Cartas a Carlos: Cómo orar

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Cartas a Carlos: Cómo orar

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Cómo orar
por Les Thompson

(Foto: En la imagen aparece el Rev. Elmer Thompson, padre del autor.)

Estimado Carlos:

Gracias por tu nota. Disfruté de lo que me contaste de las cosas curiosas que está haciendo Carlitos Júnior, y del gozo que él te da a ti y a Carmen. Que cierto es lo que dice el Salmo 127.3: Los hijos son una herencia del SEÑOR, bendiciones que Dios nos permite disfrutar. En tu carta también me cuentas de las luchas que tienes con tu vida de oración y pides ayuda.

No conozco de un área espiritual que nos dé más dificultad que el de la oración. Nos es difícil captar el concepto que yo, un ser caído, realmente puedo hablar con el santísimo Dios. Más asombroso todavía: no solo podemos comunicarnos con Dios, sino que Él quiere que le busquemos y el medio escogido es por nuestras oraciones.

Martín Lutero, en la introducción a su pequeño libro Una manera simple de orar (lo escribió en 1535), nos cuenta que su barbero un día le pidió que le enseñara a orar. Dándose cuenta que esa era la necesidad de muchos, escribió unos consejos. Al barbero específicamente le dijo:

“Haz que la oración sea tu primera tarea al levantarte en la mañana, y la última al acostarte. A la vez, la oración no debe distraerte. Es indispensable que en tu trabajo te concentres, porque un buen barbero pone su atención, pensamiento, ojos en lo que está haciendo. Se concentra en la navaja y en el pelo. No se olvida a qué punto ha llegado en el corte, o en la barba que afeita. Si pierde su atención, si habla demasiado, si permite que su mente se fije en otras cosas, seguramente va a cortar la boca, la nariz, la oreja, o el cuello de su cliente. Así es que si hemos de hacer algo bien —incluso la oración— requiere que prestemos toda nuestra atención y que hagamos uso de todos nuestros sentidos….” (pp. 32-33).

Puesto que la oración es “el hombre en comunicación con Dios”, conlleva dos aspectos indispensables: (1) nosotros hablando con Dios; (2) Dios hablando con nosotros. Creo que practicamos el número uno bastante bien, pero el segundo deplorablemente.

Por ejemplo, visita un culto de oración en cualquier iglesia. Escucha las peticiones. Se pide por el riñón de la hermana Cristina, el hígado del hermano Florentino, la espalda de la viuda Cecilia, el cáncer del diácono Sánchez, el dedo derecho del pie del anciano Bartolomé y así por el estilo. Uno sale de allí pensando que lo único que Dios hace es atender a una clínica. ¿En cuál culto de oración se oyen peticiones que tienen que ver con nuestra falta de reverencia y respeto a Dios, con nuestras actitudes espirituales anímicas, con los problemas terribles que ocurren por el mundo entero —incluso el barrio donde vivimos—, con peticiones que la gloria y magnificencia de Dios se demuestren en el país, o la comunidad, o en nuestra propia iglesia?

Analizando este tipo de oraciones enseguida nos damos cuenta que en su mayoría son unidireccionales (nosotros pidiéndole a Dios, sin dejar lugar para que Dios nos hable), y que son “unitemáticas” (oraciones de un mismo tema, es decir, solo por los enfermos y afligidos, y no por cosas como el terrible estado espiritual en que nos encontramos). Que cierto es que ¡realmente necesitamos aprender a orar!

La oración modelo que nos dio Jesucristo contiene por lo menos once aspectos, o diferentes partes, o distintas clases de plegarias. Estudiándolas vemos la verdad de lo que dijo Lutero: “Si hemos de hacer algo bien hecho —incluso la oración— requiere que prestemos toda nuestra atención y que hagamos uso de todos nuestros sentidos”. Veamos lo que Cristo nos enseña en el Padre Nuestro (Mateo 6:9-13):

LA PARTE ESPIRITUAL DE LA ORACIÓN

  1. “Padre nuestro” —al entender la íntima relación que tenemos con el eterno y todopoderoso Dios, podemos acercarnos a Él y hablarle con confianza. Él realmente es nuestro “Padre” y somos sus “hijos”.
  2. “Que estás en los cielos” —nuestro Dios, al que oramos, está en el cielo. La tierra, por tanto, no debe ser el punto principal de interés. Al pedirle algo debemos preguntarle: ¿Qué es lo que quieres hacer?
  3. “Santificado sea tu nombre” —necesitamos conocer la grandeza, pureza y absoluta santidad de Dios (le santificamos y glorificamos cuando buscamos de Él pureza). Dios quiere corazones limpios.
  4. “Venga tu reino” —tenemos que recordar que Él es el Rey y que debemos someternos a él en todo, siempre buscando complacerle.
  5. “Hágase tu voluntad como en el cielo, así también en la tierra” —pedimos que así como en el cielo siempre se hace su voluntad, que acá en el mundo reconozcamos su reinado y su gobierno.
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LA PARTE PRÁCTICA DE NUESTRAS ORACIONES

