben un poco acerca de cómo estar humillados pero no saben nada de cómo abundar. Cuando son puestos en el hoyo con José, miran hacia arriba y ven la promesa en las estrellas y la esperanza para escapar. Pero cuando se les coloca sobre el pináculo sus cabezas se marean y están listos para caer. Cuando eran pobres acostumbraban a batallar contra la pobreza, como dijo uno de nuestros grandes poetas nacionales:
“Aun muchas cosas, imposibles de pensar,
Han sido, por necesidad, traídas a la perfección.
La audacia del alma de ellas procede,
Agudeza de inteligencia y activa diligencia;
Prudencia inmediata y Fortaleza ella provee;
Y, si con paciencia es tomada, remienda nuestras vidas”.
Pero note en los mismos hombres después que el éxito ha coronado sus luchas. Sus problemas han terminado; se han enriquecido y sus bienes han aumentado. ¿No has visto con frecuencia a un hombre que de la nada ha surgido a la riqueza, cuán orgulloso de su bolsillo se convierte, cuán vano, cuán intolerante? Nadie hubiera pensado que ese hombre alguna vez tuvo una tienda; no creerías que en alguna época vendía una libra de velas, ¿o sí? Se engrandece tanto ante sus propios ojos que pareciera que la sangre de todos los Césares corre por sus venas. No conoce a sus antiguas amistades. Cuando el amigo familiar de otros tiempos ahora pasa, apenas se le reconoce con un movimiento de la cabeza. El hombre no sabe cómo abundar, se ha vuelto orgulloso, se ha exaltado a sí mismo pasándose de la raya. Ha habido hombres que durante un tiempo han sido exaltados a la popularidad en la iglesia. Han predicado con éxito y realizado algunas obras portentosas. Por ello la gente los ha honrado y con razón. Sin embargo, después se han convertido en tiranos, han codiciado la autoridad, han mirado con desdén a todos los demás como si los otros fueran pequeños pigmeos y ellos fueran enormes gigantes. Su conducta ha sido intolerable y pronto han sido echados de sus altas posiciones, porque no supieron cómo abundar.
En una oportunidad había un papel cuadrado colocado en el púlpito de George Whitefield, a manera de información, pidiendo esto: “Un joven que recientemente ha heredado una gran fortuna solicita las oraciones de la congregación”. Muy pronto la oración fue hecha ya que cuando vamos cuesta arriba necesitamos oración para podernos mantener firmes. Cuando vamos cuesta abajo en la fortuna no hay ni la mitad del temor de tropezar.
No existe situación más frecuente en que el cristiano deshonra su profesión en la prosperidad que cuando está siendo humillado. Hay otro peligro —el peligro de volverse mundano. Cuando un hombre ve que su riqueza aumenta es maravilloso como el oro se adhiere a los dedos. La persona que tenía lo suficiente piensa que si tuviera más de lo necesario se volvería extremadamente liberal. Cuando tenía una billetera con apenas centavos su corazón era acaudalado, pero ahora con una billetera acaudalada su corazón es de centavos. Se da cuenta que el dinero es pegajoso y no se lo puede quitar de encima. Habrá oído usted acerca de una araña llamada “tejedora de dinero”. No sé por qué la llaman así, excepto que es uno de esos tipos de araña que no se puede quitar de los dedos. Se ubica en una mano, luego en la otra, después en la manga; está aquí y allá y no puedes deshacerte de ella a menos que la aplastes totalmente. Así es con muchos que abundan.
El oro es algo bueno cuando se usa —la fortaleza, los pilares del comercio y de la caridad— pero es algo malo en el corazón y engendra una “repugnante úlcera herrumbrosa”. El oro es algo bueno para pararse sobre él, pero algo malo cuando está sobre los lomos o la cabeza de uno. No importa mucho, aunque sea una tierra preciosa con la cual un hombre es enterrado vivo. ¡Oh cuántos cristianos hay que parecen haber sido destruidos por sus riquezas! ¡Cuánta pobreza de alma y negación de cosas espirituales han sido traídas mediante las misericordias y magnificencia de Dios! Con todo, este no es un asunto de necesidad ya que el apóstol Pablo nos dice que el sabía cómo tener abundancia. Cuando tenía mucho, sabía cómo usarlo. Le había pedido a Dios que le mantuviera humilde —que cuando tuviera las velas desplegadas hubiera abundante lastre, que cuando su copa estuviera rebosando no le permitiera que se desperdiciara, que en sus tiempos de abundancia estuviera dispuesto a dar a aquellos en necesidad— y que como un mayordomo fiel mantuviera todo lo que tenía a disposición de su Señor.
