Dios Sonríe: Salmo 2:4 – Jonás 4:4

Publicado por Editorial Clie

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Dios Sonríe: Salmo 2:4 – Jonás 4:4

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El que mora en los cielos se reirá. —Sal. 2:4
¿Haces bien en enojarte tanto? —Jon. 4:4

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ESQUEMA

  1. La gran rebelión.
  2. La sonrisa de Dios.
  3. El buen humor como don cristiano.

CONTENIDO

El salmo número dos es el primero de los salmos reales o mesiánicos, llamados así porque destacan o alaban las virtudes de algún rey de Israel. En él se describe una acción histórica dramática. La subida de un rey al trono de Israel, tal vez del propio David, había despertado las envidias y amenazas de los reyes vecinos. Rebelarse contra la persona del rey, el ungido de Dios, era en aquella época corno rebelarse contra Dios mismo. Salta a la vista, en seguida, que lo que se dice de este rey puede aplicarse perfectamente al Mesías: «el ungido de Jehová”, “mi hijo eres tú”, “te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra”, etc. Desde la perspectiva del Nuevo Testamento, el rey ungido es el Señor Jesucristo. Por tanto, es posible afirmar que este salmo tiene carácter de testimonio profético.

1. La gran rebelión

Este mismo complot universal del que se nos habla aquí se produjo tan pronto como Jesús, el rey de los judíos, hizo su aparición en el mundo. Inmediatamente se aliaron Jerusalén y Roma, así como el Sanedrín y Pilato, para condenar al ungido de Dios. Cristo seguiría siendo piedra de tropiezo para los judíos y locura para los grecorromanos. Algunos personajes importantes de la Historia, como Saulo de Tarso, Herodes Antipas o los emperadores romanos, Nerón, Domiciano y Diocleciano, ilustran, por desgracia, la furia y la saña con la que se atacó desde el principio al Cristianismo.

En el fondo, la rebelión contra Dios y Jesucristo siempre ha tenido el mismo móvil: el deseo de emancipación moral, querer salir de la patria potestad de Dios, de la sujeción moral y espiritual del Padre. Es decir, abandonar definitivamente la tutela de Dios. El hombre caído ha sentido siempre un especial afán por romper las ligaduras divinas y por echar lejos sus ataduras.

No obstante, el salmista se sigue preguntando: ¿por qué se amotinan las gentes y los pueblos piensan cosas vanas? La razón de la rebeldía humana no es intelectual, sino moral. No es el cerebro el que se subleva, sino el corazón. ¿Qué mal ha hecho Dios a los hombres para que lo aborrezcan? Es la pregunta que Jehová hace a Israel en Miqueas 6:3: Pueblo mío ¿qué te he hecho, o en qué te he molestado? Responde contra mí. Igualmente en Isaías 5:4: ¿Qué más se podía haber hecho a mi viña que yo no haya hecho en ella? ¿Cómo, esperando yo que diese uvas, ha dado agrazones? Los agrazones son esos racimillos que no maduran nunca. Jeremías se lamenta de la misma forma (2:5): ¿Qué maldad hallaron en mí vuestros padres, que se alejaron de mí, y se hicieron tras la vanidad y se hicieron vanos? No hay respuesta válida por parte del ser humano que sea moralmente justificable.

En el Evangelio tenemos la única explicación dada por los judíos cuando Jesús les pregunta: Muchas buenas obras os he mostrado de mi Padre, ¿por cuál de ellas me apedreáis?… No te queremos apedrear por ninguna obra buena sino… porque tú te haces Dios (Jn. 10:31-33). Es porque Cristo se hace igual a Dios y porque Dios es Dios, Soberano y Señor, que los hombres se rebelan contra él.

En nuestro tiempo muchos poderes humanos se unen y adoptan una actitud anticristiana: políticos, sociólogos, filósofos, educadores, dirigentes de los medios de comunicación, etc., todos parecen confabulados para atacar de un modo u otro el mensaje cristiano. Pese a las apariencias, la Biblia nos dice que los que piensan así no triunfarán, pues piensan cosas vanas. Este será siempre el resultado de toda oposición a Dios.

2. La sonrisa de Dios

Se ha escrito poco acerca de la risa o la sonrisa de Dios. Podríamos decir que no existe una teología de la sonrisa divina, a pesar del fenómeno carismático de la bendición de Taranta. Sin embargo, el teólogo Karl Rahner escribe: Dios sonríe en el cielo de todas las oscuras complicaciones de una historia que es cruel, sanguinaria, loca y vulgar. Pero Dios se ríe con calma. Y con ello afirma que incluso la más pequeña sonrisa pura y delicada, que brota de no importa dónde, desde un corazón recto, ante cualquier tontería de este mundo, refleja una imagen y un rayo de Dios. Es una señal del Dios vencedor. La sonrisa de Dios es el adorno de su amor o la manifestación de que él nos ama. Por eso es capaz de sonreír.

