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por Wilbur Madera
Introducción
La parte más pública y visible de nuestro ministerio son las actividades que realizamos. El calendario de la iglesia local está lleno de ellas: Escuela Dominical, estudio bíblico de media semana, convivencia Navideña, Semana de la Reforma, velada de oración, club infantil, celebración del día de la madre, aniversario del grupo de mujeres, cena concierto y la lista podría seguir y seguir. La vida de la iglesia local transcurre de actividad en actividad.
Invertimos tanto tiempo en la planificación y realización de actividades que podemos llegar a pensar que el propósito del ministerio de una iglesia es “hacer actividades”. Es decir, podemos llegar a estar satisfechos con llenar el calendario de la iglesia, sintiendo que estamos cumpliendo nuestra misión. En esos casos, el medio (la actividad) se convierte en el fin (la misión). Pero nuestra misión no es hacer actividades, sino hacer discípulos. Las actividades que realizamos deben ser medios para lograr ese fin supremo. Por eso, debemos ser más sabios y estratégicos con la forma en la que pensamos, planeamos y realizamos las actividades en la iglesia local.
Tendencias de las Actividades
Debemos estar conscientes de las tendencias naturales que tienen las actividades de la iglesia, de tal manera que podamos evitar sus efectos negativos. Si no somos cuidadosos, las actividades, de manera natural tenderán en una dirección extremosa que será perjudicial para el desarrollo integral de nuestro ministerio.
Las actividades tienden a volverse el centro del ministerio
Cada actividad que realizamos tiene la capacidad de reclamar para sí toda nuestra atención; y si lo permitimos, puede llegar a ser el eje alrededor del cual gire todo un ministerio. Algunas actividades por su complejidad, alcance o atractivo pueden convertirse en el centro del ministerio de una iglesia.
Hace algún tiempo, en nuestro ministerio, realizábamos una actividad juvenil anual. La actividad duraba unos cuatro días, pero su preparación comenzaba con un año de anticipación. Al irse aproximando la fecha de la actividad, la vida de toda la iglesia solía detenerse por todas las reuniones, preparativos, recursos humanos y materiales que esos cuatro días demandaban. Nos dimos cuenta que sin haberlo planeado, esa actividad se había convertido en el centro de nuestro ministerio. Al percatarnos de esto y tomar medidas correctivas, la actividad regresó a su justo sitio en la estrategia ministerial y la iglesia pudo incrementar su efectividad al evitar que una sola actividad fuera el eje central de toda la iglesia. Si no somos cuidadosos, la realización de una sola actividad se puede volver la finalidad de todo nuestro ministerio.
Las actividades tienden a arraigarse emocionalmente
Las personas establecen vínculos emocionales con ciertas actividades; quizá porque participaron en su formación o bien porque recibieron bendiciones especiales a través de ellas. En las actividades las personas tienen experiencias, vivencias y recuerdos que aquilatan, lo cual dificulta que las evalúen objetivamente. Cuando llega el tiempo de hacer ajustes, modificar el propósito o cancelar por completo alguna actividad en el ministerio de la iglesia, las personas encuentran difícil dejarlas ir por esa liga emocional que aun guardan con ellas.
Ocurre con las actividades algo parecido a lo que nos pasa con las cosas. Quizá tienes en casa objetos antiguos o ya inservibles que no quieres cambiar o dejar ir porque albergas recuerdos o vivencias relacionados con ellos. Quizá es un mueble que adquiriste cuando comenzabas a formar tu familia y ahora al cabo de los años, aunque la decoración de la casa ya cambió y la condición de ese mueble es deplorable, no quieres deshacerte de él porque tienes un vínculo emocional con él. Lo mismo ocurre con ciertas actividades de la iglesia. Ya no benefician tanto el ministerio de la iglesia como antes, se requiere fabricar mucha energía para realizarlas, se invierten muchos recursos materiales y humanos para sostenerlas, pero no las queremos dejar ir porque albergamos buenos recuerdos con ellas y las continuamos realizando año con año.
Si no somos cuidadosos, podemos seguir consumiéndonos y gastando los recursos de la iglesia por sostener una actividad que ya cumplió su tiempo y cometido, que ya dejó de ser el mejor medio para lograr el fin para el cual fue diseñada. Hay que ser muy valientes para decidirnos a considerar, seriamente, si lo único que queda de una actividad es nuestro cariño y aprecio emocional por lo que llegó a ser para nosotros, en su momento.