Este es un aprendizaje divino. “Sé, tanto, cómo estar humillado, así cómo tener abundancia”. El apóstol continúa diciendo “en todo y por todo he aprendido el secreto tanto de estar saciado como de tener hambre”. Permítame decirle que es una lección divina saber cómo estar saciado, porque los israelitas estuvieron saciados una vez y mientras la carne estaba todavía en sus bocas la ira de Dios vino sobre ellos. Han habido muchos que han pedido misericordia para satisfacer los deseos de sus propios corazones, como está escrito “la gente se sentó a comer y beber y se levantó a jugar”. La saciedad de pan con frecuencia ha producido saciedad de sangre y eso ha traído la destrucción de espíritu. Cuando los hombres disfrutan de demasiadas misericordias de Dios —es extraño que tengamos que decir esto y aun así es una gran realidad— cuando los hombres tienen mucho de las providenciales misericordias de Dios, con frecuencia ocurre que tienen muy poco de la gracia de Dios, y poca gratitud por las bondades que han recibido. Están saciados y se olvidan de Dios; estan tan satisfechos con la tierra que están contentos sin el cielo.
Con el descanso asegurado, mis queridos oyentes, es más difícil saber cómo estar saciado que saber cómo estar hambriento. Saber cómo tener hambre es una aguda lección, pero saber cómo estar saciado es, después de todo, la lección más difícil. ¡Tan desesperada es la tendencia de la naturaleza humana al orgullo y al olvido de Dios! Tan pronto como nunca antes, cuando tenemos una doble reserva de maná y empezamos a acapararlo, cría gusanos y se convierte en fetidez ante las fosas nasales de Dios. Tenga cuidado y pida en sus oraciones que Dios le enseñe cómo estar saciado.
Más aún, el apóstol sabía cómo experimentar los dos extremos de la saciedad y el hambre. ¡Esa sí que es una prueba! Tener un día un camino esparcido con misericordias, y al día siguiente encontrar el suelo debajo suyo estéril de toda comodidad. Puedo imaginarme inmediatamente al hombre pobre contento con su pobreza porque ha estado habituado a ella. Es como un ave que ha nacido en una jaula y no sabe lo que significa la libertad. Pero, para un hombre que ha tenido muchos bienes de este mundo y se ha visto saciado, verse reducido a la absoluta miseria es como el ave que una vez remontaba el vuelo en lo más alto pero ahora está enjaulada.
Esas pobres alondras que a veces usted ve en las tiendas, parecieran estar siempre mirando hacia arriba y continuamente están picoteando los alambres, agitando sus alas y queriendo salir volando. Así será con usted a menos que la gracia le prevenga. Si ha sido rico y se desmorona hasta la pobreza, hallará que es difícil saber “cómo estar con hambre”. En efecto, mis hermanos, ésta debe ser una lección aguda. A veces nos quejamos de los pobres, que ellos murmuran. ¡Ah! Nosotros de seguro murmuraríamos mucho más que ellos si su suerte cayera sobre nosotros. Sentarse a la mesa donde no hay nada qué comer, y cinco o seis niños llorando pidiendo pan sería suficiente para quebrantar el corazón del padre. O para la madre, cuando su esposo ha sido llevado a la tumba, mirando alrededor en el hogar golpeado por la melancolía, apretando contra su pecho al recién nacido infante y mirando a los otros, con un corazón enviudado recordando que ellos están sin un padre que busque su sustento. ¡Oh! Se necesita mucha gracia para saber cómo estar con hambre.
Y para el hombre que está en situación de perdición y ha estado caminando por toda Londres —quizás unas mil millas— para encontrar un sitio y no lo puede hallar, llegar a casa y saber que cuando vea a su esposa la primera pregunta que le hará ella será “¿Has traído algo de pan a la casa?” “¿Has encontrado algo qué hacer?”. Y tener que decirle “No, no se han abierto puertas para mí”. Es difícil experimentar hambre y sobrellevarlo con paciencia. He tenido que sentir admiración y mirar con cierta reverencia a algunos de los miembros de esta iglesia, cuando casualmente he llegado a saber, algo después, de sus privaciones. Ellos no se lo habían dicho a nadie ni tampoco acudieron a mí sino que sufrieron sus dolores en secreto. Lucharon heroicamente a través de todas sus dificultades y peligros y salieron más que victoriosos. ¡Ah! Hermanos y hermanas, cuando lo ven en un libro parece una lección fácil, pero no es así de sencillo cuando lo llegan a poner en práctica. Es difícil saber cómo estar saciado, pero es algo severo saber cómo tener hambre. “Nuestro apóstol había aprendido ambas, tanto cómo estar en abundancia así como sufrir necesidad”.