  1. “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy” —luego de poner los intereses de Dios primero, entonces es que pedimos que supla nuestras necesidades diarias: comida, ropa, techo, trabajo, salud.
  2. “Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores” —pedimos gracia para perdonar a aquellos que nos hacen daño de forma parecida al perdón que Él nos ha mostrado. Si no lo hacemos, no merecemos su perdón.
  3. “Y no nos metas en tentación” —pedimos que nos libre de tentaciones (es decir, que nos dé fuerza para resistir esos pecados que nos atraen y que amamos).
  4. “Mas líbranos del mal” —pedimos que nos ayude a vivir vidas puras, reconociendo la diferencia entre lo bueno y lo malo.
  5. “Porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos” —terminamos reconociendo que de Dios es el reino (no de nosotros), que de Dios viene el poder para vivir como debemos (no de nosotros), y que a Dios le damos toda la gloria (no es nuestra), puesto que para Él hemos de vivir, no solo ahora sino por todos los siglos.
  6. “Amén”. “El ‘amén’ se entiende así”, le explicó Lutero al barbero ya mencionado: “No termines de orar sin antes decir o pensar, ‘Muy bien, yo sé que es cierto que el Todopoderoso Dios ha escuchado mi oración’. Eso es lo que quiere decir el amén”.

Como acabamos de ver, Carlos, los primeros cinco deberes que Jesús nos enseña en cuanto a la oración tienen que ver con Dios (son teológicos), y los últimos seis tienen que ver con nosotros (son prácticos). Nos acercamos a Dios en oración no tanto para buscar ayuda con nuestros problemas y necesidades, sino buscando que Dios sea glorificado en nuestro mundo, en nuestro alrededor, y en el desarrollo espiritual de nuestras vidas. Por decirlo así: oramos para que se pueda ver en nuestro mundo mucho más del cielo, y mucho menos del gobierno de la impiedad.

Un francés, Bernard de Clairvaux (1090–1153), y gran hombre de oración, dijo: “No debemos orar solo una o dos veces, sino frecuente y diligentemente, contándole a Dios los deseos de nuestro corazón, y permitiéndole oír nuestras voces. Es por esto que la Palabra nos dice: “sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias” (Filipenses 4:6), cosa que sucede como resultado de oraciones diligentes y persistentes”.

Es interesante investigar la vida de oración de grandes hombres de Dios en el pasado. Observamos que nos es imposible distinguir entre su robusta teología y su devoción a Dios, entre su cabeza y su corazón, entre su doctrina y piedad personal, y entre sus conocimientos y sus oraciones. No se dirigían a Dios informal y sentimentalmente; llegaban reconociendo su finitud. Lo vemos, por ejemplo, en una de las peticiones de Anselmo (1033-1109): “Soy un despreciable hijo de Eva… tan jorobado que solo puedo mirar hacia abajo. Levántame, oh Dios, para que pueda mirar hacia arriba”. Claramente siervos de Dios eran muy conscientes de la diferencia que hay entre nosotros —seres limitados y pecaminosos— y el Gran y Justo Juez ante el cual todos un día apareceremos.

Vemos también que la Biblia juega un importante papel. Por la lectura y meditación en ella aprendemos a armonizar nuestra voz (peticiones) con la voz (respuestas) de Dios. Mi padre, como ejemplo, era hombre de oración. Ese era el aspecto que más recuerdo de su vida espiritual. Fielmente se levantaba todos los días a las cuatro de la mañana y, junto con mamá, oraban hasta las siete. Entonces desayunaban y seguían con los quehaceres del día. Varias veces, curioso, me acerqué para oírles orar. Me sorprendieron las veces en que papá se detuvo para leer pasajes de la Biblia y —más interesante todavía— repetírselos a Dios. Con ignorancia de lo que es la oración, me preguntaba: ¿Qué relación tiene la Biblia con la oración? Y, ¿por qué le repite a Dios lo que Él mismo ha dicho en la Biblia?

Años más tarde, cuando me puse seriamente a estudiar la Biblia, descubrí la respuesta. ¿A quién estoy orando? ¿Cómo es Él? ¿Qué quiere? ¿Qué espera de mí? ¿Cómo puedo confiadamente traerle mis peticiones si no lo conozco? La Biblia es la que me da respuesta a todas esas preguntas. Sin la Biblia no se quién es Dios ni por qué se interesa en mí.