Donde más evidente resulta esto es en el Libro de Jonás. Se trata de una pequeña obra maestra de humorismo bíblico. La mezquindad, la ruindad, la estrechez mental del profeta, frente a la grandeza y generosidad de Dios, hacen brotar la chispa del humorismo. El testarudo profeta, accede a la orden de Dios y decide recorrer Nínive gritando: Dentro de cuarenta días Nínive será destruida (Jon. 3:4). Jonás se siente satisfecho porque ha realizado perfectamente bien su trabajo. Se diría que incluso ha disfrutado anunciando la desgracia que esperaba a los desventurados ninivitas. Y ahora ya puede sentarse, cómodamente, debajo de su techo de ramas y prepararse para presenciar el inminente holocausto de aquellas gentes.

La teología de Jonás es perfectamente ortodoxa y correcta: “Dios ha dicho que dentro de cuarenta días Nínive será destruida y él no puede mentir”. Sin embargo, la mente de los ninivitas empieza a cavilar de otra manera. La palabra de Dios atravesó sus corazones como un puñal certero y se inició el arrepentimiento. La rebeldía inicial dio paso a la conversión sincera: Conviértase cada uno de su mala vida y quizás Dios se compadezca y no perezcamos. Y en efecto, así ocurrió: Vio Dios su conversión y arrepentimiento, se compadeció y no destruyó la ciudad (3:10).

Lo más chocante de la historia es sin duda la actitud de Jonás. Se puso a orar pero no para darle gracias a Dios por haber cumplido bien con su misión. No, ni mucho menos. Se presenta ante Dios con una especie de pataleo infantil, porque se había suspendido el espectáculo: Jonás sintió un disgusto enorme, y estaba irritado y oró al Señor y le dijo: ¿No es esto lo que me temía, estando aún en mi tierra? Esta respuesta de Jonás es una de las mayores pinceladas humorísticas de toda la Biblia. Es como si dijese: “¡Sabía que esto iba a ocurrir! ¡Primero te pones serio y después te dejas conmover por estos miserables pecadores. Y claro, ellos lo saben y se aprovechan de tu bondad! ¡Y yo hago el ridículo!”. En vez de enloquecer de alegría, de aplaudir a Dios porque ama a todos los hombres, incluso a los que parecían irrecuperables, Jonás exclama: ¡Ahora Señor, quítame la vida; más vale morir que vivir! No es capaz de captar el humor de Dios porque no puede comprender la profundidad y seriedad del amor divino.

Por último, a Jonás le da un fuerte dolor de cabeza, tanto, que Dios hace que le crezca una calabacera para proporcionarle sombra y aliviarle de ese sufrimiento. Pero Dios continúa sirviéndose de la sonrisa y de sus inigualables golpes humorísticos. Aparece un gusano que corroe la planta y sobreviene el “recio viento solano” que pone en peligro su vida. El que mora en los cielos se reirá: solamente aquél que ama de verdad puede sonreír ante las mezquindades humanas. Porque el amor siempre vencerá.

3. El buen humor como don cristiano

No sé si teológicamente es muy correcto hablar del humorismo como carisma o como don cristiano, pero desde la óptica de la Iglesia de Jesucristo, sí me atrevería a reivindicar una nueva y necesaria diaconía de la sonrisa. Hay ya tantas personas que se encargan de regalar a sus hermanos solamente dolores, heridas, amarguras, desilusiones y problemas, que me parece urgente y necesario restablecer el equilibrio y la concordia. Es decir, que haya alguien que se encargue de hacer olvidar a los demás los sufrimientos que les causan sus semejantes.

No existe servicio más hermoso que el de disminuir las tensiones, suavizar las aristas, limar asperezas, infundir valor en la lucha diaria, o sea, predisponer a la sonrisa: Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios. (Mt. 5:9). La diaconía de la sonrisa sería un reflejo de aquel Dios que ha venido a la Tierra para. Traernos la alegría: Has amado la justicia y aborrecido la maldad; por tanto, te ungió Dios, el Dios tuyo, con óleo de alegría más que a tus compañeros (Sal. 45:7). La epístola a los Hebreos (1:9) nos recuerda este mismo texto enseñándonos que ese “ungido con óleo de alegría” es Jesucristo mismo.

Por mucho que los hombres se amotinen contra Dios, nunca podrán borrar la benévola sonrisa paciente que hay en su rostro, y todos nosotros, como hijos suyos, estamos llamados a ese ministerio, a esa singular diaconía de la sonrisa.