Habiendo así expuesto ante ustedes el comentario del mismo apóstol Pablo, ampliando las palabras de mi texto, permítanme regresar al pasaje original. Ahora, usted podría preguntar mediante cuál vía de estudio adquirió el este marco mental de paz. Y de una cosa podemos estar completamente seguros, no fue por un estoico proceso de autocontrol, sino simple y exclusivamente por la fe en el Hijo de Dios. Puede usted imaginar con facilidad a un aristócrata, cuya casa es morada de lujo. Viaja por muchos lugares del extranjero con propósitos de descubrimientos científicos, o va al frente para comandar alguna expedición militar al servicio de su país. En ambos casos el puede estar contento con su pasaje y sentir que no hay nada de lo cual lamentarse. ¿Por qué? Porque no tenía derecho a esperar nada mejor; porque no había punto de comparación con su rango, su fortuna o su posición social en casa. De igual manera nuestro apóstol. El había dicho “Nuestra familiaridad o ciudadanía está en los cielos”. Al transitar por la tierra como un peregrino y extranjero se sentía contento de tener el pasaje de viajero. O, cuando entraba al campo de batalla no tenía motivo de queja cuando rodearan su senda las aflicciones y los peligros, mientras que en otros momentos una tregua le daba algo de tranquilidad y agradables intermedios.
Nuevamente, aludiendo al texto, observará que la palabra “inmediatamente” está escrita en cursiva. Si por ello no la omitimos debemos hacer un fuerte hincapié sobre su interpretación. No hay nada en el hambre, o la sed, o la desnudez, o el peligro, que nos invite a estar contentos. Si bajo dichas circunstancias, nos sentimos contentos debe ser por motivos más elevados de los que nuestra propia condición nos lo permite. El hambre es una punzante espina cuando está en manos de la necesidad severa. Pero el hambre puede ser soportado durante una hora cuando la conciencia hace que un hombre esté dispuesto a ayunar. El reproche puede tener un amargo colmillo, pero puede ser valientemente soportado cuando estoy motivado por un sentido de justicia de mi causa. Ahora bien, Pablo consideraba que todos los males que le habían sobrevenido eran sólo episodios en el servicio a su Señor. De modo que, por el amor de llevar el nombre de Jesucristo, las dificultades del servicio o la auto-humillación eran cargas livianas sobre sus hombros, y eran toleradas alegremente por su corazón.
Hay todavía una tercera razón por la cual Pablo estaba contento, y la voy a ilustrar. Muchos veteranos de guerra encuentran gran placer en narrar los peligros y sufrimientos de su vida pasada. Miran atrás con más que contentamiento, muy a menudo con autocomplacencia pensando en los terribles peligros y dificultades de su heróica carrera. Con todo, la sonrisa que ilumina sus ojos y el orgullo que se ubica en su noble frente arrugada a medida que narra sus historias no estaban allí cuando el se encontraba en medio de las escenas que ahora está describiendo. Es únicamente cuando los peligros ya han pasado, cuando los temores han disminuido, y el asunto ha terminado, que su entusiasmo se enciende como refulgente llama. Sin embargo, Pablo aquí se encuentra en posición de ventaja. El dijo “En todas estas cosas somos más que vencedores”. Observe su viaje a Roma. Cuando el barco en que navegaba fue atrapado y arrastrado por un viento tempestuoso; cuando la oscuridad cubría los cielos; cuando, durante muchos días, no aparecían ni el sol ni las estrellas; cuando la esperanza se debilitaba en todos los corazones —sólo él sobrellevaba la situación con ánimo viril. ¿Por qué? El ángel del Señor estaba a su lado y le decía “No temas”. Su fe era una fe predestinacionista y, como tal, él estaba tan serenamente contento cuando las tribulaciones cundían como también cuando terminaban.
Y ahora, deseo presentar la lección de mi texto muy brevemente a los ricos, un poco más en detalle a los pobres, y luego con mucha compasión y orientación a los enfermos — a aquellos que están pasando pruebas de dolor en sus personas a causa del sufrimiento.