Las actividades tienden a volverse obligación
La realización de actividades que suelen hacerse vez tras vez y año con año, llega a percibirse como una obligación; de tal manera que cuando el liderazgo considera necesario modificarlas o cancelarlas se produce inconformidad y descontento.
Seguramente hay actividades que realizas en tu ministerio que sabes que podrías prescindir de ellas, pero temes que si las cancelas, tendrías serios problemas con algún sector la iglesia. En esos casos, la gente ha confundido los fines con los medios y piensa que si dejan de hacer esa actividad estarían dejando de cumplir la finalidad. Por lo mismo, se percibe como obligación la perpetuidad de dicha actividad. Lamentablemente, en nuestras iglesias, muchas veces, realizamos más actividades por “obligación” que por estrategia.
Las actividades tienden a competir entre sí
Solemos agregar actividades a nuestros ministerios sin considerar seriamente la función que cumplirá la nueva actividad en el sistema. El resultado es que nuestro ministerio como iglesia llega a parecerse a una cebolla. Es decir, tenemos capas y capas de actividades aglomeradas una sobre otra.
Tarde o temprano, esas actividades comenzarán a competir entre sí. Compiten por recursos materiales, personal y fechas del calendario. En vez de colaborar entre sí, los organizadores de cada actividad tienden a percibirse como participantes de equipos distintos y a veces, hasta contrarios.
Si no somos cuidadosos, por nuestra falta de estrategia, podemos provocar que la iglesia se conforme de muchas pequeñas “iglesias”, cada una con su propia finalidad, estrategia y personal.
Características de las actividades
Existen tres características importantes que nos pueden ayudar para crear, planear y evaluar las actividades de la iglesia. Toda actividad que realicemos en nuestro ministerio debe cumplir tres características importantes:
Las actividades deben ser estratégicas
Las actividades deben cumplir una función definida en la estrategia global del ministerio. Es un error agregar actividades a nuestro ministerio sólo porque parecen una buena idea, están de moda, tenemos espacio en el calendario o hay personas que quieren realizarlas. Las actividades siempre deben cumplir un paso específico dentro de una estrategia ministerial.
– Conoce.
– Conéctate.
– Comprométete.
En el primer paso las personas llegan como nuestros invitados. Nuestro desafío es llevarlos al segundo paso para que lleguen a ser nuestros amigos. Y por último, lo que deseamos es conducirlos al tercer paso para que lleguen a ser parte de la familia de la iglesia.
Las actividades, entonces, corresponden a uno de estos tres pasos. Buscamos tener actividades de tipo “conoce” (invitados), otras de tipo “conéctate” (amigos) y también actividades de tipo “comprométete” (familia). De esta manera, todas las actividades tienen la intención de cumplir un paso en la estrategia y ayudar a las personas a avanzar en su relación con Dios.
Algunas preguntas útiles para corroborar si nuestras actividades son estratégicas podrían ser las siguientes: ¿A qué paso de la estrategia corresponde esta actividad? ¿Ayuda esta actividad a las personas a avanzar en los pasos de la estrategia hacia la meta?
Cuando un ministerio tiene una estrategia definida y cuida que cada actividad cumpla algún paso de la misma, las actividades se vuelven propulsores de las personas, ayudándolas a avanzar hacia el punto donde el sistema las está dirigiendo intencionalmente.
Las actividades deben estar enfocadas
Las actividades deben tener un propósito definido y estar preparadas para alcanzar intencionalmente a un grupo determinado. Establecer un enfoque específico para cada actividad nos ayuda a planearla y evaluarla mejor.
Toda actividad debe tener un propósito claro para todos los que la organizan. Si la actividad no se enfoca en un propósito claro, se crea un ambiente ministerial confuso para todos los que participan. También a veces, en una sola actividad queremos lograr múltiples propósitos. Lamentablemente, esto sólo resta calidad y eficacia a la actividad. Por ejemplo, si en una misma actividad queremos recaudar fondos, fomentar la oración, edificar a la iglesia, evangelizar y unir al equipo de trabajo, será muy difícil lograr todos estos objetivos con la misma efectividad. Es mejor reducir el enfoque de la actividad para lograr un solo propósito y poner toda la atención y esfuerzo para la consecución de ese único fin. Por ejemplo, si vamos a hacer una actividad para compartir el evangelio, debemos velar que todos los detalles estén centrados en ese propósito. La música, el programa, la ambientación, el orador, el equipo de edecanes y cada uno de los elementos de la actividad deben estar enfocados en el mismo propósito de evangelizar.
