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por el Rev. Martín N. Añorga
En noviembre celebramos en los Estados Unidos el Día de Acción de Gracias, 230 años después de que el primer presidente de los Estados Unidos, George Washington, en 1789 pronunciara la primera proclamación presidencial exaltando y promoviendo tan especial celebración. Con gusto reproducimos, aunque sea parcialmente, las palabras expresadas por el héroe máximo de la libertad americana:
“Yo he seleccionado este próximo jueves para que todos los habitantes de nuestros estados lo dediquen al servicio y a la honra del glorioso Ser Supremo que es el misericordioso Autor de todo lo bueno que ha sido, que es y que será. Quiero que nos unamos en prodigarle nuestra más humilde y sincera gratitud por su cuidado generoso en todas nuestras travesías, y que reconozcamos su protección para con nuestro pueblo en la tarea de formarnos como una nación. Agradezcamos las incontables señales de sus misericordias para con nosotros y la favorable manifestación de su Providencia durante los difíciles tiempos de guerra y en la conclusión anhelada de nuestras luchas. Démosle gracias por el alto grado de tranquilidad, unión y abundancia del que hemos disfrutado; por la forma pacífica y justa en que hemos logrado establecer la Constitución de nuestro Gobierno con el propósito de garantizar la seguridad, la felicidad y la nacionalidad de todo nuestro pueblo”.
Cien años después, cuando el pueblo americano emergía de los conflictos de una devastadora guerra civil, otro gran presidente, Abraham Lincoln, proclamaba la celebración del Día de Dar Gracias. Sus palabras todavía brillan de actualidad:
“Este año que se acerca a su conclusión ha sido de abundantes cosechas en nuestros campos y de cielos límpidos y hermosos. A todas estas bondades que constantemente disfrutamos y que a menudo somos inclinados a olvidar, se añaden muchas otras. Son tantas las mercedes de Dios y tan evidente la vigilante providencia de nuestro Hacedor, que debemos caer de rodillas ante Él para expresarle gratitud y alabanza. En medio de una guerra civil de incalculable magnitud y severidad que pudiera haber despertado en otras naciones su interés en agredirnos, la paz finalmente ha sido establecida con todos los pueblos, el orden se ha instituido, las leyes han recuperado su respeto y con excepción dolorosa de los campos de batalla en todas partes la armonía y la conciliación han prevalecido. Yo, por lo tanto, invito a mis conciudadanos en todo el territorio de los Estados Unidos, así como a aquellos que se hallan de travesía por los mares y aún a los que residen en tierras extranjeras, a que separen el último jueves de este mes de noviembre para celebrar un Día de Dar Gracias y alabar a nuestro misericordioso Padre que reina en los cielos”.
Por muchos años el “Thanksgiving” Day o “Día de Acción de Gracias” no tenía una fecha oficialmente determinada para su celebración, a pesar de que desde los días de los peregrinos la nación entera ha observado con celo y entusiasmo la tradicional festividad. Fue en 1941 cuando una Resolución Conjunta del Congreso estableció que el Día de Dar Gracias fuera celebrado oficialmente el cuarto jueves del mes de noviembre. Se trata de un día legalmente feriado en todos los estados y poblaciones del país. Cada año el presidente, así como los gobernadores estatales, siguiendo una tradición de siglos publican una proclama instando al pueblo a un día familiar de oración y gratitud. La historia nos señala que el primer Día de Dar Gracias celebrado en la nación tuvo lugar en 1621, en Plymouth, Massachusetts y hasta hoy, casi cuatro centurias después, lo seguimos celebrando. Lo interesante es que ésta es la única festividad de matiz religioso que constituye parte del calendario oficial de la nación”.
En las sociedades de hoy, asoladas por el secularismo y abarrotadas de materialismo, hay que hacer todo lo posible por preservar el Día de Acción de Gracias. Lamentablemente todavía muchas personas ignoran la verdadera significación de “Thanksgiving”. Hay quienes deciden trabajar el jueves con tal de disfrutar desde el viernes de un fin de semana feriado y hay quienes lo echan a perder despojándolo de toda su espiritualidad. ¿Saben por qué el Día de Acción de Gracias se ha preservado? Porque es una celebración despojada completamente de sectarismo. La misma es apropiada para cristianos, judíos, islámicos, mahometanos e hindúes, En fin, para todos quienes creen en Dios, de cualquier forma en que lo conciban o lo adoren. Sería, pues, una infamia que disminuyamos esta festividad con una actitud equivocada. En relación con “Thanksgiving” las autoridades anuncian que en estos días se producen numerosos accidentes de tránsito con los resultados de centenares de muertes. Son días en que se desatan aglomeraciones en los aeropuertos y la gente se llena de una prisa y un nerviosismo que provocan incidentes innecesarios. Es que el Día de Dar Gracias se ha convertido en la fecha familiar por excelencia de América. No podemos, pues, bajo circunstancia alguna, profanarla o ignorarla. Siempre advertimos de los peligrosos excesos que se cometen en “Thanksgiving”, con el abuso de bebidas alcohólicas y el consumo exagerado de alimentos y golosinas que envían a centenares de personas mayores a los hospitales.
El “Día de Dar Gracias” es ciertamente una ocasión gozosa de reunión familiar, pero predominantemente es una ocasión única para que renovemos nuestra fe en la oración y disfrutemos de un reencuentro feliz con la experiencia de adorar a Dios. Es necesaria la mesura, la armonía; pero por sobre todo, la vigencia de lo espiritual. En nuestra comunidad tenemos cada año a miles de recién llegados para quienes “Thanksgiving” es una fecha novedosa. Bueno es advertir a nuestros nuevos vecinos del alto sentido espiritual e histórico que palpita en esta fecha única en el mundo. Ya que el Día de Dar Gracias es propicia ocasión para que hablemos con Dios mediante la oración, nos permitimos terminar este modesto trabajo con una oración, que esperamos otros repitan cuando se sienten a la ya cercana mesa adornada con el inmenso pavo, los variados turrones y el buen vino: “Nuestro buen Dios, te damos gracias por el amor que de tantas maneras nos prodigas. Gracias por nuestra familia, por el techo que nos cobija, el trabajo que nos sustenta, la salud que nos anima y la fe que nos guía …, gracias porque vivimos en un país libre y disfrutamos de paz espiritual y comodidad material. Gracias, Señor, por las cosas bellas de la vida que nos inspiran y alegran: la sonrisa de un niño, el perfume de una flor, el canto de un pajarillo y el beso cotidiano y tibio del sol… gracias por el hogar, por el crecimiento y el desarrollo de nuestros hijos y la compañía venerable de nuestros viejos. “Gracias, Padre amado, porque podemos darte gracias aún por las dolorosas experiencias que hemos tenido que afrontar; gracias por el consuelo en la hora de la tristeza, la victoria en el tramo de la lucha, la fortaleza a la llegada de la muerte y la mano amiga que nos sostuvo en el minuto de la caída. ¡Gracias, Dios bueno, porque estás ahí cuando te llamo y jamás te escondes cuando te necesito! ¡Gracias, Señor!”