En primer lugar, a los RICOS. El apóstol Pablo dice “Pues he aprendido a contentarme cualquiera que sea mi situación”. Ahora bien, algunos de ustedes tienen, en lo referente a sus circunstancias, todo lo que sus corazones pueden desear. Dios les ha colocado en tal posición que no tienen que trabajar duro con sus manos, ni con el sudor de sus frentes ganar el sustento. Ustedes pensarán que es innecesario que reciban alguna exhortación para estar contentos. ¡Ay! Mis hermanos, un hombre puede estar muy descontento aunque sea muy rico. Es muy posible que el descontento se sienta tanto en el trono, como que lo haga en una silla —una pobre silla, con el espaldar roto, en una casucha. Recuerde que el contentamiento de un hombre está en su mente no en la multitud de sus posesiones. Alejandro Magno, con todo el mundo a sus pies, clama por otro mundo por conquistar. Se siente triste porque no hay otros países a los cuales pueda extender victoriosamente sus brazos y sumergir sus lomos en la sangre de su prójimo para aplacar la sed de su insaciable ambición. A ustedes que son ricos es necesario darles la misma exhortación que a los pobres: “aprendan a estar contentos”. Muchos ricos que tienen una propiedad no se encuentran satisfechos porque hay un pequeño pedazo de terreno que pertenece a su vecino. Como la viña de Nabot que el rey de Israel necesitaba para edificar un jardín muy cerca de su palacio. El dijo, “¿Qué importa que tenga todas estas hectáreas de terreno si no puedo tener la viña de Nabot?
Seguramente un rey debería sentirse avergonzado de anhelar ese miserable medio acre del patrimonio de un pobre. Sin embargo, así es. Los hombres con vastas propiedades, las cuales apenas son capaces de sobrellevar, tienen esa vieja sanguijuela equina en sus corazones que grita “¡Dame, Dame! ¡Más, más!”. Ellos pensaban, cuando tenían poco, que si llegaban a tener diez mil libras esterlinas les sería suficiente. Las obtuvieron y ahora quieren veinte mil libras esterlinas. Cuando tienen eso, todavía quieren más. Sí, y si lo tuvieran, sería “¡Un poco más!” Así sería continuamente. A medida que aumentan sus posesiones, también aumentará el deseo de adquirir propiedades. Debemos, entonces, insistir con esta exhortación a los ricos que “aprendan, cualquiera que sea su situación, a estar contentos”.
De paso, hay otro peligro que frecuentemente aguarda al hombre rico. Cuando tiene suficientes propiedades y riqueza, no siempre tiene suficiente honor. Si la reina lo hiciera un juez de paz de la nación, ¡cuán glorioso llegaría a ser mi señor! Hecho esto, nunca estaría satisfecho hasta ser nombrado caballero; y si fuera nombrado caballero, nunca estaría contento hasta no llegar a ser un barón; y mi señor nunca estaría satisfecho hasta no ser un conde; ni estaría completamente contento a menos que fuera un duque; y entonces ni así estaría satisfecho del todo a menos que hubiera un reino para él en algún lugar. A los hombres no les satisface con facilidad el honor. El mundo podría inclinarse a los pies de un hombre y entonces este le pediría al mundo que se pusiera de pie y se inclinara nuevamente, y que lo continuaran haciendo por siempre, porque la codicia de honor es insaciable. Aun cuando un hombre recibiera todos los honores, como cuando el rey Asuero convirtió a Amán en el primer hombre del imperio, esto no le aprovecharía de nada mientras Mardoqueo continuara a la puerta y no se inclinara ante mi señor Amán. ¡Oh! Hermanos aprendan a estar contentos cualquiera que sea su situación.
Ahora quiero dirigirme a los ancianos y diáconos de esta iglesia. Hermanos, aprendan a estar contentos con el oficio que ocupan sin envidiar ningún honor superior para exaltarse a ustedes mismos. Me observo a mí mismo, observo el ministerio, observo a todos nosotros en nuestras posiciones y títulos en la iglesia de Cristo; debemos estar contentos con el honor, pero contentos al punto de renunciar a todo eso sabiendo que después de todo es apenas una ráfaga de aliento. Estemos dispuestos a ser los siervos de la iglesia y a servirles por nada, y aun si fuera necesario sin la recompensa de recibir las gracias de parte de ellos, pero sí que podamos recibir al final las palabras buenas y correctas de los labios de nuestro Señor Jesucristo. Debemos aprender, cualquiera que sea nuestra situación a estar contentos.