Las actividades enfocadas también se caracterizan por estar preparadas para alcanzar intencionalmente a un grupo determinado. Esto lo hacemos en la vida cotidiana. Cuando organizamos una fiesta infantil en nuestra casa preparamos todos los detalles del festejo pensando en los niños invitados. Igualmente actuamos cuando preparamos una fiesta para nuestros amigos adultos. Preparamos los detalles pensando en las personas para quienes será la fiesta que estamos organizando.
Esta misma mentalidad debemos llevarla a las actividades de la iglesia. Al organizar una actividad estamos buscando alcanzar a un grupo específico de personas que comparten ciertas características. Pueden ser niños, jóvenes, adultos, matrimonios jóvenes, adultos en plenitud, etc. Los detalles de la actividad deben pensarse y planearse alrededor de ese grupo particular a quien queremos alcanzar intencionalmente.
Algunas preguntas útiles para corroborar si nuestras actividades están enfocadas podrían ser las siguientes: A la luz de la estrategia ¿Qué queremos lograr a través de esta actividad específica? ¿Qué es aquello que celebraremos si sucede a través de esta actividad? ¿A quienes queremos alcanzar intencionalmente por medio de esta actividad? ¿Corresponde el orden y arreglo de los elementos de la actividad a nuestro propósito y al grupo de personas que queremos alcanzar?
Logramos mucho más cuando reducimos el enfoque del propósito de nuestras actividades y dirigimos los esfuerzos intencionales para alcanzar a un grupo en particular en cada actividad.
Las actividades deben ser eficaces
Las actividades deben ser el mejor medio posible para lograr el propósito establecido. Debemos tener muy claro que las actividades son sólo medios para lograr fines. Por lo mismo, un medio puede ser mejor que otro para lograr un fin específico. Es decir, una actividad puede ser evaluada, con respecto a otras, de acuerdo con su eficacia en cuanto al cumplimiento del propósito establecido. Por ejemplo, para enseñar cierto tema en la iglesia quizá sea más eficaz un simposio que una conferencia magistral; o bien, para preparar a los líderes de un campamento, quizá sea mejor un retiro que una clase semanal en la iglesia.
Las actividades que realicemos siempre beneficiarán a alguien en la iglesia. La pregunta entonces no es si la actividad beneficia a alguien, sino si es el mejor medio posible para cumplir el propósito que perseguimos. En nuestro ministerio teníamos dos clases tradicionales de Escuela Dominical para los adultos. Yo era el maestro de uno de esos grupos. Me gusta enseñar y me sentía muy contento de hacerlo. Estoy seguro que mis 20 alumnos también estaban muy agradecidos por las enseñanzas. Sin embargo, nuestro ministerio no alcanzaba a más personas en la iglesia. Después de varias evaluaciones, decidimos cambiar la dinámica de la actividad por un sistema de grupos pequeños. Gracias a Dios, ahora en vez de 20 hay más de 250 personas beneficiándose de la enseñanza de la Palabra. ¿Eran buenas las clases tradicionales? Por supuesto que sí, ¡Veinte personas estaban siendo edificadas! Pero los grupos pequeños probaron ser, en nuestro caso, un medio más eficaz para lograr el propósito de enseñar a los creyentes la Palabra de Dios.
Algunas preguntas útiles para corroborar si nuestras actividades son eficaces podrían ser las siguientes: ¿Cumple la actividad el propósito para el cual fue diseñada? ¿Debemos hacer algún ajuste para que se logre cabalmente el propósito? ¿Habrá algún otro medio que sea mejor para lograr el propósito? ¿Estamos haciendo un uso sabio de los recursos materiales y humanos al realizar esta actividad?
Pasa cada actividad que planees o realices por el filtro de las tres “E”. ¿Es estratégica? ¿Está enfocada? ¿Es eficaz? Son preguntas difíciles para muchos de nosotros porque implican respuestas honestas y que, a veces, no queremos considerar. Pero recordemos que somos llamados a hacer discípulos y debemos aprovechar bien el tiempo y el esfuerzo para lograr este santo objetivo.
