¿Somos “libres”? ¿Tenemos “libre albedrío”?

Publicado por Editorial Vida

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¿Somos “libres”? ¿Tenemos “libre albedrío”?

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Síntesis de lo enseñado en la Biblia
por Wayne Grudem

El papel que Dios juega diariamente en nuestras vidas

Dios planea nuestros días antes de que nazcamos, porque David afirma: “Tus ojos vieron mi cuerpo en gestación: todo estaba ya escrito en tu libro; todos mis días se estaban enseñando, aunque no existía uno solo de ellos” (Sal 139:16). Y Job dice que: “Los días del hombre ya están determinados; tú has decretado los meses de su vida; le has puesto límites que no puede rebasar” (Job 14:5). Esto se puede ver en la vida de Pablo, quien dice: “Dios me habla apartado desde el vientre de mi madre y me llamó por su gracia” (Gal 1:15), y de Jeremías, a quien Dios le dice: “Antes de formarte en el vientre, ya te había elegido; antes de que nacieras, ya te había apartado; te había nombrado profeta para las naciones” (Jer 1:5).

Todas nuestras acciones están bajo el cuidado providencial de Dios, “puesto que en él vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17:28). Los pasos individuales que damos todos los días están dirigidos por el SEÑOR. Jeremías confiesa: “Señor, yo sé que el hombre no es dueño de su destino, que no le es dado al caminante dirigir sus propios pasos” (Jer 10:23). Leemos que “Los pasos del hombre los dirige el Señor” (Pr 10:24), y “El corazón del hombre traza su rumbo, pero sus pasos los dirige el Señor” (Pr 16:9). El éxito y el fracaso vienen de Dios, porque leemos: “La exaltación no viene del oriente, ni del occidente ni del sur, sino que es Dios el que juzga: a unos humilla y a otros exalta” (Sal 75:6-7). Incluso todos nuestros talentos y capacidades son del Señor por lo que Pablo puede preguntar a los corintios: “¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste. ¿Por qué presumes como si no te lo hubieran dado?” (1 Co 4:7).

Dios influye en los deseos y decisiones de las personas, porque “contempla desde su trono a todos los habitantes de la tierra” y “Él es quien formó el corazón de todos” (Sal 33:14-15). Cuando nos damos cuenta de que en la Biblia el corazón es la sede de nuestros pensamientos y deseos más íntimos, este es un pasaje significativo. Sí, sabemos que formamos decisiones voluntarias, pero ¿quién formó nuestra voluntad para que tomemos esas decisiones? Dios “formó el corazón” de todos los habitantes de la tierra. Dios guía especialmente los deseos e inclinaciones de los creyentes, obrando en nosotros “tanto el querer como el hacer para que se cumpla su buena voluntad” (Fil 2:13). Todos estos pasajes, que nos hablan en términos generales en cuanto a la obra de Dios en la vida de todas las personas y nos dan ejemplos específicos de la obra de Dios en la vida de los individuos, nos llevan a concluir que la obra providencial de concurrencia de Dios se extiende a todos los aspectos de nuestras vidas. Nuestras palabras, nuestros pasos, nuestros movimientos, nuestros corazones y nuestras capacidades vienen del Señor.

Pero debemos guardarnos de un mal entendido. Aquí también, como con la creación más inferior, la dirección providencial de Dios como “causa primaria” invisible y detrás de bastidores no nos debe llevar a negar la realidad de nuestras decisiones y acciones. Una vez tras otra la Biblia afirma que nosotros hacemos que sucedan los acontecimientos. Somos significativos y somos responsables. Tomamos decisiones, y son decisiones reales que producen resultados reales. Así como Dios ha creado cosas en la naturaleza con ciertas propiedades (Ej. las piedras son duras, el agua moja). Dios nos ha hecho de una manera tan maravillosa que nos ha dotado con la capacidad de tomar decisiones.

¿Cuál es la libertad que realmente disfrutamos?

¿Somos “libres”? ¿Tenemos “libre albedrío”? Si Dios ejerce control providencial sobre todos los acontecimientos, ¿somos libres en algún sentido? La respuesta depende de lo que queramos decir con la palabra libre. A veces la gente discute interminablemente este asunto porque nunca definen claramente lo que ellos y sus opositores en el debate quieren decir por “libre”, y la palabra entonces la usan de varias maneras que confunden el debate.