Con un poco más de detenimiento quiero aconsejar a los POBRES. El apóstol dice “He aprendido, cualquiera que sea mi situación, a estar contento”. Una gran mayoría de mi actual congregación pertenece a aquellos que trabajan fuerte y, tal vez, sin reflexionar de manera cruel sobre ellos, podrían ser colocados al final de esta lista de los pobres. Ellos tienen lo suficiente, apenas lo suficiente, y a veces se ven reducidos a la estrechez. Ahora, queridos amigos, recuerden ustedes que son pobres, que hay dos clases de gente pobre en el mundo. Hay aquellos que son pobres en el Señor, y los hay pobres en el maligno. En cuanto a los pobres del maligno: se llegan a pauperizar por su propia ociosidad, sus propios vicios, su propia extravagancia. Esta noche no tengo nada que decirles a ellos. Hay otra clase de pobres, los pobres en el Señor. Ellos son pobres a través de pruebas providenciales, pobres pero laboriosos —trabajando para obtener todas las cosas honestamente a la vista de todos los hombres— pero aun así todavía continúan, a través de una inescrutable providencia, siendo contados entre los pobres y necesitados.
Ustedes me disculparán, hermanos y hermanas, por exhortarles a estar contentos: y aun así, ¿por qué debería disculparme, ya que no es sino parte de mi oficio despertarlos a ustedes a todo lo que sea puro y amoroso y de buena reputación? Les suplico que en sus humildes círculos cultiven el contentamiento. No sean ociosos. Busquen, si puede, con una habilidad superior, perseverancia constante y moderación económica, elevar su posición. No sean tan extravagantes como para vivir completamente sin cuidado o meticulosidad ya que aquel que no provee para su propia familia con cuidadosa previsión es peor que un pagano y publicano. Sin embargo, al mismo tiempo estén contentos y, donde Dios les haya colocado esfuércense por adornar esa posición, agradézcanle y bendigan su nombre. ¿Debo darles algunas razones para que hagan eso?
Recuerde que si es pobre en este mundo, así lo fue también su Señor. Un cristiano es un creyente que tiene compañerismo con Cristo, pero un cristiano pobre tiene abierto delante de sí una dimensión especial de compañerismo con Cristo. Su Maestro usó el atuendo de un campesino y habló con acento de campesino. Sus compañeros fueron pescadores incansables. El no fue de aquellos que estaban ataviados de púrpura y lino fino y comían y bebían con suntuosidad todos los días. El sabía lo que era estar hambriento y sediento, mejor dicho, El era más pobre que tú porque no tenía ni dónde reclinar su cabeza. Que esto sea un consuelo para ti. ¿Por qué debería estar un discípulo por encima de su Maestro, o un siervo sobre su Señor? Más aún, en tu pobreza eres capaz de tener comunión con Cristo. Puedes preguntar, “¿Era Cristo pobre?” ¿Puedo yo ser partidario con Él en su pobreza? ¿Estaba el cansado y se sentó así en el pozo? Yo también estoy cansado y puedo tener compañerismo con Cristo en ese sudor que el se limpió de su frente”. Algunos de ustedes, hermanos, no pueden ir al extremo que pudieran; sería erróneo intentar hacerlo ya que la pobreza voluntaria es perversidad voluntaria. Pero, puesto que Dios le ha hecho a usted pobre, tiene usted la facilidad de caminar con Cristo donde otros no pueden. Puedes ir con el a través de todas las profundidades de la atención y la congoja, y seguirle casi hasta el desierto de la tentación cuando estás en tu estrechez y dificultades por falta de pan. Que esto te anime y consuele, te haga feliz en medio de tu pobreza, porque tu Señor y Maestro es capaz de condolerse tanto como de socorrer.
Permíteme recordarte nuevamente que debes estar contento porque, de otra manera, vas a contradecir tus propias oraciones. Te arrodillas en la mañana y dices “¡Hágase tu voluntad!” Supón que te levantas y deseas tu propia voluntad y te rebelas contra la provisión de tu Padre celestial, ¿no te has convertido a ti mismo en un hipócrita? El lenguaje de tu oración está en discrepancia con lo que siente tu corazón. Que siempre sea suficiente para ti el pensar que estás donde Dios te ha colocado. ¿No has oído la historia del heróico muchacho que estaba a bordo de un barco en llamas? Cuando su padre le dijo que se parara en cierta parte del barco, el no se iba a mover hasta que su padre se lo pidiera sino que se mantendría firme cuando el barco se incendiaba. Aunque se le advirtió del peligro el se mantuvo en su posición. El estaría allí hasta que su padre le dijera que se moviera. El barco explotó y el joven pereció manteniendo su fidelidad. ¿Habrá de ser un hijo más fiel a un padre terrenal que nosotros lo debiéramos ser a nuestro Padre que está en los cielos? El ha ordenado todas las cosas para nuestro bien y ¿acaso se olvidará de nosotros? Creamos que cualquier cosa que El disponga para nosotros es lo mejor; escojamos más bien hacer Su voluntad que la nuestra. Si hubiera dos lugares, uno de pobreza y otro de riquezas y honra, si dependiera de mi elección, que sea mi privilegio poder decir “No obstante, no sea como yo quiero sino como tú deseas”.