Consejos para la planificación y realización de actividades
Consideremos, ahora, algunos consejos generales para la planificación y realización de actividades.
Considera las actividades como medios
Una de las primeras cosas que debemos tener siempre en cuenta es que ninguna actividad que realicemos es un fin en sí misma. Ninguna actividad en sí misma es la razón, propósito o motivo final del ministerio en la iglesia. Toda actividad es un canal o medio para lograr algo más.
Si todo nuestro equipo mantiene esto en mente, será mucho más fácil evaluar, mejorar e inclusive, cambiar el medio para lograr el fin. La mayoría de las iglesias tienen dificultad para ser más eficaces en el ministerio precisamente porque sus equipos ministeriales confunden los medios con los fines. Los propósitos de la iglesia no cambian, pero los medios para alcanzarlos tienen que ser ajustados de acuerdo con la época, circunstancias, recursos y muchos otros criterios importantes.
Define claramente el objetivo de cada actividad
Si no estableces con claridad qué es lo que buscan realmente en cada actividad, cada líder involucrado en ella encontrará algo personal para lograr y celebrar. Por ejemplo, si en una actividad para alcanzar gente no creyente no estableces con claridad cuál es el objetivo o meta, algunos en el equipo podrían celebrar, por ejemplo, que asistieron muchas personas, aunque la gran mayoría hayan sido creyentes de otras iglesias. Por la asistencia numerosa podríamos pensar que la actividad fue todo un éxito, pero si la meta que establecimos fue “que las pecambia nuestra evaluación positiva del asunto. En realidad, “perdimos” porque a nuestra actividad vinieron más bien personas ya creyentes.
El objetivo de cada actividad debe ser enunciado en una frase sencilla y concreta. Esta frase debe ser conocida y abrazada por todos los que participan en la organización. Repite varias veces en distintas ocasiones la meta, antes, durante y después del evento. Encuentra oportunidades para celebrar con todo el equipo cuando el objetivo se haga evidente en el desarrollo de una actividad. Esto mantendrá al equipo enfocado en lo que deben estar enfocados y celebrar lo que deben celebrar.
Cuida que cada actividad cumpla un paso en la estrategia general del ministerio
Con mucha frecuencia organizamos actividades que están aisladas o desconectadas de todo lo demás. La actividad puede volverse el todo del grupo que la organiza y no se cuida la interconexión con todo lo demás que ocurre en la iglesia. Esto pasa, generalmente, porque no se tiene una estrategia general para todo el ministerio de la iglesia local. Las actividades que no son parte de una estrategia global hacen que la gente se estanque en ellas en vez de impulsar a las personas hacia el siguiente punto de su desarrollo cristiano. Por eso, uno de los ejercicios más importantes para el liderazgo de una iglesia es establecer una serie de pasos estratégicos para llevar a una persona de afuera hacia adentro de la iglesia. Es decir, hay que tener muy claros cuáles serán los pasos obvios y naturales que una persona no creyente daría hasta llegar a ser parte integral de la familia de la iglesia.
Esos pasos deben ser obvios, sencillos y estratégicos de tal manera que todas las personas puedan entenderlos y seguirlos. Una vez que los pasos estén establecidos, toda actividad que se organice, bajo la cobertura del ministerio de la iglesia local, debe corresponder a uno de los pasos de la estrategia. Esto nos ayudará a evitar la duplicidad de esfuerzos, la competencia entre ministerios de la misma iglesia y el estancamiento de las personas en una sola actividad. Al contrario, cuando las actividades obedecen a una estrategia general, los equipos ministeriales cooperan entre sí, se optimizan los dones del equipo y las personas son impulsadas en su proceso de desarrollo de su relación con Dios.
Detecta los puntos donde estás duplicando innecesariamente esfuerzos
Es muy común tener actividades organizadas por distintos equipos de la iglesia que están enfocados en el mismo grupo de gente y que quieren lograr objetivos muy similares. Esto hace que los equipos dupliquen innecesariamente esfuerzos y en algunos casos, se cree una atmósfera de rivalidad entre ellos. Duplicar esfuerzos opera en detrimento del avance del ministerio. En vez de dos o tres equipos trabajando por separado para suplir una necesidad, lo mejor es enfocar a un solo equipo en una sola actividad para ministrar a ese sector de la iglesia.