Veamos, como ejemplo, una oración de David, una que encontramos en el Salmo 30. David está muy enfermo, a punto de morir y le hace una petición a Dios: “A ti, oh Jehová, clamaré, y al Señor suplicaré”(v. 8).

Al leer todo lo que nos dice David acerca de Dios en los Salmos, sabemos que él sabe quién es Jehová. Sabe que como hijo tiene todo derecho de pedir ayuda de Él. Abre su corazón y le dice a Dios: “¿Qué provecho hay en mi muerte cuando descienda a la sepultura? ¿Te alabará el polvo? ¿Anunciará tu verdad? Oye, oh Jehová, y ten misericordia de mí; Jehová, sé tú mi ayudador” (vv. 9-10).

Y vemos que Dios gloriosamente le responde por lo dicho por David:

“Has cambiado mi lamento en baile; desataste mi cilicio, y me ceñiste de alegría. Por tanto, a ti cantaré, gloria mía, y no estaré callado. Jehová Dios mío, te alabaré para siempre”.

La oración no es unidireccional, es decir, David no estaba alzando una petición al aire sin saber quién le estaba escuchando. Igual que David —por lo que me ha enseñado la Biblia— yo puedo confiadamente decir: “Oye, oh Jehová… tú eres mi ayudador”. Es la Biblia, explicándome quién y cómo es Dios, la que me impulsa a la oración y a confiar en Dios que me escucha.

Recuerdo la fiesta especial que disfruté cuando mi hijo Daniel (el que es pastor) me regaló el libro La doctrina de Dios, por el Dr. John M. Frame. Es un libro de unas 800 páginas escritas por un evangélico conservador que ha llegado a conocer a Dios por lo enseñado en la Biblia. ¡Qué gloria sentí al empaparme por varios días totalmente en la lectura de ese libro. Desde entonces me encuentro literalmente orando sin cesar (1 Tesalonicenses 5:17), celebrando la infinita gloria, majestuosa, e incomparable grandeza de Dios Padre, Dios Hijo, y Dios Espíritu Santo.

No olvidemos, Carlos, que cuando Jesucristo nos enseñó a orar en el Padre Nuestro, lo primero que subrayó es nuestra relación con el Trino Dios —nuestro Padre. Creo que si no aprendemos quién es ese Padre y cómo obra en el cielo y en la tierra, ¿qué sentido van a tener nuestras oraciones? Nuestras peticiones en lugar de ser Dios-céntricas, se convertirán en yo-céntricas.

Hay mucho más que pudiéramos tratar sobre este tema. Para mí la oración es un hijo hablando con su Padre que mucho ama, compartiendo lo más íntimo de su corazón:

Es una persona sola, en su aposento con la puerta cerrada, hablando con Dios: “Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público” (Mateo 6:6).

Esa idea de formar una cadena de oración con todo el mundo repitiendo la misma petición para garantizar que Dios escuche no me inspira. Creo que va en contra del espíritu de lo que dijo Cristo: “No uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos” (Mateo 6:7).

Es reconocer que nuestro Padre sabe de qué cosas tenemos necesidad, antes que nosotros se lo pedimos (Mateo 6:8). Por tanto, no es necesario darle muchos detalles al Dios. Él ya lo sabe todo —nuestras oraciones efectivas pueden ser cortas.

Es un hombre solitario, una pobre mujer, un pequeño niño abriendo su corazón confiadamente a su Padre celestial y sintiendo el abrazo de su amorosa respuesta: “Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré” (Juan 14:14).

Es un encuentro con otros hijos de Dios, todos unidos buscando la bendición de Dios y la respuesta a sus promesas: “Todos, en un mismo espíritu, se dedicaban a la oración, junto con las mujeres y con los hermanos de Jesús y su madre María”(Hechos 1:14).

Es el grandioso recurso que tenemos cuando nos encontramos en severos problemas: “En mi angustia clamé al SEÑOR, y él me respondió. Desde las entrañas del sepulcro pedí auxilio, y tú escuchaste mi clamor” (Jonás 2:2).

¿Qué más te puedo decir, Carlos? Bueno, que cuando oramos ponemos nuestra confianza total en nuestro bondadoso Padre celestial. Porque le conocemos tenemos fe en que nos escucha y nos responde. Pero si no responde, sabemos que es porque lo que le pedimos no nos conviene. Espero que estas ideas te ayuden. Si tienes alguna pregunta, con gusto procuraré contestarte. No demores en escribirme.

Dios te siga bendiciendo ricamente,
Les Thompson

Del libro Cartas a Carlos, por Les Thompson