Otra reflexión sugiere lo mismo. Si eres pobre deberías estar muy contento con tu posición porque, dependiendo de ella, es la que mejor se acomoda a ti. La inerrante sabiduría echa tu suerte. Si fueras rico no tendrías tanta gracia como la que tienes ahora. Tal vez, Dios sabía que si no te hubiera hecho pobre nunca te podría llevar al cielo; así, te ha mantenido donde estás para poderte conducir allá. Supón que hay un barco de gran tonelaje que debe ir río arriba y en una parte del río hay una parte poco profunda, si alguien preguntara “¿Por qué el capitán no condujo su barco por la parte profunda del canal?” Su respuesta sería, “Porque de ninguna manera llegaría al puerto si no tomara el curso del río”. Entonces, pudiera ser que tú permanecieras encallado y sufrieras un naufragio si tu Divino capitán no hiciera que siempre siguiera el curso de la parte más profunda del agua e hiciera que fueras donde la corriente fluye con la mayor velocidad.
Algunas plantas mueren si están demasiado expuestas; pudiera ser que tú estés plantado en alguna parte del jardín, a la sombra, donde no recibes tanto sol como te gustaría, pero estás puesto allí como una planta de su propio plantío de justicia para que lleves fruto hasta la perfección. Recuerda esto, si hubiera habido cualquier otra condición mejor para ti que aquella en la que estás, Dios te hubiera colocado allí. Has sido colocado en el lugar más adecuado y si hubieras tenido la oportunidad de elegir tu suerte media hora después, hubieras regresado y dicho “Señor, escoge por mí, porque después de todo no escogí lo mejor”. Tal vez han oído la antigua fábula de Esopo, acerca de unos hombres que se quejaban de sus cargas a Júpiter quien, airado, le pidió a cada uno que se deshiciera de sus cargas y tomara la que más le gustara. Todos estuvieron de acuerdo en hacerlo así.
Había uno de los hombres que era cojo de una pierna y pensaba que le iría mejor si fuera tuerto; el hombre que era tuerto pensó que le iría mejor si tuviera que soportar ser pobre y no tuerto; mientras que el hombre que era pobre pensaba que la pobreza era el peor de todos los males y que no le importaría llevar las enfermedades del hombre rico si pudiera tener sus riquezas. Así que todos ellos hicieron un intercambio. Pero, cuenta la fábula que después de una hora todos regresaron pidiendo volver a tener sus propios males porque encontraron que sus males originales eran mucho más ligeros que el que ellos tomaron por elección propia. Del mismo modo pasará con ustedes. Entonces conténtate, no puedes mejorar tu suerte. Toma tu cruz; no puedes tener una mejor prueba que la que tienes, es la mejor para ti; es la que mejor te pasa por el tamiz; te hará el mejor bien y demostrará ser el medio más efectivo para perfeccionarte en toda buena palabra y obra para la gloria de Dios.
Y de seguro, mis queridos hermanos si yo necesitara añadir otro argumento del por qué deberían estar contento, sería este: cualquiera sea tu dificultad, no será por mucho tiempo. Puede ser que no tengas una propiedad en la tierra, pero tienes una grande en los cielos, y tal vez esa propiedad en el cielo sea tan grande a causa de la pobreza que has tenido que soportar aquí abajo. Puede que a duras penas tengas una casa para cubrir tu cabeza, pero tienes una mansión en los cielos —una casa no hecha con manos. Puede que tu cabeza, a menudo, tenga que reposar sin una almohada, pero un día va a llevar una corona. Tus manos pueden estar ampolladas por el trabajo arduo, pero ellas van a recorrer las cuerdas de arpas de oro. Puede que a menudo te vayas a casa a cenar hierbas, pero allá vas a comer pan en el Reino de Dios y te vas a sentar en la cena de las bodas del Cordero.
“El camino puede ser áspero, pero no será largo,
Así que lo suavizaremos con esperanza y vitorearemos con canto”.