Por ejemplo, es común tener varios equipos diferentes ministrando a los jóvenes de la iglesia. Es decir, se tiene Escuela dominical para jóvenes, la reunión del grupo juvenil entre semana, el discipulado, el campamento juvenil, el coro juvenil, el equipo de fútbol juvenil y otro tipo de ministerios. Generalmente, son distintos equipos, que no están coordinados entre sí, los que ministran a los mismos jóvenes de la iglesia local. En este esquema, sin duda se duplican esfuerzos y recursos a diestra y siniestra por no estar trabajando estratégicamente, ¿Qué pasaría si todos los que ministran a jóvenes se aglutinaran bajo una sola coordinación y se planeara estratégicamente el papel de cada actividad dirigida a los jóvenes? Los organizadores de cada actividad estarían colaborando con otros equipos, optimizando los recursos y moviendo estratégicamente a los jóvenes en su desarrollo espiritual. Enfocar todos los esfuerzos en una sola dirección es mejor que dividir los esfuerzos en varias direcciones distintas.
Planifica cada detalle de la actividad pensando en el propósito y en el grupo que quieres alcanzar intencionalmente
Cada actividad debe estar hecha a la medida. Es decir, debe tener un solo propósito principal muy claro y estar orientada para alcanzar, intencionalmente, a cierto grupo en particular. Lamentablemente, muchos no prestan atención a este principio y realizan actividades con múltiples propósitos y sin alguna intención clara de impactar a alguien en específico. En tales circunstancias, se hace imposible saber si la actividad fue estratégica, enfocada y eficaz.
El propósito del evento y el grupo que será nuestro “blanco” intencional nos sirven como punto de referencia para la planificación, ambientación, programa, conducción y evaluación de la actividad que deseamos realizar.
Ayuda al equipo a tener siempre presente el cuadro completo
Una tendencia natural de todo equipo de trabajo que realiza una actividad en la iglesia es concentrarse en su evento y propósito excluyendo de su radar lo que hacen los demás y cómo su actividad contribuye al logro del propósito global de la iglesia. Esto hace que en sus mentes, la actividad que realizan se convierta en el centro del ministerio de la iglesia. Por supuesto, esto causa rivalidad, competencia e incluso hostilidades entre las personas de una misma iglesia.
Siempre debemos mantener al frente de nuestra planificación y equipo ministerial, la visión y la estrategia general de la iglesia. Cada miembro del equipo de trabajo debe entender muy bien qué función juega la actividad que realizarán dentro de la estrategia general y cómo encajan con los demás equipos de trabajo. Hay que cuidar que nunca dejen de percibir que están en el bosque aunque se concentren en un árbol en particular.
Conecta dones con necesidades, en vez de cargos con necesidades
Cuando hay una necesidad en algún área de ministerio en la iglesia, normalmente, nombramos personas para que ocupen cargos enfocados a cubrir dichas necesidades. Es decir, creamos cargos para solventar necesidades. Las personas llegan a estos cargos, generalmente, por votación. El riesgo es que la persona elegida para el cargo no esté preparada o no esté dotada para cubrir la necesidad. En vez de buscar personas para cargos, debemos preguntarnos a quién ha dotado Dios en nuestra comunidad para poder cubrir la necesidad.
Dios no abandona a su iglesia y provee en cada comunidad local a la gente apropiada para que la iglesia cumpla su misión. Debemos, entonces, identificar en nuestra comunidad local quiénes son las personas idóneas y dotadas por Dios para cubrir las necesidades. Tengamos la seguridad que están allí, sólo no las hemos identificado. Conecta naturalmente dones con necesidades. Las personas con los dones apropiados que son colocadas en los lugares correctos, suplirán las necesidades y avanzarán el ministerio de la iglesia.
Cultiva el trabajo en equipo y la cooperación con otros equipos de la iglesia
La iglesia fue constituida por Cristo como un cuerpo. Está diseñada para trabajar en equipo. Cada grupo de ministerio de la iglesia local debe aprender a trabajar en equipo para servir en su área de enfoque, pero también debe aprender a trabajar en armonía con los otros equipos de trabajo que ministran en la iglesia. Todos los equipos de ministerio de una iglesia son colaboradores, compañeros y copartícipes del gozo de servir a Cristo.