La libertad que a menudo dan por sentado los que niegan el control providencial de Dios sobre todas las cosas es una libertad que actúa fuera de la actividad sustentadora y controladora de Dios, una libertad que incluye poder tomar decisiones que no son causadas por nada externo a nosotros mismos. En ninguna parte la Biblia dice que somos libres en ese sentido. Esa clase de libertad sería imposible si Jesucristo en verdad continuamente “sostiene todas las cosas con su palabra poderosa” (He 1:3), y si Dios verdaderamente “hace todas las cosas conforme al designio de su voluntad” (Ef 1:11). Si esto es verdad, estar fuera de ese control providencial ¡simplemente sería no existir! Una “libertad” absoluta, totalmente libre del control de Dios, es totalmente imposible en un mundo providencialmente sostenido y dirigido por Dios mismo. Si eso es lo que llaman “libre albedrío”, no es el libre albedrío que la Biblia dice que tenemos.

Por otro lado, somos libres en el sentido más amplio que cualquiera de las criaturas de Dios lo sería; formamos decisiones propias, decisiones que surten efectos reales. No sabemos de ninguna restricción que Dios imponga sobre nuestra voluntad cuando tomamos decisiones, y actuamos de acuerdo a nuestros propios deseos. En ese sentido, si encaja con el libre albedrío que la Biblia dice que tenemos. Está claro que debemos insistir en que tenemos el poder de tomar decisiones voluntarias y que nuestras decisiones tienen resultados reales en el universo, de otra manera caeríamos en el errar del fatalismo o determinismo, y así concluiríamos que nuestras decisiones no importan y que en realidad no podemos tomar decisiones propias.

¿Cuáles son nuestras limitaciones?

A su vez, en nuestras acciones somos completamente incapaces de hacer el bien espiritual delante de Dios. Esta idea está relacionada con la anterior. No sólo carecemos como pecadores de todo bien espiritual en nosotros mismos, sino que también nos falta capacidad para hacer algo que en sí agrade a Dios y nos falta la capacidad de allegarnos a Dios por nuestro propio esfuerzo. Pablo dice que “los que viven según la naturaleza pecaminosa no pueden agradar a Dios” (Ro 8:8). Es más, en términos de dar fruto para el reino de Dios y de hacer lo que le agrada, Jesús dice: “separados de mí no pueden ustedes hacer nada” (Jn 15:5). Realmente, los incrédulos no agradan a Dios aunque no sea por otra razón, sencillamente porque sus acciones no proceden de fe en Dios o de amor por él, y “sin fe es imposible agradar a Dios” (He 11:6). Los incrédulos están en un estado de esclavitud al pecado, porque “todo el que peca es esclavo del pecado” (Jn 8:34). Aunque desde el punto de vista humano la gente tal vez pueda decir que hace mucho bien, Isaías afirma que “todos nuestros actos de justicia son como trapos de inmundicia” (Is 64:6; cf. Ro 3:9-20). Ningún ser humano puede ir a Dios por sus propias fuerzas, porque Jesús dice: “Nadie puede venir a mí si no lo trae el Padre que me envió” (Jn 6:44).

Pero si somos por completo incapaces de hacer algo espiritualmente bueno a la vista de Dios, ¿nos queda alguna libertad de decidir? Ciertamente, los que están fuera de Cristo todavía toman decisiones propias; es decir, deciden lo que quieren hacer y lo hacen. En este sentido hay todavía cierta clase de “libertad” en las decisiones que toman las personas. Sin embargo, debido a su ineptitud para hacer el bien y para escapar de su rebelión fundamental contra Dios y de su preferencia fundamental por el pecado, los incrédulos no tienen libertad en el sentido más importante de esa palabra, o sea, la libertad de hacer el bien y hacer lo que agrada a Dios.

La aplicación a nuestras vidas es muy evidente. Si Dios le da a alguien el deseo de arrepentirse y confiar en Cristo, esa persona no debe demorarse ni debe endurecer el corazón (He 3:7-8; l2:17). Esta capacidad de arrepentirse y desear confiar en Dios no es naturalmente nuestra sino que se debe al acicate del Espíritu Santo, y no durará para siempre. “Si ustedes oyen hoy su voz, no endurezcan el corazón como sucedió en la rebelión” (He 3:l5).

Artículo basado en extractos del libro por Wayne Grudem, Doctrina Bíblica, enseñanzas esenciales de la Fe cristiana, ©2009 Editorial Vida, Miami, Florida, págs. 146, 151, 216. Reimpreso con permiso.