Sin embargo, un poco más, el doloroso conflicto terminará. Valor, camaradas, valor —túnicas relucientes para los conquistadores. Valor, mis hermanos, valor, vosotros llegaréis a ser ricos más pronto de lo que habéis soñado. Tal vez no aun ahora, pero a un paso entre tú y tu herencia. Puedes ir a casa, por ventura, tiritando con el frío viento del invierno, pero antes que despunte el amanecer estarás en el seno del Maestro. Entonces carga con tu suerte, carga con ella. No permitas que el hijo de un rey, que tiene una propiedad más allá de las estrellas, murmure como los demás. Después de todo no eres tan pobre, como lo son aquellos que no tienen esperanza. Aunque puedas parecer pobre, eres rico.
No permitas que tus vecinos pobres te vean desconsolado, sino déjales ver en ti aquella santa serenidad, aquella dulce resignación, aquella misericordiosa sumisión que hace del hombre pobre más glorioso que el que usa una diadema y levanta del polvo al hijo de su rústica morada y lo coloca entre los príncipes de sangre real del cielo. Estén contentos, hermanos, estén satisfechos y contentos. Dios va a hacerte aprender a estar contento cualquiera que sea tu situación.
Y ahora, sólo una o dos palabras para quienes ESTÁN SUFRIENDO. Todos los hombres nacen para la pena, pero sólo algunos nacen para tener una doble porción de la misma. Como entre los árboles, así es entre los hombres, los hay de distintos tipos. El ciprés parece haber sido creado especialmente para erguirse a la cabecera de las tumbas y ser un plañidero. Así, hay algunos hombres, y mujeres, que parecen haber sido hechos a propósito para el llanto. Son los Jeremías de nuestra raza, con poca frecuencia conocen de alguna hora en que estén libres de dolor. Sus pobres cuerpos cansados han sido arrastrados a través de una vida miserable, tal vez enfermiza desde su nacimiento, sufriendo una enfermedad penosa que no les permitirá conocer ni la alegría ni el retozo de la juventud. Ellos van creciendo para el luto, y cada año de sufrimiento sumerge la rejilla de su arado más profundo entre sus frentes y ellos son propensos —¿y quién los puede culpar?— son propensos a murmurar y dicen “¿Por qué soy así? No puedo disfrutar los placeres de la vida como los demás, ¿por qué es así? Alguna pobre hermana dice, “¡Oh, el deterioro ha puesto su mirada en mí, esa enfermedad maligna ha blanqueado mis mejillas”!
¿Por qué debería yo llegar a la casa de Dios, a duras penas capaz de respirar, y luego de sentarme allí agotado por el calor del abarrotado santuario, regresar a casa y prepararme para entrar en la faena diaria, la cual es muy pesada para mí? Además, mi misma cama no me da reposo y mis noches las paso asustado con visiones y aterrorizado con sueños, ¿por qué es esto?”. Yo les digo esto, hermanos y hermanas, lloren. No somos quien para culparles porque cuando estamos enfermos no lo toleramos y nos quejamos más que ellos. Yo admiro la paciencia porque siento que yo mismo no la tengo. Cuando veo a un hombre sufriendo, y sufriendo valientemente, con frecuencia me siento pequeño en su presencia. Me asombro, sí, y admiro y amo a este hombre que puede sobrellevar el dolor y hablar tan poco acerca del mismo. Nosotros, que por naturaleza somos saludables y fuertes, cuando sufrimos, a duras penas lo podemos resistir. El César chilla como una niña enferma, e igual lo hacen algunos de los más fuertes cuando se derrumban, mientras que aquellos que siempre están soportando el sufrimiento lo llevan como héroes —mártires del dolor— y con todo no pronuncian una queja.
Allí está el bueno de Juan Calvino, durante toda su larga vida fue víctima de enfermedades. Era un manojo de enfermedades. Su rostro, cuando era joven, a juzgar por los diferentes retratos suyos, exhibía los signos de decaimiento, y aunque vivió un largo rato siempre daba la impresión de que iba a morir al día siguiente. En la más profunda de sus agonías, al sufrir de severos dolores en la columna vertebral y una enfermedad aguda, el único grito que se le conoce haber pronunciado fue “Domine usquequo? “¿Hasta cuándo, Señor? ¿Hasta cuándo, Señor?”. Nunca usó una expresión más lamentable que esa. ¡Ah!, pero nosotros damos voces contra el aguijón protestando y quejándonos. Hermanos y hermanas, la exhortación para ustedes es para que estén contentos. Sus dolores son agudos, con todo “sus golpes son menores que tus crímenes y más livianos que tu culpabilidad”. Cristo te ha librado de los dolores del infierno. ¿Por qué debería quejarse un ser humano? Con tal que estés fuera del infierno la gratitud debe alternarse con tus gemidos.