Tener una visión clara y una estrategia única para toda la iglesia contribuye enormemente para unir a todos los grupos de ministerio de la comunidad local. Si en la iglesia local no contamos con tal claridad de visión y estrategia, quizá es una de las primeras cosas en las que el liderazgo debe trabajar con ahínco.
Ten el valor de hacer ajustes o cancelar por completo actividades que ya no estén cumpliendo su propósito en la estrategia
Una de las cosas más difíciles de hacer en el ministerio de la iglesia local es ajustar o cancelar actividades que por mucho tiempo se han hecho en la tradición de la iglesia particular. Hay muchas emociones involucradas y se requiere mucha sabiduría y prudencia para realizar los cambios. Pero por difícil que sea, cuando estamos conscientes que una actividad o la forma en que se realiza ya cumplió su ciclo, debemos tener el valor de proceder a modificarla substancialmente o cancelarla.
Es siempre muy recomendable, tener argumentos sólidos para hacer estos cambios, y sobre todo, tener una propuesta concreta y clara de las reformas o actividades que suplirán la función que cumplía la actividad cancelada. Lanzarse a un cambio sin estar debidamente preparado es suicidio ministerial.
En ocasiones, el cambio tiene que ser paulatino, leve y lento. En esos casos, el destino final al que queremos llegar debe estar muy claro, y dividimos la ruta hacia ese destino en pasos transitorios que nos dirijan poco a poco a la meta deseada. En nuestro ministerio, nos convencimos que el formato de grupos pequeños sería una metodología mucho más eficaz que el formato tradicional para el tiempo de enseñanza dominical. En ese entonces, ya teníamos grupos pequeños durante la semana de varones, mujeres y matrimonios, y conservábamos las clases tradicionales para los domingos. Cuando decidimos cambiar el formato dominical, lo primero que hicimos fue dividir a toda la gente que asistía a las clases en grupos de 10 personas y todos estudiaban el mismo material cómodamente sentados alrededor de mesas. Más adelante hicimos otro cambio; ahora los grupos ya serían homogéneos, es decir, de varones, mujeres o matrimonios. Y de esta manera, poco a poco, logramos que toda la enseñanza para adultos estuviera bajo el sistema de grupos pequeños sin importar el día de reunión. Para comunidades cristianas con poca tolerancia al cambio, un proceso paulatino es mucho más estratégico que el cambio revolucionario.
Evalúa cada actividad
Invertimos tanto tiempo en la planificación y realización de una actividad que una vez que ésta termina, estamos tan agotados que ya no queremos saber nada de ella. Pero saltarnos el paso de evaluar una actividad es algo catastrófico para los que queremos ministrar cada vez mejor. Si no evalúas, no podrás mejorar y seguirás repitiendo tus mismos desaciertos.
La evaluación de cada actividad nos permite mantener la energía y el ánimo en el equipo de trabajo porque siempre encontramos áreas en las que se presentan nuevos desafíos. También la evaluación continua nos ayuda a crecer como líderes porque tenemos que tomar responsabilidad de lo que salió mal, no sólo de lo que salió bien. Evaluar requiere humildad, honestidad y un sentido real de dependencia en Dios.
Debemos encontrar la manera más eficaz de evaluar las actividades de nuestra iglesia de tal forma que contemos con información verdadera, útil y desafiante para incluirla en nuestros siguientes esfuerzos de ministrar en la iglesia de Cristo.
Conclusión
Las iglesias, generalmente, son conocidas por las actividades que organizan. Y si observas por un tiempo suficiente el desarrollo del calendario de una iglesia local podrás definir lo que es más importante para la misma. Las actividades no sólo son nuestra carta de presentación sino también el medio para cumplir la misión. Trabajemos fuerte e intencionalmente en planear y realizar actividades estratégicas, enfocadas y eficaces para seguir avanzando el Reino de Dios en la tierra.
SOBRE EL AUTOR
Wilbur Madera, de México, ha sido pastor por más de 10 años. Licenciado en Educación en la Universidad Autónoma de Yucatán en Mérida. Con una Maestría en Divinidad en el Seminario Teológico Reformado (RTS) de Orlando, Florida, EE.UU. Es Profesor del Seminario Teológico Presbiteriano San Pablo y Pastor de la Iglesia Presbiteriana Shalom de Mérida, Yucatán. El Pastor Madera es casado, tiene dos hijos y reside con su familia en Mérida, Yucatán, México.