Además, recuerda que todos estos sufrimientos son menores que sus sufrimientos. “¿No habéis podido velar una hora con tu Señor?” El cuelga del madero con la miseria del mundo en sus entrañas, ¿acaso no puedes tu sobrellevar estas miserias menores que han caído sobre ti? Recuerda que todos estos castigos obran para tu beneficio; todos te preparan, cada golpe de la vara de tu Padre te lleva más cerca de la perfección. La llama no te hace daño, solamente te refina y quita tu escoria. Recuerda también que tu dolor y enfermedad ya han sido de tanta bendición para ti que nunca deberías rebelarte. “Antes de ser afligido me había perdido, pero ahora he guardado tu palabra”. Has contemplado más del cielo a través de tu enfermedad de lo que jamás hubieras podido ver si hubieras estado bien.
Cuando estamos bien somos como hombres en una choza, no podemos ver mucha luz. Pero cuando llega la enfermedad y remueve la choza, hace caer el barro, los adobes en la pared se remecen y hay una o dos grietas donde los rayos de sol provenientes del cielo se dejan ver. Los hombres enfermos pueden ver mucho más de la gloria, que los hombres cuando están saludables. Este duro corazón nuestro, cuando está tranquilo, crece en injusticia. Cuando las cuerdas de nuestra arpa están todas desencordadas producen mejor música que cuando están bien encordadas. Hay algunas notas celestiales que nunca nos llegan sino cuando estamos encerrados en la cámara oscura. Las uvas deben ser presionadas antes que el vino destile. La obra de horneado es necesaria para hacernos útiles en el mundo. Deberíamos ser lo más pobres que se llegara a ser si no estuviéramos a veces enfermos. Tal vez, tú que con frecuencia eres probado y experimentas dolores, hubieras sido de escaso valor en la viña de Cristo si no hubiera sido por estas pruebas de tu fe.
Tu tienes un llenado definido, pero si no hubieras sido bien llenado no podrías haber sido un instrumento adecuado para el uso del Maestro, hubieras estado muy oxidado. Si él te hubiera mantenido siempre libre de sufrimiento, a menudo te hubieran faltado aquellas dulces bebidas que el Médico de las almas administra a sus desfallecidos pacientes.
Entonces estén contentos. Pero siento como si a duras penas puedo decirlo porque yo mismo no estoy enfermo. Cuando una vez me presenté ante ustedes, después de pasar por la cámara del sufrimiento, pálido, flaco, enfermo y en mala condición, recuerdo haberme dirigido a ustedes usando ese texto de tal forma que aun bendijo a algunos en la lejana América, “Si es necesario que estén en pesar a través de múltiples tentaciones”. Entonces pienso que muy justamente puedo haberles dicho “Cualquiera que sea su situación, estén contentos”, pero ahora que yo mismo no estoy sufriendo, no siento como si lo pudiera decir con tanta audacia como lo hice en ese entonces. Sin embargo, así sea hermanos y hermanas, traten si pueden e imiten a este querido apóstol Pablo. “He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación”.
Antes de despedirles, hay todavía otra oración. Para ti que no amas a Cristo, recuerda que eres la persona más miserable en el mundo. Aunque puedan pensar de sí mismos que son felices, ninguno de nosotros cambiaría de lugar con el mejor de ustedes. Aun si estuviéramos enfermos, muy pobres, y al borde del sepulcro, si ustedes entraran y nos dijeran “Ven, cambiaré de lugar contigo. Tu tendrás mi oro, mi plata, mis riquezas y mi salud” y lo demás, ningún cristiano que esté vivo cambiaría de lugar contigo. No nos detendríamos a deliberar, les daríamos de inmediato nuestra respuesta: “No, sigue tu camino y disfruta lo que tienes; pero todos tus tesoros son pasajeros, muy pronto pasarán. Nosotros mantendremos nuestros sufrimientos y ustedes guardarán sus juguetes llamativos”. No hay infierno para los santos sino lo que sufren aquí en la tierra; no hay cielo para los pecadores sino lo que tienen aquí en su pobre y atribulado mundo. Nosotros tenemos nuestros sufrimientos aquí y nuestra gloria después; ustedes pueden tener su gloria aquí pero tendrán sus sufrimientos por la eternidad. Que Dios les conceda nuevos corazones y espíritus rectos, una fe viva en un Jesucristo vivo. Entonces les podré decir como le he dicho a los demás: hombre, cualquiera que sea tu situación, conténtate.